3 jul 2022

LA SOLEDAD DEL PRESIDENTE/David Ricardo F. González Ruiz

 Produce tristeza grande observar la degradación del presidente López Obrador...

LA SOLEDAD DEL PRESIDENTE/David Ricardo F. González Ruiz / 

Reforma, 3 de julio de 2022

Ojalá, López Obrador, estuviera informado de que el padre Javier Ávila lleva casi 15 años exigiendo verdad y justicia.


Acoger la soledad representa una virtud formidable en quien la aprovecha para la contemplación y el discernimiento. 

Pero hay otra soledad que transforma a las personas en islas plagadas de rencor, ingratitud y sobreestimación de las propias habilidades. 

En casos extremos, provoca distorsión de la realidad, al grado de que el sujeto que se ha alejado por completo de quienes antes fueron sus colaboradores, amigos e incluso familiares termina por asumir que nadie más allá de su inteligencia comprende el mundo correctamente. 

Este segundo tipo de soledad es una patología común entre los gobernantes.

Produce tristeza grande observar la degradación del presidente López Obrador. 

Hace unos días sentenció que un integrante de la comunidad judía es reproductor de los principios del nazismo y, entre líneas, sugirió que quienes se oponen a su proyecto ostentan el mismo pensamiento que Hitler, Franco, Mussolini y Stalin.

Más allá de la simplicidad intelectual y de la confusión histórica que representan este tipo de afirmaciones, preocupa que el jefe del Estado pueda ser deliberadamente antisemita y violento sin que existan consecuencias por su tremenda irresponsabilidad.

En la misma semana, acusó a la Iglesia católica de estar plegada a la oligarquía, en respuesta a la exigencia de justicia por el asesinato de dos sacerdotes jesuitas dentro de una parroquia en la Sierra Tarahumara. 

El presidente fue más allá y llamó hipócrita a la Compañía de Jesús tras la petición de reformular la estrategia de seguridad del gobierno federal. 

Textualmente dijo: "¿Por qué no actuaron con Calderón de esa manera? ¿Por qué callaron cuando se ordenaron las masacres?".

Ojalá, López Obrador estuviera informado de que el padre Javier Ávila, quien pronunció el brillante discurso en donde reclama que "los abrazos ya no alcanzan para cubrir los balazos", lleva casi 15 años exigiendo verdad y justicia para las víctimas de la Masacre de Creel, perpetrada durante el gobierno de Felipe Calderón.

El jesuita Ávila, mejor conocido como padre Pato, resguardó la escena de la masacre para que no fuera alterada, ante la ausencia por horas de peritos, de servicios médicos y de la policía.

A partir de entonces, todos los años ha marchado junto a los familiares de los jóvenes y bebés asesinados en 2008. 

Ahora incluirán seguramente en sus proclamas los nombres de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora.

Al presidente no le interesa la larga trayectoria del padre Ávila en la defensa de los derechos humanos; tampoco la obra social de la Compañía de Jesús a través del Centro Miguel Agustín-Pro, el Instituto Superior Intercultural Ayuuk, el proyecto radiofónico comunitario de La Voz Campesina en Huayacoco-tla o el acompañamiento que los jesuitas han ofrecido a las personas más vulneradas, desde migrantes y defensores del territorio hasta los perseguidos políticos por el régimen de Ortega en Nicaragua.

Mucho menos interpela al presidente la solicitud de la comunidad judía para que se disculpe por banalizar algo tan atroz como el régimen que ejecutó la Shoá. 

En cualquier democracia decente, enunciar-exponer- al líder del partido nazi sin tener un motivo realmente válido para hacerlo es causa de disculpas públicas e incluso de dimisión.

Pero a López Obrador, como es bien sabido, sólo le parece relevante -al grado de la obsesión- mantener una alta popularidad en las encuestas. 

Se le olvida que el expresidente Salinas de Gortari gozaba de una aprobación del 77% durante su tercer año de gobierno y terminó absolutamente solo, escenificando una patética "huelga de hambre" de un día y medio, cobijado con una austera chaqueta de cuero y acompañado ya solo por una líder vecinal de Monterrey.

Lo obvio: algún día López Obrador dejará de existir no sólo políticamente, sino vitalmente -vigoroso-, como todos. 

Su legado es lo único que perdurará y ni siquiera de eso hay certidumbre. 

Pudo haber sido un presidente de la reconciliación, como parece que lo será Gustavo Petro, en Colombia. 

Sin embargo, de seguir por la senda de la vanidad y el desprecio al otro y a lo distinto, la imagen que quedará de él será la de un presidente hundido en su soledad.

° El autor es coordinador del Encuentro Internacional de Sociedad Civil y Gobierno de la FIL Guadalajara.


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