18 abr 2014

El origen de la conducta rusa


 El origen de la conducta rusa/Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush’s special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. His most recent book is Foreign Policy Begins at Home: The Case for Putting America’s House in Order. 
Traducción: Esteban Flamini
Project Syndicate | 16 de abril de 2014
Nadie sabe cuánto tiempo debe pasar para que el periodismo ceda paso a la historia, pero la diferencia es que normalmente los historiadores escriben con la ventaja de una perspectiva que refleja el paso de años, décadas o incluso siglos. El tiempo permite que salga a la luz información antes desconocida, que se escriban memorias, que se revele el significado de los acontecimientos. Algo que hoy puede parecer relativamente trivial tal vez resulte todo lo contrario, así como algo que hoy parece de una importancia inmensa puede perderla con el tiempo.
Pero para bien o para mal, Occidente no puede darse el lujo de esperar a encontrar sentido a los últimos acontecimientos sucedidos en Ucrania, simplemente porque nada asegura que el precedente de Crimea no se repita. Miles de soldados rusos siguen apostados en la frontera oriental de Ucrania; todos los días hay noticias de hechos de agitación dentro de Ucrania, muchos de ellos presuntamente instigados por Rusia.

De modo que debemos apresurarnos a entender las conclusiones que estos últimos acontecimientos permiten extraer respecto de Rusia, de su presidente, Vladímir Putin, y del orden internacional. Y es igualmente importante que apliquemos lo aprendido sin demora.
Putin quiere volver a poner a Rusia en el lugar que, considera, le corresponde en el mundo. Está realmente furioso por las humillaciones que según percibe sufrió Rusia desde el fin de la Guerra Fría, incluidas la ruptura de la Unión Soviética y la ampliación de la OTAN (aunque nunca admitirá que Rusia de hecho perdió la Guerra Fría).
Al mismo tiempo, Putin busca perpetuar su poder y asegurar que no le suceda lo mismo que al ex presidente ucraniano Víktor Yanukóvych, otrora su representante en Kiev. Y sabe perfectamente que muchos de sus compatriotas comparten el objetivo de restaurar la pasada grandeza de Rusia. La política exterior puede servir de buena política interna.
O sea, podemos esperar que Putin seguirá interfiriendo en Ucrania tanto como pueda y en la medida en que eso lo ayude a fortalecer su dominio interno. La política de Occidente debería apuntar a frustrar dicha estrategia.
Ahora bien, contrarrestar la interferencia rusa no es motivo para incorporar Ucrania a la OTAN, ya que para ello sería necesario o bien acudir en su defensa militarmente (con enormes riesgos y dificultades), o bien no estar a la altura del compromiso asumido (lo que generaría serias dudas en todo el mundo acerca de la credibilidad de Estados Unidos). El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, no se equivocó cuando describió a Rusia como una potencia regional más que global: es fuerte en su periferia y tiene mucho en juego en el futuro de Ucrania.
Pero Occidente tiene otras opciones. Una es fortalecer a Ucrania políticamente (colaborar con la realización de elecciones y la institución de un nuevo gobierno) y económicamente. En este último sentido será de ayuda el recientemente acordado paquete de ayuda financiera de 27.000 millones de dólares por dos años, financiado en su mayor parte por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Además, se necesita colaboración en temas de seguridad, centrada en las áreas de inteligencia y policía, para que Ucrania sea menos vulnerable a los intentos rusos de sembrar la discordia y provocar agitación.
Otra opción es poner a punto una nueva ronda de sanciones económicas contra Rusia, mucho más graves que las que se introdujeron después de la invasión y anexión de Crimea. Las nuevas medidas deben apuntar a las instituciones financieras rusas y restringir las exportaciones con destino a Rusia. Es preciso comunicar a Putin la determinación de Estados Unidos y la Unión Europea de respaldar esas sanciones, para que conozca bien el precio de sus intentos de desestabilizar a Ucrania.
Además, la política de Occidente debe incluir una dimensión de diplomacia pública. Tal vez los rusos se lo piensen dos veces antes de apoyar la política exterior de su gobierno si se enteran del impacto que tendrá sobre sus niveles de vida. Y tal vez se sorprenderían si supieran el monto total de la riqueza personal de Putin, un asunto que debe documentarse y darse a conocer.
También se pueden tomar medidas para reducir la asfixiante dependencia energética de Ucrania y gran parte de Europa occidental respecto de Rusia. Estados Unidos puede comenzar a exportar petróleo y aumentar su capacidad de exportar gas natural. Los europeos pueden tomar medidas tendientes a la introducción de las tecnologías que llevaron al auge de producción de gas en Estados Unidos, mientras que Alemania puede rever su posición en relación con la energía nuclear.
Lo sucedido en Crimea también debería ser una advertencia para la OTAN. Los pueblos y gobiernos que la conforman deben abandonar la cómoda ilusión de pensar que el uso de la fuerza militar por parte de ciertos países con fines de expansión territorial es un anacronismo. Hay que aumentar el gasto y la capacidad de Europa en materia de defensa, lo mismo que la presencia estadounidense en determinados países de la OTAN (algo que se puede hacer incluso a la par que Estados Unidos aumenta su presencia en Asia).
La estrategia necesaria para resistir los intentos de Putin de expandir la influencia de Rusia más allá de sus fronteras (y para inducir cambios dentro de ellas) es muy similar a la doctrina de “contención” que guió la política occidental durante las cuatro décadas de la Guerra Fría. Hay que ofrecer a Rusia (un país de sólo 143 millones de habitantes y sin una economía moderna) la oportunidad de disfrutar de los beneficios de la integración internacional, pero sólo en la medida en que ponga límite a sus acciones.
No quiere decir esto que vaya a haber una segunda Guerra Fría, pero sí que hay buenos motivos para adoptar una política que demostró ser eficaz en la confrontación de un país con ambiciones imperiales en el extranjero y pies de barro fronteras adentro.

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