6 oct 2013

Indigna la “ocurrencia” de intervenir “El Caballito”


Indigna la “ocurrencia” de intervenir “El Caballito”: Zaldívar/
JUDITH AMADOR TELLO
Revista Proceso No. 1927, 5 de octubre de 2013;
El arquitecto y restaurador Sergio Zaldívar no puede creer la idea de que se haya intervenido El Caballito de Tolsá, y considera que el daño causado a la superficie de bronce que está debajo de la pátina “sí es grave”, pues se aplicó 33% de ácido. Pero cree que el dictamen de los expertos del INAH “va a contemporizar y a decir que no es tan grave, porque todos son responsables”. Califica la escultura como “un hito, una obra de arte que debería tener ya, probablemente, un pabellón protegiéndola”, y la coloca entre las cuatro o cinco más importantes estatuas ecuestres del mundo, al lado de El Gattamelata de Donatello, el Colleoni de Verrocchio y el Marco Aurelio de Roma.


Determinante, el arquitecto Sergio Zaldívar Guerra afirma que el bronce es un material que no requiere de restauración, si acaso una limpieza sólo con agua o combinada con un poco de vinagre. Por ello considera que la intervención de la escultura ecuestre de Carlos IV, conocida popularmente como El Caballito, además de parecer una ocurrencia hace pensar en un fraude:
 “Parece que se intervienen obras y monumentos que no requieren restauración, pero ofrecen oscurecer el ejercicio del gasto del presupuesto.”
 El especialista en restauración, director del proyecto de rectificación geométrica de la Catedral Metropolitana, fue responsable del traslado en 1979 de la estatua de la glorieta de Reforma, Juárez y Bucareli a su actual sede frente al Palacio de Minería, en la calle de Tacuba, en el Centro Histórico.
 Luego de visitar la Plaza Tolsá –a la cual él mismo rebautizó tras la llegada de la escultura realizada por el arquitecto y artista de origen valenciano Manuel Tolsá (antes llamada Plaza del Senado)– y tomar fotografías de la obra que dan cuenta de los daños que ocasionó la intervención contratada por la Autoridad del Centro Histórico, Zaldívar ofrece sus impresiones a Proceso, manifiestamente indignado:
 “Desde luego, es muy desconcertante. La primera impresión es irritante. Indigna la banalidad, cómo de repente, por ocurrencia de alguien, se va a restaurar una obra que es un hito, una pieza muy simbólica del patrimonio de la Ciudad de México y del país, una de las grandes esculturas ecuestres del mundo. Está entre las cuatro o cinco más importantes: El Gattamelata, de Donatello; el Colleoni, de Verrocchio; el Marco Aurelio, de Roma.”
 Anticipa que, dada la concentración de ácido nítrico utilizada (33%), los daños podrían ser irreversibles, aunque el dictamen del Instituto Nacional de Antropología e Historia (que al cierre de esta edición no se había emitido, pese a que se comprometieron a entregarlo el 26 de septiembre y desde entonces esto se ha ido postergando) pueda decir que no son tan graves, puesto que la institución es tan responsable como las autoridades de la ciudad.
 Fue una banalidad, insiste, pues no se ha informado por qué ni cómo se iba a restaurar, tampoco hubo un consejo técnico previo para informar sobre los daños que presentaba y la metodología para atacarlos. Parece más bien que algún funcionario, “que no ha de saber nada, quería que la limpiaran y que brillara”. Pero el bronce, cuando está a la intemperie, en un ambiente urbano, tiene una reacción y se va patinando con el tiempo.
 Se le comenta que el director del Fideicomiso del Centro Histórico (FCH), Inti Muñoz, dijo a este semanario que la restauración, a cargo del despacho privado de Javier Marina, fue decidida por el Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos en la Ciudad de México, integrado por representantes de diversas dependencias del gobierno capitalino (Proceso 1926).
 Entre ellas se encuentran la Autoridad del Centro Histórico, que coordina Alejandra Moreno Toscano, el propio FCH y los titulares de las secretarías de Desarrollo Urbano y Vivienda, de Turismo, Educación y de Cultura, cuya titular, Lucía García Noriega, fue directora del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
 Muñoz dijo recientemente (El Universal) que en la reunión donde se tomó tal decisión participaron también el INAH y el INBA, así como otros integrantes del comité, como el arquitecto Francisco Serrano, Hilda Trujillo, Zelika García y Miguel Cervantes. Se sabe que forma parte también el arquitecto Vicente Flores, director de Desarrollo Inmobiliario del FCH.
 A decir del arquitecto Zaldívar, no saben de restauración, “que me perdonen, aquí debe haber un consejo de especialistas puesto que se aproximan a una obra histórica, una obra de arte”.
 Para él “restaurar una obra de arte impone previos y serios estudios para precisar sus daños y los agentes del deterioro a combatir, para restituir sus condiciones y estructura. En seguida, proponer la metodología para llevar a cabo el proceso. No hay nada de eso y se dejan al criterio de personal no preparado acciones delicadas de mucho riesgo”.
 Al tiempo que golpea con el puño la mesa de su despacho, el arquitecto enfatiza que a una obra tan emblemática no debe dársele el mismo trato que a cualquier mobiliario urbano. Pregunta con ironía si la Autoridad del Centro Histórico habrá oído alguna vez que restauraron el Colleoni o El Gattamelata con ácido nítrico o con esmeril electromecánico. Ironiza:
 “¿O simplemente tomaron una receta de limpiar chapas y metales de algún conserje que abrillanta jaladeras en la oficina de Miguel Ángel Mancera?”
 –Inti Muñoz ha dicho que El Caballito tenía daños, incluso agujeros y grietas.
 –Yo conozco los daños que tenía y el más grave era que la pata del caballo, por las vibraciones que soportó cuando estuvo en Reforma (y Bucareli), estaba fisurada. Pero cuando lo movimos fue intervenido y se decidió observarlo durante un largo tiempo antes de pretender una restauración, ahí en la pata, para no alterar la escultura.
 “Esos son los daños. Si hay otros, que digan cuáles y luego qué se va a hacer, cuándo y cómo. Ése es el procedimiento de intervención en una obra de arte de cualquier naturaleza. Ésta, además de ser un hito, no es parte del mobiliario urbano, no son los botes de basura que se quiere que estén limpios y brillantes. Es una obra de arte que debería tener ya, probablemente, un pabellón protegiéndola.”
Proeza técnica
Si bien el arquitecto no se extiende en las cualidades estéticas de la escultura realizada entre 1795 y 1802 con 500 quintales de bronce del Mineral de Santa Clara del Cobre, según relata en su ensayo El Caballito, incluido en el libro Jahrbuch Für Geschichte Lateinamerikas, sí la pondera como una obra de gran calidad, pues “es un caballo formidable por la perfección de su movimiento”.
Habla también de la proeza técnica de su hechura, por ser la primera obra fundida en una sola pieza en la Nueva España, cuando Tolsá no era fundidor “ni había fundidores de ese calibre en México”. Describe cómo el escultor organizó durante varios años la fundición del modelo en cera con molde de arcilla, para trabajar con la técnica de la cera perdida.
Tolsá se encargó de crear los mecanismos de canaletas, ductos y chimeneas para el proceso hecho en una sola operación, con el fin de lograr que durante tres días el bronce candente fluyera de manera ininterrumpida; si se enfriaba o algo fallaba, tendría que regresar irremediablemente a la elaboración del modelo original.
“Fue una hazaña técnica extraordinaria. Un proceso excepcional. Muchas de las grandes esculturas están hechas en partes. Este caballo está fundido de una sola pieza… Dicen que a Manuel Tolsá se le cayeron los dientes, se enfermó por los gases y se estaba muriendo, y que quedó medio ciego después de esos tres días que estuvo el bronce corriendo para llegar a la fundición.”
Sin embargo, añade, generalmente los méritos técnicos no forman parte de las cualidades artísticas de una obra. Así puede haber un Picasso hecho en dos horas, tan o más valioso que un paisaje de José María Velasco realizado en más de seis meses:
“Pero El Caballito, es admirable, a todos nos gusta, todo mundo lo hemos visto y lo apreciamos, es un animal precioso, y el pobre de Carlos IV se deja ver que es un imbécil.”
La escultura fue mandada a hacer por el virrey Miguel de la Grúa Talamante y Branciforte. “Debe haber sido una ocurrencia políticamente obsequiosa”. Y, “como si se adelantaran las costumbres hoy prevalecientes”, se inauguró en 1796 sin estar hecha siquiera. Se colocó un modelo provisional de madera en tanto la obra definitiva se terminaba. La pieza original se colocó en lo que hoy es el Zócalo y se inauguró el 18 de noviembre de 1803.
Varias fueron –sigue Zaldívar– las guerras en las cuales El Caballito se salvó de ser fundido para fabricar cañones y balas, incluidas las de Independencia y de Reforma. Lucas Alamán sugirió, a mediados del siglo XIX, trasladarla de la Plaza Central al patio de la Real y Pontificia Universidad de México, que se encontraba donde hoy es la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ahí estuvo hasta 1852. En ese momento, Lorenzo de la Hidalga se encarga de su traslado al cruce del Paseo Nuevo o de Bucareli y el Paseo del Emperador (actualmente De la Reforma).
 Y cuenta que se decidió su traslado y emplazamiento en la Plaza Manuel Tolsá porque el lugar donde se encontraba ya no permitía su aprecio y se había convertido sólo en una referencia urbana, una parada de camión: “Bajamos en El Caballito”, pero la gente había perdido la vinculación con la obra de arte.
 “En cambio acá logramos ponerla en diálogo con la arquitectura de Tolsá, y se puede ver, se pueden apreciar los belfos, la expresión del caballo, la fluidez de las crines, la anatomía del personaje. Es un placer la contemplación.”

Recuerda que el fallecido arquitecto Pedro Ramírez Vázquez opinaba que debía estar al revés, con el Palacio de Minería detrás y viendo hacia el Museo Nacional de Arte (Munal)”, para formar un conjunto con las dos obras de Tolsá, pero “yo creo que no, Tolsá nunca pensó en juntar El Caballito con Minería, es mejor que dialoguen y que se vea la estatua como obra escultórica y el Palacio como obra arquitectónica”.



Responsabilidades



El arquitecto refiere que Tolsá logró también representar a El Caballito en movimiento, y a la vez ponerle tres puntos de apoyo, lo cual no consiguió Donatello, quien tuvo que poner una pata con una especie de bala de cañón. Por ello no concibe que pudiera tener daños como fisuras. Y concediendo que así fuera, la intervención con el ácido no los estaba atendiendo.

–Lo que usted observó o las fotografías que tomó, ¿hablan de un daño irreversible?

–Desde abajo no se puede ver totalmente pero, si la concentración del ácido nítrico es demasiado fuerte, es probable que sí le haya causado daño a la superficie del cobre. Quién sabe qué le pusieron, por eso se limpian con agua o, cuando mucho, agua con vinagre. Meterle ácido nítrico a una escultura es muy peligroso porque se puede lastimar la superficie que creó el artista.

–Se ha dicho que fue ácido nítrico a 33%.

–Se me hace una concentración muy alta para un tratamiento de limpieza. Arriba de 5% con ácido nítrico ya es muy alto para el bronce.

Zaldívar evoca que hubo un momento en el cual se puso una pátina nueva a la escultura ecuestre, pero quedó de un negro intenso. Las críticas y burlas señalaban que ya no era Carlos IV, sino Escipión el Africano. Entonces se sometió a un proceso químico para disminuir ese recubrimiento.

–¿Podrían argumentar ahora que la pátina que le barrieron no era tan antigua?

–La pátina probablemente no, pero si hay daño del ácido a la superficie de bronce que está debajo de la pátina, sí es grave. Y si hubo una alteración a la pátina del tiempo, tampoco es muy agradable. Las pátinas aportan elementos de gran riqueza plástica.

Considera que la pátina ya no existe porque se ve claramente el color del metal crudo, ni siquiera parece bronce, sino cobre; es posible que fuese un bronce muy rico en cobre, pues viró al rojo, y “eso es muy preocupante”.

“Y el dictamen de los expertos del INAH va a contemporizar y a decir que no es tan grave, porque todos son responsables.”

–¿El INAH, en qué medida? Ellos argumentan que el FCH inició los trabajos sin su autorización.

–¡Está bajo su cuidado! ¡Tengan o no autorización! Es el organismo que tiene la responsabilidad. ¿No se dieron cuenta de que había andamios de más de ocho días? Está frente a un museo de Bellas Artes, el Munal. El director del museo no puede decir: “Oigan ¿qué van a hacer en El Caballito?” Alguien debió preguntárselo, ¿no?

“Está enfrente de sus oficinas. Es más, ya podría considerarse como parte del museo esa figura, y al señor no se le ocurrió preguntar porque ya está afuera de las puertas de su museo. Son hombres del campo cultural, tienen obligación de hablar, de intervenir, de decir las cosas.”

–¿Se vuelve un problema la división del cuidado del patrimonio entre el INBA y el INAH? Porque el director del Munal puede argumentar que está bajo cuidado del INAH, y que el INBA no tiene responsabilidades.

–¡Exactamente! Pero es responsable hasta el policía de la esquina, porque debe preguntar: “Oigan, ¿qué van a hacer aquí, quién les dio permiso de poner andamios?”. La cadena es así. Para que funcionen las cosas en este país debe acordarse todo esto. Es responsable el delegado, Obras Públicas… “Es que vamos a arreglar El Caballito…”. “¡Ah! A ver sus papeles”. ¿No?

Con pesar, el arquitecto afirma que la gestión del patrimonio en México está muy mal. Dice que, aunque parezca exagerado por la situación del país, así como Enrique Peña Nieto fue a ver a los damnificados de Guerrero, aunque no “va a reparar los daños con sus manos”, los responsables de cultura, Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; María Teresa Franco, directora general del INAH, e incluso el mismo Emilio Chuayffet, secretario de Educación Pública, debieron apersonarse en el lugar.

“Ir a ver qué ha pasado con la obra de arte más importante de esta ciudad, porque es su responsabilidad. Hacer un acto que implicara una especie de disculpa a la sociedad de parte de las autoridades responsables.”

Reconsidera que en el desastre en el cual se encuentra el país, con las carencias que hay, las reformas pretendidas, los bloqueos en las calles, la depresión económica y moral, quizá las cuestiones artísticas y culturales dejan de interesar. Para él es cuando más atención debería prestárseles.

Su primer comentario tras ver la escultura fue que alguna autoridad cultural debería renunciar, siquiera por vergüenza, pues un daño a una obra de arte de tal naturaleza tiene un responsable con nombre y apellido. El problema es que se diluye, no se sabe cuál es, si la Autoridad del Centro Histórico o el INAH, que es “responsable de todo y de nada”, cuando obras tan emblemáticas como ésta deberían tener un encargado, como lo tienen muchas de las zonas arqueológicas del país.

Piensa asimismo que los trabajos de restauración de este tipo de monumentos deben hacerse públicos y con respeto a la comunidad. Informar, mediante cédulas e imágenes fotográficas, qué se está realizando. Pero “ahora lo que van a hacer es encerrar El Caballito para que no se vea lo que se hace. Y lo primero que deberíamos exigir es ver cómo se trabaja, a los ojos de todo el mundo, es un bien que nos concierne a todos”.

Cuando se le comenta que siempre se trabaja a puertas cerradas, resalta que en algunas partes del mundo se hace a la vista de la ciudadanía. Lamenta que, como en el Claustro del ex Convento de la Merced, el primer paso haya sido cerrar. Nadie se entera de las obras y al final vienen las sorpresas, por las alteraciones o por hacer del patrimonio recintos para la “cultura de consumo”, “parques temáticos tipo Disneylandia”.


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