6 oct 2013

La guerra de Francisco/BERNARDO BARRANCO V.


 La guerra de Francisco/BERNARDO BARRANCO V.

Revista Proceso No. 1927, 5 de octubre de 2013;
 s muy indicativo que, precisamente ante más de 100 miembros del Cuerpo de  Gendarmería de la Santa Sede, el Papa Francisco haya confirmado la existencia de fuertes tensiones dentro de la Curia, al grado de definirlas como una “guerra civil”. Así lo expresó: “Es una guerra que no se hace con las armas que conocemos, se hace con la lengua”, con rumores y chismes, expresó en la gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos.

 gregó: “Pidamos a San Miguel que nos ayude en esta guerra: Nunca debemos hablar mal uno del otro, nunca abrir los oídos a los chismorreos. Es necesario frenarlos… Les pido que no sólo defiendan las puertas, sino la puerta del corazón de quien trabaja en el Vaticano, donde la tentación entra exactamente, como en tantos otros sitios, con un talante definitivamente negativo”.
 En realidad Francisco ha mostrado, desde su entronización, no sólo distancia de la Curia, sino incompatibilidad con los bandos y luchas palaciegos. En repetidas ocasiones ha externado su desaprobación y no ha optado por ninguna corriente rijosa, al grado de que en estos primeros meses se le ve hasta distanciado del aparato tradicional del Papa. Así, ante los religiosos latinoamericanos, confirmó la existencia de un poderoso “lobby gay”; en Brasil se refirió a la “psicología de príncipes” de muchos actores, y en sus dos últimas entrevistas –tanto con la revista jesuita fundada en 1850, Civilta Cattolica, como con el diario liberal de izquierda La Repubblica– señaló que la decisión de una profunda reforma en la Curia viene de un mandato de los cardenales que lo eligieron Papa. Ante el periodista italiano Scalfari cuestionó el narcicismo de muchos altos representantes de la Iglesia y los “halagos y exaltaciones de sus cortesanos. La corte es la lepra del papado”, dijo contundente.
 En los pocos meses que lleva en el Vaticano, ha descubierto un gran defecto. Es la visión vaticano-céntrica que “ve y atiende los intereses del Vaticano, que son todavía, en gran parte, intereses temporales. Esta visión vaticano-céntrica se traslada al mundo que le rodea. No comparto esta visión y haré todo lo que pueda para cambiarla. La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del Pueblo de Dios y los presbíteros, los párrocos, los obispos que tienen a su cargo muchas almas, están al servicio del Pueblo de Dios”. Es decir, Francisco ha emitido el diagnóstico de un Vaticano que se sirve de la Iglesia en lugar de servirla. Estos intereses clericales  someten a las Iglesias e impulsos locales, además de que muchos altos funcionarios de la Curia se sirven de la estructura para satisfacer sus intereses temporales y de poder.
 La reunión de tres días que tuvo el Papa Francisco con los cardenales subrayó la puesta en marcha de la reforma de la Curia y del Colegio Eclesiástico. La comisión de ocho cardenales (G-8), procedentes de diversos continentes, ha recogido numerosas propuestas de episcopados nacionales y personas clave de todo el mundo, las cuales están siendo analizadas y darán pauta a cambios necesarios no sólo en la burocrática estructura cupular de la Iglesia, sino igualmente en la recomposición de muchos episcopados, como el mexicano, cuya dependencia de las directrices de Roma han contribuido a una pérdida de vitalidad y rumbo. Hans Kung, en un reciente artículo publicado en El País, consideró a este momento como la prueba decisiva del pontificado del Papa Bergoglio; mientras que el Financial Times se preguntó hasta dónde podrá ir Francisco con sus reformas, ya que ha desafiado abiertamente al poder conservador.
 Hasta ahora, los cambios y transformaciones en la vida de la Iglesia habían sido procesados con lentitud  y consumían  décadas para operarse. Sin embargo, en unos cuantos meses, el Papa Francisco ha transformado la noción del tiempo y de los cambios dentro de la cúpula de la catolicidad. A sus 77 años, el Papa parece llevar prisa. Bergoglio ha pasado de los gestos a las palabras y de las palabras a los hechos. Ha entusiasmado por su estilo pastoral de cercanía humana porque ha traído aires de renovación, en una estructura religiosa ahogada por las intrigas internas, las luchas de poder, los escándalos sexuales y la disminución porcentual de fieles en el mundo. Hay una evidente pérdida de capital moral, pues éste ha sido malgastado por la Iglesia en los últimos 10 años. Francisco habla de humildad y sencillez, y las ejerce.
 Mientras tanto, a Francisco se le percibe solitario en la compleja estructura romana. El hecho de no haber tomado partido por ningún grupo en pugna, como los cuervos de Angelo Sodano, el lobby gay y los cortesanos de Tarsicio Bertone, le ha dado al Papa libertad, pero al mismo tiempo lo ha vuelto vulnerable porque no cuenta con un aparato propio ni con operadores. En su entrevista con Civilta Cattolica se demarcó del conservadurismo católico: “Jamás he sido de derechas”. Este deslinde resulta significativo, pues ha sido precisamente el conservadurismo lo que ha sumido en una profunda crisis de época a la Iglesia católica.
 Francisco ha empezado a nombrar a su propio equipo, en el que sobresale el futuro secretario de Estado, Pietro Parolin, nuncio en Venezuela. Destacan también Beniamino Stella en la Congregación para el Clero y Lorenzo Baldisseri en el Sínodo de Obispos. En realidad pocos. La designación de Battista Ricca como persona de confianza de Francisco en el Banco Vaticano fue severamente impugnada por sus opositores al balconear su pasado gay en Montevideo y sus amoríos con un miembro de la gendarmería vaticana.

Cabe resaltar que en esta guerra intervienen los llamados “vaticanistas” –muchos de los cuales guardan proximidad y hasta complicidad con las corrientes en pugna en la Curia–, ahora amenazados por Bergoglio. En efecto, Sandro Maggister, reconocido analista en L’Espresso, se prestó para golpetear la designación del Papa en el Instituto para las Obras de Religión (IOR) o Banco Vaticano. Otros con mayor sutileza, como Andrea Tornielli, describieron a Francisco como el “Papa-párroco”. Algunos recibieron con recelo el populismo pontifical al sentenciar que hay “un peronista como Papa”, que no está a la altura intelectual de Ratzinger y que no posee el carisma de Wojtyla.

Pese a lo anterior, la fuerza de Francisco está en su enorme popularidad. Ganó con sus gestos de humildad y proximidad humana la aceptación de los italianos, y sobre todo, a partir de su visita a la isla de Lampedusa y su exitoso viaje a Brasil, Francisco se ha fortalecido. De modo que la fuerza de Bergoglio está fuera del Vaticano: radica en su aceptación mediática y en el apoyo de numerosos cardenales que en el cónclave demandaron la reforma de la Curia y de algunos episcopados poderosos, como el alemán, el francés y el estadunidense.

Ante las resistencias, Francisco ha creado con sus numerosas y reveladoras entrevistas una atmósfera de cambio; una expectativa mediática de que son necesarias profundas modificaciones de forma, pero principalmente de fondo, en la vida de la Iglesia. El grupo de los ocho cardenales ha deliberado los primeros pasos de la reforma estructural de la Curia. Hay expectación y tensión en Roma. Muchos intereses en juego. El Papa empuja hacia una conversión pastoral de la Curia. Los cambios no serán sencillos ni se operarán con tersura. Los conservadores viven con sobresaltos porque Francisco ha abordado con notable distancia temas intocables, como el de los homosexuales, las mujeres, los divorciados vueltos a casar, la teología de la liberación, la transparencia en las finanzas, el Concilio Vaticano II, la obsesión de la Iglesia con su agenda moral, entre otros. Y, recientemente, mencionó su resistencia al culto a la personalidad de Juan Pablo II en su próxima canonización, así como su postura en torno a la figura de Juan XXIII.

Francisco está dispuesto a sacudirse los poderes fácticos y paralelos que dominan en el Vaticano. Por ello, y en este contexto, debe leerse la afirmación del Papa: “Yo sueño con una Iglesia madre y pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes”.





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