4 abr 2009

La nieta de Alfonso XII

PRIMER PLANO / MARIA LUISA SANZ DE LIMANTOUR
SOLO RECLAMA PODER APELLIDARSE BORBON
El Mundo.es., 4 de abril de 2009;
María Luisa vive en Marbella. Se declara gran admiradora de su «sobrino» el Rey.
A sus 83 años, ayudada por el abogado García-Montes, reclama el apellido de su abuelo biológico, Alfonso XII
CONSUELO FONT
A finales del año 2006, el famoso letrado Marcos García-Montes recibió una misteriosa llamada telefónica. Se trataba de una mujer con marcado acento francés: «Necesito que hablemos. Es un asunto muy confidencial. Sé que usted puede ayudarme». Pocos días después se presentó en su despacho con dos de sus hijos, Lesli y Patricia. La dama en cuestión era una mujer octogenaria de pelo canoso y grandes ojos azules, parisina de nacimiento, que respondía al nombre de María Luisa Sanz de Limantour. Residente en Marbella y viuda del que fue embajador chileno Alberto Wittik, hubiera podido pasar por otra jubilada de lujo. Sin embargo, su empaque delataba un inequívoco origen aristocrático. Algo que constató el propio letrado cuando la dama le mostró un ejemplar de Crónica de septiembre de 2006, donde se publicaba un amplio reportaje sobre ella: tenía sentado ante él nada menos que a la única nieta viva del rey Alfonso XII.
Aquel monarca que pasó a los anales por su apasionado y trágico amor de juventud con su prima Mercedes. El soberano que, por razones de Estado, se vio obligado a contraer segundas nupcias con María Cristina de Austria, madre de Alfonso XIII.
SU SEGUNDO GRAN AMOR
Pero faltaba un importante eslabón en la dramática historia de este rey: su relación con una afamada cantante de ópera, Elena Sanz, su otro gran amor, posterior a Mercedes, fruto de la cual nacieron dos hijos varones, Alfonso, en 1880, y Fernando, en 1881, a los que las leyes vigentes en esa época privaron de su derecho al apellido Borbón, y de su reconocimiento como hijos de rey.
Según indica García-Montes a La Otra Crónica: «Elena Sanz fue el verdadero amor de Alfonso XII, y contra los sentimientos de un hombre, aunque sea rey, nadie puede pelear. Fruto de ella nacieron dos hijos no sólo consentidos, sino muy deseados por el monarca. Elena fue sin duda la esposa de hecho de Alfonso XII. La amplia documentación que hemos obtenido estos dos años corrobora que fue una relación intensa, reconocida y admitida por el rey e, incluso, por su egregia madre, la reina Isabel II, quien consideraba a los dos niños sus nietos». El citado abogado subraya que su cliente no pretende beneficio personal alguno más que el de «remediar una arbitrariedad histórica».
Con toda la documentación recabada, en el despacho de García-Montes se ha comenzado ya a redactar la denominada «demanda de filiación», que se presentará en los juzgados aproximadamente en el plazo de un mes.
«María Luisa sólo reclama que la justicia le permita llevar el apellido Borbón, que es el que le pertenece, así como los derechos y dignidades protocolarias que le correspondan como nieta del rey Alfonso XII. Se trata de un tema de honestidad que nuestra Casa Real no puede ignorar, ni tampoco los tribunales. Estoy seguro de que, como en los casos del Infante Leandro de Borbón y su fallecida hermana Teresa, se hará justicia».
María Luisa Sanz se declara monárquica y gran admiradora del Rey Juan Carlos, su sobrino-nieto, con quien tuvo una cordial relación en Estoril, donde coincidió con la Familia Real en la década de los 50. «Les guardo un enorme cariño, aunque actualmente no mantenemos relación alguna. Don Juan Carlos me parece un Rey fantástico. Lo último que querría es perjudicarles. Pero he cumplido 83 años y no me gustaría morirme sin reivindicar la memoria de mi padre y su condición de hijo de rey. Soy una Borbón, que me lo reconozcan. Papá sufrió muchísimo por su madre. Esto tiene sobre todo un profundo valor como homenaje a mi padre y a mi abuela, Elena».
ISABEL II, COMPLICE
Nacida en Castellón en 1844, Elena Sanz era hija de un primo del marqués de Cabra, por lo que la familia tenía cierto barniz aristocrático. Se lanzó al estrellato con la compañía de la diva Adela Patti, llegando a compartir cartel en el Teatro Real de Madrid con el tenor Gayarre, y a actuar en la Scala de Milán y en la Opera de Viena.
En esta ciudad tuvo lugar su primer encuentro con el monarca Alfonso XII, quien contaba entonces sólo 15 años, frente a los 28 de la bella cantante. Fue la propia reina Isabel II, admiradora y amiga de Elena Sanz, quien lo auspició para intentar evitar la boda de su hijo con su prima Isabel, hija de su acérrimo enemigo el duque de Montpensier.
El futuro Alfonso XII quedó fascinado por la diva, pero eso no evitó su boda con Mercedes, con la que se casó el 23 de enero de 1878. Como es sabido, Mercedes murió de tifus seis meses después, dejando al rey en estado de desesperación.
Su consuelo llegaría algun tiempo después, cuando se estrenó en Madrid la ópera La Favorita, en la que actuaba Elena Sanz. Cuando la cantante subió al palco a cumplimentar al soberano, éste le pidió la primera cita. La diva sucumbió al amor y abandonó los escenarios.
Pero al año siguiente, en 1879, Cánovas, el jefe de gobierno que propició la restauración de Alfonso XII, le planteó la urgencia de una nueva boda para dar un heredero al Trono. El rey, consciente de sus deberes, respondió con desgana: «búsquenme ustedes la novia».
La elegida fue María Cristina de Habsburgo, sobrina del emperador austriaco, pero no muy agraciada físicamente. Con ella se casó el 28 de noviembre, sin renunciar a su amor por la cantante Elena Sanz, fruto del cual nacería dos meses después, el 28 de enero de 1880, un varón, Alfonso, padre de María Luisa Sanz de Limantour. Al año siguiente nació el segundo hijo, Fernando, que moriría sin descendientes a los 43 años.
La reina María Cristina, que estaba al tanto de todo, lanzó a Alfonso XII un ultimátum: o salía de Madrid la cantante con su «innoble prole» o ella regresaría a Austria, desatando un escándalo. Elena Sanz tuvo que afincarse en París, sobreviviendo con las 5.000 pesetas mensuales que le giraba el rey, y también con la protección de la reina Isabel II y la infanta Eulalia, hermana de Alfonso XII, a cuya casa iba los jueves con sus hijos a tomar el té.
POLEMICA DECISION
La tragedia sobrevino cuando en noviembre de 1885 el rey muere y María Cristina, convertida en regente, retira la pensión a su rival, Elena Sanz, que queda en una situación desesperada. Para sobrevivir toma una polémica decisión, que se concreta en el Acta de París, firmada en 1886, por la que entrega a Fermín Abella, intendente de la Casa Real, 110 documentos, en su mayoría cartas, que acreditan la paternidad de Alfonso XII. Ella y sus hijos se comprometían a no revelar ni reivindicar dicha paternidad y a cambio se les garantizaba una fortuna de 700.000 francos cuando los niños cumplieran la mayoría de edad.
Se encargó la custodia de estos pagarés a Prudencio Ibáñez, banquero de la Casa Real. Pero los avatares del destino castigarían una vez más a los dos hijos naturales de Alfonso XII: Elena Sanz falleció en 1898, y poco después quebró el banco Comptoir, donde estaba depositado el fondo. Cuando Alfonso y Fernando Sanz reclamaron su fortuna, no apareció ni rastro del dinero.
El primogénito, sintiéndose burlado, emprendió en 1907 un pleito contra su hermano, el rey Alfonso XIII, y la reina María Cristina, reclamando su filiación como hijo de Alfonso XII y la parte de herencia que le correspondía. Pero lo perdió. El argumento del juez del Supremo fue que «un monarca no estaba sujeto al derecho común», por lo que no se le podían reconocer hijos fuera del matrimonio.
LAS PRUEBAS
Desde ese momento, Alfonso Sanz decidió borrar su pasado, estableciéndose definitivamente en París, donde se dedicó al negocio del automóvil y se casó con una rica heredera mejicana, Guadalupe de Limantour, de cuya unión nacieron dos hijas, Elena, ya fallecida, y María Luisa, que hoy ha tomado la decisión de reivindicar sus derechos ante los tribunales como nieta del rey Alfonso XII.
¿Qué pruebas piensa aportar para demostrar sus lazos de sangre con el monarca? Según revela García-Montes: «Hemos recopilado testimonios en librerías para bibliófilos y hemerotecas, comprobando que en aquella época la relación era de dominio público. Pero lo más concluyente ha sido rescatar del archivo del Palacio Real el documento original del pleito que en 1907 entabló en el Tribunal Supremo el padre de María Luisa. Allí aparecen documentos, telegramas y cartas recibidos por Elena Sanz tanto del rey Alfonso XII como de miembros de la Casa Real, cuyas firmas y letras fueron cotejadas, que demuestran que el monarca no sólo se interesaba por sus dos hijos, sino que se encargaba de su manutención».
Algo que evidencia, por ejemplo, una de las cartas de Abella a Elena Sanz, a quien se dirige como «estimada amiga», manifestando: «se ha encontrado ya la fecha y cantidad que percibió para los gastos de los estudios de sus hijos, 250 pesetas que corresponden a este trimestre. Si quiere se le gira, o si tiene alguna persona que lo haga efectivo en la Caja de esta Intendencia en su nombre, me lo indica».
Tampoco queda duda alguna de que el Acta de París firmada en 1886 fue real. Elena Sanz entregó entonces los documentos que probaban la paternidad de Alfonso XII a la Casa Real, a cambio
de asegurar el porvenir económico de los niños. El testimonio de Pedro Gauna, procurador que actúa en nombre del intendente real, lo demuestra al denunciar que el pleito «supone una pugna en vano por agregar (más dinero) a los tres millones de reales [700.000 pesetas de la época, un obrero ganaba una peseta a la semana] ya percibidos en que se fijó como definitivo precio de la correspondencia íntegra poseída por aquella artista».
Definitiva es la confesión judicial que hace la propia reina María Cristina a 18 de marzo de 1908, que textualmente dice: «[Su Majestad] sólo sabe que a los pocos días de ocurrir el fallecimiento de su marido, Nicolás Salmerón [presidente de la I República] vio a Abella para decirle que aquélla tenía unas cartas del rey Alfonso XII y estaba dispuesta a hacer uso de ellas dándolas a la publicidad y provocando un escándalo. Entonces Abella aceptó comprarlas entregando como precio de ellas tres millones de reales junto con 50.000 pesetas ( ), habiendo la declarante aprobado lo hecho por Abella».
Si no se hubiera tratado de documentos comprometedores, jamás se hubiera pagado una suma de dinero tan elevada.
LA CASA REAL, INFORMADA
Hoy, más de un siglo después, y aprobada la Constitución de 1978, que equipara a los hijos biológicos y naturales, la situación en nuestro país ha cambiado radicalmente. Hasta el punto de que en el año 2003, los tribunales reconocieron a Leandro Ruiz Moragas como hijo extramatrimonial del rey Alfonso XIII, fruto de su relación con la actriz Carmen Ruiz Moragas, reconociéndole el derecho a ostentar el apellido Borbón. Dos años después, otorgaban los mismos derechos a los hijos de su fallecida hermana Teresa, Leandro y Carmen de Burguisser, como nietos de Alfonso XIII.Ante la muerte del progenitor, los tribunales reconocieron en este caso la filiación regia a los nietos, que es también el caso de María Luisa Sanz.
Como deferencia, se han notificado a Zarzuela las pruebas que existen, así como la decisión de interponer la citada demanda.La Casa de Su Majestad no ha puesto traba alguna, limitándose a contestar que se dé «el curso legal correspondiente». Asimismo, se ha comunicado a Leandro de Borbón y a Luis Alfonso de Borbón, duque de Anjou, que tampoco han puesto objeción. Ahora falta la notificación oficial a todos los herederos vivos de Alfonso XIII y Elena Sanz, entre ellos el propio Rey Juan Carlos, el Príncipe Felipe y las Infantas, por si alguno pusiese objeciones.En caso de no haberlas, sólo quedaría el trámite de obtener el reconocimiento vía civil como nieta de Alfonso XII.
Tal como asegura García-Montes: «El proceso que se celebró en 1907 no deja duda alguna de este parentesco. Espero que no exista ningún tipo de traba. Es expreso deseo mío y de María Luisa que no tengamos que vernos obligados a una exhumación de los restos del monarca, que descansan en el pudridero del Panteón de Reyes de El Escorial, porque supondría una dolorosa afrenta a ese gran soberano que fue su abuelo».

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