22 abr 2014

Rafael Tovar y de Teresa en el homenaje a Gabo


Homenaje Nacional a Gabriel García Márquez en Bellas Artes, 21 de abril de 2014
-MODERADOR: Toma la palabra el Director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, licenciado Rafael Tovar y de Teresa.
-RAFAEL TOVAR Y DE TERESA: Señor Presidente de México y señora de Peña Nieto.
Señor Presidente de Colombia y señora de Santos.
Queridos Mercedes, Rodrigo, Gonzalo y familiares de Gabriel García Márquez.
Señoras y señores.
Amigos:
A Gabriel García Márquez no le gustaban los discursos, así lo dijo él mismo: Qué hago yo encaramado en esta prueba de honor, yo que siempre he considerado los discursos como el más terrorífico en los compromisos humanos.
Desde luego que sabía lo que hacía, pero al bromear con su papel de orador, predisponía a la audiencia a recibir con alegría su mensaje.
Esa era parte de su magia inimitable.

Al platicar ayer con Mercedes, le pregunté si quería que dijera algo en especial o dejara de mencionar algo.
A lo segundo me dijo contundente: Puedes decir lo que quieras, en esta familia no hay secretos.
Y sobre qué decir, me sugirió que hablara sobre la música y las cosas felices que lo rodeaban.
Gabriel García Márquez fue un hombre feliz y la felicidad se trasmina a todo lo que su pluma de escritor tocó.
De la música solo diré que la que hemos escuchado esta tarde es una selección de Rodrigo y Gonzalo sobre algunos de los temas favoritos de su padre, que no sólo disfrutaba de la música popular, como sabemos, sino que tenía una gran afición por la música de concierto.
Pero quisiera comenzar por el principio.
Gabriel García Márquez nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, Colombia, y murió en esta Ciudad de México el pasado 17 de abril, a los 87 años de edad.
Ese arco de vida marcó la trayectoria extraordinaria de un hombre y sus tres Patrias: Colombia, México y el idioma español.
Esos territorios, que tienen mucho que ver con la imaginación, pero también con las raíces que uno echa en el periplo de una vida, ya pueden reclamarse como Patrimonio de la Humanidad.
Del mismo modo que en el Siglo XIX portentosos escritores como Tolstoi, Dostoievski o Chejov lograron que la cultura de Rusia se volviera universal, la literatura de América Latina se volvió universal en el Siglo XX gracias a una generación de escritores encabezada por García Márquez que recurrió a la historia de su aldea, real o imaginada, para reinventar la vida del hombre.
Acabo de recordar a Rusia porque al igual que los rusos después de nuestra Independencia, los americanos dudamos entre imitar a Europa o construir nuestra identidad a partir de la tradición, y al igual que ellos, tras un periodo de imitación, encontramos nuestra propia e inconfundible voz.
En la literatura es con el llamado Boom, con el que surgen las historias más propias, la temática única y original que condensa el realismo mágico, que no es otra cosa que el retrato de una naturaleza extremada, de un abigarrado tablero de culturas encontradas, de vocabularios y expresiones enriquecidas, de poesía encarnada.
Es la voz de la gran literatura, hablándoles al oído con sus propias palabras a los latinoamericanos que se miran y se reconocen azorados en ese espejo.
Esa literatura impar es producto del sincretismo y el mestizaje, pero su voz es propia y nos define, al grado de que podemos afirmar, sin exagerar, que dicha irrupción literaria ha inventado una continente llamado Latinoamérica, y Latinoamérica ya no como un epígono del mundo, sino como parte de su centro.
A partir del Boom, el lenguaje literario latinoamericano no se parece a ninguno.
Al igual que su admirado Juan Rulfo, Gabo fue, como dijo Carlos Fuentes, un nuevo descubridor, un bautizador del nuevo mundo en la tarea interminable de darle nombre a América.
Sobre México, al aceptar la Orden del Águila Azteca, en 1982, García Márquez dijo: No es una segunda Patria, sino una Patria distinta que se me ha dado sin condiciones y sin disputarle a la mía propia el amor y la felicidad que le profeso y la nostalgia con que me lo reclama sin tregua.
Aquí Gabo pudo ser, sin celos ni exigencias, en perfecta concordia, colombiano y mexicano, y así lo honramos hoy.
Celebramos al escritor que siempre tuvo presente su infancia. Ese gran asombro de ojos desorbitados de la realidad que vivió de niño y que jamás se fue.
Celebramos que sus recuerdos hayan sido atizados por la invención o inmotivados por ella. Celebramos que haya absorbido, con asombro y con talento de artesano, la cultura alta y popular que lo rodeaba. Y celebramos su curiosidad voraz.
De ahí que su obra sea aplaudida por el público y por la crítica en la plaza popular y en el aula erudita.
Fue, además, un ejemplo de vida. Vivía a plenitud la armonía que logró con su familia, porque tuvo una familia extraordinaria, una esposa excepcional que lo acompañó, desde 1958, como dicen las reglas sociales, en lo próspero y en lo adverso.
Lo recibimos hoy, en el Palacio de Bellas Artes, el Emblema artístico de México.
Aquí en su casa mexicana, con un pie en su infancia de Colombia, redactó Cien Años de Soledad, escrito con dos dedos índices y usando las 28 letras del alfabeto como todo arsenal.
Ese libro ha rebasado ya por mucho el millón de ejemplares. Las cifras subrayan nuestra hambre de leer historias en las que nos reconozcamos; pero, también, al mismo tiempo, algo más sencillo y más fecundo, que Macondo es ya parte de nuestra conversación cotidiana, de nuestros sueños y esperanzas, de nuestras vidas reales. Macondo es ya parte de la cultura popular, algo que sólo había logrado Cervantes con El Quijote.
García Márquez, el continuador y renovador de la tarea literaria cervantina, nos ha dejado, a unos días de la conmemoración que el mundo hace del Día Internacional del Libro, fecha en que se recuerda a Cervantes, a Shakespeare y a Inca Garcilaso, autores con los que se mide en talento.
Y nos dejó un jueves santo, entre una luna roja, una granizada épica y un temblor de miedo, digno marco cósmico para el inventor y cronista de la realidad mágica de Latinoamérica.
En el Coronel no tiene quien le escriba, encontramos estas líneas: En la vida más que la muerte, es la que no tiene límites.
Sus libros, su legado, su invaluable regalo al mundo tampoco tienen límites.
Muchas gracias.

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