9 dic 2017

La globalización de nuestro malestar7Joseph E. Stiglitz,  recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD, and Chief Economist of the Roosevelt Institute. 
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.
Hace quince años, publiqué El malestar en la globalización, un libro que trata de explicar por qué había tanto descontento con la globalización dentro de los países en desarrollo. Sencillamente, muchos creían que el sistema estaba “amañado” en su contra, y se singularizaron los acuerdos globales de comercio por ser particularmente injustos.
Ahora el malestar con la globalización ha estimulado una ola de populismo en Estados Unidos y otras economías avanzadas, liderada por políticos que afirman que el sistema es injusto para sus países. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump insiste en que los negociadores comerciales de Estados Unidos fueron engañados por aquellos de México y China.


Entonces, ¿cómo podría algo que supuestamente debía beneficiar a todos en general, tanto en países desarrollados como en países en desarrollo, ser vilipendiado en casi en todas partes? ¿Cómo puede un acuerdo comercial ser injusto para todas las partes?

Para aquellos en países en desarrollo, las afirmaciones de Trump – como también el propio Trump – se constituyen en temas irrisorios. Estados Unidos básicamente redactó las reglas y creó las instituciones de la globalización. En algunas de estas instituciones – por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional, Estados Unidos todavía tiene poder de veto, a pesar del papel disminuido que desempeña Estados Unidos en la economía global (un papel que Trump parece estar decidido a disminuir aún más).

Para alguien como yo, que ha observado de cerca las negociaciones comerciales durante más de un cuarto de siglo, está claro que los negociadores comerciales estadounidenses consiguieron la mayor parte de lo que querían. El problema radicó en qué es lo que ellos querían. Su agenda fue establecida a puertas cerradas, por corporaciones. Fue una agenda redactada por y para grandes empresas multinacionales, a expensas de los trabajadores y ciudadanos comunes en todo el mundo.

De hecho, a menudo parece que los trabajadores, quienes han visto sus salarios caer y sus puestos de trabajo desaparecer, solamente son considerados como daño colateral, víctimas inocentes pero inevitables en la marcha inexorable del progreso económico. Sin embargo, hay otra interpretación de lo que ha sucedido: uno de los objetivos de la globalización era debilitar el poder de negociación de los trabajadores. Lo que las corporaciones querían era mano de obra más barata, a toda costa.

Esta interpretación ayuda a explicar algunos aspectos desconcertantes de los acuerdos comerciales. Por ejemplo; ¿Por qué es que los países avanzados cedieron una de sus mayores ventajas, el estado de derecho? De hecho, las disposiciones incluidas en la mayoría de los acuerdos comerciales recientes otorgan a los inversores extranjeros más derechos de los que se otorgan a los inversores en Estados Unidos. Estos inversores son compensados, por ejemplo, en caso de que el gobierno adopte una regulación que perjudique los resultados finales de sus balances contables, sin importar cuán deseable sea la regulación o cuán grande sea el daño causado por la corporación en ausencia de dicha regulación.

Hay tres respuestas al malestar globalizado con la globalización. La primera – llamémosla la estrategia de Las Vegas – es duplicar la apuesta con respecto a la globalización, en la forma como la globalización se ha venido gestionando durante el último cuarto de siglo. Esta apuesta, como todas las apuestas comprobadas sobre fallas de políticas (tales como la economía de goteo) se basa en la esperanza de que de alguna manera la globalización será exitosa en el futuro.

La segunda respuesta es el Trumpismo: aislarse de la globalización, guardando la esperanza de que de alguna manera se logre recuperar un mundo ya pasado. Pero el proteccionismo no funcionará. A nivel mundial, los empleos en manufactura están disminuyendo, simplemente porque el crecimiento de la productividad ha superado el crecimiento de la demanda.

Incluso si la manufactura volviera, los puestos de trabajo no lo harán. La tecnología avanzada de manufactura, incluidos los robots, se traduce en que los pocos puestos trabajos que se creen requerirán de mayores habilidades y se ubicarán en lugares diferentes a aquellos en los que se encontraban los puestos de trabajos que se perdieron. Al igual que el enfoque de duplicar la apuesta, este enfoque está condenado al fracaso, ya que incrementará aún más el malestar que sienten los que quedan atrás.

Trump fracasará incluso en su proclamado objetivo de reducir el déficit comercial, que está determinado por la disparidad entre el ahorro interno y la inversión. Ahora que los republicanos se han salido con la suya y han promulgado un recorte de impuestos para los multimillonarios, los ahorros nacionales caerán y el déficit comercial aumentará, debido a un aumento en el valor del dólar. (Los déficits fiscales y los déficits comerciales normalmente se desplazan tan estrechamente a la par que se les llama los déficits “gemelos”). A Trump puede no gustarle, pero como él va poco a poco dándose cuenta, hay algunas cosas que incluso la persona en la posición más poderosa más poderosa en el mundo no pueden controlar.

Hay un tercer enfoque: protección social sin proteccionismo, el tipo de enfoque que tomaron los pequeños países nórdicos. Ellos sabían que, por su calidad de países pequeños, tenían que permanecer abiertos. Pero, también sabían que permanecer abiertos expondría a los trabajadores a riesgos. Por lo tanto, tenían que tener un contrato social que ayudara a los trabajadores a pasar de sus puestos de trabajo anteriores a puestos nuevos y que proporcionara algo de ayuda en el ínterin.

Los países nórdicos son sociedades profundamente democráticas, por lo que sabían que, a menos que la mayoría de los trabajadores consideraran que la globalización los beneficiaba, no sería sostenible. Y, los ricos en estos países reconocieron que si la globalización iba a funcionar como debería, habría suficientes beneficios para todos.

El capitalismo estadounidense en los últimos años ha estado marcado por una avaricia desenfrenada – la crisis financiera del año 2008 brinda amplia confirmación de eso. Pero, tal como han demostrado algunos países, una economía de mercado puede adoptar formas que atenúen los excesos tanto del capitalismo como de la globalización, y que proporcionen un crecimiento más sostenible y mejores niveles de vida para la mayoría de los ciudadanos.

Podemos aprender de los éxitos mencionados qué se debe hacer, de la misma manera que podemos aprender de los errores del pasado qué no se debe hacer. Como se ha puesto de manifiesto, si no gestionamos la globalización de manera que beneficie a todos, se corre el riesgo que las reacciones negativas– que provienen de los nuevos malestares en el Norte y los viejos malestares en el Sur – se intensifique.

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