7 feb 2010

Juvenicidio en Juárez

Del feminicidio al “juvenicidio”
Marcela Turati, reportera.
Publicado en la revista mexicana Proceso # 1736, 7 de febrero de 2010;
En Ciudad Juárez la violencia no distingue edades y su estadística criminal la convierte en la más golpeada del país. Tras la matanza de jóvenes la semana pasada, la socióloga Teresa Almada, maestra de varios de los caídos, dice a Proceso que la estrategia del gobierno federal para combatir al crimen organizado ha sido fallida. Y se lanza contra las autoridades: “Estamos ante un juvenicidio; están asesinando a muchos jóvenes, a niños, a niñas. Necesitamos que se pare ya esta masacre”.
Un rap se escuchaba en un panteón de barrio en Ciudad Juárez el 11 de diciembre:
Mi ciudad está sufriendo y lo que necesita es paz, las calles están manchadas de sangre, desempleados terminan robando y no por el gusto más bien por el hambre, mientras que las mafias se disputan por la plaza un cuerpo es encontrado ejecutado a dos cuadras de mi casa, prendo la televisión buscando diversión y lo primero que veo es una jovencita de tan sólo 12 víctima de violación, los Estados Unidos se lucen poniendo un muro, sentado en la banqueta me pregunto qué será de mi futuro…
Aarón, el adolescente vocalista del grupo MC Crimen, cantaba con los ojos cerrados al pie de la tumba de Juan Cazarez, un joven de 18 años rafagueado por los pandilleros de su barrio junto con dos amigos que hoy descansan en tumbas vecinas. Tenía un pomo de cerveza en la mano que se balanceaba al ritmo del rap.
Tres víctimas de esta guerra en la que la mayoría de los caídos son jóvenes.
Los amigos del difunto, a quien apodaban Baser, coreaban la canción compuesta por Aarón que lleva por título Crónicas de mi vida, y la cantaban con tanto sentimiento, como identificados con la rola de la que conocían bien el estribillo: Las calles de Juárez, y también los bares, están siendo testigos cómo se matan los enemigos, escucha, mira y calla o puedes morir por las balas de una metra-tra-tralla.
El juvenicidio que se vive en Juárez llegó a su máximo estelar con la matanza de 15 jóvenes preparatorianos que convivían en una fiesta casera la noche del sábado 30 de enero.
De pronto, el Congreso de la Unión y el Senado de la República se preocuparon por las víctimas de la matanza y condenaron la violencia que se vive en Juárez, considerada la ciudad más peligrosa del mundo. El suceso escaló espacios en televisoras, periódicos y radios nacionales e internacionales.
Y cuando la estrategia militar del combate antidrogas comenzó a ser cuestionada, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, y el presidente Felipe Calderón dijeron que se trató de una riña entre pandillas; incluso anunciaron planes futuros para esta ciudad fincada en el olvido y, una vez más, prometieron replantear la fallida estrategia militar que se viene aplicando desde 2008.
Por todo el país, la gente se preguntó en qué momento Juárez llegó a esos niveles de violencia. Los antecedentes pueden ser Baser y sus amigos; también los cuatro jóvenes “fusilados” por otros adolescentes apenas en diciembre pasado; la veintena de masacrados en los centros de rehabilitación de adicciones también el año pasado; los bebés heridos de bala por ir acompañados de sus papás; los ocho huérfanos de padre y madre que tuvo que acoger el DIF; los niños que graban en sus celulares las ejecuciones; los 10 mil huérfanos mutilados de parientes por la violencia…
“Afortunadamente esta masacre (del 30 de enero) parece ser la gota que derramó el vaso, hemos tenido que esperar a que mueran tantos jóvenes para que la opinión pública nacional empiece a darse cuenta de lo que acá está pasando. Se dieron cuenta 4 mil 500 muertos después, y de éstos 80% eran jóvenes y 30% menores de 19 años”, dice en entrevista telefónica el diputado local por el PRD Víctor Quintana, indignado como la mayoría de los chihuahuenses.
El legislador, quien se erigió en relator de derechos humanos y ha subido a la tribuna local a denunciar desapariciones forzadas, matanzas, excesos de los militares en la Operación Coordinada Chihuahua, señala: “Estamos viviendo un juvenicidio. Los jóvenes de Juárez y del país, ya sean asesinados o sean ejecutores, son victimas. Y Gómez Mont y Calderón los quieren convertir en culpables y delincuentes”.
El perredista critica los planteamientos panistas de instaurar toque de queda en esa ciudad fronteriza, de por sí militarizada y al tope de retenes, y donde, dice, “los únicos que tienen libertades plenas en el estado son los narcos y sus escuadrones de exterminación”.
Y explica: “Este hecho nos muestra lo perverso y el fracaso de la relación del estado con los jóvenes: porque desde 2007 Chihuahua era el estado con mayor porcentaje de jóvenes entre 12 y 18 años que ni estudiaban ni trabajaban, con mayor índice de deserción en secundaria y prepa, donde a los jóvenes de 15 a 24 años se les dificulta tres veces más conseguir empleo y donde la única alternativa es la migración forzada o la pandilla o el narcotráfico o el suicidio. Y todos, ejecutados y ejecutores, son víctimas”.
Futuro roto
Una patrulla me detiene, los polis se bajan y me comienzan a esculcar interrogándome: ¿a dónde te diriges y en qué es lo que trabajas?, si no te gusta que te miren mal, entonces por qué no te fajas, como no traigo nada me dejan libre, más tarde se escucha una ráfaga y volvemos a lo mismo, los contrarios de mi vecindario vinieron acompañados de la muerte, el que está tirado en medio de la carretera es un amigo y esta vez no tuvo suerte… cantaba Aarón en el cementerio perdido entre las casas.
La madre de Juan no dejaba de llorar. A pesar de los anteojos oscuros se le veía la tensión en la cara. Ella fue quien envió un correo electrónico al rapero, a quien no conocía, y lo invitó al panteón a cantarle a su hijo.
“A él le gustaban mucho tus canciones”, le escribió.
La hermana de Baser –pelo negro brilloso, largas pestañas postizas y minifalda negra– plantaba flores de plástico sobre el monte de tierra. Al final, una mujer joven le pidió al rapero su teléfono y le explicó que lo llamará cuando regrese su hijo quinceañero, el único sobreviviente del asesinato, a quien tuvo que mandar al exilio para que los malandros de la cuadra no lo mataran.
MC Crimen es uno de los grupos de raperos y hiphoperos itinerantes que cantan y bailan por la ciudad, y ponen letra y movimiento a los horrores cotidianos que viven los niños y jóvenes juarenses que ven ejecuciones en el patio de la escuela o adentro de su propia casa y que están en riesgo por andar cerca de alguien con cuentas pendientes. O sin ellas.
Desde el año pasado, los alumnos de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez ya habían comenzado a manifestarse por la paz, a raíz de que desaparecieron dos compañeras y los asesinatos sucesivos de profesores y compañeros.
Ahora la tragedia tocó a los Cbtis, los bachilleres, las prepas y las ligas de futbol. Y, según la información que surge cada día, tocó a puro estudiante y deportista ejemplar, a aquellos que se habían escapado de la estadística de la exclusión educativa, a quienes no podían ser culpados de su propia muerte por andar en pandillas.
“Encima de todo, las autoridades plantean que los mataron por un pleito entre bandas. Es una construcción terrorífica porque aunque en este caso no fue así, si lo hubiera sido, ¿a poco eso justifica el crimen?, ¿qué alternativas de vida dan para que miles de chavos dejen de relacionarse con bandas?”, dice enojada la socióloga Teresa Almada, entrevistada por teléfono.
Directora de Casa Promoción Juvenil e integrante de la Mesa de Infancia del Consejo Ciudadano de Desarrollo de Juárez, Almada dice que los jóvenes juarenses son doblemente víctimas, porque: “o son asesinados, resultan heridos o presencian el crimen, o sufren por la falta de oportunidades y algunos finalmente se enrolan en el crimen organizado, porque la sociedad no les ofrece más que violencia”.
E insiste: la línea divisoria entre víctima o victimario es frágil, si se tiene en cuenta que 30% de los adolescentes de entre 12 y 15 años no estudian ni trabajan, que faltan prepas, que la crisis económica vació secundarias y que todos están expuestos a una violencia generalizada.
Ni los niños se salvan
El rap que coreaban ante la tumba es certero: Mujeres mueren, niños mueren, por la maldita crueldad que los sicarios tienen y no conviene quitar la vida por riqueza, ya que si algo nos enseñó el de arriba fue la nobleza, recuerda que las drogas y la ambición al pozo llevan…
La bitácora de la violencia en Juárez es escalofriante: en febrero de 2009, Bryan Marcelino González, un charro de 10 años que cursaba cuarto grado de primaria, fue asesinado en un bulevar cuando acompañaba a su hermano a transportar alfalfa; el 3 de octubre de ese mismo año, Laisa, de nueve años, es velada, mientras su hermano Enrique, de ocho, está en terapia intensiva con un disparo en la cabeza. Los dos fueron baleados en el parque donde jugaban cuando desde una camioneta dispararon contra su papá y su patrón.
En la estadística de 2008, también figuraban menores: el 18 de abril de 2008, la pick up del policía municipal Alejandro Martínez Casas quedó perforada por las ráfagas que recibió. El uniformado quedó sin vida, junto con su hijo Alejandro, de ocho años. Alrededor, 245 casquillos percutidos.
El 12 de mayo siguiente, el quinceañero Jorge Alfonso Zamora muere herido por una bala perdida que le atravesó el abdomen mientras estudiaba en su casa. Y el 9 de junio, Alexia Belem Moreno caminaba a la tienda con unas amiguitas cuando unos hombres la forzaron a subir a su camioneta y la usaron como escudo antibalas. Un balazo de AK-47 le dio en la cabeza. No alcanzó a terminar la primaria.
Semanas después, el 18 de julio, quedaron tendidos Raúl Alexander Golpe Jiménez, de 14 años, y Édgar Domínguez Galicia, de 15, estudiantes de secundaria; rafagueados por desconocidos.
El Norte de Juárez elaboró una estadística de la violencia a partir de información proporcionada por la Subprocuraduría de Justicia, según la cual de enero de 2008 a septiembre de 2009, 132 niños y adolescentes menores de 18 años fueron asesinados. Entre las víctimas hubo infantes de ocho meses.
Sin embargo, una estadística más puntual, elaborada por El Diario de Juárez con cifras oficiales, reveló que sólo en 2008 fueron asesinadas con arma de fuego al menos 460 menores de 25 años y que otras 900 víctimas tenían menos de 35. Sólo 300 de los asesinados ese año pasaban los 35.
Registros de la Dirección de Seguridad Pública municipal indican que al menos 14 mil adolescentes de entre 13 y 17 años forman parte de 521 pandillas que operan en 86 colonias. Y la Asociación de Maquilas sostiene que la violencia en la ciudad ha dejado a 10 mil huérfanos.
Teresa Almada, maestra de algunos de los bachilleres asesinados, lamenta: “No hay ningún resultado en dos años de presencia de los militares; no sabemos a quiénes combaten, porque no hemos visto ningún enfrentamiento contra narcos, sólo retenes y abusos contra la población civil. La estrategia es totalmente equivocada, mejor que les congelen las cuentas a los narcos, que elaboren una estrategia integral que prevea alternativas de vida, económicas y productivas para los jóvenes que han visto en el narcotráfico una opción, y que se haga una importante inversión en educación, en desarrollo, en creación de empleo”.
La especialista dice que debe replantearse la estrategia que, insiste, sólo ha dejado a los juarenses “sumidos en la tristeza”, y señala: “El año pasado hubo 120 menores asesinados y en lo que va de este año hemos tenido asesinatos de bebés de nueve meses, de un año. A un niño de siete años que balearon con su padre, aunque iba herido del pie e intentó correr, lo alcanzaron las balas”.
Y remata: “Estamos ante un juvenicidio; están asesinando a muchos jóvenes, a niños, a niñas. Necesitamos que se pare ya esta masacre”.

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