17 mar 2024

Gana Putin/ Ana Palacio

 Gana Putin/ Ana Palacio 

El Mundo, 16 de marzo, 

Mañana conoceremos oficialmente el resultado de la puramente formal contienda presidencial en Rusia. No cabe albergar duda al respecto: "gana Putin". Sin perjuicio de analizar las peculiaridades de estos primeros comicios desde el arranque de la "Operación Especial" hace ya dos años, la cuestión relevante es hasta qué punto "gana Putin" representa -más allá del teatro de la votación- la resiliencia, la legitimidad del régimen. Por fin, a partir de la cacofonía a que contribuyen activa y sostenidamente líderes europeos y americanos, es imperativo valorar la trascendencia del relato "gana Putin" como inexorable desenlace de la guerra, repicado por actores variados. Muchos previsibles. Algunos chocantes, como el Papa Francisco.

Empecemos por las excepcionales características de la cita. Según la Comisión Electoral Central, 112,3 millones son los votantes inscritos -contando con los cuatro territorios ucranianos anexados en 2022 de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón-. Por primera vez, se podrá votar online desde 29 regiones -incluida la Crimea ocupada-. Otra novedad es su extensión a lo largo de tres días; este formato solo se había usado en el referéndum de 2020 que abrió la puerta a dos ejercicios de seis años más para Putin (el que ahora comenzaría, y el que estiraría su omnímodo poder hasta 2036; su permanencia al mando ya supera la del propio Stalin).

Con un historial de elecciones marcadas por irregularidades, proverbial mano dura con las libertades civiles, un aparato judicial fuertemente vinculado al ejecutivo y férreo control sobre la prensa, Rusia es un país cuyo ranking en materia de rule of law lleva tiempo en caída libre. Parapetado en la publicitación de causas naturales o accidentes, Putin se ha alzado en beneficiario de la neutralización metódica de sus rivales abiertos o potenciales. El fallecimiento en una cárcel siberiana de Alexei Navalni, precedido por la muy mediática explosión del avión en que viajaba Evgeny Prigozhin -antiguo íntimo del mandamás luego tornado bellaco-, junto con la detención de representantes de diferentes adscripciones, ilustran la alerta del Kremlin frente a toda amenaza a su autoridad.

Despejado el camino de cualquier oposición real (con tres nombres más en las papeletas, cuidadosamente aceptados por su inocuidad), y con el despliegue de tácticas de incentivación/intimidación al voto, el proceso se ha tildado de "Potemkin" -esto es, de montaje-: el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, aseguraba ya el verano pasado que su jefe "saldrá reelegido con más del 90% del voto", mientras reconocía -con sorprendente franqueza- que la "elección presidencial realmente no es democracia, sino burocracia costosa" (si bien ha aclarado este mes que "[su] democracia es la mejor"). Aún así, el simbolismo es vital para la Rusia que ambicionan: precisan de una participación récord (el "sistema" la espera/exige) que arroje una aplastante victoria de Putin como legitimación de sus acciones en Ucrania.

El líder ruso es un hábil manipulador del relato; un revisionista maestro y distorsionador de los hechos que asigna la responsabilidad de todos los males a EEUU -chivo expiatorio por antonomasia-. Su discurso (electoralista) del Estado de la Nación hace dos semanas incorporaba temáticas habituales y conocidos mantras. Escuchamos que Occidente "ha provocado el conflicto en Ucrania, en Oriente Medio, en otras partes del mundo, y continúa mintiendo -sin ninguna vergüenza-, al decir que Rusia pretende, supuestamente, atacar Europa". Igualmente, desgranó su sabida letanía; sin dejar de subrayar que su estructura política ("uno de los pilares de la soberanía del país") o su economía ("la quinta del mundo") siguen medrando.

Respalda este pronunciamiento la escasa mella (por el momento) de las sanciones Occidentales: ni el bloqueo de los activos en los bancos ni las limitaciones comerciales han tenido el impacto previsto. Y por afectar mucho más al ciudadano común que a los ocupantes del Kremlin, parecen sumar -no restar- a la crónica de Putin, reforzando la especie que Occidente está empeñado en la destrucción de Rusia. El émulo de los Zares alardeaba en febrero: "Predecían declive, fracaso, colapso, que nos retiraríamos, nos rendiríamos o nos desmoronaríamos. [...] ¡No tendrán éxito! Nuestra economía está creciendo, a diferencia de la suya" (según el Fondo Monetario Internacional, su PIB creció más en 2023 que el de los miembros G7; sus últimas previsiones señalan que la tendencia se mantendrá para 2024).

La resiliencia del régimen se debe, en no poca medida, a las lagunas existentes en las sanciones, que han permitido -¿incluso buscado?- la circunvención de las mismas mediante compañías ficticias e intermediarios que transitan las mercancías por países terceros (con especial mención al petróleo y el gas). Además, siguen en nuestro mercado cantidades sustantivas de combustibles fósiles y productos refinados rusos. La UE, entre tanto, ha evitado intervenir contra los intereses nacionales de sus Estados miembro.

El convidado de piedra en los debates sobre Putin es la ciudadanía rusa: en los últimos 25 años, ha cristalizado una sociedad maleable, sumisa, en la que los oligarcas agachan la cabeza, sabiendo que su riqueza depende del favor y el humor del presidente; la población silenciada se acomoda con bajas hipotecas y ayudas sociales para las familias de los soldados -por primera vez en la historia rusa se cobra por ir al frente, con abultados incentivos por inscribirse en el ejército-. Dicho lo anterior, son patentes las grietas: de la movilización parcial en 2022 (cuya reacción hubo de ser suprimida violentamente), al motín abortado del grupo Wagner hace medio año; del apoyo al político antiguerra Boris Nadezhdin (quien consiguió reunir 200.000 firmas respaldando su candidatura, antes de que el Kremlin impidiera que se presentara), a las decenas de miles de asistentes al funeral de Navalni, resultante en detenciones masivas por las autoridades.

La reflexión del famoso disidente (ahora convertido en mártir) en un documental de la BBC es reveladora: "Si deciden matarme, eso significa que somos increíblemente fuertes". Pero la represión no da tregua, y promueve con innegable eficacia la idea de que en el interior también "gana Putin". Lo último (reportado por Meduza, el reconocido equipo de periodismo de investigación, anteayer): la Fiscalía de Moscú ha amenazado con cinco años de prisión a los votantes que participen en la iniciativa navalniana "Mediodía contra Putin" -que no consiste más que en ir a las urnas el domingo al mediodía y votar protesta-. En las distintas camarillas, afloran, pues, los nervios, provocando respuestas desproporcionadas.

Aunque el Gran Disruptor lleva décadas sesgando burdamente la Historia, últimamente parecería que su proyección de una Ucrania sin posibilidades -sin futuro- surte el ansiado efecto de percepción a escala global. A pesar del alegato movilizador de Zelenski, la realidad muestra una comunidad atlántica decaída, dividida y torpe. Desde los repliegues ucranianos en el campo de batalla, la Unión Europea bracea por encontrar una voz común de compromiso. En paralelo, el anuncio del Pentágono esta semana de entregar 300 millones de dólares en armas a Kyiv -intentando salvar la cara rebañando cajones, tras las publicitadas alertas del agotamiento de sus fondos- contrasta con un Congreso estadounidense estancado, incapaz de pactar ayuda alguna para su aliado.

Paradigmático de esta confusión es el último comentario del Papa en una entrevista con la emisora suiza RSI, animando a Kyiv a rendirse y negociar un acuerdo con Moscú: "Creo que el más fuerte es quien observe la situación, piense en la gente y tenga la valentía de levantar la bandera blanca y negociar". Por si había duda sobre su mensaje, seguía: "La palabra 'negociar' es una palabra valiente. Cuando ves que estás derrotado, que las cosas no van bien, tienes que tener la valentía para negociar". Ante el lógico revuelo causado por estos propósitos, el Vaticano quiso calmar las aguas declarando que Rusia "debería, en primer lugar, cesar los ataques". Pero ni el escándalo, ni la justificada indignación, admiten paliativos. Y el Papa no es el único: no obstante la conciencia de la naturaleza existencial del reto, el prurito de la inevitabilidad del éxito ruso es ampliamente compartido, lo que implícitamente da por supuesta la estabilidad del putinismo. Nuestra responsabilidad es, así, no caer en la tentación fácil del entreguismo preventivo, acomodándonos a la actitud que inapropiadamente -desde todos los puntos de vista- exhibe Francisco.

En el polo opuesto, y sin perjuicio de su permanente postureo, Macron denunciaba acertadamente el jueves -en coloquio concedido al diario televisivo 20 heures- a quienes "no han elegido la paz, sino la derrota (ne font pas le choix de la paix mais font le choix de la défaite)".

Con él, entendemos que "la capitulación de Ucrania, no significa la paz (La paix, ce n'est pas la capitulation de l'Ukraine)". Con él, entendemos que es responsabilidad de cada uno que no cobre virtualidad histórica el "gana Putin".


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