31 ene 2021

A lo sencillo se tarda en llegar

 A lo sencillo se tarda en llegar/Enrique Rojas es catedrático en Psiquiatría.dd

ABC, Viernes, 29/Ene/2021

La sencillez es la virtud de la persona madura. Y consiste en el arte de reducir lo complejo hacia lo elemental. Es lo indivisible, lo que es fácil de comprender o de hacer. La calidad de la sencillez se expresa en aquello que no tiene artificio ni ostentación, que expresa ese concepto como lo que realmente es. Llaneza sin doblez. Es el más ligero de los valores, transparente, nítido, sin artificio.

Yo como psiquiatra veo con mucha frecuencia gente muy complicada de cabeza y a veces les digo: tu peor enemigo es tu cabeza, que te ha jugado muy malas pasadas y que yendo de acá para allá sin control, te somete a un vaivén de idas y venidas, en donde asoman preocupaciones, miedos, malos presagios… y anticipaciones negativas.

Quiero hacer una distinción entre dos palabras cercanas, pero que muestran claras diferencias. Simple y sencillo. Empezaré por la primera: simple es una persona que despacha un tema importante con dos pinceladas, sin matizar y sin un cierto análisis serio y se queda tan tranquila. De hecho, decimos en el lenguaje coloquial, con cierto desprecio: esa persona es muy simple, es un simplón. Falto de sazón y de sabor. Persona corta, plana, de pocas luces, con un discurso pobre, que no matiza. Por el contrario, sencillo significa alguien que no tiene artificio, que carece de ostentación, es la facultad de ser uno mismo, de aspirar a una cierta coherencia de vida en donde hay una buena relación entre lo que uno dice y lo que uno hace. Ser lo que se es, sin preocuparse por parecerlo, sin fingir. No hay muchas virtudes tan agradables: son personas fáciles para vivir, para amar, para entender lo que está pasando y dar respuestas cabales y certeras que se ajustan a la realidad.

Yendo de la persona al concepto, sencillez es la capacidad de penetración en la realidad con justeza de juicio, buscando la esencia de algo. Lo sustancial. Lo irreductible. No es necedad, sino mirada certera, aguda, precisa, que, sabiendo la complejidad de todo, busca su núcleo esencial. La sencillez de pensamiento hace que no seamos víctimas ni prisioneros de él: es libertad, ligereza, nitidez, luminosidad. Apostar por la sencillez es aspirar a la paz y a la serenidad, descomplicarse, buscar lo que es limpio y diáfano. El agua en un estanque puede parecer profunda si está turbia; en alta mar, en el Mediterráneo, se puede ver el fondo desde una cierta altura, que parece que está cerca y que casi lo tocamos, pero hay muchos metros hasta llegar al fondo.

La sencillez de cabeza es saber lo que quieres y tener una jerarquía de valores clara. Y obrar en consecuencia. Nada más y nada menos. Esto significa estar en la realidad. Y para ello es bueno echar mano de la prudencia: decían los escolásticos que era en la cochera donde se guardaban la justicia, la fortaleza y la templanza. La prudencia no reina, pero gobierna.

La sencillez se aprende poco a poco. Es una tarea de orfebrería que nos empuja a la realidad de forma sobria. Es una atmósfera salpicada de sosiego, donde parpadean la paz y la alegría; un binomio clave, que se cuela en la persona y se mete en los entresijos de la ingeniería de su conducta y produce un estado de ánimo particularmente grato. Es la vida ajedrezada de argumentos sólidos, fuertes, consistentes, rocosos.

La sencillez es la virtud de los niños. No olvidemos que son ellos los que hacen preguntas fundamentales sobre la vida. Desnudas y directas. Son filósofos potenciales por su ingenuidad e inmediatez. Mi nieto Jesús, de 6 años, me pregunta, ¿abuelo, por qué los pájaros vuelan… Por qué la gente se pone mala y está enferma... Por qué la gente se pone triste y llora?

Inteligencia es capacidad de síntesis, saber distinguir lo fundamental, el arte de reducir lo complejo a sencillo. Ortega y Gasset decía: «La cortesía del filósofo es la claridad». Lo contrario es lo críptico y rebuscado, lo retorcido, las retóricas cruzadas que planean reclamando lo oscuro y enigmático. Una especie de opacidad afectada.

La sencillez es lo contrario de la duplicidad, de la pretensión. Está claro que todo es complejo y está lleno de matices. Frente a la complejidad de tantas cuestiones, buscar la simplicidad de todo; frente a la complejidad del pensamiento, la sencillez de la mirada. Sencillez es prever (procul videre: ver de lejos): adelantarse, evaluación sosegada del presente y aproximación sosegada y afectiva del futuro. En el campo semántico esta palabra está tejida de moderación, temple, elegancia y sobriedad de pensamiento. Decir con muy pocas palabras muchas cosas y con claridad.

A lo sencillo se tarda tiempo en llegar. En la forma de pensar, no es más que el arte de mantenerse a flote en el mar de las ideas, que saltan suben, bajan, circulan, y corren inestables, muchas veces por el exceso de información al que hoy nos vemos sometidos. La sencillez de la mente se refleja en la conducta. Esto lo sabemos los psiquiatras. En los llamados trastornos de la personalidad, por la American Psychiatric Association, que, en la psiquiatría alemana de la mitad del siglo XX, se le llamaban personas neuróticas, uno de los rasgos más relevantes es complicarse mentalmente por dentro: pensamientos negativos intrusos, retorcidos, enroscados, con anticipación de lo peor, en donde desfilan un mosaico de ideas presididas por la ansiedad y el desasosiego.

Hoy estamos sometidos por los medios de comunicación social a lo que he llamado Síndrome por exceso de Información, y más, en el curso de esta pandemia que nos envuelve. Uno se ve arrastrado por un torbellino de noticias, un bosque de datos y cifras que se diluyen en la Vía Láctea de todo lo que entra en la cabeza. Los medios de comunicación buscan lo nuevo y sorprendente como una bulimia de noticias que se devoran las unas a las otras. Aquí viene la distinción entre Información y Formación. Hay claras diferencias entre ambas. Información significa saber lo que está pasando, estar enterado de lo que sucede. Formación es saber a qué atenerse. Tener criterio para pilotar lo mejor posible nuestra propia vida en medio de este bombardeo de noticias, que muchas veces todo ello aterriza en una especie de indiferencia por saturación de contradicciones. Una sociedad herida por la permisibilidad y el raterismo y narcotizada por los medios de comunicación.

La sencillez es la virtud de los sabios. Por eso sus efectos conducen a un cierto equilibrio psicológico, en donde las distintas estancias de la persona están bien compensadas. Esta actitud está llena de moderación y es rica, grande, madura. La cultura nos abre horizontes; la sabiduría nos abre caminos. La primera es horizontal y extensa, la segunda es vertical e intensa.

El águila está hecha para volar alto y ver la vida en panorámica. El ser humano con la cabeza bien amueblada tiene la óptica aguileña y la astucia de las serpientes. La sencillez en la forma de pensar es patrimonio de los inteligentes.


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