30 dic 2018

La navidad para los cristianos en Pakistán, una celebración de alto riesgo

La navidad para los cristianos en Pakistán, una celebración de alto riesgo
France24.com,  25/12/2018 - 15:58
Un hombre sostiene un medallón religioso que se muestra en un puesto de un barrio cristiano en Islamabad, Pakistán, el 4 de diciembre de 2018. Faisal Mahmood \ Reuters

Nota de Bruno González Flaven
Los cristianos en ese país asiático son minoría y son perseguidos. Durante la celebración de la navidad tienen que resguardarse con medidas de seguridad. La historia de Asia Bibi sigue fresca.
En Karachi, al sur del país, decenas de fieles hacen fila antes de entrar en la iglesia a la celebración de la misa en la noche de navidad. Pasan por detectores de metales y son requisados minuciosamente por agentes de la policía local. Guardias de seguridad privada vigilan la entrada con armas de largo alcance y vestidos con camuflados.
En Pakistán, un país de más de 200 millones de personas de mayoría musulmana, los cristianos son menos del 2 % y no están seguros. La persecución religiosa ha venido en incremento y sus prácticas tienen que ser cuidadas rigurosamente.

“Nos han dado una seguridad infalible este año y el anterior” explica Riaz Masih, sacerdote cristiano de esa congregación y dice estar tranquilo: “usted debió haber visto todas las agencias, policías y paramilitares afuera de la iglesia… La seguridad no es un problema”.
Según AIN, una agencia española que analiza la libertad religiosa en el mundo, la situación en Pakistán es una de las peores, en ese país “se está produciendo un alarmante aumento de los incidentes violentos de intolerancia y extremismo.”
El año pasado, nueve personas murieron en un ataque contra una iglesia cristiana en Quetta una semana antes de navidad. En 2015, quince personas fueron asesinadas cuando suicidas talibanes atacaron varias iglesias durante las misas del domingo en Lahore.
La situación se agravó desde que ese país agudizó la implementación de una polémica ley contra la blasfemia. El informe señala: “en Pakistán no se ha ejecutado a nadie por blasfemia, pero el corredor de la muerte de las prisiones pakistaníes se va llenando poco a poco. Según un informe, de los más de 8.000 presos condenados a muerte, más de 1.000 son casos de blasfemia.”
El caso de Asia Bibi, un ejemplo de persecución
Una mujer cristiana paquistaní celebró su navidad vigilada por guardias. Se trata de Asia Bibi quien en el 2010 fue sentenciada a la horca por blasfemia. Finalmente, la Corte Suprema la exoneró, pero grupos radicales exigen que la sentencia sea aplicada.
Bibi estuvo ocho años en la fila esperando que su sentencia fuera ejecutada. Y se convirtió en un símbolo de la persecución por un lado y en un objetivo primario de los partidos conservadores y extremistas que le piden al gobierno que la ejecuten.
Las acusaciones datan de 2009, cuando la mujer peleó contra compañeras de trabajo musulmanas. Ellas luego la acusaron de blasfemia y en 2010 fue sentenciada a muerte.
En su comunidad en Islamabad celebraron con precaución la navidad. Temen retaliaciones. “No, ella no se puede quedar”. Dijo una residente a AFP. Y explicó: “No hay suficiente seguridad para nuestros líderes, somos solo ciudadanos pobres.”
“Es muy peligroso… La gente quiere matarla” Dijo Yousaf Hadayat, otro residente en el empobrecido gueto cristiano donde vivía Bibi en la capital de Pakistán. El gobierno tuvo que desplegar fuerzas armadas a las colonias cristianas en varios puntos del país.
Las violentas protestas de miles de personas contra la decisión del supremo de exonerarla, llevaron al gobierno a pedir que la Corte revisará por última vez la sentencia. En la espera, Bibi, quien busca asilo en el exterior, permanece en custodia. A pesar de estar exonerada, no es libre, un destino similar al de los miles de cristianos en el país asiático.
Con AFP y Reuters
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Parolin sobre Asia Bibi: “Es un asunto interno de Pakistán”
Por Carlos Esteban |
Infovaticana, 19 diciembre, 2018
Ha sorprendido la frialdad de las declaraciones del secretario de Estado, Pietro Parolin, sobre el destino de la católica pakistaní Asia Bibi, condenada a muerte y liberada en apelación, y los nulos intentos del Vaticano por lograr su salida de un país en el que un enorme número de musulmanes clama por su muerte.
Mientras el Papa en particular y los miembros de la Curia en general exultan con el Pacto Global de la ONU sobre la migración y animan con vehemencia a suscribirlo, llama la atención que ante un caso concreto y tan sangrante como el de Asia Bibi, el Vaticano no haya movido un dedo para rescatarla y darle asilo sino que ha provocado la gélida respuesta de Pietro Parolin, el Número Dos de la Santa Sede como secretario de Estado, de que se trata de “un asunto interno de Pakistán”.
Porque, imaginamos, el control de las fronteras no es un asunto interno de los Estados, de algún modo, o, por ser más concretos, el destino de los rohingya no es asunto de Birmania. Hoy mismo tuitean desde la cuenta personal del Papa: “Jesús conoce bien el dolor de no ser acogido. Que no se cierren nuestros corazones como las casas de Belén. #Internationalmigrantsday”. Por qué se pide un sacrificio absolutamente sin precedentes a los Estados con consecuencias que nadie puede prever pero que con toda probabilidad produciría un conflicto cultural y un caos económico y político insólito, mientras una simple católica cuya vida corre inminente peligro es totalmente ignorada sorprende y escandaliza a propios y extraños.
Hablamos, además, de quien en justicia representa el epítome de la marginalidad y los ‘descartados’ de lo que, como debe, nos hablar constantemente el Santo Padre para que atendamos a su grito de ayuda. Bibi, de 56 años y madre de cinco hijos, era una jornalera agrícola, de los escasísimos no musulmanes de su aldea. En 2009, en medio de la faena, bebió en un envase del que habían bebido sus compañeros musulmanes, que al verlo se indignaron de que una miserable infiel hubiera osado beber de donde había bebido un musulmán, e ‘in situ’ le exigieron que apostatase inmediatamente del cristianismo y se convirtiese a la ‘religión de paz’.
Pero Bibi les respondió: “Creo en mi religión y en Jesucristo, que murió en la cruz por los pecados de la humanidad. ¿Qué hizo nunca vuestro Profeta Mahoma por salvar a la humanidad? ¿Y por qué habría de ser yo quien se convirtiera y no vosotros?”. Eso le valió la acusación de blasfemia y un juicio en el que fue condenada a morir en la horca, y solo la presión internacional logró que se le sometiese a un nuevo juicio que ha acabado absolviéndola. Pero no puede salir de un país en el que hordas innumerables exigen que pague con la vida su osadía.
Bibi y su familia están en un peligro de muerte cierto e inminente en Pakistán, y si países que han recibido incluso a milicias del ISIS en su suelo como Gran Bretaña se han negado a ofrecerle asilo, uno esperaba un tratamiento distinto de la Santa Sede, a cuya obediencia está sometida la propia Bibi y que en cumplimiento del mandato evangélico ha sufrido y sufre su calvario, tanto más cuando vivimos en plena efervescencia inmigracionista en la colina romana.


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