Revista
Proceso No. 1999, 21 de febrero de
2015/
Tamaulipas,
bajo control del narco/JUAN ALBERTO CEDILLO
Investigadores
y organizaciones ciudadanas del estado de Tamaulipas se quejan de las
autoridades federales y estatales por la falta de una política de seguridad
efectiva para frenar la violencia delincuencial en las ciudades fronterizas.
Los grupos criminales han pasado de la economía ilegal a la economía informal
y, pese a la presencia masiva de corporaciones policiacas, del Ejército y la
Marina, sicarios y halcones ejercen un sigiloso o sanguinariamente ruidoso
control sobre las actividades clave del estado.
En
las carreteras de esta ciudad fronteriza, como en las de Reynosa y la Frontera
Chica, adolescentes armados suelen frecuentar las tiendas de conveniencia de
las cadenas Oxxo y Súper 7 que se ubican en las estaciones de gasolina; van
provistos de aparatos de radio frecuencia y celulares para comunicar los
movimientos a sus jefes. Les reportan la entrada de camionetas sospechosas y
escogen a los propietarios de vehículos lujosos para secuestrarlos o
despojarlos de su unidad.
Ahora,
las carreteras tamaulipecas son consideradas las más peligrosas del país. En la
mayoría de ellas el tránsito de vehículos se suspende a partir de las cinco de
la tarde. En la carretera federal 101 que conecta a Matamoros, San Fernando y
Ciudad Victoria las líneas de autobuses tienen suspendidas sus corridas
nocturnas, e incluso el transporte de carga evitar circular por las noches.
Frente
a esa situación, los paisanos que vienen de Estados Unidos a visitar a sus
familiares optaron por organizar caravanas con decenas de vehículos y solicitar
a la Policía Federal y del Ejército que las escolten cuando transiten por
tierras tamaulipecas.
Aquí,
en Matamoros, la actividad termina al
caer la tarde. Los negocios cierran a partir de las 17:00 horas y la población
se refugia en sus domicilios. La vida nocturna hace mucho que desapareció en la
ciudad, en cuyo centro se observan decenas de negocios y casas abandonadas.
Monopolios
criminales
Integrantes
del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
(CIESAS), del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal,
así como oficiales del Ejército reiteran que las medidas del gobierno federal
que se vienen aplicando desde la administración de Felipe Calderón han
demostrado su ineficacia, por lo que piden ir más a fondo, como en Coahuila y
Nuevo León, donde se desmantelaron
cientos de negocios ilegales como un primer paso para minar la
penetración del crimen organizado en la sociedad.
En
su dossier titulado Seguridad, justicia y paz, el Consejo Ciudadano sostiene
que los jefes de los grupos criminales de Tamaulipas “quisieran tenerlo todo y
tener a la gran mayoría de los integrantes de la población trabajando para
ellos, en calidad de siervos o esclavos”.
El
documento enumera la variedad de los negocios controlados por los cárteles que
operan en el estado; son decenas de antros ubicados en las ciudades
fronterizas, líneas de transporte público, yonques (deshuesaderos de autos),
hoteles y tortillerías, entre otros. Además controlan la venta de cerveza y
whisky, ya que son dueños de cantinas y bares. En Matamoros también dirigen la
venta de chatarra, metales y cartón.
También
saquean a gran escala los oleoductos de Pemex por donde se importan las
gasolinas de la vecina ciudad de Brownsville; incluso tienen un popular mercado
rodante en el cual ofrecen todo tipo de mercancía de contrabando y robada al
transporte de carga. Cientos de policías federales y militares que durante el
día combaten al crimen organizado acuden por las noches a esos negocios a
consumir las mercancías que expenden.
Según
investigadores del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey,
los grupos criminales están monopolizando los negocios de la economía informal
para sumarlos a sus lucrativos negocios de la economía ilegal: tráfico de
armas, trata de personas y trasiego de
drogas. Las cifras conservadoras de los investigadores señalan que al
apropiarse de una parte de la economía informal, el crimen organizado sumó a
sus filas al menos a 10% de la población.
Carlos
Flores Pérez, integrante del CIESAS, cuestiona que se pretenda combatir a las
nuevas mafias incrustadas en la sociedad con despliegues de fuerzas militares.
Ese esquema se aplica desde el pasado sexenio de Felipe Calderón y hasta ahora
no ha mostrado resultados. El investigador lamenta que el presidente Enrique
Peña Nieto no cambie la estrategia por otra más eficaz para frenar la
delincuencia organizada.
En
su libro Historias de polvo y sangre. Génesis y evolución del tráfico de drogas
en el estado de Tamaulipas, que presentó a principios de noviembre de 2014,
Flores Pérez señala que los operativos policiacos y militares en las regiones
conflictivas del país sólo han sido paliativos que funcionan por tiempo
limitado.
Ello
se debe, sobre todo, según el autor, a que el Estado no ha profundizado
acciones para combatir a los cómplices de cuello blanco de los criminales,
tanto dentro del gobierno como entre los empresarios.
Capos
como Osiel Cárdenas Guillén, Miguel Ángel Treviño Morales, Jorge Eduardo
Costilla, El Coss, y el mismo Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, por ejemplo, mostraron que carecían de la estructura
financiera para realizar grandes operaciones de lavado de dinero. Ahora, dice
Flores, esta actividad la realizan los capos con cómplices que no han sido
tocados.
Según
el investigador del CIESAS, en el lucrativo negocio del saqueo de combustibles
a Pemex participan trabajadores de la paraestatal, puesto que tienen los
conocimientos y la capacitación técnica para robar a gran escala la gasolina y
el diésel que luego se vende a empresas de Estados Unidos.
Y
añade: las nuevas mafias que se han creado a partir de las pugnas en las
cúpulas de los cárteles se han enquistado en la sociedad al diversificar sus
negocios. Por lo tanto, los despliegues militares han resultado ineficaces para
combatir a esos grupos.
Los
integrantes del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal
demandan a las autoridades “poner fin al saqueo de Pemex mediante una real
investigación de los colaboradores de los grupos criminales dentro de la
empresa”.
Negligencia
Para
el oficial de la Octava Zona Militar consultado por Proceso Jalisco, el
gobierno de Tamaulipas se ha negado a profundizar acciones contra el Cártel del
Golfo y Los Zetas, debido a la complicidad de altos funcionarios con esos
grupos.
Durante
2009, cuenta, fueron degollados nueve soldados en distintos bares y cantinas de
la zona metropolitana de Monterrey que pertenecían al crimen organizado. Sus
ejecutores los abandonaron en otros lugares para evitar que los relacionaran
con los delincuentes. La comandancia de la Séptima Zona Militar mantuvo en
secreto esos crímenes “para no desmoralizar a la tropa”.
Sin
embargo, los mandos militares forzaron al gobierno de Rodrigo Medina a cerrar
más de 30 antros, bares, locales de table dances y prostíbulos ilegales sobre
la “alegre” calle Villagrán, en el primer cuadro de Monterrey. El propio Cártel
del Golfo contribuyó a cerrar antros: en junio de 2011 ocho sicarios arribaron
al bar Sabino Gordo y mataron a 21 personas, entre clientes, empleados y los
guardias que cuidaban la entrada.
Semanas
después, el Ejército realizó un amplio operativo en la calle Reforma del centro
de la ciudad. El 19 de julio de 2011, por ejemplo, alrededor de 600 efectivos
de la Sedena y la Marina, así como elementos de la Policía Federal y estatal,
cerraron ocho cuadras para destruir 600
puestos fijos y semifijos donde Los Zetas distribuían artículos pirata y de
contrabando.
En
Coahuila, el gobierno de Rubén Moreira realizó varios operativos para clausurar
y asegurar decenas de negocios relacionados con el crimen organizado. En
Torreón y municipios de La Laguna se cerraron al menos 20 hoteles, 30 negocios
de yonques, 19 centros de rehabilitación ilegales, así como decenas de bares y
casinos. En Saltillo y otras ciudades del estado se instrumentaron medidas
similares.
Pero
en Tamaulipas las cosas son diferentes. Pese a la violencia creciente, las
autoridades estatal y federal se niegan a emprender acciones radicales para
frenar a los grupos criminales y garantizar la seguridad a la población. Aquí,
según los académicos consultados y los integrantes del Consejo Ciudadano, el
gobierno federal permite que las bandas continúen operando desde las prisiones estatales, pues se niegan a
trasladarlas a penales federales de alta seguridad.
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