14 feb 2009

Volver a empezar

Volver a empezar de cero/ Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein, autor de Naser, el último árabe
Publicado en LA VANGUARDIA, 14/02/2009;
Las personas que critican la política occidental en Oriente Medio tienden a olvidar el grado de coherencia de que ha hecho gala a lo largo del tiempo. Occidente heredó Oriente Medio de la Turquía otomana durante la Primera Guerra Mundial y nunca se ha desviado de una política que apelaba a la forja de alianzas con líderes impopulares en contra del pueblo árabe. La razón por la que Occidente sigue presente en Oriente Medio estriba en su interés por convertir a los líderes árabes en sheriffs a su servicio, y tal es asimismo la razón por la que Occidente sigue siendo impopular a ojos del árabe medio.
Muchos creen que las cosas continuarán así. Otros juzgan que los días de Occidente están contados y que una política que apela a que se niegue al árabe medio el derecho de participar en la construcción de su futuro está condenada al fracaso. Pero los gobiernos occidentales saben lo que están haciendo. La política occidental no ha sido un fracaso y probablemente se mantendrá en el futuro previsible.
Una política que ha protegido durante un siglo los intereses occidentales en esta región rica en petróleo ha de considerarse un éxito.
Entre las personas que lamentaron históricamente tener que apoyarse en una forma de gobierno antidemocrática o en fuerzas no democráticas, figuran las figuras sobresalientes del primer ministro británico Harold Macmillan y el muy influyente presidente del comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense William Fulbright en los años cincuenta y sesenta. Macmillan lamentó no tratar a líderes populares y Fulbright declaró abiertamente: “Hablamos con todo el mundo, excepto con las personas corrientes”. En el curso del tiempo, otras voces han señalado el mismo defecto.
Este tipo de equivocación estratégica ya resulta suficientemente negativo y perjudicial tal como es, pero cuando se perpetúa se convierte en un desastre de enormes proporciones. Durante una reciente visita a El Cairo, me reuní largamente con diplomáticos estadounidenses y británicos y me mortificó comprobar que el problema de no tratar con la gente corriente seguía presente. Incluso, si acaso, había empeorado. Pero, a diferencia de tiempos pasados, los dos países no tienen a mano grupos o sectores de población en que apoyarse. En otro tiempo, Gran Bretaña apoyó a los pachás egipcios, a los jefes tribales de la península Arábiga, a los descendientes del profeta en otros lugares, y así sucesivamente. Difícilmente cabría afirmar que fueran representantes del pueblo, pero eran de elevado origen social y conocedores de su país. Extremo que incitó al embajador británico lord Curzon a decir: “No gobernamos Egipto, gobernamos a quienes gobiernan Egipto”.
Si de eso se trata, en la actualidad los estadounidenses gobiernan a los que gobiernan Egipto, Arabia Saudí, Jordania y los demás. En todo Oriente Medio, la calidad y valía de quienes gobiernan Egipto, Arabia Saudí y Jordania en la actualidad es considerablemente inferior a la de los líderes anteriores, aunque sigan perteneciendo a las mismas familias o grupos.
El presidente de Egipto, Hosni Mubarak, no puede compararse a sus colegas Gamal Abdel Naser y Anuar el Sadat. Naser fue un soñador visionario que quería unir a los árabes en un país grande e independiente.
Sadat fue la otra cara de la moneda. No abrigaba intereses más allá de Egipto, pero quería la paz y firmó un acuerdo de paz con Israel. Aunque provocó la ira de mucha gente, era una política que debía continuar. Hoy Mubarak no representa a nadie excepto a sí mismo. Egipto intenta redefinirse para asumir una nueva identidad. Ya no es líder de los árabes y no sabe si seguir una línea árabe o musulmana
, incluso si debería luchar por el liderazgo regional. Se considera que el Gobierno de Mubarak es más corrupto que los anteriores y que quiere que su hijo le suceda.
La cuestión clave estriba en saber si los problemas que afronta Occidente en Oriente Medio se circunscriben al nivel de las actitudes. Hace días, Barack Obama hizo algo que George W. Bush ni siquiera habría considerado. En una intervención en el canal de televisión Al Arabiya, dijo a los árabes y musulmanes que EE UU no era su enemigo. No defendía a Occidente ante ningún tribunal ni modificaba su política hacia la región, simplemente no se mostraba beligerante, no habló en tono condescendiente con árabes y musulmanes y según las primeras reacciones su discurso recibió una respuesta muy favorable.
No estoy apuntando que los problemas entre árabes y musulmanes y EE UU se reducen a una cuestión de actitud, sino que ambas partes se han acusado mutuamente de tantos crímenes, que realmente están convencidos de ellos. EE UU cree efectivamente que los combatientes de Hamas usan a niños como escudos humanos. Al propio tiempo, Hamas cree efectivamente que EE UU utiliza Oriente Medio para probar nuevas armas contra los árabes. La consecuencia de la eliminación del mal ambiente que reina entre las dos partes sería mostrar las cosas como lo que son. Los árabes abandonarían las ideas o tentaciones de borrar a Israel del mapa e Israel dejaría de imponer por la fuerza su voluntad y de supeditar su sentido de humanidad a los beneficios y ventajas de sus decisiones. Necesitamos grandes personalidades políticas, pero tal cosa es un logro improbable. Como me dijo un amigo mío israelí, “es una época de enanos: sabemos lo que podemos esperar”.

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