3 ene 2013

El verdadero liderazgo político/ Joseba Arregui


El verdadero liderazgo político/ Joseba Arregui ex consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa.
El Mundo | 3 de enero de 2013
No es nada fácil definir en qué consiste el liderazgo político. Pero no trato de redactar un trabajo académico, sino de aproximarme a algunas de las características que pudieran definir políticamente dicho liderazgo, diferenciándolo del populismo y del contentamiento simple de las apetencias de las masas. La mejor forma de aproximarse a la definición del liderazgo político es la de tratar de verlo en situaciones concretas y ante problemas concretos. Una situación de crisis, una catástrofe, dificultades inesperadas, problemas al parecer insuperables pueden ser ocasiones y oportunidades para que el liderazgo surja. El liderazgo puede ser personal o colectivo. Puede aparecer un líder con capacidad de marcar la senda de futuro a la mayoría de ciudadanos sin estar entroncado en un partido político o en un movimiento social determinado, pero también puede tratarse de una o varias personas que actúan desde el seno de un partido político o de un movimiento social.

Lo primero que caracteriza al liderazgo político es la capacidad de dirigir un proceso político y social, y no ser mero seguidor de lo que parecen demandas populares. Este liderazgo como dirección resulta difícil en las condiciones actuales: por el peso de las encuestas permanentes que indican las tendencias electorales de la población y sus preferencias en cada momento, y porque, en nombre de un falso concepto de la democracia participativa, se exige que los gobernantes sean meros ejecutores de lo que se entiende que son demandas justas de grupos de ciudadanos.
A pesar de esta dificultad que no entro a discutir de manera más detallada, el liderazgo se caracteriza porque un partido político -o determinada persona dentro de alguno de ellos- son capaces de mirar a las necesidades del conjunto cuando los problemas arrecian. El liderazgo político exige saber formular el diagnóstico de manera convincente y plantear con claridad el camino que puede llevar al futuro. Para ello, el líder ha de saber presentar soluciones para los problemas urgentes, pero debe ser, al mismo tiempo, capaz de mantener siempre presente lo importante al mismo nivel que lo urgente.
Una de las maneras más fáciles y habituales de frustrar un liderazgo incipiente radica precisamente en la utilización de lo urgente para ocultar u obviar lo importante, de forma que siempre hay razones de urgencia para no formular soluciones para los problemas importantes. Si el liderazgo es colectivo, si se trata del liderazgo de un partido político o de un colectivo social, éste debe poder reunir en torno a sí a una mayoría amplia de la sociedad para que le siga en el camino de futuro. Si el liderazgo es personal, mal puede el líder dirigir al conjunto de la sociedad, o a una mayoría de ella, por no estar seguro de si su propio partido o movimiento social le sigue en la solución de los problemas importantes.
Tengo la impresión de que en estos momentos la política española adolece de liderazgo político, colectivo e individual. Para enfrentarse a los problemas urgentes se utiliza en demasía el argumento de satisfacer demandas de otras instancias: Europa, los mercados, Merkel, el BCE o el FMI son las razones colaterales de políticas que debieran ser defendidas por la bondad intrínseca de las mismas, si es que poseen alguna al menos. De otra manera, no debieran ser puestas en marcha.
Pero hay más: cada vez parece más evidente que junto a la urgencia de dominar el déficit público, poniendo en marcha las reformas estructurales necesarias para ello, hace falta también algo que sin ser, quizá, tan urgente como el déficit, no es menos importante: la reforma de la estructura del Estado en su conjunto. Pero entre un PSOE que se acuerda de su alma federal sólo cuando necesita diferenciarse en Cataluña tanto de CIU como del PP, y un PP que prefiere dejar las cosas como están, no sea que el nacionalismo español en su seno proteste, el Estado se va arrastrando hacia no se sabe dónde con todos los ciudadanos de espectadores y los líderes políticos sentados en la tribuna de honor.
Llama poderosamente la atención el conglomerado de argumentos que se utilizan para no proceder a lo que se llama la apertura del melón: se dice que una reforma federal del Estado no satisfaría a los nacionalistas, cosa bien sabida, olvidando que la reforma de la estructura del Estado se debe hacer para consolidarlo, darle cohesión y fortaleza, y no para satisfacer a nadie. También se dice que cualquier reforma de la Constitución deberá contar con el mismo grado de consenso que en 1978, dando a entender que como ello es imposible, mejor dejar las cosas como están. Este argumento, sin embargo, demuestra lo contrario: que el consenso del 78 es cosa del pasado, que todo el mundo concuerda en que hoy ese consenso ya no existe, con lo que el argumento cae por su propia base.
En las últimas semanas, en tercer lugar, hemos podido escuchar al presidente del Gobierno decir que la Constitución en su forma actual puede seguir ejerciendo su función por lo menos 10 años más. Si esto fuera verdad, demostraría que es preciso comenzar a formular la reforma necesaria para que en 10 años tuviéramos una Constitución reformada y renovada, suponiendo que las cosas se hagan con tranquilidad y sin premuras, que nunca son buenas consejeras en estos casos.
En cuarto lugar: es un ejemplo de incapacidad de liderazgo afirmar que no se puede proceder a la reforma de la Constitución porque no hay consenso para ello. Liderar significa precisamente construir consensos donde no los había, y no renunciar a lo importante por falta de consenso. Esto significa renunciar al liderazgo.
Aunque lo hayamos olvidado, hace no pocos años cantábamos las glorias de la España autonómica asentados en la bonanza económica: la España autonómica era una de las razones -si no la razón principal- de esa bonanza. La ecuación vale inversamente: la crisis económica es una muestra de la crisis del Estado autonómico. Me imagino a los responsables políticos alemanes -convencidos federalistas desde su propia vivencia y éxito- mirando a la España autonómica y preguntándose cuándo se van a poner los políticos españoles manos a la obra, sin poder hacer otra cosa desde Berlín que exigir austeridad para defender el euro.
Si algo hay claro es que España no puede seguir así. Y cuando todo el mundo, o casi todo el mundo, percibe que algo no puede seguir así, hacerlo es la manera más segura de caminar al suicidio colectivo. Y podemos terminar habiendo saneado las cuentas de un Estado que puede ya no necesitar de cuenta alguna, ni saneada ni cargada de déficit.

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