2 ene 2024

Zapatistas: a 30 años del levantamiento

La Jornada, Martes 2 de enero de 2024

Zapatistas: a 30 años del levantamiento



El EZLN ingresando a la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Foto Antonio Turok.

 La mañana del primero de enero de 1994 los mexicanos despertamos en un país distinto. El mundo entero lo supo enseguida. De manera dramática, el sueño primermundista prometido por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la incondicional apertura comercial, económica y fronteriza que hoy se da en llamar neoliberalismo, se interrumpió de pronto con un golpe de realidad que pocos vieron venir. Esa misma madrugada entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En un lejano rincón del extremo sureste, un ejército indígena se alzó en armas y declaró la guerra al gobierno nacional. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) presentó 11 demandas de alcance nacional y anunció que marcharía sobre la Ciudad de México. Nadie les creyó a estos “autodenominados” (como buscaba matizar la información oficial) zapatistas. No precisaron cuándo ni cómo, pero lo cumplieron en 2001 al marchar pacíficamente hasta el Zócalo y luego hablar ante el Congreso de la Unión.

Armados rudimentariamente, los rostros cubiertos con paliacates y pasamontañas, en una operación militar sorprendente dadas la magnitud geográfica de su acción y las limitaciones logísticas (apenas radios, ni siquiera telefonía), cientos de insurgentes y milicianos ocuparon ordenadamente cuatro ciudades de Chiapas y leyeron su declaración de guerra, la Primera Declaración de la Selva Lacandona. El país y el mundo escucharon y vieron a los nuevos zapatistas tomar el palacio municipal de San Cristóbal de Las Casas, mientras lo mismo ocurría, con mayor violencia, en Ocosingo, Altamirano y Las Margaritas.

En cuatro lenguas mayas (tseltal, tsotsil, chol y tojolabal), desde regiones apartadas inaccesibles entre sí, la mayoría sin electricidad, pobladores de cientos de comunidades campesinas se dieron una organización única que les permitió tal operación militar, de precisión casi milimétrica, y en los meses y años siguientes la construcción de la primera autonomía indígena en nuestra historia.

Ese primero de enero en el valle de Jovel nació para la escena pública el subcomandante Marcos, un vocero y líder militar que sorprendería al mundo. Antes de que nadie entendiera bien qué estaba pasando, en Ocosingo seguían los combates y en Las Margaritas caía, de manera anónima, el subcomandante Pedro, otro mando del EZLN, secreto que se guardó hasta 2006. En el mercado de Ocosingo y sus aldededores, en la salida hacia las cañadas de la selva y el cruce del río Jataté quedaron sembrados los cuerpos de los indígenas caídos en los primeros días de 1994. En Rancho Nuevo, base militar en las inmediaciones de San Cristóbal, combatientes rebeldes y civiles que transitaban en la carretera murieron bajo las balas del Ejército federal, que de cualquier manera fue tomado por sorpresa y sólo en Ocosingo pudo responder con fuego a los alzados. Bombardeó el mercado municipal donde se resguardaban combatientes. Poco después se pudieron ver allí indígenas zapatistas maniatados por la espalda y con tiro de gracia.

En tanto, la columna del EZLN que se replegó después de tomar Las Margaritas, cerca de la frontera con Guatemala, ingresó al rancho del general y ex gobernador chiapaneco Absalón Castella- nos Domínguez, quien fue hecho prisionero en los términos de los insurrectos, acusado de masacres y represión, según divulgarían semanas después al entregarlo al gobierno en Guadalupe Tepeyac.

Hubo bombardeos y ametrallamientos aéreos un tanto erráticos sobre comunidades rurales de San Cristóbal de Las Casas, San Juan Chamula y Ocosingo. El 7 de enero, en el ejido Morelia, municipio de Altamirano, el Ejército federal sacó de sus casas a todos los varones y a golpes los hizo ponerse bocabajo en la plancha de cemento de la escuela. Luego se llevó a tres hombres mayores, presuntas autoridades civiles de las bases de apoyo zapatistas, y los ejecutó no se sabe dónde ni cómo, pero sus restos aparecieron poco después, dispersos en las inmediaciones, semidevorados por la fauna.

En un comunicado de 2004, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General del EZLN, recapituló los hechos, dio a conocer los nombres de sus 46 caídos en los combates de 1994, y dijo haber causado al menos 27 bajas y 40 heridos a la fuerza federal. La vida de 180 efectivos que se rindieron, incluido Absalón Castellanos, había sido respetada.

El controversial obispo católico de la región maya originaria de Chiapas donde se dio el levantamiento, Samuel Ruiz García, alzó la voz de inmediato, pidió a las partes deponer las armas y devino necesariamente el mediador entre el gobierno y el EZLN. De entonces datan las teorías conspirativas sobre su papel de los historiadores oficiales y los paranoicos caxlanes (población no indígena), en particular los ganaderos y los arrogantes coletos. Sus homilías en el templo barroco de Santo Domingo eran verdaderas conferencias de prensa a las que acudían fotógrafos y reporteros de todas las agencias y los principales medios del mundo.

Un pequeño medio local, El Tiempo, de Amado Avendaño, Concepción Villafuerte y sus hijos, se vio en el ojo del huracán al ser elegido como interlocutor desde el primer momento por los rebeldes, quienes añadieron enseguida a La Jornada, Proceso y El Financiero.

Más dramático no pudo ser el escenario los primeros días de aquel enero. Mientras “Chiapas” se volvía una palabra universal, el sacudido gobierno salinista lo minimizaba (son “tres o cuatro municipios”, afirmaba, luego de versiones de que “no eran mexicanos”, sino guatemaltecos y hasta peruanos).

Con inolvidable desdén, un funcionario orgánico del gobierno y su doctrina neocapitalista, Ángel Gurría, en abril de 1995 hablaría, desde el World Trade Center de la capital, de una “guerra de tintas, de palabras, de Internet”. Dos meses después de que el nuevo gobierno de Ernesto Zedillo ordenara una agresiva militarización del territorio rebelde y la persecución a la dirigencia zapatista (en la llamada “traición del 9 de febrero”), el entonces canciller Gurría alardeó: “No ha habido ningún disparo en los últimos 15 meses, ni un disparo”.

Para este diario, el levantamiento zapatista marcó un hito, como lo describiría Carlos Payán a los pocos meses para presentar el libro Chiapas: El alzamiento (La Jornada Ediciones, septiembre de 1994, 490 pp.): “El alzamiento indígena del primero de enero en los Altos de Chiapas sorprendió a México y al mundo entero”.

Tras el corresponsal en la zona y los primeros enviados, quienes viajaron a Tuxtla Gutiérrez en el avión de las 6 de la mañana, “en las horas y días siguientes, otros reporteros, así como fotógrafos  y cronistas, se agregaron a la cobertura del conflicto”. Con unos 20 periodistas en Chiapas y los corresponsales en otras entidades, La Jornada “se aplicó a contar lo que estaba sucediendo en los Altos, la selva Lacandona y el resto de la nación”.

Adicionalmente, “escritores, estudiosos y académicos de signos y tendencias políticas diversas aportaron a las páginas de este diario sus conocimientos, enfoques y contextos sobre lo que sucedía”. Así, “en lo que significó un esfuerzo de cobertura sin precedentes en el periódico y el país, se fue integrando una masa informativa y reflexiva”.

Apenas habían pasado unos meses y ya se podía afirmar que se trataba de “uno de los momentos más vivos y críticos” del fin de siglo. Aquel esfuerzo colectivo hizo posible “que nuestro diario alcanzara los más altos tirajes de su historia, al paso que contaba al país y al mundo lo que ocurría en uno de los más apartados rincones de México”.

Los 12 días que siguieron a la declaración de guerra del EZLN quizás no fueron los 10 de John Reed que cambiaron mundo, pero sí cambiaron al país, y sobre todo a sus pueblos originarios. Nunca más podría haber un México sin ellos.

Mujeres y niños tseltales cerraron la terracería que lleva a Yalchilptic, Altamirano el 2 de enero de 1998, exigiendo a los militares que se retiren de la zona en donde fueron encontradas las armas. Foto La Jornada/Pedro Valtierra.

Celebración en Dolores Hidalgo

Luis Hernández Navarro

En el Caracol Resistencia y Rebeldía: un Nuevo Horizonte, en la comunidad de Dolores Hidalgo, municipio de Ocosingo, el EZLN celebrará los 30 años de su levantamiento armado, en el que nombraron lo intolerable.

Esta comunidad zapatista, fundada por veteranos del alzamiento de 1994, se llama así, según explicó el finado subcomandante Marcos en agosto de 2005, durante la tercera reunión preparatoria de la otra campaña, porque “Dolores es el del dolor que tenemos de más de 500 años de resistencia, y el nombre de Hidalgo es por don Miguel Hidalgo y Costilla, que luchó por la Independencia” (https://shorturl.at/aGNX3).

El poblado tiene una larga historia de sufrimiento, resistencia y rebelión, similar a la vivida por centenas de otras localidades chiapanecas desde tiempos ancestrales. Antes de ser renombrada después de la insurrección, allí se encontraba la finca Campo Grande, propiedad de Segundo Ballinas, con una extensión de más de mil hectáreas de buenas tierras, agua, caminos para sacar el ganado y maderas preciosas. El finquero era “conocido entre los habitantes como un asesino, violador y explotador de indígenas, principalmente de mujeres, niños y niñas”.

La propiedad se fraccionó y pasó a manos de la santa trinidad de la familia chiapaneca: un promotor de asociaciones de guardias blancas, un coronel del ejército y un político priísta.

En agosto de 1982 –recuerda Marcos–- “los finqueros y sus guardias blancas desalojaron con violencia a los habitantes de la localidad Nueva Estrella. Balacearon, golpearon y tomaron presos a los indígenas varones. Algunos fueron asesinados. A las mujeres las apartaron y las obligaron a ver cómo quemaban sus casas. Les quitaron todo”.

Como sucedió en 1994 en otras regiones del estado, miles de indígenas de la zona tseltal empuñaron las armas que pacientemente habían acopiado o que recogieron de las que las guardias blancas abandonaron. Horrorizados ante el desafío de lo que llamaban “gentes sin razón”, los finqueros y sus pistoleros huyeron. Los indígenas recuperaron sus tierras y las repartieron. Hicieron, desde abajo y sin pedir permiso, una verdadera reforma agraria. Fundaron así, junto con otros campesinos sin tierra, Dolores Hidalgo.

La narración del difunto es parte del memorial de agravios de los pueblos originarios en la geografía chiapaneca. Antes de que el zapatismo les diera forma y los convirtiera en herramienta para reapropiarse de sus raíces, otros relatos similares afloraron como si fueran un volcán en erupción durante el Primer Congreso Indígena de Chiapas Fray Bartolomé de las Casas. Realizado entre el 15 y el 17 de octubre de 1974 en San Cristóbal, el encuentro fue un acontecimiento clave en la recuperación de la memoria histórica de los pueblos. Ecos de esta explosión se escucharon en el ¡Ya basta! del 94.

Como preparación del congreso se efectuaron reuniones comunitarias a lo largo de 11 meses en cuatro zonas: tseltal, tsotsil, chol y tojolabal. Lo que se dijo en esas asambleas fue sistematizado en cuatro temas: tierra, comercio, educación y salud. Las ponencias dan cuenta de cruentos testimonios de explotación y despojo. Son una cruda radiografía de la indignación vivida por los pueblos.

Sin menospreciar la importancia de los otros asuntos abordados, el eje articulador de las aspiraciones indígenas en aquellos territorios era la recuperación de sus tierras. En los hechos, se convirtió en el motor de una profunda movilización social que anticipó y desembocó en el sismo protagonizado dos décadas después por el zapatismo. Las ponencias originales, recogidas por Jesús Morales Bermúdez, dan cuenta de ello.

La chol sobre la tierra informó: “Antiguamente todos los territorios que ocupamos eran de la comunidad. No sabríamos explicar cómo y porqué se nos despojó de nuestras antiguas tierras. La situación de pobreza y miseria en que viven los choles acasillados en las fincas es extrema. Esto se debe al sistema de trabajo que les imponen, a los sueldos de hambre, a las tiendas de raya, a la falta de medicina, al alcoholismo y al comercio. Se trabaja de sol a sol con sueldos que no llegan a los 7 pesos por día. A partir de los 10, los niños deben trabajar con sueldos de uno a dos pesos al día. Estos sueldos no se dan en efectivo, sino en vale, en mercancía o en trago. Los finqueros continuamente están invadiendo terrenos a las pequeñas colonias que se han logrado establecer. Y como tienen dinero, compran a las autoridades agrarias”.

María de Jesús Patricio Martínez, vocera del Consejo Indígena de Gobierno, fue recibida en el caracol de Oventic en el sexto dia de su gira por territorio zapatista para presentarse en las comunidades y dar inicio a la recolección de firmas para lograr su candidatura independiente a la presidencia en el 2018, el 19 de octubre de 2017. Foto La Jornada/José Carlo González.

El informe tsotsil advirtió: “La comunidad tsotsil es la que ha sufrido más la acción colonizadora e invasora de los ladinos desde tiempos de la Colonia hasta nuestros días. La lentitud y corrupción del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización es la causa de invasiones, despojos y desorganización interna de las comunidades. Los finqueros tienen las mejores tierras y los indígenas las laderas erosionadas”.

El dictamen tojolabal señaló: “fuente de problemas son los abusos e injusticias de parte de los finqueros. Los mestizos poseen las mejores tierras, tanto para sembrar como pastos para los animales. La poca tierra que poseemos es de mala calidad. Queremos denunciar los abusos y engaños de parte de las autoridades”.

La ponencia tseltal documentó: “Antiguamente la tierra en donde vivimos la poseíamos comunitariamente, como consta en los documentos antiguos, algunos de los cuales tenemos en nuestro poder. Actualmente la situación de la posesión de la tierra ha cambiado radicalmente, lo que nos ha llevado a una marginación inhumana. La comunidad de Yajalón y Chilón han perdido totalmente su tierra. Se les fue despojando. El sistema que se siguió fue la invasión directa, el alcoholismo, el engaño, las deudas, el compadrazgo. Los indígenas dueños de las tierras pasaban a ser acasillados. (Se padecen) sueldos de hambre, trabajo gratuito los domingos, explotación de mujeres y de niños, tiendas de raya. Los finqueros invasores están transformando las tierras laborables en explotaciones ganaderas. El efecto inmediato ha sido el hambre y la huida a la selva. Los que aún permanecen son los más pobres, atados a la servidumbre”. Estas denuncias anunciaban la lluvia de fuego que caería sobre el estado. También la maduración de los pueblos originarios como sujetos de su propio destino. En palabras del presidente del congreso, el nuevo Bartolomé de las Casas “somos nosotros; son las comunidades indígenas unidas”. A partir de ese momento, la organización y lucha indígenas se multiplicaron en Chiapas. Sin embargo, lejos de atender sus demandas, la respuesta estatal fue más represión.

Adicionalmente, distintos acontecimientos sacudieron a las comunidades y las radicalizaron. Entre ellos se encuentran: el Decreto de la Selva Lacandona en 1972, que concentró en poco más de 60 familias lacandonas más de 614 mil hectáreas, en perjuicio de miles de tseltales y choles que habitaban y trabajaban esas tierras. El fraude electoral en contra de Cuauhtémoc Cárdenas de 1988. El movimiento para celebrar en 1992 los 500 años de la resistencia indígena, negra y popular. La contrarreforma agraria salinista, que izó la bandera blanca en el campo. La caída de los precios del café, de 120 dólares las 100 libras a menos de 60. El derrumbe de los precios del ganado.

Enfrentadas a la no solución de sus peticiones y a la represión, los pueblos encontraron inicialmente en el zapatismo, que había establecido el 17 de noviembre de 1983 su primer campamento en la selva Lacandona, su instrumento de autodefensa. Más adelante hallaron en él, la fuerza político-militar para luchar por sus demandas y enfrentarse a las fuerzas armadas. El EZLN se convirtió así en el ejército de los pueblos, que votaron en asambleas irse a la guerra contra el mal gobierno y exigir la deposición del presidente Carlos Salinas de Gortari. Comunidades y guerrilla se volvieron una sola fuerza, modificando profundamente la propuesta insurgente pero, también, los modos de hacer política indígena.

A lo largo de las tres décadas que van desde el levantamiento hasta nuestros días, los zapatistas han convertido la reforma agraria desde abajo que implementaron en los hechos en 1994, y que anhelaban los pueblos desde décadas atrás, una experiencia inédita de autonomía, autoorganización, autogobierno, autodefensa y autogestión, que es referencia y fuente de inspiración para múltiples movimientos populares de muchas geografías.

Ajeno al reloj del poder, dueño de su propio tiempo, el EZLN no ha dejado de reinventarse a cada momento, con una originalidad sorprendente. En el camino de cambiar al mundo que se echó sobre los hombros, transformó también la dinámica y comprensión que los pueblos originarios tienen sobre sí mismos, al país y al horizonte de las causas emancipadoras. Razones más que suficientes para celebrar en Dolores Hidalgo.

Entrevista a Dolores González Saravia*

Un movimiento visionario

Blanche Petrich

El pensamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que después de alzarse en armas logró delinear un proyecto de nación durante los diálogos de Sakamch’en de los Pobres (San Andrés Larráinzar) en 1995 y 1996, “sigue vigente entre los movimientos alternativos de esta generación, desde otras lógicas y con agendas distintas”, sostiene Dolores González Saravia, quien hace 30 años fue convocada para participar como asesora temática de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) en aquella histórica mesa de negociación.

En una entrevista en la que recupera aquella experiencia, la mediadora llama a reconocer y retomar el contenido de esa negociación: “El zapatismo fue visionario; fue una referencia pionera del nuevo tipo de movimientos sociales, de los que no buscan tomar o cambiar el poder, sino construir un poder propio. Fue punta de lanza de cambio social”, señala en su análisis. 

A la postre, los Acuerdos de San Andrés Larráinzar fueron traicionados por los gobiernos de Ernesto Zedillo y Vicente Fox y por el Poder Legislativo de la época. “Fue una oportunidad histórica que se perdió. Hoy el país sería otro”, indica la analista que durante décadas se ha dedicado a la mediación de conflictos en los ámbitos más crispados de la historia reciente.

Tres décadas después, con todo un ciclo de cambio generacional transcurrido, “hay un retorno a ese pensamiento: el nuevo feminismo, los movimientos ambientalistas, antirracistas, de juventudes, contra la violencia y por los derechos humanos, aunque vienen con otras agendas y son mucho menos orgánicos”.

En la búsqueda de una salida pacífica al levantamiento zapatista en 1994, que puso al país del eterno priísmo patas arriba, el EZLN se sentó a dialogar primero en la Catedral de San Cristóbal, con el obispo Samuel Ruiz, el tatik, como mediador y Manuel Camacho Solís como representante del gobierno salinista (febrero y marzo de 1994).

Ya con Ernesto Zedillo, a pesar de que éste rompió la tregua lanzando una ofensiva militar contra el zapatismo en febrero de 1995, arrancó apenas un mes después una segunda fase del diálogo en San Andrés Larráinzar, rebautizado por los pueblos como Sakamch’en de los Pobres.

Para Dolores, el recuerdo de aquellos días en los Altos de Chiapas es imborrable. Por inesperado y esperanzador, “de mucha luz”.

Relata: “Lo primero, la solemnidad de los delegados tsotsiles del EZLN, vestidos de gala, con sus colores, su investidura. No hablaban casi. Sabían que estaban causando un impacto. Entraban al salón donde estaba dispuesta la mesa con esa dignidad y todo mundo se paraba como si hubiera entrado un obispo. Tomaron la figura de asesores invitados para llevar a la mesa a todo el movimiento indígena organizado de ese momento ¡34 pueblos de todo el país representados! Y eso fue lo que dio a los acuerdos la legitimidad que aun ahora tienen”.

González Saravia ya venía de una experiencia de intermediación de conflictos con temas de autonomías indígenas como parte del Centro de Servicios Municipales Heriberto Jara. Después del trabajo en la Conai se incorporó al equipo de Serapaz. Actualmente participa en otro colectivo, Eutopia y Estrategia, y sigue actuando en procesos de paz en Chiapas (en la plataforma Slamalil K’inal) en el contexto de violencia y crimen organizado.

–¿Consideras que el país perdió una oportunidad histórica con el incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés?

–Sí. Lo que significaban esos acuerdos era una reforma de Estado profundísima. En el país hay mas de 60 mil comunidades indígenas; en esos acuerdos se reconocía un cuarto nivel de gobierno, los municipios indígenas. Eso reformaba la correlación del poder publico y les generaba posibilidades de poder autonómico y de cuidado de los territorios y sus recursos.

De haberse cumplido, estaríamos hablando de un país distinto hoy. Si toda la economía extractivista del país pudiera ser retenida en cada región conforme a lo que los pueblos acordaran autónomamente… imagínatelo.

–Algo muy distinto a lo que esperaba la delegación gubernamental, supongo, que se quería diluir pronto el conflicto con algún tipo de acuerdo burocrático.

–Sí. Los operadores del diálogo habían llegado con una idea de un acuerdo inmediato. Pero sus asesores temáticos eran especialistas en negociaciones duras. Entonces se profundizó mucho. Eran sesiones muy largas, hasta las mil y quinientas de la noche, con recesos largos, que es un tema interesantísimo porque las consultas zapatistas se iban lejos y regresaban con acuerdos de muchas asambleas de los pueblos. Y las dificultades de comunicación y lenguaje.

Por ejemplo, cuando se iba a discutir el tema de la distensión. El gobierno llegó ya con sus mapas, con zonas, con una idea muy concreta. Pero para los zapatistas el tema era ¿qué es distensión? Ahí era maravilloso oír a don Samuel trasladando, en una especie de traducción. Y hubo momentos de gran tensión, cuando estuvimos cerca de la ruptura. En la Conai ahí sí que la jugamos de fusible, absorbiendo toda la energía negativa para reconducir el proceso.

Al final, en la agenda temática sólo se avanzó en el indígena y el de democracia y justicia. Esta última mesa ya trabajó sin interlocutor enfrente.

–¿Fue un diálogo de dos partes, gobierno y EZLN? ¿O fue algo más?

–Esto se convirtió en un diálogo global cuando el zapatismo delinea su proyecto y se convierte en una referencia pionera del nuevo tipo de movimientos sociales. El haber colocado sobre la mesa esta vertiente pegó en jóvenes de todo el mundo; fue uno de los grandes legados del zapatismo. Aparte de la vertiente de derechos indígenas y esto que siempre don Samuel repetía constantemente, ser sujetos de su historia. Eso está muy reivindicado por los movimientos alternativos de hoy: el feminismo, el ambientalista, el antirracista, los de juventudes que vienen con otras agendas. Hay una vuelta a ese pensamiento.

Se mueven en la contradicción porque igual hacen resistencia que hacen transformación. Más que transformar al Estado buscan transformar sus modos de vida y sus relaciones. Y en eso el EZLN fue pionero en plantear un poder propio.

–¿Hay ecos del “Ya basta” del primero de enero de 1994?

–Lo veo poco explícito mas allá de las redes que continúan planteando, reivindicando y nutriéndose de la raíz zapatista. Pero lo veo en los contenidos de las luchas que se están dando ahora. No sólo en las propuestas del cambio climático o contra el neoliberalismo –que tienen mucho de autogestivas–, sino también en las propuestas contra la violencia. Es una lógica muy antisistémica que está en el zapatismo.

–¿Esa influencia del zapatismo de los años noventa tuvo algún impacto en el cambio social que llevó al voto de 2018, 25 años después, aunque en el trayecto esos caminos se bifurcaron y hasta rompieron?

–Sí. Esa fractura empieza a partir de la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona (1996), con el rechazo a la vía institucional y la doble militancia, y se concreta con la Sexta Declaración (2015), cuando los zapatistas llaman a no votar. Eso abrió dos rutas estratégicas que nunca se volvieron a encontrar, no volvieron a tener un piso común. Eso ha trabado la posibilidad de convergencias.

–¿Dejaron algo de aprendizaje esos diálogos de San Andrés en cuestión de diálogos y negociaciones de conflictos?

–Sí. La Conai generó todo un mecanismo, que se ha podido replicar para toda esta conflictividad que estaba muy efervescente entre las comunidades, que fue la Comisión de Reconciliación Comunitaria (Coreco) de la Diócesis, que permanece todavía. Desde ahí se construyó a lo largo de los años una red de constructores de paz indígenas y son ellos quienes hacen las mediaciones. Y esto ha persistido aun en este panorama de conflictos por la penetración del narco, como en Chenalhó, San Cristóbal y otros conflictos como Aldama.

*Dolores González Saravia, economista de formación, ha trabajado en procesos de mediación para la solución de conflictos desde hace más de 30 años (San Salvador Atenco, UNAM, Ayotzinapa, colectivos de familias víctimas de desaparición forzada). En 1996 fue convocada como asesora técnica de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai) para los diálogos de San Andrés Larráinzar en Chiapas. Fue fundadora de Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz). Actualmente dirige la plataforma Eutopia y Estrategia.

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Entrevista a fray Gonzalo Ituarte*

La chispa que detonó aquel momento histórico

Blanche Petrich

Cuando los indígenas de Chiapas irrumpieron en la vida nacional con una declaración de guerra en pleno año nuevo de 1994, la clase política de inmediato señaló al equipo de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, que encabezaba el obispo Samuel Ruiz, como “los papás y las mamás” de los insurrectos. Y aunque era una imputación falsa, también es cierto que la labor pastoral realizada al menos desde los años setenta influyó y nutrió los movimientos que fueron “la chispa” que detonó aquel momento histórico.

Así lo recuerda fray Gonzalo Ituarte, que en ese tiempo era vicario general de la diócesis, fundador del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y antes, en los años muy iniciales de la gestación de la rebelión, párroco de Ocosingo.

–¿Cómo les tomó el primero de enero de 1994?

–Digamos que con sorpresa relativa. Desde la vida pastoral ya sabíamos que algo se estaba gestando. Yo sabía que había grupos armados organizándose desde 1983. Pensé que sería un grupo político militar convencional, la clásica guerrilla que iba a estar echando bala de vez en cuando. Más adelante hubo momentos de contacto con la directiva del zapatismo, pero nunca nos revelaron lo que iban a hacer. Con el tiempo conocimos parte de su proyecto y ya más cerca del 94 tuvimos contacto con algunos directivos. Tratamos de hacerlos reflexionar, porque nosotros no estábamos a favor de la vía armada. Ellos escucharon atentamente, pero confirmaron su opción. En otra ocasión nos hicieron saber que ante la situación iban a tener que actuar, pero no nos dijeron ni el día ni el modo.

“Lo que resultó fue un ejército popular enorme que tomó varias ciudades como respuesta a una opresión histórica.”

En entrevista, Ituarte, que ahora dirige el Comité de Derechos Fray Francisco de Vitoria, pone en la balanza a los muchos actores de ese momento a 30 años de distancia. Al tatik Samuel, que como obispo ejerció un liderazgo formidable y se dejó transformar por los indios; a los ex presidentes Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, “que nunca fueron limpios” y dejaron pasar una oportunidad de transformar a la nación; a los zapatistas, “admirables”, porque con sus múltiples metamorfosis y su incesante capacidad de evolucionar siguen haciendo “una transformación en función de la nueva circunstancia con gran lucidez”.

Pone insistentemente el dedo en el renglón de la masacre de Acteal el 23 de diciembre de 1996, “una mancha que persiste a la fecha porque, como no hubo justicia, hoy sigue habiendo repetición”. Enfatiza: “Sostengo que la matanza de Acteal sigue ocurriendo. Hoy se enfrentan pobladores con pobladores. Y la clave está en el crimen autorizado. Es lo único que permite entender lo que pasa.

“Ya no veo la violencia paramilitar; no hay violencia contrainsurgente. Lo que hay es un deterioro brutal por el crimen que actúa libremente frente a las autoridades sin que el gobierno reaccione. Esto ya no es una lucha por los derechos, es una lucha simplemente para la sobrevivencia ante la absoluta indiferencia y negación de lo que está sucediendo. Se dice que en Chiapas no pasa nada. Y por lo tanto no se hace nada ante lo que sí ocurre.”

SALINAS Y ZEDILLO NUNCA FUERON LIMPIOS

En 1977, recién ordenado como diácono, Gonzalo Ituarte, un joven totalmente defeño, viajó a Chiapas en una especie de turismo espiritual. Ahí fue testigo de que los peones acasillados y las tiendas de raya todavía existían; que un finquero podría meterle un tiro a la cabeza a uno de sus trabajadores por pedir un mínimo aumento a su misérrimo salario. Que un “anciano” de 60 años podía agonizar sin atención médica mientras el patrón tomaba una avioneta a Tuxtla con el fin de traer un veterinario para atender a una de sus reses. Y también que en algunos parajes ya podían verse hombres armados organizándose y moviéndose en silencio en la noche para, por ejemplo, ir a rescatar a uno de los suyos que había sido capturado y era torturado por la policía en castigo por protestar contra un despojo.

Y conoció a Samuel Ruiz, quien había de cambiar el rumbo de su vida

–¿Y cómo llegó Samuel Ruiz a esta historia?

–Cuando llegó a Chiapas en los años sesenta era un obispo tradicional, de mitra y capa. Los indios lo cambiaron. Ya para 1975 hizo explícita su opción por los pobres. Pero además ejercía un liderazgo real y mantenía interlocución con el poder. Se ofrecía como un colaborador crítico del gobierno, pero advertía: “Nunca vamos a callar una injusticia”. Y eso le generó mucha bronca entre la gente del poder.

“En 1987 dispuso la fundación del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas. La divulgación de denuncias de abusos, despojos, arrestos ilegales y torturas generó más tensiones. Incluso hubo un plan para asesinarlo, que se descubrió y conjuró; fue baleada una caravana eclesial que iba hacia Tila en los tiempos en los que actuaban los paramilitares sin freno; la Casa Diocesana fue atacada por un grupo de auténticos coletos”.

–De la noche de Acteal ¿qué recuerdas?

–Desde días anteriores grupos priístas agredían a comunidades de bases zapatistas. El 22 de diciembre me advirtieron que ya estaban a pocos metros de Acteal los paramilitares. Hablé tres veces a lo largo del día con el subsecretario Uriel Jarquín. Me respondió que no me preocupara, que iban para allá. Esa noche tenía una invitación en casa del secretario de Salud del estado. El doctor recibió una llamada (acuérdate que no había celulares) y me dice: me tengo que ir al hospital porque están recibiendo heridos de Acteal. Los paramilitares habían atacado bajo la mirada del Ejército sin que nadie los parara. Fue una desgracia.

–Poniendo en la balanza, a 30 años de distancia ¿cómo evalúas la respuesta de los gobiernos de la época, que lo mismo se sentaron a dialogar que rompieron treguas, hicieron contrainsurgencia, crearon paramilitares y perpetraron masacres?

–En primer lugar, lo veo como una estupidez soberana. Les hicieron la guerra a ciudadanos mexicanos con una legitimidad incuestionable que estaban exigiendo sus derechos; pedían ser parte de un México con un estado de derecho. No quisieron ver que lo que ahí se estaba gestando, pudo haber sido una alternativa realmente valiosa para la nación.

“Salinas y Zedillo nunca fueron limpios. Y fueron torpes, porque perdieron una oportunidad histórica única. Salinas pudo ser un nuevo Lázaro Cárdenas al hacer una reforma indígena que reconociera a los pueblos indios.

“Esa mancha que representa Acteal persiste. Y sigue el pendiente histórico. Sigue sin haber justicia. Nunca fueron castigados los perpetradores, mucho menos los que organizaron esto, aunque se supieron sus nombres. Y por desgracia, hay repetición.”

–¿Ves ahí la raíz de lo que ocurre hoy, donde otra vez hay fuertes oleadas de violencia en Chiapas?

–Sin duda

LAS METAMORFOSIS DEL EZLN

–En estas tres décadas el EZLN ha transitado por una serie de metamorfosis: desde las cartas del sub Marcos, el escarabajo Durito, Galeano, la desaparición de Galeano y las juntas de buen gobierno. Ahora vuelve a ser Marcos, pero es capitán. ¿Son otras sus estrategias? ¿Cómo entenderlos hoy?

–Una de las cosas que más he admirado de los zapatistas es su capacidad de evolucionar según el contexto y las problemáticas. De la ideología que traía Marcos y su grupo, cuando llegaron, marxistas guevaristas, después de vivir durante 10 años con los indígenas moldean su pensamiento. Las ideas y organización desde la Primera Declaración de la Selva Lacandona se ha transformando en sus planteamientos a lo largo de la interlocución con muchas otras voces.

“Pero después de que se rompe el diálogo, ellos siguen teniendo iniciativas sorprendentes como la Marcha del Color de la Tierra y muchas otras. La actual evolución es brillante porque implica liberar a su propia población civil de su estructura militar. Los municipios autónomos, las juntas de buen gobierno, los caracoles, funcionaban de alguna manera como un organismo dentro de un organigrama militar. Al dejar la autonomía de las regiones en manos de la comunidad da mucha fuerza a la población y mucha posibilidad de resolver la problemática local. Es un paso de apertura muy importante hacia sus vecinos no zapatistas o ex zapatistas.

“Lo que se generó con el EZLN fue una revolución de baja intensidad. No ganaron. Pero las cosas cambiaron. Nadie podrá decir que los indios están como antes del 94. El ímpetu que pusieron en una serie de asuntos ha seguido en movimiento. Con obstáculos, con broncas, con descalificaciones. Pero sigue. Además, con respuestas nuevas, con modelos nuevos”.

*Gonzalo Ituarte Verduzco, fraile dominico, fue vicario de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas durante los años del conflicto zapatista. Fue fundador del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y de la organización civil Melel Xojobal. Fue integrante de la Comisión Nacional de Intermediación. De regreso a la Ciudad de México fue provincial de la orden de los Predicadores.

Actualmente dirige el Centro de Derechos Humanos Fray Franciso de Vitoria.


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