25 oct 2022

Los recuerdos presidenciales/Jorge Fernández Menéndez

 Los recuerdos presidenciales/Jorge Fernández Menéndez

Razones

Excelsior, 25 de octubre de 2022



La gobernadora de Campeche está utilizando una serie de grabaciones obtenidas de manera ilegal para difundirlas en forma abierta desde un programa realizado con recursos públicos, llamado El Martes del Jaguar. Es una forma de chantaje político. Se fue de inicio contra Alejandro Moreno, Alito, y luego lo suspendió cuando el PRI presentó la iniciativa de reforma militar. Ahora amenazó con irse contra Ricardo Monreal, después dijo que no, pero como no le gustó una respuesta de Ricardo, cambió de opinión y dijo que hoy sí difundirá ese audio. A ver qué saca.

Esto fue tema de la mañanera de ayer, y cuando uno esperaría del Presidente que reprendiera a Sansores por su comportamiento, decidió cubrirla de elogios, pero también, para compensar, recordó su historia con Monreal, mucho más larga y con mucho más sentido político que el que tiene con la gobernadora. En ese largo relato me involucró en una llamada que ya ha contado muchas veces, siempre agregando alguna cosa. Ese día de 1998 era el epílogo de una muy conflictiva elección donde, como dijo el presidente López Obrador, hubo acusaciones de narcotráfico contra Monreal desde el momento en que renunció al PRI para ser candidato a gobernador por el PRD (fue el primero en hacerlo). Yo recibí de muy altas fuentes gubernamentales ese mismo expediente que dice haber recibido el Presidente y lo publiqué. 

Cuando se acercaba la jornada electoral no había denuncia contra el ahora líder del Senado y ratifiqué un compromiso que había hecho con el candidato Monreal en aquellos días y así lo escribí desde hace años, lo volví a publicar hace dos años y Ricardo lo incluye textualmente en su libro La infamia (2020), precisamente sobre esos temas. ¿Qué escribí en un largo texto que se publicó entonces en El Financiero?: que había sólo dos opciones, “la información era falsa y no estaba sustentada o la investigación no había tenido otra intención más que el expriista no llegara a la gubernatura y, por lo tanto, fracasado el objetivo, había sido desechado”.

Aquel 5 de julio de 1998 estuve en Zacatecas, cubriendo la elección desde el Hotel Quinta Real, para MVS y El Financiero, medios donde entonces trabajaba. Ahí mismo estaban la mayoría de los periodistas y dirigentes del PRD. En la mañana tuve una larga reunión con Monreal, que se comprometió, luego de toda la historia que acabo de platicar, a darme la única entrevista esa noche si ganaba las elecciones. A media tarde me mandó un mensaje diciendo que iban a ganar, que ya tenía ventaja suficiente. Como estaba cubriendo para radio y televisión los comicios y a las seis se podían dar resultados, llamé a Emilio Gamboa Patrón, entonces subsecretario de Medios, a las oficinas de Gobernación, a ver si ellos podían ratificar lo que me decía Ricardo. Emilio nunca aseguró un resultado, pero, en un momento, dejó de hablar conmigo para hablar creo que con Jesús Salazar Toledano, y le dijo, en otras palabras, que quedaba una hora, que había que activar la movilización, o algo similar, y retomó la llamada conmigo. Ésa fue toda mi participación en esa llamada, nunca participó, tampoco, como dijo ayer el Presidente, el secretario Labastida. No percibí que la indicación de Emilio fuera con la intención de robarse las elecciones, pero sí de mover el voto: si hubieran querido robarlas, lo hubieran hecho antes o hubieran procedido con la investigación, aunque fuera infundada, contra Ricardo.

Lo cierto es que Ricardo ganó con amplitud y poco después de las 8 de la noche se confirmó su triunfo. Y cumplió su palabra, la única entrevista que dio en ese hotel, que antes había sido plaza de toros, en una noche fría y estrellada, fue con nosotros, se pasó en vivo y duró más de una hora. Un par de semanas después, me llamó López Obrador, entonces presidente nacional del PRD (en esa época nos llevábamos muy bien, nunca supe, diferencias políticas aparte, en qué momento se molestó conmigo siendo ya jefe de Gobierno), para regalarme el casete de la grabación, que un día antes había sido publicada en Proceso. Ahí supe que tenían control sobre las llamadas de periodistas que salían del hotel y así se había logrado aquella cinta. Ese mismo día me mostró, y yo, torpemente, no entendí el mensaje, su nueva credencial de elector que acababa de renovar: tenía dirección de la Ciudad de México. Si alguien lo puede entender en este gobierno es Claudia Sheinbaum: la temperatura estudiantil está subiendo en la Ciudad de México y en otros lugares del país por diversos motivos, pero sobre todo porque la austeridad y la inseguridad se están cebando con los estudiantes y sus familias. Pero no sólo eso está detrás de los paros en los CCH y preparatorias de la UNAM y el IPN, hay indignación por la violación de una estudiante en los lavabos del CCH Sur, hay denuncias que se suman sobre casos de abusos sexuales, hay porros y vendedores de drogas en los planteles, falta seguridad. 

En las llamadas Universidades del Bienestar Benito Juárez todo es una farsa, no hay planteles o, cuando los hay, están en ruinas o son simples galpones, las principales carreras no tienen profesores suficientes o no se imparten, las condiciones son lamentables y los estudiantes comienzan a quejarse cada vez con mayor firmeza. Nada de esto es definitivo, pero si ese fuego llega a las sedes principales de la UNAM y el Poli el incendio será de pronóstico reservado. Y en la UNAM en un año hay sucesión y en el país se decide en julio-agosto la candidatura de Morena.

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Espionaje telefónico y fake news/ Jorge Fernández Menéndez

Razones

Excelsior, 21 de junio de 2017

Fue hace exactamente 19 años. Era el primer domingo de junio del 1998, en la elección de Zacatecas que ganó Ricardo Monreal. Una elección dura, competida. Me tocó cubrirla para MVS (donde tenía un programa de televisión) y para mi columna en El Financiero.

Fue un día frenético, donde tuve una larga reunión con Monreal en la que acordamos que ganara o perdiera, su única aparición televisiva, en el hotel Quinta Real, donde se concentraba toda la cobertura y los medios, sería conmigo. Así fue, Monreal es un hombre que suele cumplir con su palabra.

El fin de semana siguiente me sorprendió ver en la revista Proceso, una larga entrevista con López Obrador, entonces presidente del PRD que reproducía una conversación telefónica que yo había mantenido con Emilio Gamboa Patrón. Lo había llamado a Emilio desde Zacatecas, a eso de las cinco o seis de la tarde para preguntarle si tenían tendencias de cómo iba el proceso electoral. Mientras hablaba conmigo, Emilio hizo un aparte y dio instrucciones a algún colaborador suyo sobre el cierre de las casillas en el estado que escucharon claramente. Nada trascendente. Pero en la revista se decía, lo decía López Obrador, que esa grabación era la prueba de cómo se había preparado el fraude. Era evidente que López Obrador había hecho espionaje telefónico en mi contra y había utilizado esa grabación para sus propios fines.

En esa época, Andrés Manuel todavía recibía a quienes tenían diferencias con él. Pedí una cita para reclamarle, y me dijo que no me preocupara, que habían grabado a muchos para “impedir el fraude” y me regaló como recuerdo la cinta con mi grabación telefónica. Que yo recuerde, y lo escribía ayer Pablo Hiriart, era la primera vez que se hacía espionaje telefónico a un periodista, se divulgaba abiertamente y como sucedería después en innumerables ocasiones, no pasaría nada. El fin, diría

Andrés Manuel, justifica los medios.

Dejemos atrás esa historia. Hace unos pocos meses, me reuní con unos buenos amigos empresarios regiomontanos en la ciudad de México, casualmente simpatizantes de López Obrador. En la plática, alguno de ellos había citado a un agente de una empresa de seguridad israelí que venía a ofrecerles un sistema de escuchas e intervención telefónica que podía extender a los números que quisieran, se pagaba por número intervenido además de comprar el equipo básico. Explicó someramente que habían tenido mucho éxito entre empresarios y políticos. Creo que alguno de mis compañeros de mesa quedaron con él para cerrar el negocio poco después.

La intervención telefónica en México es masiva, la realizan políticos, empresas, personajes públicos, gobiernos en todos sus niveles, partidos políticos. Se espía a periodistas, socios y adversarios políticos y empresariales, pero también a artistas y personajes de todo tipo. Existe una ley que castiga tanto el espionaje telefónico como la divulgación del mismo. Obviamente, la ley nunca se ha aplicado ni hace 19 años cuando López Obrador intervino mi teléfono en Zacatecas, ni hoy, en ningún caso. Las compañías de seguridad que ofrecen ese servicio son innumerables. Algunas nacionales y otras internacionales. Se puede comprar equipo para intervenir llamadas sin ningún control, por internet o en las numerosas tiendas como SPY Shop, ya sea en Madrid o Nueva York. Creo que también tiene sucursales en México.

Por eso, entre otras muchas razones, es absurdo y desconcertante el reportaje de The New York Times que retomó rápidamente El País, sobre el espionaje telefónico en México, con un programa llamado Pegasus que, supuestamente, sólo se puede utilizar para intervenir teléfonos de delincuentes o terroristas, contra un puñado de periodistas y miembros de ONG. El reportaje no tiene una sola fuente, ninguna, y reconoce explícitamente que no puede atribuir esas intervenciones telefónicas al gobierno federal, pero línea seguida afirma que sí ha sido el gobierno por el perfil de los espiados, o sea porque a los autores se les ocurre. Hace dos meses, Mario Patrón, del Centro Pro fue con el NYT para presentarles la historia, se la rechazaron porque no tenía bases. Regresó con la misma historia, pero agregando el nombre de un grupo de periodistas como Carmen Aristegui y Carlos Loret, y entonces ya la vieron atractiva y la publicaron. El problema es que sigue siendo una historia sin fuentes, sin posibilidad alguna de comprobarla.

No dudo que Carmen, Carlos, y decenas de periodistas tengamos nuestros teléfonos y cuentas de mail intervenidas por quien sea. Conozco empresas muy grandes que tienen departamentos completos de seguridad e inteligencia que se dedican, entre otras cosas, a esa labor. Lo sabemos todos. Tanto lo sabemos que todos los periodistas hemos usado, por lo menos una vez, alguna información proveniente de una filmación o grabación que proviene de una fuente ilegal. En las campañas electorales es cosa de todos los días y proviene de innumerables fuentes. Es la norma en los programas políticos y de espectáculos y en muchos deportivos. Nadie puede llamarse a engaño, como nadie puede asombrarse de que lleguen a sus teléfonos o correos, mensajes que evidentemente intentan infectarlos, y eso ocurre con todo y todos.

Pero victimizarse y pensar que se pueden gastar cientos de miles de dólares para intervenir el teléfono de una periodista o de su hijo adolescente, de un funcionario de una ONG y su esposa, que por cierto intervienen bastante poco, o nada, en temas políticos estratégicos, o a los padres de los 43 que todo mundo ya sabe qué van a decir y cómo van a actuar, es ridículo.

El espionaje telefónico es una realidad, extendida, añeja, que llega a todo y a todos, que queda además impune, en todos y cada uno de los casos, pero inventar ahora una trama de espionaje gubernamental, sin una sola fuente, de un puñado de “espiados” con programas sofisticados que en realidad son accesibles para cualquiera que tenga la intención de usarlos y dinero para comprarlos, es una fake news de esas que, con toda razón, The New York Times combate, día con día, en su enfrentamiento contra
Donald Trump.

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