28 oct 2012

Cárceles en México

Es la peor cárcel y hasta le sobra espacio
El diagnóstico de Derechos Humanos califica a 100 penales del país; Excélsior entró a los que están en los extremos de la lista para ver su realidad
Juan Carlos Rodríguez, reportero.
Excélsior, 28 de octubre.- En México, el código postal puede determinar que un prisionero curse la licenciatura o que transcurra sus días en el analfabetismo; que pueda visitar al dentista dos veces al año o que muera por una simple diarrea; que aprenda un oficio y tenga un ingreso fijo o que haga de la extorsión una forma de vida tras las rejas. Todo depende del estado en que una prisión se ubique.
La mejor cárcel del país es monitoreada las 24 horas del día por cámaras de alta definición desde una central policiaca, y las imágenes son enviadas a Plataforma México. Además posee un sistema monetario propio, tiene jardines, aulas con computadoras y sus custodios portan ametralladoras semiautomáticas que, en ocasiones, ni las propias corporaciones estatales utilizan.
En cambio, la peor cárcel mexicana no recibe un solo peso del estado ni de la Federación. Sobrevive con los escasos recursos municipales, por lo que carece de detector de metales en la entrada, no tiene un metro cuadrado de áreas verdes y los reos son los encargados de almacenar y preparar los alimentos para la población.
Excélsior tuvo acceso a esos dos mundos. Visitó los centros de reclusión con la más alta y con la más baja calificación obtenida en el Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria, publicado recientemente por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
La primera está en la capital de Aguascalientes y tiene una población de poco más de mil internos. La segunda se localiza en el municipio de Santiago Ixcuintla, Nayarit, y aloja a 54 reos.
El Centro de Reinserción Social de Aguascalientes  (el cual está dividido en femenil y varonil) obtuvo un promedio de 9.3 en “aspectos que garantizan una estancia digna”, una nota de 9 en “condiciones de gobernabilidad”, 8.4 en “reinserción social del interno” y 7.5 en “aspectos que garantizan la integridad física y moral del interno”.
El Centro de Readaptación Social regional Santiago Ixcuintla, el sotanero dentro del ranking –de cien penales– que elaboró la CNDH, tiene registros de 3.1, 5.7, 1.8 y 4.4, respectivamente.
El modelo a seguir
La medida más radical que se adoptó en los penales de Aguascalientes para imponer la disciplina fue erradicar el circulante. Luis Ricardo Benavides, director general de Reinserción Social del estado, explica que eliminar el manejo de dinero en las prisiones significó acabar de raíz con un factor que detona corrupción, privilegios, extorsión y autogobierno en los centros penitenciarios.
En su lugar se implementó el llamado Sistema Individualizado de Ahorro del Interno, el cual permite que los prisioneros reciban depósitos (ya sean de familiares o de las empresas para las que trabajan) en una cuenta que es manejada por las autoridades carcelarias. A cada recluso se le otorga una tarjeta de débito con su nombre y fotografía que le permite adquirir abarrotes en una tienda supervisada por personal de la cárcel.
Al final de la compra, cada interno recibe un ticket en el que se registra la compra que hizo y el saldo que le queda. “No sabes los problemas que te ahorras con este sistema. Si tú retiras el circulante de una cárcel automáticamente acabas con los cotos de poder, inhibes las extorsiones e impides la creación de privilegios”, afirma Benavides, quien está al frente del sistema carcelario de Aguascalientes desde hace cuatro años, lapso en el que la CNDH les ha dado dos veces la más alta calificación.
Decenas de cámara de video HD están instaladas en pasillos y patios del penal de Aguascalientes, y sus imágenes son proyectadas en tiempo real al Centro de Operaciones de la Secretaría de Seguridad Pública del estado, al mando del general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy. Cualquier anomalía o actitud sospechosa es observada en los monitores de la Policía Estatal.
Quizás sea el perfil castrense del máximo encargado de la seguridad del estado lo que propició que dentro de las cárceles de la entidad se apliquen esquemas cuasi militarizados. De inicio, todos los reos están obligados a portar uniforme, hay horarios establecidos para despertar, desayunar, comer, merendar y dormir; hay horarios fijos para las actividades deportivas, recreativas y laborales.
“El orden y la disciplina son esenciales para el control del penal”, afirma Cristela Moreno, directora del Centro de Reinserción Social Femenil, cuya población es de 91 prisioneras, 49 de ellas sentenciadas y 42 procesadas. “El rigor es clave, pero tenemos claro también que la salud física y mental de las internas es primordial para que puedan reconstruir su vida”, agrega la responsable del centro, enfundada en uniforme policial, de boina y botas negras.
Al fondo de la tabla
El Cereso de Santiago Ixcuintla es una realidad diametralmente opuesta. No es el infierno que cualquiera puede inferir al analizar las cifras de la CNDH, pero las carencias son notables desde la entrada.
A diferencia de lo ocurrido en Aguascalientes, en el penal nayarita no se les exigió a los reporteros registrarse, mostrar una identificación ni dejar encargado el teléfono celular. Tampoco fue necesario pasar las mochilas por un escáner ni ser auscultados con detector de metales. Esa tecnología no existe aquí. Tampoco los filtros de seguridad, pues entre la calle y la puerta que da acceso al patio de los convictos sólo hay dos pasillos de cuatro metros de largo cada uno.
Extrañamente, el Cereso de Santiago no tiene sobrepoblación; al contrario, está a la mitad de su capacidad.
Según el propio reporte de la CNDH, el hacinamiento es un problema constante en los penales del país, incluidos los que tienen calificaciones de excelencia. Pero en la peor cárcel de México hay espacio de sobra. Tiene lugar para 120 internos y el día de la visita sólo había 54 (entre ellos una mujer).
De hecho, tiene celdas recién construidas, con paredes y rejas bien pintadas que permanecen sin estrenar por falta de “inquilinos”.
La distribución de la penitenciaría es sencilla: de un lado están las oficinas y enfrente un pequeño edificio de dos plantas con seis celdas en cada nivel; a un costado están los espacios nuevos, un taller de carpintería y el gimnasio (así le dicen a un cuartucho donde hay unas pesas para los reclusos) y, del lado opuesto, un muro de cinco metros de alto. Al centro está el patio y, en él, una mesa de concreto.
“Nosotros respetamos el estudio de la CNDH, pero no lo compartimos”, afirma Pavel Jarero, presidente municipal de Santiago Ixcuintla. “Para empezar, no hay recursos ni del estado ni de la Federación para la manutención del Cereso. Si los internos desayunan o comen es responsabilidad del ayuntamiento”, agrega el edil, cuyas cifras contrastan con las de Aguascalientes, estado que recibe del gobierno federal 23 millones de pesos anuales sólo para el sistema carcelario.
“Vamos a seguir tratando de corregir los problemas, pero tenemos derecho a defendernos. Si bien nuestra cárcel es modesta, ustedes pudieron percatarse de que no es una pocilga”, remarca el alcalde, quien confiesa que el sostenimiento del centro le cuesta al municipio 120 mil pesos mensuales. “Además, una cosa que no se dice es que los tres mejores penales de México tienen problemas graves de hacinamiento, y eso aquí no lo hay.”
Jarero, quien presume tener a la policía mejor calificada de las corporaciones municipales del estado, se arriesga a lanzar una hipótesis sobre su colocación en la lista de la CNDH: “Desde hace un año el gobernador (Roberto Sandoval) ha sido muy crítico de los problemas que genera el Cefereso en Tepic y hasta prometió sacarlo del estado. No quisiera pensar que la evaluación es un golpe de regreso para señalar a los ceresos de Nayarit como los peores del país.”
Dos realidades
En los penales de Aguascalientes las familias también resienten la mano dura. Para ingresar al penal los parientes deben usar ropa holgada (nada de escotes, minifaldas y ropa ajustada) y tienen prohibido ingresar algo distinto a alimentos. Los domingos, días de visita, sólo podrán llevar la comida que consuman ese día, pues los reos son castigados si almacenan sopas, guisados o antojitos.
En Santiago, en cambio, la celda de un reo hace las veces de bodega, pues allí se almacenan los costales de arroz, frijol, azúcar que consumen sus colegas. De hecho, esa misma celda tiene la concesión de albergar un refrigerador y vender refrescos a los sedientos.
Cada celda tiene los sartenes, pocillos, cucharas y platos que utilizan los huéspedes. Hay algunas que hasta cuentan con hornilla eléctrica, ya sea para el café o para los huevos. Algo que los encargados del penal y los familiares de los reos cuentan con agrado es que son los propios internos los que cocinan en el patio del reclusorio, situación que, aseguran, ayuda a la integración y convivencia.
A 200 kilómetros de distancia, en Aguascalientes, los penales tienen tecnología para tomar datos biométricos a los internos. En Santiago, el secretario de Seguridad Pública es al mismo tiempo el jefe de la Policía, el director del reclusorio, el director de Protección Civil y el jefe de Tránsito y Vialidad.
En Aguascalientes, las opciones laborales son carpintería, soldadura, artesanías, reparación de electrodomésticos, captura de datos, repujado, bordado, costura, deshilado… En Santiago se fabrican ataúdes de madera, se elaboran pulseras y diademas de hilo, y se hacen figurillas de origami.
“No estamos tratando con colegiales”
El principal responsable de que las cárceles de Aguascalientes tengan el primer lugar en materia de estancia digna, gobernabilidad y respeto a los derechos humanos es el general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy, quien hace cuatro años llegó para apaciguar un estado convulsionado por delitos de alto impacto.
Para el secretario de Seguridad Pública estatal no hay camino para la disciplina: la disciplina es el camino.
Así ha sido en los 47 años de servicio en el Ejército, en sus misiones como agregado militar en Rusia, Israel, Guatemala, entre otros, y en su papel como comandante de la Novena Zona Militar, donde ganó fama por pisarle los talones a El Chapo Guzmán, a quien le decomisó una fortaleza en el mero Badiraguato, lo que le costó un pleito legal con la madre del capo y amenazas de muerte por parte del cártel de Sinaloa.
—¿Cómo ha sido el camino para alcanzar este esquema carcelario?
—Son cuatro largos años en los cuales hemos aplicado el reglamento interior de esos penales. Es el resultado de la disciplina, de aplicar medidas drásticas, evitando la circulación de dinero y evitando que los familiares lleven artículos prohibidos, como droga y armas.
—Si hipotéticamente se creara una instancia que supervisara a todos los penales del país y usted la dirigiera, ¿qué medidas adoptaría para acabar con la crisis de gobernabilidad en las cárceles?
—Lo mismo que hacemos aquí. Capacitar a la policía carcelaria y equiparla con lo más avanzado en tecnología y armamento. Segundo, ejercer la autoridad en los penales y aplacar cualquier intento de autogobierno.
—Aunque los derechos humanos son importantes…
—No olvidemos que no estamos tratando con estudiantes, no estamos tratando con colegiales; estamos tratando con delincuentes de toda índole, secuestradores, que cometen delitos contra la salud, no es gente que podamos dirigir fácilmente. Aun así, las medidas drásticas no están peleadas con el trato digno.
—¿Cómo ha conseguido Aguascalientes que su policía penitenciaria tenga armas automáticas y vehículos con tecnología de punta?
—El adiestramiento es fundamental. Si no hay adiestramiento, pues cómo vamos a controlar a la gente que nos llega; si no tenemos el equipo necesario, cómo vamos a imponer el orden. La capacitación debe ser constante para frenar los delitos. Ahora, hay otra cosa. Aquí no hay rivalidad entre grupos, aquí la policía estatal recibe con gusto el apoyo del Ejército y de la Policía Federal.
“Yo procedo del Ejército, hablo el mismo idioma que los soldados destacamentados en el estado. Aquí la coordinación es excelente, hacemos operativos conjuntos con las instancias federales, no hay ningún celo, se trabaja con profesionalismo con SSP, PGR, Cisen, etcétera.”
“Ya sé que nos tachan de lo peor”
SANTIAGO IXCUINTLA, Nay.— La peor cárcel de México es, al mismo tiempo, una fábrica de ataúdes. Pero en contra de lo que sugiere la lógica, los clientes no son los internos del modesto penal de este municipio nayarita. Se trata de la principal actividad recreativa de los presos.
El Cereso de Santiago Ixcuintla cobró fama de la noche a la mañana. El informe de la CNDH lo ubicó al fondo de una lista de 100 penales por sus “deplorables” aspectos para garantizar la integridad física y moral de los prisioneros, sus “funestas” características para garantizar una estancia digna y sus “lamentables” condiciones de gobernabilidad.
Pero si bien este Cereso es rústico y tiene métodos rudimentarios de vigilancia y seguridad, tampoco es un cuchitril donde se coman vivos a los visitantes.
En la cárcel de Santiago vive Pepe El Toro. Así le llaman a José Gabriel, pues es carpintero y canta. Este recluso, además de buena voz, juega un rol fundamental en la estabilidad del inmueble: es el encargado del taller de carpintería y, adicionalmente, compone los cantos y alabanzas que se entonan en el patio del reclusorio cuando llegan los grupos cristianos a leer la Biblia.
Cuando los periodistas arribaron al penal, José Gabriel se encontraba dando los últimos toques a una caja de muerto elaborada con pino, color vino y en cuya tapa se talló una Virgen de Guadalupe.
—¿Qué les ayuda más a los reos, la madera o las plegarias?, se le pregunta.
—Pues yo digo que las dos cosas. No todo en la vida es trabajo, también necesitamos el alimento espiritual y las alabanzas nos lo dan, responde.
—¿La población sí participa?
Claro, están muy interesados. Y yo lo hago con alegría. Trabajar la madera es bonito, al menos el tiempo se te acorta. Y yo les digo que saliendo de aquí, en cualquier carpintería les van a dar chamba.
Este Cereso, ubicado a 80 km al noreste de Tepic, no es más grande que una escuela primaria estándar. Tiene un edificio de dos plantas con seis celdas en cada nivel. En cada celda caben seis reos, pero la población es escasa por estos días y hay espacios en los que sólo conviven dos o tres presos.
El inmueble no tiene área de ingreso ni centro de observación y clasificación. Es decir, los convictos llegan directo a convivir con el resto de la población, sin importar si está procesado o sentenciado, si es de alta o de baja peligrosidad.
No hay cocina, y las instalaciones deportivas consisten en un tablero de basquetbol. Pero el balón hace tres semanas que se ponchó. No hay un área especial para la visita íntima, por lo que los interesados deben pedir prestada una celda y tapar la reja con cobijas.
En las demás celdas, las camas son de cemento, pero tienen colchoneta y cobertores suficientes. Cada una cuenta con retrete, botes de agua para echarle después de usar y lavamanos. La mayoría tiene televisor y hasta ventilador. No es la gloria, pero tampoco se ve que sufran.
En los archivos del penal no hay evidencia de supervisión alguna, tampoco un libro donde se registren riñas, amotinamientos o intentos de fuga. Aquí no conocen los locutorios ni los manuales de procedimiento de ingreso. Las áreas de visita familiar son el patio y las propias celdas. Y el médico del penal ni consultorio necesita, pues él mismo puede pasar a ver a los enfermos a sus calabozos en compañía de su maletín.
El director del penal es el comandante José Pelayo Santana, quien simultáneamente tiene otros cuatro empleos. Trabaja de secretario de Seguridad Pública de Santiago Ixcuintla, de jefe de la Policía Municipal, de director de Tránsito, y de director de Protección Civil. Según él, hace años que no se registra una riña en el penal, por ello, internos de otras cárceles del estado piden su traslado para acá.
La presa 54
En un anexo del penal, en una celdilla de tres por tres, y con un patio que se acaba con sólo dar cinco pasos, habita la única mujer que el día de la visita estaba recluida en el Cereso de Santiago Ixcuintla. Se llama Rosario, es originaria de Mazatlán, Sinaloa, y al igual que lo haría un náufrago, busca el mayor contacto que puede con humanos para no volverse loca.
Rosario lleva cuatro meses en el penal nayarita. Cuenta que un día, en el tianguis donde solía vender, hubo un operativo policiaco para decomisar mercancía robada. Todos sus compañeros corrieron para evitar ser detenidos, pero ella, segura de la procedencia legal de los fierros viejos que ofrecía, se quedó parada, pues el que nada debe, nada teme. “Ya estando aquí en la cárcel me dijeron que la chatarra que vendía era robada, pero yo no lo sabía”, alega la mujer, de unos 35 años.
La tragedia de Rosario es triple, pues está detenida, en la celda sólo puede hablar con los muros y, encima, su familia no la visita. “Venir desde Mazatlán es muy caro. Y ahorita mis hermanos están haciendo lo posible para conseguir los diez mil pesos que necesito para pagar la fianza”, platica.
—“¿Y qué hace usted para que no le gane la tristeza?”, se le pregunta. “Pues voy a terapia cada 15 días con la sicóloga o platico con los custodios para que no esté pensando todo el tiempo en el problema”, dice.
“No soy mara, soy cora”
Uno de los ayudantes más entusiastas de José Gabriel es Arturo, el más tatuado de los internos de Santiago. Con insistencia se le para enfrente al fotógrafo para decirle “yo no soy mara, soy cien por ciento cora de Nayarit”, en alusión a la etnia de la sierra del estado.
“Estamos encerrados por una madre, por un delito leve, pero ya mero vamos para afuera, para integrarnos a la sociedad si Dios quiere”, afirma el hombrecillo que tiene dibujadas telarañas en ojos, boca, cuello, manos y pies.
—¿Y cómo es la convivencia aquí?
No pues a toda madre aquí, a todo dar con la raza aquí, se porta a toda madre aquí.
—¿Hay riñas?
No hay nada de broncas aquí, todos aquí estamos bien.
—¿Y al que se quiere pasar de vivo?
—No pues hay castigo para ellos, se lo llevan a encerrar, hay celdas de encierro para el que ande de pasado, hasta quince días o un mes.
Al rescate de las almas
Tras divulgarse el informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), de inmediato se pensó que el penal de Santiago era indomable y que el diablo andaba suelto por ahí. Y algo debe haber de cierto, pues el día del recorrido una mujer con velo blanco y Biblia en mano caminaba por el reclusorio hablando de la salvación de almas.
Responde al nombre de María Luisa y pertenece a la Iglesia Apostólica de la Fe de Cristo Jesús. Desde hace 14 años visita con regularidad la prisión de Ixcuintla, para dar una palabra de aliento a los internos. Gracias a su labor, 27 convictos han sido bautizados en la fe cristiana y sus feligreses ya editaron un libro de alabanzas.
“La palabra del Señor dice que nuestro deber como cristianos es sacar a las almas del pozo, no hundirlas más. Y por eso estamos aquí”, declara la religiosa. Sostiene que tanto internos como autoridades han sido amables con ella y nunca ha visto una pelea.
“Es una gran alegría servir al que nos da la vida”, confiesa María Luisa, quien antes de despedirse del reportero le pide un minuto de atención para entonar un cántico. Entonces, llama a José Gabriel y a otro recluso para realizar la alabanza en trío.
Conforme se camina por los pasillos del penal, varios reos salen al paso para ofrecer las pulseras y diademas que tejen y con las que se ganan algunos pesos para comprar refrescos o papas. “Las chiquitas de a diez y las grandes de a veinte”, dice uno de los internos, quien de inmediato es ahuyentado por el más fornido de la población. Su nombre es Ismael, y por iniciativa propia, adoptó el papel de guarura durante la estancia de la prensa.
Ante la presencia del fotógrafo y el camarógrafo de Grupo Imagen Multimedia, Ismael endurece los pectorales para mostrar su tutela sobre los demás y como insinuando que le gustaría ser entrevistado. “Yo me he enterado que critican a este Cereso como de lo peor, pero ustedes ya lo miran, es todo lo contrario”, afirma el fortachón.
Prohibido levantar la mirada 
AGUASCALIENTES, Ags.– En la mejor cárcel de México, los internos deben pedir permiso para todo, incluso para alzar el rostro.
El mejor penal del país tiene jardines con bancas y árboles que dan buena sombra; hay bibliotecas, aulas con computadoras, consultorio dental, talleres bien equipados, canchas deportivas y hasta un huerto donde se cosecha coliflor, papa, lechuga y rábano.
Los reos pueden hacer uso de todas las instalaciones —algunos, de hecho, han logrado cursar aquí la licenciatura y otros tienen ingresos fijos por la manufactura de muebles y artesanías—, pero cada que se desplazan por las áreas comunes deben hacerlo con la mirada hacia el piso y con las manos atrás.
Fuera de la celda, el ocio está prohibido. Y aquel prisionero que no tenga una tarea específica y esté a la espera de alguna instrucción de los custodios deberá permanecer parado contra la pared, siguiendo la regla de oro: agachado y con las manos atrás.
El desacato se paga con la cancelación de beneficios, ésos que a más de un ladroncillo holgazán le han hecho volver a delinquir con tal de ser recluido de nueva cuenta y tener así lo que afuera no tiene: tres comidas al día, uniforme, consulta médica y hasta clases de guitarra. Todo gratis.
Luis Ricardo Benavides, director general de Reinserción Social del estado de Aguascalientes, no es militar, pero habla como si lo fuera. “A los presos se lo decimos desde que llegan: aquí entran sin derechos; los derechos se ganan con orden, disciplina y limpieza”.
El funcionario se expresa con la autoridad que le da el saber que su entidad obtuvo la calificación más alta (8.47, en una escala del uno al diez) en el más reciente Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria, de la CNDH.
Bajo su coordinación están tres de los diez penales mejor evaluados del país. El Cereso femenil es el número uno, con una calificación de 8.74. En la segunda posición está el Cereso Varonil, con un registro de 8.43. Ambos están ubicados en la capital de Aguascalientes y a ambos tuvo acceso Excélsior.
Permiso para hablar
Cualquier kínder del país envidiaría las instalaciones de la prisión femenil de Aguascalientes. Tiene un jardín central con frondosos limones. Los pasillos del patio son de adoquín y no hay una sola colilla de cigarro en el piso.
“Buenos días”, responden en coro las convictas cuando se les visita en el taller de repujado. “¡Alza la cara!”, ordena la directora del penal a una de las internas cuando le aproximamos el micrófono para preguntarle cómo las atienden en el reclusorio. Sólo entonces a Silvia se le aprecian sus cejas depiladas y el rímel en las pestañas: “No me quejo, estoy estudiando la preparatoria y nos dan bien de comer”.
Son las 8:30 de la mañana y los dormitorios ya están aseados. No hay planchas de cemento, sino camas, como las de cualquier internado. Seis por habitación, todas tendidas. Cuando Benavides habla de la importancia del orden y la pulcritud, algo interrumpe su exposición. Va hacia uno de los catres y mete el extremo colgante de una cobija entre el colchón y el tambor. “Te voy a pedir que siempre los dejen así”, le ordena a la directora del penal.
En el taller de hilos, cuatro mujeres enredan estambre en tiras de cartón. Son muestrarios de diversos tonos por los que una empresa les paga 50 centavos la pieza. Las más aplicadas hacen hasta 60 en una jornada de seis horas. A cinco pesos la hora. Tienen prohibido dejar de trabajar mientras la prensa está presente. “¡Te hablan Malena!”, ordena Benavides. Sólo entonces ella puede alzar la cara y responder: “Pues me gusta lo que hago, se nos pasa el tiempo más rápido. Fue difícil adaptarnos a la disciplina”.
En el reclusorio femenil hay 91 presas, 71 de las cuales tienen una actividad laboral. Treinta y tres estudian el bachillerato y 13 la educación básica, según las autoridades penitenciarias. Pero nada es gratuito, pues cualquier indisciplina se sanciona con restricciones, incluidos el derecho de hablar por teléfono y las visitas.
En la cocina, las encargadas de preparar los alimentos, portan cofia y cubrebocas mientras pican la verdura o fríen las tortitas de pollo. En los almacenes hay cinco grandes refrigeradores. El menú es supervisado por la Secretaría de Salud estatal e incluye frutas y cereales.
En el patio central hay un pelotón de internas recibiendo instrucciones. Entre ellas hay una mujer con tatuajes en la cara y con los brazos llenos de cicatrices, resultado de múltiples intentos suicidas.

Dos de sus hermanas han estado en el penal y ella es la segunda vez que lo pisa. Emelia, así se llama esa mujer de rudo aspecto, hace como que agacha la cabeza para no ser regañada, pero espía a los visitantes. “Ella es boxeadora y tiene un perfil peligroso, trátala con tiento”, aconseja Benavides cuando se le pide autorización para entrevistarla.
“Aquí me enseñé a respetar a las personas y a respetarme a mí misma”, dice la púgil, que ese día traía unas sombras cobrizas en los párpados. “Ahora quiero echarle ganas y ser una persona diferente cuando salga.”
De 33 años, Emelia tiene dos hijos adolescentes, una nieta y un mensaje: “Quiero decirles que los quiero mucho, que se porten bien, que ya mero voy a estar con ellos, sólo me faltan siete meses; quiero entregarles todo el cariño que nunca les di, yo sé que les fallé”.
Guantánamo hidrocálido
El número dos en el top de las cárceles de México es el Cereso Varonil Aguascalientes. Cuentan que aquí hace cuatro años reinaba la anarquía. Los presos más empoderados cobraban derecho de piso, había permisos para salir del penal, había teléfono en algunas celdas y hasta existió un convicto ladino que tenía cinco mujeres que se turnaban para ir a verlo en la visita íntima. Las sesiones podían durar hasta 12 horas.
Las cosas son ya muy distintas. Ahora tiene una calificación de 9.1 en “estancia digna” y 8.6 en “condiciones de gobernabilidad”.
Además de haber eliminado el dinero circulante y de seguir los esquemas militarizados, los presos tienen prohibido colgar objetos o cuadros en las paredes y rejas de sus celdas. Especialmente, de la Santa Muerte, ella está vetada. “Nos dimos cuenta que les hace mucho daño a los internos; los vuelve más violentos, y entonces decidimos prohibir las imágenes”, afirma Juan Manuel González, director del reclusorio.
Pese a ser el penal varonil mejor evaluado, el Cereso de Aguascalientes sufre de hacinamiento. Allí viven 918 reos, pero su capacidad es para 750. Sin embargo, las autoridades tienen un antídoto eficaz contra las riñas y amotinamientos: “Las peleas son muy poco comunes, la mayoría aquí sabe que hay sanciones y que se deben respetar los lineamientos, pues nos castigan con las visitas”, afirma Juan Carlos, quien lleva ocho meses adentro por el delito de robo.

Es difícil circular por los patios del Cereso de esta capital sin recordar la cárcel estadunidense de Guantánamo. Aquí, los presos también caminan en caravanas, siempre mirando hacia el piso y con las manos en la parte lumbar. La diferencia es que aquí los convictos no están esposados. Pero el sometimiento es el mismo. El aspecto limpio también.
Además de la clasificación entre sentenciados y procesados, en este centro de reclusión los reos también se dividen en malosos y los no tanto. Los primeros viven en la zona de máxima seguridad, ahí donde un sicario de Los Zetas tiene por compañero de celda a un gatillero de La Familia Michoacana, y donde un secuestrador comparte litera con un tratante de blancas.
Los segundos suelen reunirse en una nave industrial, que sin problemas aprobaría cualquier examen de control de calidad. Cuenta con maquinaria y herramientas para fabricar muebles y cuadros de madera, así como artículos de piel y cinturones piteados.
El más veterano en el negocio es Juan Manuel. Él lleva diez años en el penal y le faltan dos para salir. Esa década le ha servido para instalar su propio taller de carpintería, el cual le permite enviar al menos dos mil pesos al mes a su esposa y al hijo que el día de la reclusión tenía cinco años y que hoy es un joven de 16. Juan Manuel confía que el día de su liberación lo haga con su título de licenciado en administración de empresas bajo el brazo, pues actualmente cursa el quinto semestre.
A un costado del taller está un terreno que recuerda más a una estancia para adultos mayores que a una prisión. Se trata de un huerto donde se cultivan hortalizas y cuyo encargado es José María, un ingeniero agrónomo de 65 años, quien confía que antes de que termine el año abandonará la cárcel.
Calificación de penales
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) realizó el Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria:
Dicho diagnóstico tiene como fin calificar las condiciones de hacinamiento y gobernabilidad, entre otros aspectos, que hay dentro de los penales del país.
Los ceresos que obtuvieron la mayor calificación, como resultado de sus altas condiciones para garantizar la seguridad mental y física de su población, están el femenil y varonil de Aguascalientes, al obtener una calificación de 8.74 y 8.43, respectivamente.
A esta calificación contrasta la del penal regional de Santiago Ixcuintla, en Nayarit, al obtener uno de los promedios más bajos, de 4.57.
Sin embargo, sí hay una cárcel que presume la calificación cero, el Cereso de Piedras Negras, Coahuila, debido a que la autoridad penitenciaria advierte que no existen las condiciones de seguridad para el ingreso del personal de la CNDH.
Entre las calificaciones medias están los ceresos de Guanajuato, con 7.89; Jalisco, con 7.54; San Luis Potosí, con 6.84; Michoacán, con 6.77; Durango, con 6.63, Veracruz, con 6.6; Zacatecas, con 6.51, y el Reclusorio Preventivo Varonil Oriente, ubicado en el Distrito Federal, con 5.99 de calificación.

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