14 dic 2009

El reto de Copenhague

El reto de Copenhague/Kofi Annan, ex secretario general de la ONU, presidente de la Fundación Kofi Annan y del Foro Humanitario Global.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Publicado en LA VANGUARDIA, 14/12/09;
Copenhague brinda la posibilidad de un acuerdo político sólido, suscrito por los líderes mundiales con la ciudadanía mundial por testigo, que se proponga alcanzar objetivos claros y fijar un calendario destinado a su aplicación normativa y legal. Para que sea un acuerdo realmente histórico, debe llevar a cabo dos cosas.
En primer lugar, debe sentar las bases de un sistema global con los acuerdos subsiguientes que limite el incremento de la temperatura global según las pruebas científicas existentes. En segundo lugar, debe determinar claramente el grado de movilización y el volumen de recursos financieros necesarios para ayudar a los países en desarrollo a adaptarse a las implicaciones y los efectos del cambio climático.
Es enorme lo que está en juego. El crecimiento económico se ha logrado a un gran coste medioambiental y social, agravando la desigualdad y la vulnerabilidad de la población. El daño irreparable infligido a los ecosistemas, la productividad agrícola, los bosques y los recursos hídricos se acelera. Las amenazas contra la salud, la vida y los medios de sustento aumentan. Y también los desastres, tanto en magnitud como en frecuencia.
Sin embargo, pese a las pruebas crecientes de los impactos negativos, el logro de un acuerdo no será fácil. Requerirá una valentía política extraordinaria, tanto para llegar al acuerdo en cuestión como para transmitir su necesidad a la sociedad.
Es menester un cambio de actitud. Persisten la desconfianza y la rivalidad entre las áreas regionales y los distintos países, traducidas en la actitud de decir “no, primero enséñame tus cartas” que ha perseguido el curso de las negociaciones previas. Un acuerdo que no se fundamente en las mejores pruebas científicas será como dibujar en la arena cuando llega la ola. No obstante, las consideraciones a corto plazo – incluidas las de grupos con intereses y demandas electorales especiales-perjudican a las soluciones a largo plazo.
El éxito a la hora de alcanzar un acuerdo requerirá que los líderes piensen teniendo en cuenta a las futuras generaciones y que los ciudadanos no piensen únicamente en sí mismos. Requerirá que piensen en acuerdos amplios e integrales yno sólo en un zurcido de intereses nacionales o regionales.
Un acuerdo que se quede en la retórica y no satisfaga realmente las necesidades de los países más pobres y vulnerables en el plano climático, sencillamente, no funcionará. El clima no puede arreglarse en un continente y no en otro. El cambio climático no respeta las fronteras nacionales. Navegamos en el mismo barco; un boquete en un extremo nos hundirá a todos.
Para que funcione, la justicia climática debe radicar en el núcleo mismo del acuerdo. Un acuerdo injusto fracasará.
Países industrializados como EE. UU. deben obviamente liderar la reducción de emisiones de efecto invernadero y ayudar a otros países a hacer lo propio, pero países en desarrollo como India o China tienen también una creciente responsabilidad en esta misma senda mientras siguen creciendo sus economías.
Resulta trágico que los países más pobres y con menos responsabilidad deban afrontar las implicaciones y las consecuencias más duras del desafío climático ya que las altas temperaturas agravan la situación de pobreza, hambre y vulnerabilidad a la enfermedad de miles de millones de personas. Necesitan ayuda inmediata para fortalecer su capacidad de resistencia frente a las adversidades climáticas, además de ayuda a largo plazo que les posibilite adaptarse a las cambiantes condiciones meteorológicas, reducir la deforestación e impulsar estrategias de crecimiento caracterizadas por un bajo nivel de emisiones y energías renovables.

El acuerdo debe incluir una serie de compromisos acordes con los resultados de la investigación científica y con el imperativo de reducir las emisiones para el año 2050 en un 50-85% con respecto a los niveles del año 2000.
Ello implica que los países ricos avancen hacia una reducción del 25-40% de emisiones para el 2020 con relación a los niveles de 1990, que las economías emergentes reduzcan la intensidad de las emisiones y que se establezca con claridad el respaldo a medidas financieras y técnicas tanto a corto como a largo plazo en el caso de los países en desarrollo, en especial los más pobres.
¿Tendremos éxito en el empeño? Los objetivos propuestos en lo concerniente a las reducciones de emisiones por parte de numerosos países industrializados como la UE, Japón y Noruega son alentadores, como asimismo en el caso de grandes economías emergentes como Brasil, China, India, Indonesia y Corea del Sur.
Las recientes declaraciones de EE. UU. en materia de objetivos sobre emisiones de gases de efecto invernadero representan un cambio importante y proporcionan la base de mayores compromisos en el futuro próximo. Son también positivas las propuestas de apoyo financiero a los países menos desarrollados y los formados por islas pequeñas que se formularon en la cumbre de la Commonwealth celebrada en Trinidad, como también las propuestas de los Países Bajos, Francia y Gran Bretaña, entre otros.
Sin embargo, es menester precisar en mucha mayor medida cuanto se refiere a la financiación. Los compromisos de la Ayuda Oficial al Desarrollo de ayudar a los países más pobres a cumplir los objetivos de desarrollo del Milenio deben, asimismo, cumplirse. Además, es menester impulsar una financiación distinta y complementaria de las necesidades de los países que incluye la Ayuda Oficial al Desarrollo a fin de ayudarles a afrontar los costes adicionales generados por el cambio climático.
Un acuerdo que no determine con claridad el factor de la financiación será no sólo inaceptable para los países en desarrollo sino, además, inviable. Un acuerdo exitoso podría estimular no sólo una buena gestión de los bosques y un uso del suelo más sostenible sino también inversiones a gran escala tendentes a alcanzar un planeta de bajas emisiones de carbono y más saludable, incluidos los sectores de producción de energía, construcción y transporte. Por añadidura, podría marcar el comienzo de una era de cooperación internacional cualitativamente nueva, basada en responsabilidades comunes aunque diferenciadas y no sólo en lo relativo a la gestión del cambio climático sino también en lo referente al desarrollo humano, la justicia social y la seguridad global.
En definitiva, está en juego la cuestión de si nuestros dirigentes son capaces de esforzarse para ayudarnos a salvarnos…, en fin, ¡de nosotros mismos! El legado de los políticos actuales quedará decidido esta semana.

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