Revista Proceso
No. 1981, 18 de octubre de 2014
Las
normales rurales le estorban al modelo neoliberal/José Gil Olmos
La
violencia contra las normales rurales llegó a su límite en Iguala, Guerrero,
luego de la agresión a los estudiantes de Ayotzinapa. La desaparición de 43
compañeros suyos puso en movimiento a sus pares de otras entidades y evidencia
que el intento por desaparecerlas o transformarlas en centros de formación de
“técnicos en turismo” podría dar lugar a una lucha popular, a una expresión de
rebeldía amplia, advierte a Proceso la investigadora Tanalis Padilla, quien
prepara un libro sobre este tema. Esos centros de enseñanza, dice, son un
estorbo para el proyecto neoliberal.
Abandonadas
por el gobierno federal durante décadas, las normales rurales –otrora símbolo
revolucionario para la educación de los campesinos– carecen de un presupuesto
para atender a sus más de 7 mil alumnos, quienes hoy buscan el sustento en las
calles, a riesgo de enfrentar los ataques sistemáticos de policías y bandas del
crimen organizado, como sucedió el pasado 26 de septiembre en Iguala, Guerrero,
con los estudiantes de Ayotzinapa.
De
las 29 instituciones originales sólo quedan 17. En los últimos 40 años, además
de las agresiones, cada vez más frecuentes y violentas, los gobiernos estatales
y el federal han intentado a toda costa cerrarlas o transformarlas en centros
de educación técnica para formar sólo “técnicos de turismo”.
Esa
tendencia se manifestó en 2000, cuando la Escuela Normal Luis Villarreal, en El
Mexe, Hidalgo, sufrió los embates y ocho años después se convirtió en
universidad politécnica. En noviembre de 2012 le llegó el turno a la Normal
Vasco de Quiroga, en Tiripetío, Michoacán, donde hubo 133 detenciones.
En
el ínterin, entre 2007 y 2011, se desató la represión contra los estudiantes de
la Normal Raúl Isidro Burgos –conocida como Ayotzinapa–, en Guerrero. En ese
periodo murieron dos jóvenes por disparos de la policía estatal. La
desestabilización contra los estudiantes guerrerenses se agudizó el pasado 26
de septiembre, cuando policías de Iguala dieron muerte a dos de ellos. Ese día
desaparecieron también 43 normalistas.
El
miércoles 8, luego de la marcha de protesta en Chilpancingo, un normalista de
Ayotzinapa subió a la tarima y tomó el micrófono para demandar la presentación
de sus 43 compañeros: “El Estado nos ve como el enemigo y sólo somos
estudiantes”. Su voz retumbó en las paredes del palacio de gobierno.
Desde
los setenta, el gobierno federal asocia a las normales rurales con la rebeldía,
pues de ellas han egresado luchadores sociales, como Othón Salazar, Pablo
Gómez, José Santos Valdez, Misael Núñez Acosta, así como los guerrilleros Lucio
Cabañas y Genaro Vázquez.
Para
Tanalis Padilla –quien imparte historia en Dartmouth College, una universidad
privada de New Hampshire y prepara un libro sobre las normales rurales–, estas
escuelas comenzaron a ser atacadas a partir del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
Las autoridades las consideran reproductoras de estudiantes revoltosos. La
verdad es otra, dice desde Londres: esos centros no embonan en el proyecto
neoliberal de educación.
E
insiste: La exdirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación
(SNTE) Elba Esther Gordillo se propuso convertir las normales rurales en
centros de formación de “técnicos en turismo”. Si el propósito de las
autoridades estatales y federales sigue en pie, como todo parece indicar, ello
puede provocar un brote social, pues muchos campesinos sólo tienen acceso a la
educación en esos centros de enseñanza.
El
diputado perredista Miguel Alonso Raya, egresado de la normal de El Mexe,
califica de “insensatez” cualquier pretensión de enterrar dicho proyecto sólo
por considerarlo un “criadero de guerrilleros”.
“Fue
a partir de 1969 –comenta– cuando se inició la ofensiva contra este proyecto
educativo. El presidente Díaz Ordaz ordenó la desaparición de 14 escuelas y la
conversión de algunas de ellas en secundarias agropecuarias, como sucedió con
las normales de Tamatán, Tamaulipas, y la de Roque, en Guanajuato.
“Desde
entonces ya había muchas carencias y mucha estigmatización porque de ahí
salieron Arturo Gámiz, quien participó en el asalto del cuartel de Ciudad
Madera; Lucio Cabañas, dirigente del Partido de los Pobres, y muchos más que
estuvieron en la Liga Comunista 23 de Septiembre y otros movimientos
guerrilleros. De ahí se agarraron para decir que (las normales rurales) son
nido de guerrilleros, de subversivos.”
El
abandono
Desde
el principio, las normales rurales fueron concebidas como parte de un proyecto
educativo revolucionario para los campesinos. Su antecedente directo fueron las
normales regionales y las escuelas centrales agrícolas creadas al término de la
Revolución. Hacia 1926 ambas se fundieron para dar origen a las normales
rurales, señala la investigadora Tanalis Padilla en un estudio.
Durante
el gobierno del general Lázaro Cárdenas se extendieron a las regiones más
pobres y recibieron todo el apoyo oficial, sin perder su esencia. Sus programas
académicos tenían un carácter socialista e incluían actividades prácticas para
que los alumnos aprendieran diversos oficios; tenían módulos para la actividad
agropecuaria y también para la cultural –como el cultivo de la música popular y
la danza regional–, así como para inculcar valores cívicos y patrios.
También
preveían el deporte y un módulo político en el cual se estudiaba el
marxismo-leninismo –el cual aún está vigente– para analizar la realidad
política y social del país.
Pero
todo ese apoyo fue retirado luego del movimiento estudiantil de 1968 y la
irrupción de grupos guerrilleros en diversas partes del país. Las normales
rurales fueron abandonadas y comenzaron a ser atacadas desde el gobierno.
Las
17 que aún existen son consideradas como escuelas de educación superior, aunque
no tienen un presupuesto específico etiquetado en la Ley de Presupuesto de
Egresos de la Federación. Hoy, los apoyos financieros están sujetos a la
voluntad de cada gobernador; además, muchos profesores no tienen el perfil para
formar a los alumnos, y las plazas para nuevas contrataciones están canceladas.
Para
las autoridades, la comunidad estudiantil de estos centros es revoltosa y
muchos de sus alumnos no estudian; éstos sobreviven con lo que les dan para la
alimentación, y en los planteles no hay rigor académico, admite Alonso Raya.
El
panorama es desolador para esas 17 escuelas, considera la investigadora Tanalis
Padilla: “Para tener comida o recursos después de graduarse, los normalistas
han recurrido a las movilizaciones. Algunas escuelas sólo defienden el derecho
a la educación; en este caso, a la educación rural”, comenta desde Londres.
Pero
el gobierno insiste en descalificar a los alumnos mediante campañas de
criminalización. Viene haciéndolo desde hace cuatro décadas: “En general, los
medios de comunicación o las instancias de gobierno se han encargado de
difundir que los alumnos son una bola de agitadores, que no estudian y se
dedican al ocio y a secuestrar camiones…
“Se
ha evitado hablar del contexto social, de que son jóvenes de extracción humilde
–muchos de ellos de familias campesinas e indígenas pobres–; son tratados como
criminales, de agitadores. De ahí la represión, como la de 2011, cuando fueron
asesinados dos estudiantes, y la del mes pasado, en la cual los policías de
Iguala mataron a seis personas y desparecieron a 43 normalistas de Ayotzinapa.”
Es
en este ámbito en el que debe analizarse la desaparición de los muchachos: “El
último ataque tenemos que verlo y entenderlo dentro de un contexto general
donde las normales rurales y sus estudiantes han sido criminalizados. Primero,
comenzaron a abandonarlas desde mediados del siglo pasado por considerarlas
nidos de comunistas y guerrilleros; luego se inició un ataque político contra
la comunidad estudiantil.
“Las
(autoridades) dejaron caer las normales rurales, y es precisamente esa
situación de precariedad la que obligó a los estudiantes a buscar sus recursos
fuera para poder tener los derechos más básicos.”
Y
matiza: las normales rurales han sido abandonadas porque no entran en el modelo
privatizador del neoliberalismo en el que se han montado los últimos
presidentes.
“No
caben dentro de una política neoliberal donde el financiamiento a la educación
pública y a los derechos de la población que se ganaron en la Revolución y
están en recogidos en la Constitución han ido retrocediendo lentamente”,
sostiene la entrevistada.
De
ahí que estén atrapadas, dice Padilla, entre un proyecto político y económico
privatizador y la violencia y represión del gobierno hacia los movimientos
sociales, en particular a los campesinos e indígenas.
Las
17 escuelas normales rurales tienen una población superior a los 7 mil 300
alumnos, pero la demanda continúa. Según información de la Secretaría de
Educación Pública (SEP), salvo los planteles de San José de las Flores,
Tamaulipas, y Saucillo, Chihuahua, las demás trabajan con interrupciones;
algunas no cumplen ni la mitad de los 200 días del calendario escolar. La
mayoría de los planteles son precarios y los profesores están mal preparados.
El
miércoles 8, durante su comparecencia en el Senado, el titular de la SEP,
Emilio Chuayffet, aseguró que las normales rurales no van a desaparecer, pues
el compromiso del gobierno federal es darles todo el apoyo.
Para
el diputado Alonso Raya, sería una insensatez desaparecerlas. Si las
autoridades lo hacen, advierte, ya no existirá la formación de docentes que
pueden ir a las zonas más marginadas del país, lo cual sería muy grave.
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