“...La desaparición del Estado Mayor Presidencial y la falta de un cuerpo profesional de protección exponen al presidente de la república a un peligro serio que debe atenderse..."
Popularidad, temeridad/Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma, 22 Jul. 2019
A la opinión pública le tienen sin cuidado los artículos de opinión. No parece tampoco prestar mucha atención a las calificadoras. El presidente López Obrador sigue siendo extraordinariamente popular. Una mayoría muy amplia lo respalda. El presidente más popular de la historia reciente de México. De acuerdo con la medición de Reforma y el Washington Post publicada el 17 de julio, su apoyo ha descendido algunos puntos desde marzo, pero sigue siendo altísima. Siete de cada diez encuestados aprueban el trabajo del presidente. Pocos gobernantes en el mundo podrían presumir un respaldo de esa magnitud. Las cosas, sin embargo, no pintan tan bien cuando se desmenuza la percepción de las distintas áreas del gobierno. No hay tema de la agenda pública que esté a la altura de la popularidad presidencial. En educación recibe los mayores aplausos. El 50% de los encuestados piensa que la política educativa de esta administración es la correcta. En el resto de los temas el respaldo de los encuestados baja de la mitad. El 52% considera que está fracasando en el combate al crimen y el 55% cree que no ha logrado reducir la violencia. No se registra ninguna identificación con las insignias políticas del presidente. Se apoya al presidente, más que la política presidencial.
Tengo la impresión de que esta estampa de la popularidad presidencial que nos ofrece Reforma presenta una opinión pública esperanzada y cautelosa. Hay confianza en el liderazgo de López Obrador, pero hay también una postura reservada, crítica, expectante frente a políticas cuyo impacto aún no podemos conocer. Se trata de una visión que parece mucho más ponderada que la de los estridentes de un lado y del otro. Un respaldo considerable que está muy lejos de ser una entrega ciega. Ya lo sabemos: las simpatías políticas son efímeras.
Por lo pronto, el dato inocultable es el respaldo. Dos factores pueden ayudar a explicar la popularidad presidencial. Por una parte, sigue obrando en su favor el orgullo del cambio. El nuevo estilo enfatiza la ruptura con la tradición. Los votantes no se han arrepentido de la decisión de hace un año. Por el contrario, en su inmensa mayoría se sienten satisfechos con la apuesta. Muchos que no votaron por Morena respaldan hoy al presidente. Así lo pinta la encuesta. Apoyando ahora a López Obrador se sigue celebrando el castigo a la clase política tradicional. La memoria reciente es el mejor soporte de la popularidad presidencial. Nadie puede acusar continuismo. El quiebre histórico se representa todos los días. Esto no es como ayer. En eso no puede haber la menor duda: López Obrador representa una ruptura con el pasado reciente y la ciudadanía lo celebra. No tiene del todo claro cuáles serán las consecuencias del tijeretazo, pero, por lo pronto, festeja que hemos dejado atrás una era que no produce nostalgias. Lo sabe bien el presidente quien, con buen olfato, aprovecha cualquier ocasión para recordarnos el fin de los horrores recientes.
El segundo sostén de la popularidad es la cercanía. López Obrador se muestra como un presidente accesible. Se le escucha todos los días respondiendo a los periodistas, se le ve haciendo cola para treparse a un avión, se le reconoce austero. Ha rechazado todos los cacharros del aislamiento: casa, avión, escolta. No rehúye el contacto, no teme el apretujón. Es un presidente que se muestra próximo, que no se esconde ni se encierra. Ha sabido conjurar, por lo menos en términos visuales, ese peligro de la política contemporánea: el aislamiento palaciego. La constante exposición pública, sin embargo, no solamente representa riesgos de saturación. También y, sobre todo, significa un riesgo personal y de Estado. La desaparición del Estado Mayor Presidencial y la falta de un cuerpo profesional de protección exponen al presidente de la república a un peligro serio que debe atenderse cuanto antes. Hemos sido testigos ya de momentos tensos y riesgosos que muestran la vulnerabilidad del presidente. Más allá de las molestias, hay que detenerse en el peligro. El afán de cercanía no puede poner en riesgo al presidente de la república. Sería una gravísima imprudencia, una temeridad, desoír las advertencias. La seguridad personal del Jefe del Estado y de su familia no es un asunto personal.
http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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