Turquía: ¿islamismo laico?/Gema Martín Muñoz, es directora general de Casa Árabe y del Instituto Internacional de Estudios Árabes y del Mundo Musulmán.
Tomado de EL PAÍS, 19/06/2007;
Como ocurre con frecuencia, la interposición de lo “islámico” tiende a “velar” la comprensión occidental de complejas realidades políticas que sobrepasan la imaginaria representación entre “laicos” (luego “los nuestros”: demócratas y modernos) e islamistas (los “ajenos indeseados”, luego antimodernos y autocráticos). La crisis política que vive Turquía desde hace dos meses es un buen ejemplo.
El laicismo es un concepto cuyo modelo se ha aplicado de formas muy diversas, de manera que las experiencias históricas varían enormemente de un país a otro. El caso turco se encuentra hoy en una encrucijada, porque si bien ha propiciado una evolución secularista y democratizadora en el seno del partido islamista gobernante, también representa a una serie de grupos políticos, militares y sociales que se han anclado en un fundamentalismo laico excluyente que puede bloquear la evolución democrática del país.
El modelo histórico del laicismo kemalista se ha aplicado de una manera tan radical que, de hecho, cuestiona la propia neutralidad confesional del Estado, cuando es el fundamento que lo sustenta. La particular versión del laicismo turco no se construyó como un modelo de neutralidad, sino como un rodillo erradicador de la identidad religiosa islámica, al servicio de la conservación del poder por las elites autoproclamadas “laicas”, luego “antiislámicas”. Los defensores actuales de esta concepción del laicismo van más allá de lo que es un principio para considerarlo “una forma de vida” que el Estado debe imponer a sus ciudadanos (en palabras del ex embajador Faruk Logoglu en el Turkish Daily News del 23 de mayo), exigiéndoles renunciar a todos los demás valores e identidades. Pero, como escribía el director adjunto del mismo periódico, Mustafa Akyol, en el International Herald Tribune (4-5-2007), la verdadera cuestión está en que “el resultado de este pensamiento es una estrategia autoritaria: el poder político debe permanecer en manos de la élite laica. Así, la república laica equivale a la república de los laicos, no a la república de todos los ciudadanos”. Sin embargo, se da la circunstancia de que las elecciones democráticas del 2002 dieron la victoria al PJD (Partido de la Justicia y el Desarrollo) que dirige Tayyip Erdogan.
Tanto la elite laica-kemalista como una buena parte del imaginario occidental, han recreado la visión de que los sectores islámicos turcos son masas retrógradas y que la modernización, e incluso la democracia, han sido prerrogativas del universo laico en Turquía. La Historia y la experiencia política de los últimos años interpelan esta convicción. La primera reforma social y política turca comenzó a desarrollarse mucho antes del Estado laico y fue impulsada por el movimiento islámico liberal a mediados del siglo XIX (en el marco de la Constitución de 1876) y a principios del XX cuando se instauró el Parlamento en 1909. Y antes de que la república laica de Turquía comenzase a democratizarse, el kemalismo representó el sistema de partido único y ha instituido una concepción nacional turca que ha negado y combatido a otras minorías nacionales (véase el caso kurdo). Asimismo, esos supuestos sectores sociales “retrógrados” que han votado al PJD han ido experimentado una gran evolución en las últimas décadas, de manera que valoran los principios democráticos, el libre mercado y la integración en la Unión Europea mucho más que la radical élite laica-kemalista y militar que, hay que decir, ha quedado anclada en un pasado ultranacionalista, antioccidental y radicalmente excluyentes de toda expresión religiosa (incluida la cristiana). El Ejército turco ha hecho suyo ese legado kemalista que incluye una apropiación patrimonial del Estado, sobre el que desea mantener su tutela, ajeno a la evolución que ha experimentado una muy importante parte de la sociedad turca y a los cambios de la política nacional, regional e internacional.
En realidad, el PJD y los ciudadanos turcos que le apoyan y votan son los más europeístas y entusiastas de la entrada en la UE; el Gobierno del PJD se ha dedicado a liberalizar el país en términos políticos y económicos (lo que les ha valido que sectores liberales no-islamistas hayan dejado de considerarlos el “enemigo interior”); y, aunque algunos lo llaman “islamización”, lo que han hecho ha sido garantizar el derecho individual de las prácticas religiosas (no sólo musulmanas sino también cristianas), lo cual, no lo olvidemos, forma parte del Estado laico y democrático.
Lo que ha hecho el PJD ha sido desposeer democráticamente a través de las urnas a esa élite laica que se proclama heredera del kemalismo y que se considera la propietaria natural del Estado y el Gobierno, situándola en una situación antidemocrática y ensoñadora de la intervención del Ejército, lo que muestra que vive ajena a los cambios sociales y políticos. Con ello están poniendo en riesgo la democracia turca e ignorando la importancia de la evolución de un islamismo que, inmerso en un Estado laico, está haciendo el más importante aggiornamiento del período contemporáneo. Nada de lo que ha hecho el PJD, desde presentar un candidato a la Presidencia de la República a proponer una reforma constitucional (elegir al presidente por sufragio universal y acortar las legislaturas a cuatro años) ha sido antidemocrático (cuando, sin embargo, el procedimiento para derrocar la candidatura de Gül en el Parlamento permite al menos ciertas lecturas). Pero es más, nada debería hacer pensar en una estratagema oculta si se tiene en cuenta que el PJD ganó las elecciones con un 34,3% de los votos, con lo que bastaría que la oposición, si es capaz, se pusiera de acuerdo en presentar un candidato único para poder ganar con muchas posibilidades la presidencia de la República.
Es de gran importancia resaltar la evolución que el PJD ha ido experimentado desde hace años y conocer su propia autodefinición como partido. Ya en 2002 Erdogan, en un encuentro con periodistas en París, declaraba “nosotros somos realmente laicos” y nuestro objetivo “es la separación entre religión y Estado, sin embargo, el régimen turco ha estado controlando la religión. (…) Queremos ser europeos en todo el sentido de la palabra. En Alemania, el Gobierno no impone a las iglesias lo que deben decir los domingos. En Gran Bretaña, las jóvenes pueden vestir como quieran, incluso con el pañuelo en la cabeza. Pero en Turquía, hablar del islam libremente te puede llevar a la cárcel” (recogido por Al-Sharq al-Awsat, 12-12-2002). Y no ha dejado de repetir que su Gobierno no es el de “un partido religioso sino como el de un partido europeo conservador, (…) nosotros también somos laicos” (Al-Sharq al-Awsat, 3-5-2007).
Por tanto, la estabilidad y la continuidad de la Turquía democrática son de capital importancia por dos diferentes razones. La democracia turca está siendo el factor sustancial para impulsar la reforma islamista más liberal, modernizadora e incluso laica, que tanto necesita el mundo musulmán. Y ese islamismo que está interiorizando la modernización a través del laicismo es tan necesario como la democracia porque está siendo observado con gran interés por otros islamismos, como el PJD marroquí o los Hermanos Musulmanes egipcios y jordanos. Si tanto nos interesa como europeos y laicos “la modernización del islam”, no podemos sino felicitarnos de esta experiencia turca. No contribuyamos a demolerla.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
19 jun 2007
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