26 mar 2022

Dos charlas con Julio Scherer (y otras imputaciones contra él)…

Dos charlas con Julio Scherer (y otras imputaciones contra él)…/Juan Pablo Becerra-Acosta M.

Scherer fungía como una especie de vicepresidente. Era, tal como su puesto lo indicaba, el consejero presidencial. Era El Consejero. Así, con mayúsculas

El Universal, 26/03/2022 

Nadie lo duda entre los cercanos al Presidente de la República. Nadie lo duda en el gabinete presidencial, según le comentan a este columnista: Scherer Ibarra era el hombre más poderoso en Palacio Nacional, luego de Andrés Manuel López Obrador. Fungía como una especie de vicepresidente. Era, tal como su puesto lo indicaba, el consejero presidencial. No solo jurídico: era El Consejero. Así, con mayúsculas. El que expresaba una opinión para orientar un acto, cualquier decisión del Presidente en la que él considerara pertinente intervenir. Era el que lo asistía en la administración jurídica, política e incluso fiscal del gobierno.

-¿Estás consciente de eso, Julio, que eras el segundo hombre más poderoso del país, al menos políticamente, y que empresarios, abogados y políticos te temían? Así se te veía dentro y fuera del gobierno…

Me mira con intensidad pero no responde directamente. Enfatiza una y otra vez que él no buscaba el poder, que él no necesitaba ni necesita el poder para vivir.

-¡Diez veces le dije que no quería estar en el gobierno! ¡Diez veces le dije a Andrés Manuel, Juan Pablo! ¡Diez veces! ¡Y diecisiete veces me insistió! –manotea en el aire para remarcar su aseveración.

Es la segunda vez que nos reunimos y charlamos esta semana, para que me dé su versión de hechos que le planteo, no de las imputaciones que le ha fincado el fiscal Alejandro Gertz Manero, o la ex senadora Olga Sánchez Cordero, sino de otros casos que desde 2019 he reporteado en mis tiempos libres: dos empresarios lo acusan de presionarlos, de coaccionarlos para que amigos suyos, abogados de despachos prominentes, les llevaran y resolvieran casos millonarios ante el Sistema de Administración Tributaria (SAT). A uno, según me dice y denuncia, le pidieron $20 millones de pesos, así que mejor se fue a Estados Unidos; y al otro, de acuerdo a lo que me afirma le exigieron $30 millones de pesos.

Una forma de extorsión, dicen ellos.

La segunda acusación es de cinco casos judiciales millonarios, llamémosles “robados”: amigos de Scherer Ibarra, también de despachos muy conocidos, con quien él ha llevado algunos asuntos a lo largo de los años, habrían presionado a clientes adinerados para que despidieran a sus abogados y los contrataran a ellos. El modus operandi era el mismo, según me dicen: “Me advertían que, si me quedaba con mis abogados, perdería el caso. Que no había alternativa. Estamos hablando de asuntos millonarios, no de unos pesos. Y que si los contrataba a ellos, a los amigos o socios de Scherer, me garantizaban que, gracias a su poder e influencias, mi caso se resolvería favorablemente y de forma expedita. Lo que vendían, a través del miedo, era la marca Scherer, el poder de Scherer, cobrando mucho más dinero que otros despachos, y quitando de en medio a esos despachos, que quizá habían tenido cercanía con los anteriores regímenes”, narra uno de los empresarios que se dicen afectados por esta especie de chantaje.

-Viéndome a los ojos, Julio, viéndoles a los ojos a la gente presionada por esos expedientes del SAT, y viéndolos a los ojos a quienes dicen que fueron presionados por esos abogados en casos millonarios… -lo espoleé en la primera entrevista.

En la segunda conversación, sentados en dos sillones en una salita que forma parte de su sala de juntas, donde hay una mesa con una enorme vasija ocre de cerámica de Sergio Hernández, en la cual el pintor oaxaqueño trazó figuras fantásticas, Julio me mira fijamente y responde ante mi insistencia:

-Viéndote a los ojos, yo no hice eso del SAT ni eso de los abogados, ni lo ordené. ¡Tráemelos aquí, te ofrezco que vengan aquí (apunta a la mesa para diez personas de la sala de juntas), y yo les digo que yo no hice nada de eso! Yo los ayudo en esos casos contra quienes les hicieron eso (ofrece). Yo no tengo necesidad, y lo digo sin ostentación. Mira lo que yo hago…

Se levanta, abre la puerta corrediza de la sala de juntas de su casa en Las Lomas de Chapultepec, inmueble de dos pisos que es su despacho. La puerta deslizante da hacia un pasillo que es recepción, y le pide a una de sus dos asistentes que le traiga un catálogo inmobiliario lujosamente editado. Lo recibe, no vuelve a su sillón, se sienta junto mí, a mi derecha, en mi sillón para dos personas. Le quito amablemente el folleto, lo observo, lo hojeo.

-Esto es lo que yo hago desde hace diez años con el arquitecto Artigas. No tengo necesidad de otras cosas. Es lo que me gusta hacer, es lo que me hace feliz…-insiste una y otra vez.

Son departamentos no de lujo sino de ultra lujo en Rubén Darío 69.

-Es una calle de las más caras en México, Julio…

-Es la más cara… -se ufana.

-¿Cuánto cuesta el departamento más barato?

-Cuatro millones de dólares.

Cuatro millones de dólares, repito mentalmente: unos ochenta millones de pesos por un departamento súper lujoso en un edificio con todas las amenidades inteligentes y ostentosas que usted pueda imaginar y solo verá en una revista de esas de alta sociedad.

-Eso es lo que me gusta hacer, no necesito hacer otras cosas para vivir.

-El pecado capital del diablo no es la vanidad, es la codicia, Julio: lo que te imputan pudo haber sido por codicia por tener más y más dinero… -lo azuzo. Se contraría un poco que pero no se sale de sí.

-Yo no tengo codicia, yo soy feliz haciendo cosas como esta. ¡Yo no quería estar en el gobierno! ¡Diez veces se lo dije! –vuelve a enfatizar.

-¿Te arrepientes de haber estado en el gobierno?

-No, no me arrepiento…

*****

Era un verdadero consejero de capa y espada: cualquier tema, el que fuera, de la índole que se tratara, podía pasar por su puerta, por su oficina, por su escritorio. Por su mirada, por sus oídos, por sus decisiones. Y él lo gozaba: era el hombre que podía llamarle duramente la atención a un miembro del gabinete, generar enconos y prevalecer.

Primera charla.

-Entonces, si no fuiste tú quien se acercó a empresarios con los cuales hablé, si no fueron personas que eran enviadas por ti para pedirles $20 millones de pesos (a uno, a otro fueron $30 millones) a cambio de resolverles asuntos fiscales, como me revelaron, ¿quiénes fueron, Julio? ¿Pudo ser una venganza proveniente del SAT?

-¡Por supuesto que pudo haber sido! Yo no fui: los asuntos fiscales relevantes se veían directamente con el Presidente. Ningún asunto relevante con algún empresario lo pude haber visto porque las instrucciones del Presidente a la gente del SAT era que le informaran y que le dijeran si alguien se acercaba para algo.

-Viendo a los ojos… ¿tú puedes afirmar que no interviniste para pedirle dinero a empresarios con la promesa de solucionarles sus problemas fiscales, o que alguien a tu nombre y por instrucciones tuyas lo hizo?

-¡Tráemelos aquí, Juan Pablo! -señala a la mesa de la sala de juntas ante la cual él, un testigo que él ha invitado, y yo, estamos sentados. Yo a la cabecera, porque así insistió Julio, él a mi derecha. Me llamó la atención el gesto. Lo natural hubiera sido que él se pusiera en el sitio de poder para controlar el escenario y no que me colocara a mí en una posición de ventaja corporal.

¿Por qué hizo eso? La forma es fondo, dicen. Lo había empezado a entender minutos antes, cuando entré a la casona y una asistente me hizo pasar: antes de que yo ingresara a la sala de juntas me ofreció amablemente que dejara mi teléfono ahí, afuera, con ella, como se solía hacer en las oficinas de los procuradores de la república en tiempos del PRI. Me negué amablemente, le dije que no era necesario, y solo grabé al final de la charla, cuando Julio me lo permitió, para dejar grabados y asentados nuestros primeros acuerdos de publicación.

Antes, pidió hablar sin que yo anotara. Todo a cuenta de mi memoria. Más adelante, me concedió tomar apuntes en mi teléfono móvil, así que no fue necesario que yo sacara de mi saco mi pequeña libreta negra y mi bolígrafo de tinta negra. Así que tecleo de memoria procurando la más precisa exactitud en los detalles y literalidad de sus palabras, cuya esencia está intacta.

-Lo voy a publicar, estas denuncias que te cuento, y por eso vine a verte, para que me des tu versión antes de que publique, Julio…

-Haz lo que quieras, Juan Pablo, pero primero escúchame… -me dijo, con un tono, no de enojo, sino lo contrario: como de desenfado, como de aparente confianza y nula preocupación ante alguien que no había visto en cuarenta años, pero que conoce desde que éramos niños. La relación familiar, que fue muy estrecha entre su padre (Julio Scherer García) y el mío (Manuel Becerra Acosta Ramírez), y que implicaba largas convivencias entre nuestra madres (Susana y Miriam) y mis hermanas y las suyas (salvo María, que era muy pequeña, como de 4 años), y entrañables encuentros míos con su hermano menor, Pedro, se rompió en agosto de 1977 (yo tenía 14 años, él 20), luego del funesto golpe a Excélsior perpetrado por el presidente Luis Echeverría, cuando Julio era el Director y Manuel el Subdirector del periódico que había dirigido mi abuelo Manuel hasta su muerte, en 1968, momento en que ambos periodistas ascendieron.

Luego de esa agresión, cada quien tomó un rumbo distinto: mi padre el de crear unomásuno, aquel gran diario que fue parteaguas en el periodismo nacional al final de los 70 y hasta el inicio de 1989 (cuando sufrió otro golpe, ahora orquestado por Carlos Salinas de Gortari y un grupo de personeros), y Julio optó por su semanario, Proceso.

-Lo voy a publicar en mi columna, Julio.

-Sí, haz lo que quieras, pero escúchame primero…

Entendí en pocos minutos que Scherer Ibarra, aquel personaje de Palacio Nacional, el segundo hombre políticamente más poderoso del país, ya no estaba ante mí. Estaba Julio, un abogado a la defensiva que anotaba en una carpeta de hojas amarillas, que se quitaba sus anteojos y los depositaba en la mesa, que ladeaba la cabeza para asimilar palabras, que azotaba la mano en su mesa de madera, que soltaba palabrotas para enfatizar su enojo, no conmigo, con lo que le toca vivir estos días aciagos bajo acecho de otro poderoso: el fiscal Gertz Manero que lo tiene en la mira por otros casos. El Consejero Jurídico que tuteaba al Presidente y que regañaba colaboradores desde la casa de transición de la calle de Chihuahua, ante cualquier asunto que él considerara relevante (me pide no revelar la identidad de una de esas personas regañadas que hoy forma parte de la élite gubernamental); ese omnipresente personaje quedó en el pasado. Hoy, Julio, con unas manos impresionantes de dedos casi sin uñas, imposibles de cortar más, me dice:

-¡Te ofrezco que me los traigas aquí, Juan Pablo!

-Te tienen miedo. Bueno, le tenían miedo al personaje de Palacio Nacional, ¿sí?

-Diles que yo los protejo, que yo los ayudo a poner demandas contra quien los haya engañado.

-¿Que serías coadyuvante?

-Sí. Que vengan aquí… -señala de nuevo hacia las sillas frente a él.

-Les digo, transmito tu mensaje. Pero ese un solo tema. Hay otro asunto…

******

Todo empezó en 2019. En una comida un abogado me narró, con gestos y ademanes de resignación, que, según él, Scherer Ibarra estaba abusando del poder. De su inmenso poder: que directamente él, el Consejero Jurídico de la Presidencia, y a través de abogados de su amistad, acechaban clientes de su despacho que tenían casos millonarios, y que usaban un mensaje muy simple y crudo:

-Vas a perder el caso. Dejas a tus abogados, vienes con nosotros, vamos a cobrar tanto, y ganas el caso. Te quedas con tus abogados y pierdes todo… -los amenazaban, los “persuadían”, los extorsionaban, según sus dichos.

Yo estaba reporteando otro asunto muy delicado, doloroso, y muy difícil de comprobar: los abusos sexuales de curas mexicanos y todo el entramado de autoridades políticas, policiales y judiciales que sabían de esos abusos y los ocultaron tanto a nivel estatal como federal. Los políticos muy relevantes que hablaron conmigo negaban haber tenido conocimiento de los casos y en eso estaba, dedicándole algunos momentos a lo de Scherer Ibarra. Vino la pandemia y fui a las calles a reportear esta tragedia de más de medio millón de muertos, mientras poco a poco iba jalando más hebras acerca del Consejero Jurídico. Lo hacía en desayunos o meriendas.

Hasta ahora, cinco casos me denunciaron lo mismo: que Scherer Ibarra y sus colegas abogados arrebataban casos y vetaban a despachos de abogacía para ganar enormes cantidades de dinero.

-No es cierto… -dice Julio. Y repite lo mismo de los dos casos del SAT que recolecté: que le lleve a las víctimas para que, de frente, ahí en su casona, que es despacho, les diga que él no fue y que los puede ayudar. Me insiste mucho que le lleve también a los supuestos usurpadores, para que se careen. “¡Tráelos aquí!”

Me pide los nombres. No se los doy porque así lo acordé con los denunciantes. Le explico detalles y lo entiende. Le digo lo que ya sabe: las fuentes se respetan y se protegen. Y ofrezco lo mismo: transmitir sus mensajes. E insisto por tercera ocasión:

-Viendo a los ojos a las víctimas y a esos abogados, ¿no hiciste eso, Julio, quitarles casos a abogados a la mala para obtener dinero, o no lo hiciste a través de abogados tuyos, amigos o socios tuyos?

Lo niega. Fuerte. Voz alzada. Manotazos. Dos que tres palabrotas, no contra mí, contra estos días que los siente infames. Luego se pone conciliador, cálido, mirando a los ojos después de observar detenidamente a la mesa, al vacío. Ya no es el Consejero Jurídico. Es Julio acechado, imputado, a la defensiva, sobreviviendo.

-Si esos abogados actuaron solos, y falsamente a tu nombre, entonces te traicionaron, Julio…

-¡Sí! ¡Te ofrezco que los traigas aquí!

-Para que se los digas en su cara.

-¡Sí!

Como prueba de que es inocente de tales imputaciones relata que hay dos casos que suplantaron su identidad y ofrece dos documentos. En el primero, se lee en el margen superior izquierdo:

“Secreto //JN1”

Luego:

“Actualización sobre implicado en esquema de suplantación de identidad del Consejero Jurídico de Presidencia.

“Con inteligencia del CNI, el 01/nov la FGR, GN y UIF ejecutaron la primera fase contra los implicados en el esquema de suplantación de identidad del Consejero Jurídico de Presidencia, mediante el que gestionaban beneficios indebidos en contratos de gobierno.

“La acción consideró la detención en flagrancia y presentación ante FGR del empresario APN (omito su nombre), beneficiario del esquema, así como el congelamiento de sus cuentas, junto con las de AHAR (omito nombre), operador y autor intelectual del esquema (…)”

Todo el poder del Estado movilizado por aquel Consejero Jurídico para su beneficio, para su protección, contra unos presuntos delincuentes, unos estafadores. ¿Por qué? El otro documento que exhibe, sobre otra supuesta suplantación de identidad en 2020, lo explica en un recuadro con cintillos rojos:

“Catalogado como asunto de Seguridad Nacional por el potencial de daño a la imagen de la Presidencia de la República en detrimento de la confianza ciudadana al proyecto de Nación.”

Tomo fotos y le pregunto:

-¿Los puedo usar en mi columna?

-¡Haz lo que quieras, Juan Pablo, pero escúchame! ¡Te ofrezco que los traigas aquí! Yo los ayudo en sus casos (contra los supuestos suplantadores)… -reitera una vez más con mirada no digo suplicante, pero sí demandante.

Transmito sus mensajes. En la segunda reunión le digo que no aceptan reunirse con él quienes lo acusan, porque están pensando si demandan ahora que ya no está en Palacio Nacional, no contra él, sino contra quien resulte responsable además de quienes los coaccionaron. Y dicen que pensarán si le dan los datos específicos de quienes los acosaron en su nombre, pero uno de ellos me dice:

“Scherer sabe perfectamente quiénes son”

Julio dice que no.

“No tengo necesidad de hacer eso. Yo vivo bien y ahora solo quiero hacer esto, lo que me gusta (lo inmobiliario)”, me dice, me confía con muchas ganas su deseo en estos momentos tan inimaginables para él hace unos cuantos meses.

-Ya no quiero estar en la prensa, Juan Pablo…

-Una última vez. Sabes que lo tengo que publicar: tu padre y mi padre eran periodistas y lo entiendes, Julio… -le digo.

Sonríe, un poco con resignación. Nos despedimos en el pasillo. Con unos jeans y un suéter oscuro como vestimenta, y unos zapatos cómodos, echa a andar lentamente, visiblemente encorvado, y sube despaciosamente la gran escalera en semi espiral que lo lleva al segundo piso. Ahí va Julio, lentamente, hasta que desaparece.

Scherer Ibarra, aquel poderoso Consejero Jurídico Presidencial, se ha difuminado en estos días. Ya no existe…

jp.becerra.acosta.m@gmail.com

Twitter: @jpbecerraacosta

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