Los
caballos de Dios/Jordi Soler es escritor.
El
País | 21 de febrero de 2015
El
escritor marroquí Mahi Binebine tiene una novela que resulta imprescindible en
estos tiempos en que el yihadismo monopoliza el terror del mundo occidental y
orilla a los Gobiernos europeos, como antes lo hizo el de Estados Unidos, a
improvisar medidas de seguridad, no siempre muy eficientes, que terminan
afectando a la libertad de los ciudadanos.
La
novela de Binebine es de un realismo escalofriante, está escrita originalmente
en francés, no existe todavía en español, y tiene una reciente traducción al
inglés titulada Horses of God, Caballos de Dios, que es el nombre que la
imaginería yihadista da a los fieles que hacen de bombas humanas, esos hombres
cargados de explosivos que estallan en el vestíbulo de un hotel, o a bordo de
un tren, a cambio de un paraíso lleno de vírgenes al que ascenderán de forma
inmediata y a todo galope, como los caballos.
Pero
el título original de esta novela es Les étoiles de Sidi Moumen, Las estrellas
de Sidi Moumen, que es el nombre de un barrio marginal de Casablanca donde los
jóvenes sin futuro juegan al fútbol en un terregal, sin más recompensa que el
sueño de convertirse en estrellas de ese deporte. Los personajes de Mahi
Binebine tienen la misma historia que los jóvenes que viven, de verdad, en Sidi
Moumen, y la de los que viven en Ceuta y Melilla, en la periferia de Madrid o
Barcelona, o en la banlieue de París. Todos son pobres de solemnidad, viven
dentro de familias desestructuradas, con el padre desaparecido o muerto y la
madre que no puede hacerse cargo de tanta realidad. Ninguno de esos jóvenes
vislumbra alguna mejoría social en el futuro y su historia personal les ha
enseñado que tampoco su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo, tuvieron futuro:
habían nacido en la miseria y el futuro que les esperaba, como los espera a
ellos, era la misma miseria.
Los
personajes de Mahi Binebine que, como digo, son idénticos a las personas que
representan en las páginas de esta novela, se van dando cuenta, conforme se van
haciendo mayores, de que nunca serán ni Messi, ni Andrés Iniesta, pero también
se dan cuenta de que, si no hacen algo para impedirlo, morirán ahí mismo, en
Sidi Moumen, asfixiados por la misma miseria que ha asfixiado a todo su árbol
genealógico. En este punto, la novela de Binebine ya no es propiamente una
novela, la historia que nos va contando se ha emparejado con la realidad más
escalofriante que tiene hoy el siglo XXI. De hecho, los terroristas que
perpetraron los atentados que sacudieron Casablanca en mayo del año 2003
salieron precisamente de las chabolas de Sidi Moumen.
A
todos estos jóvenes sin futuro, que nunca serán Andrés Iniesta, pero que
tampoco tienen una especial querencia religiosa, se les aparece un día un imán
que, poco a poco y de manera amable y hasta discreta, les pone frente a los
ojos la oportunidad de darle un sentido a su vida, de salir de esa miseria
absurda y de ganarse, si es que están dispuestos a convertirse en caballos de
Dios, no solo un futuro brillante sino el mismo paraíso. El imán es la única
oportunidad que tienen estos jóvenes de escapar de la miseria, lo cual encierra
una desgraciada y oscura paradoja: la única forma de darle sentido a su vida es
acabando con ella.
¿Salir
de la miseria por la vía yihadista es una locura?, sin duda, pero ¿qué hacían
los Gobiernos europeos mientras ese monstruo engordaba en la periferia de sus
ciudades? Lo que hacían era mirar para otro lado, como han hecho, durante
décadas, con las oleadas de inmigrantes que van poblando Europa, ese fenómeno
que está directamente conectado con el repunte yihadista. Mirar para otro lado
y dar un par de palos muy mediáticos cuando la ciudadanía se inquieta.
Resulta
sintomático que las medidas europeas para defenderse del yihadismo pasen por
redoblar la vigilancia en fronteras y aeropuertos, por cercar el continente
para que no entre el enemigo, como si estuviéramos en la época de las
invasiones bárbaras, cuando se esperaba al enemigo con un ejército apostado en
el muro del castillo, listo para tirar pedruscos y marmitas de agua hirviendo.
Si en Europa, para poder movernos con libertad, tenemos que encerrarnos en el
continente, quiere decir que la defensa no está muy bien planteada. La
respuesta medieval de los Gobiernos europeos no está a la altura de la amenaza
yihadista, como tampoco han estado a la altura las medidas medievales para
contener a los inmigrantes africanos. Si se observa lo que ha sucedido con la
inmigración latinoamericana en Estados Unidos, se aprende inmediatamente que
por más que se refuercen las fronteras, por más muros que se levanten, nunca se
podrá impedir que esas personas, que en sus países se mueren de hambre, entren
a los países ricos a buscarse una vida mejor. Por una razón elemental: el
burócrata que custodia la frontera nunca tendrá la energía, ni la
determinación, del inmigrante que necesita colarse porque la vida, y la de su
familia, le va en ello.
De
momento nadie tiene la receta para acabar con el terrorismo yihadista, pero no
parece que reforzar fronteras y aeropuertos sea solución suficiente; la
solución, si es que la hay, no será tan fácil como levantar muros y desplegar a
la policía; habrá que invertir mucho tiempo y mucho dinero en los barrios
marginales para poder competir, dentro de Europa, contra la seducción de los imanes.
Basta
una mirada a la biografía de Sayyid Qutb, el ideólogo del islamismo radical,
para darse cuenta de que la escalada yihadista lleva más de medio siglo
creciendo y diseminándose. Qutb era un poeta egipcio que se ganaba la vida como
maestro de escuela y al que el Ministerio de Educación de su país le pagó un
viaje por algunas ciudades de Estados Unidos para que viera, de primera mano,
el american way of life, que se parece cada vez más a la forma en que vivimos
en Europa. Qutb se quedó asombrado con esa forma de vida, con la manera en que
se conducían las mujeres y la laxitud moral que imperaba entre los hombres;
también le escandalizó el tamaño que tenían las casas y los jardines, la
dimensión y el calado de la propiedad privada lo pusieron enfermo y tuvo que ir
a recuperarse, en ese año de 1948, al punto geográfico específico que le
recomendó el médico: Palo Alto, California, un apacible pueblecito de la costa
Oeste que hoy es el corazón del Silicon Valley.
No
está de más observar que de aquel valle californiano no solo ha salido la
tecnología punta que hoy gobierna nuestras vidas, sino también las reflexiones
que durante su convalecencia hizo Qutb y que se convertirían más tarde en los
fundamentos del islamismo radical. Más tarde, ya que a fuerza de libelos,
ensayos y discursos se había consolidado como un importante ideólogo del islam,
Qutb pasó a ser el gurú de Los Hermanos Musulmanes. Como consecuencia de las
acciones políticas de esta organización, en 1965 fue detenido y al año
siguiente fusilado. ¿Qué hacía Europa durante todas esas décadas en las que la
ideología de Sayyid Qutb, el islamismo radical, se espumaba y se preparaba para
la conquista de los infieles del mundo occidental? No hacía prácticamente nada,
no miraba, o no quería mirar, el lío que se le venía encima.
Las
medidas de protección, de control y de espionaje que implementa ahora la Unión
Europea, tendrían que ir acompañadas de una inversión y de una presencia en
esos barrios donde la pobreza y la falta de oportunidades funcionan como abono
para el yihadismo; más que reprimir y aislar hay que convencer e integrar,
darle a esos jóvenes otra opción, evitar que se conviertan en caballos de Dios.
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