9 jun 2016

Piensen lo que piensen, (pero) voten

 Piensen lo que piensen, (pero) voten/Timothy Garton Ash es profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su nuevo libro, Free Speech: Ten Principles for a Connected World, se publicará en primavera. 
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
El País, 8 de junio de 2016
La decisión de que Reino Unido permanezca o no en la UE puede estar en manos de neozelandeses, australianos y canadienses. Una de las numerosas peculiaridades del sistema electoral británico es que muchos ciudadanos de la Commonwealth que viven en Reino Unido tienen derecho a votar en el referéndum, mientras que los franceses e italianos que llevan 30 años viviendo aquí, no. No tiene ningún sentido, pero, como decía Benjamin Disraeli, en Inglaterra no gobierna la lógica, sino el Parlamento.
 En cualquier caso, si tiene usted derecho a votar, sea joven o viejo, inglés, escocés, irlandés o jamaicano, por favor, inscríbase para hacerlo. El plazo termina el martes, 7 de junio, a medianoche.

 Lo único en lo que están de acuerdo las dos partes de un debate cada vez más enconado es en que esta es la decisión más importante que van a tomar los británicos desde hace 40 años. Si creemos en el autogobierno democrático, es obligatorio que acudamos a votar cuantos más mejor. El autogobierno democrático es un punto fundamental de la campaña para el Brexit. De hecho, es su argumento más noble, muy alejado del alarmismo sobre la inmigración. En unos comicios que están perdiendo a toda velocidad cualquier atisbo de respeto mutuo, me parece importante decir que en el bando favorable a la salida hay algunos, no recién llegados como Boris sino euroescépticos de toda la vida, que llevan años hablando de ello.
 Y, si el argumento central de los que quieren marcharse es que los británicos deben decidir democráticamente sus leyes y su futuro, entonces son ellos quienes deberían insistir más en que la gente se inscriba para votar. Pero resulta que pasa todo lo contrario. Los que están exhortando a ejercer el derecho democrático al voto son los partidarios de seguir en la Unión, mientras que sus adversarios guardan un extraño silencio al respecto. No me extrañaría que alguno de los más fanáticos acuse al primer ministro de manipulación desvergonzada, porque el Gobierno y la comisión electoral —totalmente independiente— están gastando mucho dinero (6,4 millones de libras en el caso de la comisión) para animar a los votantes, especialmente a los jóvenes.
 El motivo del extraño silencio de los del Brexit está claro. Si en los próximos días se inscribe más gente y el 23 de junio hay más participación, eso favorecerá seguramente a la opción de quedarse. Sobre todo si esos nuevos votantes son jóvenes. Según el último recuento, las personas con derecho a voto que se han inscrito son aproximadamente el 95% de los mayores de 65 años, pero solo el 70% de los que tienen entre 20 y 24 años. Los de más edad tienden a ser partidarios de marcharse, y los más jóvenes, de permanecer. Por tanto, siendo realista —¿o cínico?—, el bando del Brexit debería querer que los mayores hagan su larga marcha hasta los colegios electorales y que los jóvenes se dediquen a llenarse de pastillas y se vayan al festival de Glastonbury, que se celebra precisamente en esas fechas. En lugar de la mentira de que Gran Bretaña envía 350 millones de libras semanales a Bruselas, sus autobuses deberían llevar este lema: “Acude, abuelo; relájate, nieto”.
 He hablado con la comisión electoral para intentar averiguar cómo están las cosas. Un minucioso estudio realizado en 2014 llegó a la conclusión de que había alrededor de 7,5 millones de personas mal inscritas, el 15% del electorado. Desde entonces el nuevo sistema de inscripción electoral ha hecho que hayan desaparecido de las listas algunas personas y se hayan apuntado otras. Los que menos se inscriben suelen ser los jóvenes, los que acaban de mudarse de domicilio y los que viven de alquiler (podemos aventurar que en estas dos últimas categorías se incluyen muchos jóvenes, aunque también personas más pobres que, según los sondeos, estarían más dispuestos a votar por el Brexit). Otro informe indica que en las elecciones generales de 2015 solo votó el 43% del grupo de entre 18 y 24 años, frente al 78% de los mayores de 65. Incluso con el margen de error de las cifras, es una brecha de edad importante.
 Una pregunta interesante pero imposible de responder es hasta qué punto esa abstención es fruto del azar y de la apatía, de cambios de domicilio sin darse cuenta de que hay que inscribirse, o más bien una exhibición activa de partidismo. Incluso entre mis alumnos de Oxford, que no son precisamente el grupo más desfavorecido del país, me encuentro con muchos que dicen que “si el voto cambiara las cosas, lo abolirían”: piensan que la política es cosa de unas élites remotas e interesadas y que el verdadero poder lo tienen las grandes farmacéuticas y Google. Además, aunque mis estudiantes son mayoritariamente partidarios de que Reino Unido permanezca en la UE, hay muy pocos que se sientan enardecidos por el tema.
 Algunas de las medidas dirigidas a los jóvenes recuerdan a una abuelita poniéndose una minifalda de cuero. David Cameron ha utilizado Tinder, la aplicación de citas, para convencerlos. Una campaña publicitaria llamada #votin (votin.co.uk) utiliza una jerga supuestamente juvenil mientras una chica se sumerge en el océano. Es de vergüenza ajena, y más bien condescendiente.
 Pero no me parece mal que una organización llamada Bite the Ballot (muerde la papeleta), que asegura que en las últimas elecciones ayudó a inscribir a 500.000 personas, haya lanzado una campaña para que se apunte la gente antes de que acabe el plazo. Unos estudiantes de Oxford tienen una página de Facebook, Pledge2Reg, en la que la gente deja fe de que se ha inscrito. Ofrecen recompensas como 150 donuts y la visita de un camión de helados para los colleges con más inscritos. Yo he añadido a los donuts un premio de 500 libras al college de Oxford que tenga mayor porcentaje de alumnos inscritos para votar según la oficina electoral de la ciudad (un criterio dudoso, lo sé, porque muchos estarán inscritos en sus domicilios familiares, pero no se nos ha ocurrido nada mejor).
 No voy a negar que espero que esos estudiantes voten por la permanencia, pero les aseguro que prefiero que voten por la salida a que se abstengan. Pase lo que pase, este debe ser un gran momento para la democracia deliberativa, igual que lo fue el referéndum sobre la independencia escocesa en 2014. Hasta ahora, la campaña de la consulta del Brexit ha sido una mezcla entre una partida de mentiroso y una riña de bar. Pero todavía tenemos 20 días para mejorarla.

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