7 nov 2008

Monterrubio Cubas

Miguel Monterrubio/Ciro Gomez Leyva
Milenio Diario, viernes, 7 Noviembre, 2008;
Miguel Monterrubio me llamó el sábado a media mañana. Educadísimo, como siempre, me hizo ver que uno de los trascendidos de la edición de ese día era incorrecto, pues su jefe, el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, sí había recibido un reconocimiento del presidente Calderón en el brindis de la noche del martes 28, el brindis de la victoria de la reforma de Pemex.
Quería convencerme de que decía la verdad, me daba datos, señas. Le dije que no era necesario, que creía lo que me estaba contando y al día siguiente se corregiría la imprecisión, como se hizo. Recuerdo la parte final del diálogo más o menos así:
—¿Se van, se quedan, Miguel?
—Están duros los rumores, ¿qué has oído? —respondió.
—Supongo que no más que tú.
—Pues aquí seguimos, metiéndole duro. Un abrazo.
Vaya si le metía duro el joven director general de Comunicación Social de la Secretaría de Gobernación. Había tenido por años un buen desempeño en el servicio exterior. Juan Camilo y Max Cortázar, el director de Comunicación de la Presidencia de la República, lo localizaron, acercaron y convencieron para que asumiera el cargo en el hoy tan lejano enero de 2008.
Cuatro cosas me llamaron la atención las tres o cuatro veces que me encontré a Miguel: su decencia, su prestancia, la lealtad a prueba de rumores y chismes con su jefe Mouriño y esa vocación por el servicio público que uno todavía puede hallar entre algunos funcionarios.
Discreto, supongo que viajaba en un asiento trasero del Lear Jet que despegó de San Luis Potosí el martes 4 por la tarde.
gomezleyva@milenio.com

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