11 may 2013

Alemania, parte del problema


  • Alemania, parte del problema/Daniel de Fernando, José María Michavila,  son socios fundadores de MdF Family Partners.

El Mundo | 10 de mayo de 2013
Es ésta la sexta tribuna que publicamos en estas páginas analizando la situación económica de la crisis en España, sus causas y, sobre todo, las opciones para su salida. Hemos entendido imprescindible abordar en nuestra patria reformas y sufrir esfuerzos que nos hicieran superar la vieja cultura del vivir de prestado para gastar sólo lo que tenemos. Es lo que los técnicos llaman políticas de consolidación fiscal que se traducen en medidas de austeridad e incremento de la competitividad. Pese a la irresponsabilidad de algunos pocos, los ciudadanos españoles, las familias, los trabajadores y las empresas están bebiendo con dignidad esta medicina tan amarga como necesaria.
Pero también hemos insistido en que para superar la crisis en España es imprescindible una segunda parte: más Europa. Ello significa, de manera inmediata, poner en marcha la unión bancaria, e iniciar fórmulas de mutualización de la deuda y políticas comunes de empleo y subsidios e, incluso, a medio plazo, pensar en mejorar la educación con un eurobachillerato común. En cualquier unión monetaria es necesario desarrollar estos
instrumentos que permitan luchar contra crisis económicas asimétricas y es imprescindible para que el euro deje de ser una moneda tan sólo virtual, que es lo que le permitió nacer en épocas de bonanza universal, para ser la moneda que represente una economía real. Hasta que esto no ocurra no superaremos ni en España ni en la zona euro, la enfermedad por más que nos esforcemos, nos disciplinemos y nos castiguemos con políticas de saneamiento que, aunque necesarias, implican frenar el crecimiento y, por tanto, retrasar la creación de empleo.
La corrección de los desequilibrios debe caminar en paralelo con el avance en la Unión Europea. España, Italia, Irlanda y Portugal, al menos hasta la singular sentencia de su Tribunal Constitucional, están cumpliendo razonablemente bien con su tarea de corrección de los desequilibrios, como evidencia la evolución de su déficit exterior y su deuda pública. Los datos en España son bien significativos del enorme esfuerzo que están haciendo miles de pequeños y medianos empresarios españoles por vender nuestros productos en todos los rincones del mundo. En poco más de cuatro años, España ha pasado de tener un déficit comercial con el resto del mundo superior a los 100.000 millones de euros a casi el equilibrio, y ello no sólo reduciendo importaciones sino también con un incremento importante de las exportaciones. También son relevantes las cifras de mejora de nuestra competitividad y del déficit público estructural español. Pero no basta. Con una moneda única los desequilibrios asimétricos exigen una cierta corresponsabilidad y también un apoyo de las economías que van mejor. Así lo hizo casi toda Europa cuando quien tenía dificultades era Alemania, en el año 2000. Y si ahora Alemania no lo hace, y pronto, acabará por matar al enfermo y con ellos, al euro que tantos beneficios ha procurado en estos 10 años a su economía. En contra de lo comúnmente aceptado, Alemania no fue una gran potencia exportadora hasta la entrada del euro, quizá por las permanentes devaluaciones de otros países de su entorno, que continuamente modificaban las paridades para ganar competitividad. Sirva como ejemplo, que el tipo de cambio de la lira con el marco alemán se fijo en 10 liras por marco al acabar la Segunda Guerra Mundial, y en el momento de la entrada del euro quedó establecido cerca de 1.000 liras por marco.
La creación del euro permitió a Alemania parar estas devaluaciones competitivas y convertirse en un país netamente exportador, pasando de un equilibrio exterior a superávits anuales de más del 6% de su PIB en los años anteriores a la crisis. Desde que ésta empezó, Alemania ha reducido mucho su superávit con la periferia de Europa, pero el euro le ha permitido reemplazarlo con mejoras frente a otros países, gracias a que cuenta con una moneda de mucho menor valor de la que tendría el marco.
Ahora se requiere urgentemente que los países de la zona euro con superávit, Alemania en cabeza, aumenten la demanda interna, rebajen la política fiscal y faciliten una elasticidad en la inflación. Así lo prometió Angela Merkel en 2011, cuando dijo que habría una rebaja fiscal en 2013 no inferior a 6.000 millones de euros. La fecha ya ha llegado, pero parece que la promesa se ha olvidado o, al menos, que cuenta más la fecha interna, la de las elecciones generales en septiembre de este año. No es la primera promesa que se hace esperar. Otros incumplimientos son todavía más dañinos. Se priorizó la unión bancaria en el Consejo Europeo del 29 de junio de 2012. Se iniciaría en enero de 2013, aunque hoy no paran de buscarse excusas para continuar dilatándola. Se encomendó también a Barroso que propusiera un proyecto de eurobonos, no se aprobó formalmente y Merkel lo ha matado. Todo ello está creando una especie de fragmentación monetaria que hace que no sea lo mismo tener un euro en un banco alemán que en uno español y no digamos chipriota.
Ralentizar la transición a un euro real beneficia a Alemania que saca ventaja mientras se perjudican los periféricos. No sólo el Gobierno alemán obtiene financiación a un coste que es una fracción del que sufren España o Italia, sino que también, y más importante, las compañías alemanas pueden financiarse de una forma mucho más ventajosa que sus competidoras en la periferia de Europa, como acaba de poner de manifiesto el Banco Central Europeo. Así lo ha reconocido Mario Draghi cuando ha señalado que el sector bancario y el mercado financiero se han fragmentado, y que las compañías radicadas en países con tensiones se encuentran con condiciones financieras mucho peores que las que lo están en países sin tales tensiones. Un estudio reciente del BCE pone de manifiesto cómo compañías españolas e italianas que hace tres años se financiaban a tipos similares que otras alemanas, hoy pagan unos intereses casi el doble que estas, y eso en el caso de que encuentren financiación porque las probabilidades de que su solicitud sea rechazada son cuatro veces superiores a las de las alemanas. El banco de inversiones Goldman Sachs ha creado el llamado Interest Rate Divergence Indicator para tratar de capturar estas diferencias, y en la actualidad se encuentra en su nivel más alto desde el inicio de la crisis.
Quizás haya llegado la hora de que Francia, Italia y España lideren una cooperación reforzada que marque la agenda. Hace ahora 10 años España lo hizo para liderar la lucha contra el terrorismo, superar los viejos modelos de cooperación policial y judicial entre estados miembros y construir el llamado Tercer Pilar que tanto se venía retrasando y que era imprescindible para acabar con ETA, evitando que los terroristas mataran en España y encontraran refugio en una Europa en la que se circula sin pasaporte. Hubo que romper muchos viejos mitos. Pero se logró imponer en un acuerdo primero entre pocos países (España, Italia, Reino Unido y Francia) y luego se vieron forzados a acogerlo todos los demás. Ese mismo camino hay que seguir ahora para marcar un calendario de unión bancaria y una propuesta sensata de eurobonos. Sería necesario un pacto fiscal que permitiera a cada país emitir nuevos eurobonos por una cantidad igual a los que vencieran y hasta llegar a un máximo del 60%. Si un país deseara más financiación debería de obtenerla por su cuenta. Este sistema incentivaría la consecución de equilibrios presupuestarios y tendría que ir acompañado de una estricta aplicación del Pacto Fiscal. Los nuevos bonos gozarían de alta calidad crediticia y los ahorros en intereses serían suficientes para cambiar el sesgo de las políticas fiscales. El mecanismo para hacerlo sería una cooperación reforzada, que ya ha funcionado satisfactoriamente en otros ámbitos de actuación.
Si Alemania, tras septiembre, quiere sumarse, bien. Sería por fin hacer una moneda que ayude a todos. Si no quiere y le siguen los países core se rompería el Euro. Pero se haría por abandono de Alemania. Si los periféricos dejan el Euro, podrían devaluar y ser competitivos. Es decir podrían iniciar la creación de empleo, pero sus deudas seguirían denominadas en Euros lo que sería un peso insoportable o llevaría a defaults o negociaciones imposibles.
Pero si es Alemania quien se sale, el marco sería quien se apreciase (con un efecto similar) pero no habría duda sobre la moneda de denominación de las deudas históricas contraídas. Pasaríamos de una unión de países iguales que se ha sustituido por la subordinación de los deudores a los acreedores, a una unión de individuos. Esto sin duda requeriría posteriormente modificaciones políticas que conllevaran la legitimidad electoral a algunas magistraturas europeas, pero eso ya es el principio de otro capítulo. Desde luego no es lo deseable, ojalá no sea lo inevitable, pero lo que no es posible es seguir así mucho tiempo. La medicina no es para matar al enfermo.

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Alemania y la solidaridad europea/Manuel Chaves, fue presidente de la Junta de Andalucía.
El País | 10 de mayo de 2013
La Europa que estamos viviendo no es la Europa que quieren los ciudadanos. Las políticas de austeridad a ultranza y de cumplimiento de los objetivos de déficit por encima de cualquier otra consideración, los ajustes y recortes en el Estado de bienestar, los temores que ha levantado el rescate chipriota están situando a Europa en el estancamiento económico y provocando una mayor desigualdad, pobreza y exclusión social. Del euroescepticismo al eurodesencanto: un proyecto común europeo que se fractura entre países centroeuropeos y del norte y los países periféricos, entre los países acreedores y los deudores y, como dice Soros, ya sabemos quiénes fijan las condiciones de pago. Como declaran filósofos, periodistas e historiadores en un manifiesto reciente, la Europa como idea, como sueño, como proyecto, está muriendo.
Los ciudadanos observan atónitos cómo nos responsabilizamos unos a otros: Alemania a los países periféricos por derrochadores y estos a aquella por actuar en función de sus intereses. Hace unos días, ante la decisión del Tribunal Constitucional portugués de anular medidas contempladas en los Presupuestos Generales por considerarlas antisociales, el primer ministro declaró que la decisión del TC amenaza la estabilidad del país porque contradice los dictados de la troika. Estamos ante una cuestión de fondo: ¿quién decide? ¿A quién responsabilizamos de la situación que vivimos?
La Constitución de un país tiene la última palabra, pero la cuestión de fondo subsiste. Al menos formalmente, Europa no nos impone nada. Las políticas se deciden entre todos en los Consejos europeos y tras cada Consejo los presidentes de Gobierno celebran la bondad de las mismas y son estas las que han llevado a esta situación de estancamiento y parálisis. En cierto sentido, ningún país puede eludir su responsabilidad.
Pero también es cierto que la política europea se decide a impulsos de la política alemana. El papel de Alemania es determinante y no parece estar dispuesta a cambiar una política de rígida austeridad y consolidación fiscal. Nadie duda de que Alemania es la mayor potencia económica de la UE y hay que reconocer que es un país que aporta fondos que reciben los países periféricos. Es el país que puede ejercer, y de hecho ejerce, el liderazgo más fuerte. La pregunta está en si este liderazgo está movido por intereses nacionales o bien para impulsar una acción conjunta y compartida de los países de la UE basada en la solidaridad europea. ¿Cuál es la responsabilidad alemana en la hoja de ruta hacia la integración europea? ¿Cuál es su papel para impulsar una acción compartida que haga posible la regulación de los mercados financieros, el endeudamiento común, la unión fiscal y los proyectos que fomenten la creación de empleo y, en definitiva, el crecimiento económico?
Alemania en y con Europa fue el título del discurso de Helmut Schmidt en el Congreso del SPD el 4 de diciembre del 2011. Nos decía que cuando Robert Schuman, Jean Monnet y otros pusieron en marcha las bases iniciales de la integración europea, estaban pensando en Alemania y en su incorporación a este proceso. Existía recelo hacia su desarrollo futuro, la preocupación por una Alemania fuerte. La integración europea era la garantía para que los alemanes no se dejaran seducir por la política de la fuerza, en este caso económica. Así lo entendieron los gobernantes alemanes como Adenauer, Willy Brandt, Helmut Kohl y el propio Schmidt. Pero este denuncia cómo, en los últimos tiempos, la política alemana provoca inquietud y su fiabilidad está severamente dañada. Sin embargo, la verdad es que la economía alemana también está plenamente integrada en el mercado común europeo y esa circunstancia debería llevar a un elevado nivel de solidaridad entre los países, algo que es imprescindible “si queremos albergar la esperanza de que nosotros los europeos jugaremos un papel importante en el mundo”. Solo lo conseguiremos conjuntamente.
La estrategia de la canciller Merkel, con un discurso pretendidamente europeísta, es rabiosamente nacional, más ante la proximidad de elecciones legislativas; y provoca malestar y desconfianza. Pero Alemania es fundamental. La crisis económica que ha derivado en una crisis europea global es una gran oportunidad para un paso decisivo hacia la integración europea, partiendo de un proyecto común de salida de la crisis que responda a los intereses de la ciudadanía europea.
Así pues, hay pocas dudas de que el proyecto europeo, el propio papel de Europa en el mundo y hacia sus ciudadanos, se encuentra ante una gran amenaza. No solo es una cuestión económica. La falta de confianza de unos hacia otros y de todos con respecto a la Unión y el resurgir radical de los nacionalismos cuestionan la propia idea fundacional de la Europa de los ciudadanos y de los pueblos.
Estamos ante un momento crucial en el que, como se recoge en el manifiesto antes citado, “o Europa da un paso más hacia la integración política o sale de la historia y se sume en el caos”. No hay alternativa al proyecto europeo.

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