2 dic 2018

Ante el desastre, el gran desafío/

Ante el desastre, el gran desafío/JESUSA CERVANTES Y JOSÉ GIL OLMOS
Revista Proceso # 2196, a 2 de diciembre de 2018
Al tomar posesión de la Presidencia este sábado 1, Andrés Manuel López Obrador pintó el panorama desastroso de un país –que gobernará– sometido a 36 años de neoliberalismo, durante los cuales la corrupción, la pobreza y la violencia se desbordaron. Para enderezar un México que describió prácticamente en ruinas, el presidente ofreció perdón y no venganza, y detalló una serie de medidas que resumió en la frase “Estoy preparado para no fallarle a mi pueblo”.
“Hoy comienza un cambio del régimen político”, lanzó Andrés Manuel López Obrador desde la tribuna del Congreso de la Unión. El reloj marcaba las 11:26 horas del sábado 1 y el tabasqueño se ceñía el símbolo del poder, la banda presidencial, para convertirse al fin en presidente de México.
Protagonista del quiebre del PRI en 1988, Porfirio Muñoz Ledo encabezó el ritual desde la Presidencia de la Mesa Directiva del Congreso de la Unión: del mandatario saliente, Enrique Peña Nieto, recibió la banda presidencial, la levantó, la mostró al pleno y se la colocó al tabasqueño, arrancando así lo que se ha llamado “la hora cero de la República”… y estallaron los aplausos en el pleno.


Acabar con 36 años de neoliberalismo –marcados por una corrupción que corrió a galope–, privilegios imparables, la venta del país a pedazos, el remate de los bienes nacionales y la impunidad, el perdón y no la venganza, fueron los ofrecimientos de López Obrador.


“Iniciamos hoy la Cuarta Transformación. Puede parecer pretencioso o exagerado, pero hoy no sólo inicia un nuevo gobierno, hoy comienza un cambio de régimen político. A partir de ahora se llevará a cabo una trans­formación pacífica y ordenada. Se acabará con la corrupción y con la impunidad que impiden el renacimiento de México”, exclamó entre vítores.

Y aunque pretende acabar con los males del país, ofreció no ser juez sino conciliador. Puso sobre la mesa la política de “punto final”, a lo que la bancada del PAN respondió con un rotundo “¡noooooo!”.

Abarrotado el recinto de San Lázaro, el tabasqueño se apropió del escenario.

El PRI que combatió replegado, respetó la ceremonia republicana y acaso dio débiles gritos de apoyo a Peña Nieto en su despedida. El PAN, que por momentos parecía lleno de ira, lo recibió con pancartas, exigencias y reclamos para acabar lo que ellos mismos echaron a andar: el aumento al precio de las gasolinas.

El PRD, partido que él, Muñoz Ledo y Cárdenas Solórzano (testigo de la ceremonia desde el palco de invitados especiales) construyeron, ahora estaba totalmente desdibujado.

En el otro extremo, la izquierda del recinto, sus compañeros de la larga campaña presidencial de 12 años: el PT, sus nuevos aliados del PES y Morena no cabían de gozo. “¡Sí se pudo, sí se pudo!”, coreaban exultantes.

El ambiente era de fiesta para la nueva mayoría y de prudencia para el PRI, al cual se aludió una y otra vez, pero a final de cuentas uno con el PAN en su caminar por el neoliberalismo.

Contra el neoliberalismo 

La magia del poder que potencia la banda presidencial no tuvo los mismos efectos en anteriores mandatarios, quienes una vez que la acariciaban cobraban fuerza en la voz o a quienes cubría entonces un artificial halo de respeto.

Aunque se sumó a la liturgia del cambio de poder presidencial, López Obrador resumió aquello contra lo que luchó a lo largo de 36 años. Sí, acarició brevemente la banda, pero largamente enumeró los estragos del desastre neoliberal.

“La crisis de México se originó no sólo por el fracaso del modelo económico neoliberal aplicado en los últimos 36 años, sino también por el predominio en este periodo de la más inmunda corrupción pública y privada… Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo”, soltó el presidente, pero sin voltear a ver a Peña Nieto. Estoico, el mandatario saliente aguantó la hora con 18 minutos del recuento de los daños, de muchos de los cuales su Presidencia fue responsable.

En el estrado, sentado a la derecha de Martí Batres, Peña Nieto comentó en corto al presidente del Senado: “Es indudable el liderazgo de Andrés Manuel. Lo tiene desde hace muchos años. Ya estaba preparado para esto desde 2006”.

Ante el reconocimiento lopezobradorista a Peña Nieto por no meterse en las elecciones, el expresidente le comentó a Batres: “¡No faltaba más. Era inevitable!”.

“Bueno… pero otros gobiernos, como el de Fox, sí intervinieron en la elección”, reviró Batres.

El neoliberalismo, la corrupción y la deshonestidad fueron causantes de la desigualdad económica y social, pero también de la inseguridad y violencia que padece México, dijo López Obrador, quien se cuidó: nunca acusó al PRI, por el contrario, elogió a gobiernos priistas que antecedieron al neoliberalismo iniciado con Miguel de la Madrid.

Concluida la Revolución y hasta los años setenta, la economía de México creció 5% y a veces 6% al año, apuntó, para luego elogiar a Antonio Ortiz Mena. Vino luego la debacle: crecimiento pero con inflación y endeudamiento.

Siguió la bofetada a los gobiernos panistas y priistas que trajeron el neoliberalismo al país: con Vicente Fox la deuda externa quedó en 1.7 billones de pesos, con Felipe Calderón aumentó a la estratosférica cifra de 5.2 billones de pesos y con EPN cierra en 10 billones.

Otra perla del neoliberalismo, dijo, son “las privatizaciones y la corrupción. Hablar de las primeras es sinónimo de lo segundo”.

Hoy somos la nación que más importa maíz, grano originario de México; el salario se ha deteriorado en 60%… el salario de los mexicanos es de los más bajos del planeta… durante el periodo neoliberal nos convertimos en el segundo país con mayor migración: 24 millones de mexicanos viven en Estados Unidos.”

Por lo que hace a la violencia, agregó, “estamos en los primeros lugares del mundo”. Y un saldo más del neoliberalismo: la corrupción. Fox arrancó con México en el lugar 59 de 176 países evaluados y lo dejó en el 70; Calderón lo pasó al 106, y Peña Nieto, a la posición 135.

La corrupción, sostuvo AMLO, pasó a ser la base del sistema político y económico.

“El poder político y económico se ha alimentado y nutrido mutuamente y se ha implantado como modus operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación”, señaló. Afirmó que el priismo de los cuarenta y hasta los setenta no se atrevió a privatizar el ejido, playas, ferrocarriles, telecomunicaciones, minas, industria eléctrica y menos a enajenar el petróleo, “pero en estas últimas tres décadas las máximas autoridades se han dedicado, como en el Porfiriato, a concesionar el territorio y a transferir empresas y bienes públicos e incluso funciones del Estado a particulares nacionales y extranjeros.

“Si me piden que exprese en una frase el plan del nuevo gobierno, respondo: acabar con la corrupción y la impunidad”. La frase provocó aplausos y más aplausos del lado de la izquierda. El ala derecha del salón de sesiones se mantuvo en silencio. 

El tabasqueño se reivindicó pacifista. Y aunque la corrupción tiene nombres y apellidos, se pronunció por la indulgencia. “¡Nooooo!”, gritaron los panistas. Los priistas callaron.

Las historias de corrupción de las últimas décadas, que se empatan con el apogeo del neoliberalismo, fueron calificadas de “horribles” por el presidente.

“Propongo al pueblo de México un punto final… que no haya persecución a los funcionarios del pasado…”, López Obrador hizo una breve pausa; su voz se empezó a opacar a medida que el bloque panista, indignado, empezó a contar del uno al 43, en referencia a los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos. Del otro extremo, en respuesta y luego de haber recibido la orden de no responder a provocaciones, los morenistas sólo atinaron a sacar pañuelos blancos en señal de paz.

Abolir el régimen neoliberal, fue la sentencia de AMLO, y no detenerse en “juicios sumarios” de quienes finalmente son sólo personeros.

Para el rechazo del PAN a su propuesta, López Obrador tuvo la salida perfecta: que sea la ciudadanía la que tome la última palabra. El presidente de la República no se perderá en disputas y dejará que mediante “consultas” los ciudadanos se erijan en jueces.

López Obrador ofreció transitar a “una verdadera democracia” donde “se acabará la vergonzosa tradición de los fraudes electorales… el uso del presupuesto para favorecer a candidatos o partidos”. Prometió elecciones limpias y libres, pero quien incurra en delitos electorales “irá a la cárcel sin derecho a fianza”.

No reelección

El fantasma de Nicolás Maduro recorrió las mentes de los panistas; aun sin estar presente el venezolano, los albiazules sacaron una gran manta con la fotografía de ese mandatario y la frase: “No eres bienvenido”.

Ya en el recinto, López Obrador respondió a sus preocupaciones: “Bajo ninguna circunstancia habré de reelegirme; por el contrario, me someteré a la revocación del mandato”, tema que también provocó el rechazo panista.

“En dos años y medio habrá una consulta y se preguntará a los ciudadanos si quieren que el presidente de la República se mantenga en el cargo o que pida licencia”, lanzó. De nuevo el grito de rechazo panista, al que se sumaron perredistas y priistas.

Para tranquilizarlos, López Obrador ofreció en contraparte la propuesta que este mismo sábado 1 entregó al Senado: que el presidente sea juzgado “por cualquier delito ciudadano, por el delito que sea, aun estando en funciones”. El anuncio de la iniciativa enviada al Senado vino luego de que en la Cámara de Diputados, Morena no pudo operar para desaparecer el fuero y la inmunidad al titular del Ejecutivo.

Y un tema en el que López Obrador se explayó fue en cómo abatirá la crisis de inseguridad. Aclaró que ante la ine­ficiencia de las corporaciones policiacas, el grave aumento de homicidios, robos, secuestros, feminicidios y otros crímenes, es que solicita al Congreso “con carácter de urgente” la aprobación de reformas constitucionales que permitan la creación de la Guardia Nacional.

El presidente explicó lo que hará con los 8 mil efectivos del Estado Mayor Presidencial y los 3 mil 200 agentes de Gobernación “dedicados al espionaje”: reasignarlos a la Guardia Nacional.

La Guardia Nacional se creará, matizó, “si lo autoriza el pueblo y el Poder Legislativo… sé que es un tema polémico, pero tengo la obligación de expresar mi punto de vista con realismo y argumentos”. Sostuvo además que el mexicano, hoy, se encuentra en estado de indefensión. “No tenemos policías para cuidar a los ciudadanos”, dijo, y enalteció el trabajo de las Fuerzas Armadas.

Delineó los programas que desde su campaña ha ofrecido: becas para los jóvenes, aumentar al doble la pensión para adultos y hacerla universal, crear 100 universidades, mantener la autonomía del Banco de México, respetar los contratos suscritos por gobiernos anteriores, mantener seguras las inversiones de nacionales y extranjeros “porque en México habrá honestidad”, bajar la gasolina una vez que opere la nueva refinería en Dos Bocas, construir el Tren Maya, el tren del istmo y el nuevo aeropuerto internacional en tres años. “Me canso, ganso, que está”, prometió.

A los estados del norte les aseguró que a partir del 1 de enero bajará el IVA, se creará una zona libre de 3 mil kilómetros cuadrados, donde los energéticos costarán lo mismo que en el vecino estado de California, aumentará al doble el salario mínimo y reducirá el ISR.

Se autoimpuso cumplir con todo. “Estoy preparado para no fallarle a mi pueblo… no tengo derecho a fallar”. Luego de más de una hora de discurso, López Obrador se retiró. Antes, cuando Peña Nieto llegó al recinto de San Lázaro, no faltó quien le gritara: “Bombón, bombón, te espera la prisión”.   
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