26 dic 2010

España en el cablegate

España en los cables norteamericanos/Ángel Viñas, historiador y autor de En las garras del águila. Los pactos con Estados Unidos
EL PAÍS, 26/12/10;
El torrente de filtraciones de Wikileaks no ha defraudado lo más mínimo. En Europa las posturas oficiales más extendidas estriban en no otorgarles importancia, pero la tienen y mucha. Han sacado a la luz evidencia primaria relevante. Algo por lo que suspira cualquier analista que se precie. Nadie la ha desmentido.
Numerosos documentos comentados en este periódico dejan entrever los contornos político-diplomáticos de la relación de Estados Unidos con España en los últimos años. No alumbran el periodo precedente. La etapa Aznar hubiera sido mucho más interesante. No en vano representó una considerable desviación, profundamente atípica, de su cauce previo.
Los documentos dados a conocer abarcan cuatro categorías de actuación:
1. El trabajo diplomático habitual. Información sobre la evolución política; preparación de visitas de alto nivel (incluidos los “retratos” personales inevitables); contactos institucionales con el Gobierno, partidos, sindicatos y expertos varios. Me llaman la atención los siguientes rasgos: primacía de lo inmediato, algo perfectamente explicable; mejor calidad de los análisis a nivel macro que a nivel micro; actitud un pelín adanista y, dominando todo, una buena dosis de etnocentrismo. Sorprende que sorprenda a nuestros amigos norteamericanos que desde el Rey a los ministros, pasando por el presidente del Gobierno, defiendan los intereses españoles.
2. Las valoraciones de nuestra política exterior. Algunos cables dan la impresión de que hasta cierto punto debería disociarse de la interna. Si esta interpretación es correcta, se trata de una postura discutible. Aun reconociendo a la primera un cierto margen de autonomía en un régimen democrático, se da entre ambas una interacción permanente que conviene cuidar. Tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea la política exterior genera impactos internos muy considerables.
3. La defensa de los intereses norteamericanos. En principio hay poco que objetar a la realizada por medio de cauces institucionales normales. Forma parte del toma y daca habitual y es perfectamente legítima. Sí hay mucho que objetar a la materializada en actuaciones cuya legitimidad ha sido, cuando menos, dudosa. Admitamos, no obstante, que existe una muy delgada línea de demarcación entre gestiones razonables y las que no lo son. También que no es fácil discernir hasta qué punto coinciden, o se separan, los intereses en un momento determinado.
4. Las actuaciones que han dado origen a mayor número de comentarios son las que han salido de lo razonable. Responden a pautas de comportamiento fuertemente arraigadas y que solo el tiempo irá, quizá, erosionando. A no ser que sean consecuencia de una cierta hubris imperial, tal vez acentuada para el caso español por un cierto desdén. También muy típico. La consecuencia fue que resultó necesario expresar un cierto malestar en términos diplomáticamente corteses.
La gradación ha variado según la importancia que los norteamericanos han atribuido a los intereses en juego. En algunos aspectos relacionados con la política internacional, las gestiones un tanto conminatorias se comprenden hasta cierto punto. En el plano de la política interior plantean interrogantes.
No hay que olvidar que la democracia española es, de entre todas las europeas occidentales, la que menos motivos de agradecimiento tiene para con Estados Unidos. Naturalmente no sé hasta qué punto hoy estará interiorizada esta postura. Sin embargo, tal afirmación, que quizá sorprenda a más de un lector, no emana de una postura apriorística. Se llega a ella inductivamente, partiendo del análisis desprejuiciado de la evidencia remansada en archivos, norteamericanos y españoles, durante más de 40 años. Únicamente el régimen de Franco y sus apoyos políticos, económicos e ideológicos tuvieron motivos para agradecer el espaldarazo recibido de allende el Atlántico. Algunos de quienes conocían las interioridades no tuvieron inconveniente en utilizar términos muy duros para caracterizar el resultado. A veces sus juicios no se plasmaron en esos papeles sin los cuales no podemos trabajar los historiadores. Pero para ciertos altos militares y diplomáticos (me vienen a la memoria los nombres de Manuel Gutiérrez Mellado, Ramón Salas Larrazábal y Carlos Fernández Espeso) fue la propia de un “Estado cipayo”.
Salir de aquella situación fue una tarea titánica. La diplomacia española de los años ochenta combinó resistencia, tenacidad, visión de futuro y capacidad de compromiso. Las profundas divisiones a que se habían acostumbrado los norteamericanos y de las que tanto provecho extrajeron (no en vano también las fomentaron en ocasiones) pasaron en gran medida a segundo plano. O no tuvieron, que se sepa, trascendencia operativa.
En un momento histórico completamente diferente, los cables hacen pensar en la reaparición por parte norteamericana de la “técnica del ariete”. No el que bate una sólida plancha de madera de roble blindada, sino el que golpea una puerta hecha a base de tablones, algunos más débiles que otros. Ha tenido éxitos en una coyuntura en la que tal puerta protegía una posición en donde se habían dado cita elementos de desasosiego. La decisión de retirar las tropas de Irak (valiente y plenamente justificada por razones de política exterior e interior) generó costes. La conveniencia de zafarse en algunos ámbitos sensibles de las pautas de la época precedente, añadió otros.
Indudablemente tuvo razón uno de los cables: el antiamericanismo no es una opción de política exterior. Cabría, quizá, añadir que sobraba tal lección, posiblemente dada un poco a lo maestro de escuela. Los Gobiernos de la democracia no han sido antiamericanos. Tampoco han aspirado, con alguna excepción, a establecer una “relación especial” a lo Blair. Está por demostrar que esta última haya servido a Reino Unido para ganar influencia real en Washington. Quienes saben por dónde fueron los tiros, han vertido agua fría sobre los juegos malabares de Tony, plasmados de nuevo en sus recientes y mendaces memorias.
La dosificación de cal y de arena en la protección de intereses nacionales es un ejercicio complicado en las relaciones con Estados Unidos. Atraviesa altos y bajos, avances y retiradas. Lo táctico a veces predomina sobre lo estratégico. Este se ve lastrado por circunstancias no influenciables. La crisis económica limita posibilidades. La reducción de costes lleva tiempo. Los norteamericanos nunca dan nada por nada. Los cables muestran su interpretación de las acciones y omisiones españolas. No es académica. A veces, tampoco aceptable.
Es notable, en mi entender, que también haya habido una reversión por parte de actores españoles hacia comportamientos que cabía creer un tanto superados. Prestarse al juego del divide et impera o ir a confesarse con “papá” se comprende en ciertos casos fuera de la Administración. No dentro de ella. Tampoco es la mejor forma de defender los intereses propios, a no ser que se trate de movimientos sopesados y calibrados. Indudablemente se han producido, y es lógico, a los niveles correspondientes. Pero también ha habido otros. Lo que parece haber sido un exceso de amistad en el Banco de España causa rubor. De la fiscalía y de ciertos funcionarios medios, mejor es no hablar.
Si comparamos el manejo de una relación bilateral con un torneo es evidente que siempre interesa conocer lo que determina la conducta de los participantes. El objetivo estriba en aplicar la habilidad propia para ganar el mayor, o para perder el menor, número de vueltas. Cómo se haya planteado la justa por el lado español no está iluminado. Los cables, evidentemente, no pueden identificarlo.
En los documentos, algunos de los interlocutores de nuestros amigos aparecen con un colmillo más retorcido que otros. O merecen una valoración mejor. En la medida en que sigan disfrutando del adecuado apoyo político interno, el torneo continuará con su participación. Han pasado los tiempos en que era relativamente fácil inducir la remoción de algún interlocutor incómodo. Con todo, muchos cables dejan mal sabor de boca. EL PAÍS ha hecho muy bien en publicarlos y, al hacerlo, han rendido un gran servicio al fortalecimiento de la conciencia democrática. En España y fuera de ella.

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