19 sept 2010

La Plaza Pública

Columna PLAZA PÚBLICA
La causa, el espectáculo, la realidad
Miguel Ángel Granados Chapa
Reforma, 19 Sep. 10

Manlio Fabio Beltrones y también Jorge Carlos Ramírez Marín ofrecieron el diálogo a que las bancadas a que pertenecen, en el Senado y en San Lázaro, se habían rehusado cuando los convocó el Presidente
Como reza el más dolido que indignado editorial del Diario de Juárez, el 16 de septiembre de 2010 "pasará a la historia como la celebración circense de dos siglos de vida independiente", mas para los periodistas que hacen esa publicación "esta fecha estará marcada por el luto, por la impotencia ante la falta de respuesta".
Provocó la pena de ese diario fronterizo el asesinato de uno de los suyos, Luis Carlos Santiago Orozco, un fotorreportero de apenas 21 años de edad, baleado a la luz del día en un centro comercial. A su lado, herido gravemente, estaba Carlos Sánchez, un aprendiz de fotógrafo que participaba en un curso de adiestramiento. Usaban el auto de Alejo de la Rosa, miembro de la redacción, que a última hora no salió a comer con ellos y les prestó el vehículo. Él es hijo de Gustavo de la Rosa, visitador de la Comisión estatal de derechos humanos, que vivió recientemente unos meses de exilio, amenazado por el ejercicio de su profesión.
La procuradora de Justicia de Chihuahua, Patricia González, ofreció a los editores del Diario castigar a quienes mataron a Luis Carlos Santiago. Su promesa no es creíble. Choca con los resultados de la averiguación de otro homicidio que lastimó a ese periódico, pronto hará dos años. En noviembre de 2008 el reportero Armando Rodríguez, muy conocido en la ciudad, fue baleado a bordo de su automóvil, cuando se dirigía a la escuela de su hija, de seis años apenas, que vio morir a su padre, destrozado. No se ha hecho justicia. Por eso el dolido editorial del viernes 17 se pregunta: "¿A quién pedirle cuentas? ¿A quién reclamarle por los atropellos que cotidianamente soportamos los trabajadores de la información?".
Ese mismo viernes, 13 personas más, ocho en un solo ataque, fueron asesinadas en Ciudad Juárez, el enclave de la mayor violencia letal que haya conocido México. Los hechos ocurrieron a despecho de la presencia de fuerzas federales, concentradas en gran número desde que en enero pasado se creyó haber tocado fondo con el asesinato de 16 muchachos en un barrio popular de esa ciudad. Entonces el Ejército fue replegado y sustituido por la Policía Federal, algunos de cuyos jefes fueron meses después denunciados de extorsionar, y de obligar a hacerlo a sus subordinados, sin que nada se hiciera para castigarlos.
Un gran número de esos efectivos desfilaron en las calles de la Ciudad de México horas antes del asesinato del joven fotorreportero. Mostraron su disciplina, su capacidad de fuego. Recibieron el aplauso de la multitud que los vio marchar. Dos días antes, el general secretario de la Defensa había repetido que sus fuerzas, y las de la Armada, no se replegarán, porque hacerlo sería interpretado como debilidad. Al contrario, soldados y marinos buscan ser muestra de fortaleza. Ya quisieran verla desplegada los habitantes de la sufrida Ciudad Juárez, donde sólo fue eficaz, y eso efímeramente, la retórica propagandística del ¡todos somos Juárez! La desolación de la ciudad quedó expresada el día 15. Se había resuelto no celebrar el Grito. Pero se quiso mostrar que las autoridades no se arredran, y el alcalde José Reyes Ferriz, a punto de terminar su gestión y que vive en El Paso, pues nadie, ni sus propias fuerzas policiacas parecen capaces de garantizarle su seguridad, apareció en el balcón del palacio municipal. Dio el Grito ante nadie, desierta la plaza donde antaño se reunían los juarenses. Él, por fortuna, quedó sano y salvo. Pudo librarse de que le ocurriera lo que a su homónimo José Reyes en el 15 de septiembre de El infierno, la cinta de Luis Estrada que está todavía en cartelera, aunque se impida verla a los adultos jóvenes.
La semana de celebraciones patrias mostró un acentuado toque castrense. Siempre lo tiene, pero quedó remarcado esta vez con un acto especial en el Colegio Militar y con un desfile de mayor duración y contagiado, por así decirlo, de la espectacularidad que horas antes había marcado la noche del Grito.
Los festejos comenzaron el lunes 13 en un escenario estorbado por las prematuras ruinas de la Estela del Bicentenario, el inacabado monumento que sería el equivalente a la Columna de la Victoria, inaugurada a tiempo, 100 años atrás, por el dictador Porfirio Díaz, y que sólo será terminada en una fecha va- gamente señalada: el último trimestre del año próximo. Orador en el acto, el presidente Calderón instó a la unidad nacional: "sólo unidos prosperamos, ésa es la lección de nuestra historia". El llamado sería atendido por el ex presidente Carlos Salinas, quien, invitado a la cena del 15 de septiembre, explicó que su presencia estaba motivada por esa convocatoria de Calderón. Oportunista como es -no el peor de sus defectos- recordó, desmesurado, una noche de Grito anterior, la de 1942, en que con motivo de la declaración mexicana de guerra al Eje, el presidente Ávila Camacho convocó a sus predecesores en aras de la unidad nacional. Le dio sentido la presencia de Cárdenas y Calles, que apenas seis años atrás habían roto en aras de la legitimidad presidencial defendida por don Lázaro.
El mismo lunes 13, y en el marco de la cercanía que desde diciembre de 2006 buscó Calderón con el Ejército, se efectuó en el Colegio Militar una vistosa celebración especial, por el Bicentenario. La interpretación castrense de la historia fue desplegada en una multitudinaria puesta en escena en que los protagonistas fueron los héroes de la historia oficial acuñada por los regímenes priistas, que tuvo la habilidad de presentar como conciliables las posturas de gobernantes tan disímbolos que dirimieron sus diferencias asesinando a sus enemigos. Los actores de esta, llamada, Ceremonia Magna Independencia y Libertad fueron 12 mil elementos de tropa.
Volvió el Presidente a esa institución castrense al día siguiente, para enca- bezar el acto de apertura y clausura de cursos del sistema educativo militar. El general Galván reivindicó allí la necesidad de la presencia militar en labores de seguridad pública y pidió una vez más un estatuto que legalice sin lugar a dudas ese papel. Dijo proponerlo porque "coincide" con la estrategia trazada por el comandante supremo, el presidente de la República. El verbo usado importa porque no alude a la subordinación, sino que remite a un plano de igualdad en que se obedece no por disciplina ante el superior sino por acuerdo con sus planteamientos.
Ese mismo día, fuera del marco de las fiestas patrias, el secretario de Hacienda defendió en la Cámara de Diputados el paquete económico presentado por el Ejecutivo al Congreso seis días atrás. Se reiteró, en sus propias palabras y en las de los diputados priistas, la diferencia que regirá la discusión fiscal este año, y que si persiste se erigirá como un escollo al diálogo a que se comprometieron la oposición y el gobierno el 16 de septiembre. En la ceremonia previa al desfile militar, cuyo volumen fue acrecentado por la presencia de representantes de 16 ejércitos, Manlio Fabio Beltrones y también Jorge Carlos Ramírez Marín ofrecieron el diálogo a que las bancadas a que pertenecen, en el Senado y en San Lázaro, se habían rehusado cuando los convocó el Presidente. El tránsito de una actitud a otra se explica porque Beltrones, cuyo activismo personal será notorio en el año legislativo que recién ha comenzado, eligió ser no convocado sino convocante al diálogo, que ha de ocurrir en su terreno y no en el fijado por el Ejecutivo. Calderón no demoró en aceptar el planteamiento priista, que no necesariamente se cumplirá pero cuyo esbozo es promisorio para los propósitos presidenciales.
Esa mañana, cuando manuscribió su aceptación al diálogo, Calderón debe haber estado satisfecho aunque fatigado. Había encabezado la noche anterior la fiesta que tuvo en el Zócalo su escenario principal, amén de la recepción ofrecida en el Palacio Nacional, y apenas unas horas después había dado otro Grito, en Dolores Hidalgo, de donde retornó para presenciar el desfile y pronunciar y oír los discursos teñidos de una voluntad de concordia.
En la Plaza de la Constitución (y en el Paseo de la Reforma) se habían reunido cientos de miles de personas para festejar, con una colosal producción mediática, el comienzo de la revolución de independencia.
Esta mañana, en ese mismo Zócalo, Calderón habrá izado a media asta la bandera nacional en memoria de las víctimas de los sismos de 1985, hace un cuarto de siglo.

 

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