Revista
Proceso No. 1999, 21 de febrero de
2015
El
nuevo autoritarismo mexicano/ARTURO
RODRÍGUEZ GARCÍA
El
retorno del PRI a la Presidencia es una conjunción de la vieja demagogia con la
soberbia y la violencia que marcaron los dos sexenios panistas. Se trata ahora
de la recuperación y conservación del poder con una evidente falta de
contenidos, y con la represión como principal elemento discursivo, con
Ayotzinapa como ejemplo contundente. En el libro El regreso autoritario del
PRI. Inventario de una nación en crisis (Grijalbo, 2015), el reportero de
Proceso Arturo Rodríguez García analiza el retorno del tricolor, marcado por
funestas consecuencias. Con permiso del autor y de la editorial, a continuación
se adelantan fragmentos de la obra.
El
PRI está de regreso en Palacio Nacional. Partido de formas, lenguajes, maneras,
gestos, tonos. Encubridora simulación. Vocablos que resurgen, palabras del
pasado transmutadas en invocaciones de futuro: institucionalidad, unidad
nacional, principios revolucionarios, democracia y justicia social…
* * *
Las
palabras remiten a experiencias, significados que deben encontrarse en la
memoria. Tentación imperial. Monarquía con ropajes republicanos. Piénsese en la
parafernalia: un monarca, rodeado de su séquito, acude al encuentro con la
plebe que lo ovaciona, lo idolatra y participa gustosa de la exaltación
apoteósica de su príncipe, especialmente si con su determinación ha ganado la
guerra, ha enaltecido el nombre de su pueblo, brindándole orgullo a la
identidad colectiva que él personifica.
Hace
unos presidentes, el monarca sexenal se aproximaba a la plebe con frecuencia.
Luis Echeverría, en 1976, hizo un viaje de 44 días por el extranjero; a su
regreso fue recibido por una concentración masiva que coreaba su nombre,
mientras los “jilguerillos” –la designación despectiva para los oradores
oficialistas– reproducían los títulos: “Líder del Tercer Mundo”, “Trabajador de
la paz”, “Revolucionario nacionalista”…
El
3 de septiembre de 1982 hubo una concentración masiva en el Zócalo de apoyo al
presidente José López Portillo, que acababa de nacionalizar la banca. Acaso
haya sido él, desde Adolfo López Mateos, el que más acudió al Zócalo a esperar
la alabanza. El 13 de diciembre de 1986, otra concentración masiva recibía al
presidente Miguel de la Madrid después de una gira por Japón y China.
En
la reedición ritual, nada mejor que una concentración masiva, aunque no en el
Zócalo, sino en el Centro Banamex de la Ciudad de México, que a cinco días de
la detención de Elba Esther recibe a Peña Nieto con los priistas ovacionándolo.
Son las otrora fuerzas vivas de la Revolución que dejan en el pasado sus
pretensiones ideológicas para abrazar la causa, que de una vez por todas
destierra los matices de la retórica priista para plegarse al
pragmático-centrismo.
Un
pragmatismo que encuentra su inspiración en el pasado presidencialista: De la
Madrid encarceló al temible jefe policiaco Arturo El Negro Durazo; Salinas, al
cacique sindical petrolero Joaquín Hernández Galicia, La Quina; Zedillo, a Raúl
Salinas de Gortari. Fox no pudo encarcelar a nadie y Calderón optó por
militarizar el país.
Desplante
de fuerza que reafirma el poder presidencial; destrucción de un poderoso para
mostrar quién puede más, gana el respeto que infunde el temor a la mano dura y
se traduce en elogios a la voluntad y la determinación. Advertencia a una clase
política que cada seis años debe saberse prescindible. Florecen los vocablos de
la lealtad institucional, apellido partidista que se reedita para evitar la
insubordinación.
* * *
Por
las calles del centro de la Ciudad de México, cerca de cuarenta sindicatos independientes
de los grandes corporativos gremiales lanzan consignas contra la reforma
laboral, y los maestros de la CNTE, aquellos que no se doblegaron ante la
amenaza de que les exhibieran casos de corrupción o los metieran a la cárcel,
desfilan hasta el Zócalo, donde las arengas son todo menos complacientes con la
política presidencial y el Pacto por México. Ecos de la subordinación,
peyorativo parónimo del argot corporativo que descalifica la transgresión a las
leyes no escritas de la hegemonía: los sindicatos independientes son “los
impertinentes”.
Diálogos
infructuosos y simulaciones que a nada llevaron. La posición del gobierno
federal se reproduce en las entidades federativas: se acepta el diálogo pero no
se modifica la reforma educativa. Las marchas de la CETEG y de las policías
comunitarias, ese día 1 de mayo (2013), fueron de la Autopista del Sol a la
sede del gobierno guerrerense, trayecto que se llenó de pintas y cristalazos a
los edificios públicos de Chilpancingo, y aparatosos desmanes que volcaron con
pura fuerza humana los vehículos oficiales que encontraron al paso. Fueron al
edificio de la Policía Federal y lanzaron piedras, siguieron a la SEP y
causaron daños en la fachada. La movilización de decenas de miles de personas,
por tercera ocasión en lo que iba del año, expresaba el rechazo a la reforma
educativa pero también un largo historial de agravios plasmados en las pintas:
“Asesinos”, “malditos perros”, alusivas al asesinato de dos estudiantes
normalistas de Ayotzinapa en 2011, uno de los antecedentes que más tarde serían
invocados con persistencia ante una de las represiones más dolorosas de la
historia moderna de México…
“Vándalos”
fue el calificativo que se volvería popular ese día para designar la protesta
social. Reedición de los calificativos: vándalos, como en 1968 y 1971. Fue así
como en la Ciudad de México la mayoría de las coberturas informativas llamaron
al grupo de jóvenes encapuchados que ese 1 de mayo acudieron al desfile de los
sindicatos independientes y realizaron pintas, rompieron vidrios y se
confrontaron con la policía capitalina.
* * *
Cuando
se abandona el repaso de la historia para operar la sumatoria de los muertos
del presente, se asimila lentamente el exterminio, porque se va perdiendo la
memoria y la relevancia de los hechos que originan el desastre para configurar
la moral de nuestro tiempo con indiferente sentido del pasado doliente y
atribulado.
Todo
el náhuatl, en una palabra, Ayotzinapa, etimología sugerente de abundancia, es
ahora contrasentido y tragedia. Ayotzinapa y sus 43 ausentes, más seis muertos,
más dos muertos de 2011, más cientos o miles sometidos a incontables
crueldades, más una historia de rebeldía ante la desigualdad y la injusticia
desde su pasado colonial hasta ahora.
Todo
lo que somos y todo lo que ocurre tiene conexión con el pasado. Nación
condenada a mil fracasos, sueños perdidos en el despertar violento,
aspiraciones imposibles que, convertidas en abstracción por efecto de la fría
aritmética, resultan en el olvido y quedan las historias oficiales y las
escuetas exposiciones de libro de texto… si acaso. Y ante la magnitud del
exterminio, qué más da pensar en letras o en números: tan inútil parece tener
conciencia de historias como de datos estadísticos cuando una noción
eliminacionista persiste, irrevocable, en los hombres del poder. Cuánta
impotencia.
Los
datos y las historias a veces sólo ofrecen una versión embrollada sobre lo que
redunda en algo que se debe tener muy claro: una secuencia de exterminios,
determinación consistente en su letal propósito, coherencia de eliminaciones…
Suprimir ese vocablo brutal cuando se habla de personas tiene por sustrato los
actos de separar, prescindir, alejar, excluir, expeler, matar y desaparecer.
“Ayotzinapa
somos todos” es la consigna que convoca a una identidad aglutinadora que se
propone inspirar la noción de que eso que le ocurrió a los normalistas puede
sucederle a cualquiera. Y así es. Y aun antes de lo acontecido en Iguala el 26
y 27 de septiembre de 2014, somos lo que somos: un país donde se elimina a
quien protesta, que confronta y se opone a la voluntad de las élites del poder.
Lo
que aterra del autoritarismo mexicano es su máscara de buenas intenciones. La
máscara con la que subsiste el verdugo, criminal homicida que dice defender las
instituciones. La que perpetúa la eliminación de los llamados enemigos del
Estado, entendido como individualización del poder y no como contrato social.
Hay veces en que el disfraz de unos se pierde, pero jamás trastoca la gran
puesta en escena, el teatro del horror de todos los tiempos.
Es
la cortina que posibilitó que los veteranos de la Revolución se convirtieran en
represores contrarrevolucionarios; que fueran ellos quienes formaran a los
represores de los años sesenta y setenta que, 30 años después, encabezaran la
“guerra” de Felipe Calderón. O que sean relevos generacionales al poder los que
reediten las masacres y desapariciones.
Impunidad
es lo contrario de punible, es decir, de aquello que merece castigo. Luego,
impunidad, es aquello que, mereciéndolo, no recibe castigo… La violencia del
poder no lleva capucha como aquellos que protestan, pero sí un refinado antifaz
para la impunidad de los perpetradores.
* * *
Con
base en una solicitud de acceso a la información fue posible saber que, desde
1999, la Sedena suscribió con la Secretaría de Gobernación primero, y con la de
Seguridad Pública después, un convenio de colaboración anual en el que se
establecía que las Primera, Segunda y Tercera brigadas de la Policía Militar
apoyarían a la Policía Federal. De acuerdo con la respuesta, otorgada a finales
de 2012, la Tercera Brigada (TBPM) se integraría de manera permanente a las
labores policiacas, en tanto la Primera y la Segunda serían una reserva ante
cualquier eventualidad.
La
recomendación de la CNDH 38/2006, sobre el caso Atenco, y la 15/2007, por el
caso del movimiento de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, así como
diferentes testimonios de los movimientos mineros de Lázaro Cárdenas,
Michoacán, y Cananea, Sonora, daban indicios de esa participación. La historia
se remontaba a 1999, cuando en las postrimerías del gobierno de Ernesto Zedillo
la Sedena signó un convenio de colaboración con la Policía Federal de Caminos,
mediante el cual el Ejército asumió el mando y la formación de policías.
La
fecha es clave. Al amparo de esos convenios, el desalojo de los estudiantes
huelguistas de la UNAM fue realizado por militares.
Tienen
su base en San Miguel de los Jagüeyes, Estado de México, y durante los
gobiernos panistas fueron la punta de lanza del gobierno contra las bandas del
crimen organizado y los movimientos sociales que cuestionaron el establishment
político a lo largo del país.
Durante
el gobierno de Vicente Fox, el préstamo de militares a la nueva Policía Federal
Preventiva motivó inconformidades y críticas en el mismo gobierno. Ninguno de
los señalamientos por violaciones de derechos humanos por parte de los
militares de la TBPM derivó en una investigación.
El
primer escándalo que implicó a personal de la brigada ocurrió cuando la CNDH
documentó que ese cuerpo militar participó en los enfrentamientos de San
Salvador Atenco, Estado de México, el 3 y el 4 de mayo de 2006.
El
26 de noviembre de 2012, las tres brigadas de la Policía Militar estaban
concentradas en el Campo Militar Número 1. Ese día salieron, con uniformes
azules y vestidos de civil, a tomar las calles para resguardar la toma de
posesión de Enrique Peña Nieto. Oficiales militares en activo, indignados por
lo que ocurría, fueron quienes avisaron del operativo, como harían también el
13 de septiembre y el 2 de octubre de 2013. El arribo de autobuses con
elementos desaliñados de uniforme azul y civiles golpeadores de manifestantes
fue ampliamente documentado en esas fechas.
* * *
Llegado
el fin de siglo, la retórica se tornó indeseable sólo para dar paso a la
demagogia, promesas fáciles pero difíciles de mantener, uso desmedido del
marketing, vicios y defectos de carácter que adquieren sentidos positivos en la
simplicidad verborreica del mal decir: ridiculización del oponente en víboras
prietas, tepocatas y demás arácnidos; el machismo discriminatorio de llamar al
oponente “mariquita” y a las mujeres “lavadoras de dos patas”; la diplomacia del
“comes y te vas”; la admisión de decir “cualquier tontería” ya estando de
salida; el deseo manifiesto de “tener todos los juguetes”, lúdico impulsivismo
bélico en un país aquejado por la violencia, que se gobierna al amparo de la
democracia del “haiga sido como haiga sido”.
Trueque
mal logrado: la excesiva formalidad que no resuelve nada por el desdén de la
palabra y los conceptos que tampoco resuelven nada. En 2009, durante una
entrevista a propósito del fenómeno de desaparición forzada que se propagaba
por todo el país, incansable, Rosario Ibarra de Piedra describía la recepción
que el gobierno federal daba a los dolientes de la desaparición:
“Antes,
los gobiernos priistas hablaban, prometían y no resolvían nada, eran la
demagogia en grado superlativo; con los gobiernos del PAN, nos colocan unas
vallas enormes y despliegan a sus policías, son la soberbia también en grado
superlativo”.
En
el retorno del PRI, hay reedición demagógica. Conjunción de frivolidades con la
palabra formal; fatuidad discursiva dirigida a la consecución y posterior
conservación del poder con elocuente ausencia de contenidos, que impone
reformas a los otros poderes y confronta la protesta con vallas y despliegues
policiacos. Es la demagogia que estimula las aspiraciones elementales de la
sociedad, desviándola de la real y consciente participación democrática cuyas
demandas son contenidas con cercas, aplacadas con gases, prisión y muerte.
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