9 ago 2006

La última batalla de Fidel



"A tu viejo gobierno de difuntos y flores", Silvio Rodríguez.

El periodista Jon Lee Anderson acaba de difundir un artículo denominado "La última batalla de Castro". Fue publicado en el madrileno El País, los días 3, 4 y 5 de agosto del 2006 (aunque la publicación original es en ingles en The New Yorker).
Anderson, ha escrito los perfiles de Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Augusto Pinochet, el rey Juan Carlos, Saddam Hussein, y Hugo Chávez.
¡La verdad el texto no tiene desperdicio!
La última batalla de Castro 1/ (3/08/06)/Jon Lee Anderson
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
A partir de los atentados del 11-S; Lee Anderson ha dedicadoa la ‘guerra contra el terrorismo’, lo que le ha llevado a trabajar en Afganistán y en Irak. Sus experiencias en este país quedaron plasmadas en el libro La caída de Bagdad, Ed. Anagrama, 228 pgs.
A media tarde de un viernes de marzo, se concentró una muchedumbre en el centro de La Habana para manifestarse en contra de un incidente ocurrido la noche anterior en San Juan de Puerto Rico. Durante un partido entre Cuba y Holanda dentro del primer torneo internacional Clásico de Béisbol, un espectador alzó un cartel hacia las cámaras de televisión en el que se leía "Abajo Fidel" y gritó palabras similares a los cubanos que se encontraban en el terreno de juego. Entre ellos estaba Antonio Castro, un cirujano ortopédico que es el médico de la selección cubana e hijo de Fidel Castro. Un funcionario cubano se enfrentó, indignado, al espectador, y la policía portorriqueña le detuvo. Quedó en libertad después de recibir un discurso sobre la libertad de expresión. Cuba ganó 11 a 2, pero, al día siguiente, en tono muy ofendido, el periódico oficial del Partido Comunista Cubano, Granma, lamentó las "cínicas provocaciones contrarrevolucionarias" de los funcionarios estadounidenses y Puerto Rico.


La concentración se celebró, como casi todos los acontecimientos de este tipo últimamente en La Habana, ante la Sección de Intereses de EE UU, un moderno edificio de siete pisos en una curva del paseo marítimo de la ciudad, el Malecón. Dado que no hay relaciones diplomáticas entre EE UU y Cuba, la Sección de Intereses sirve de Embajada de facto (en realidad, el edificio forma parte de la Embajada suiza). Hace seis años, durante la batalla por la custodia de Elián González, el niño de cinco años rescatado después de que su madre y otras personas se ahogaran mientras trataban de llegar a Florida en una lancha motora, Castro ordenó la construcción de un foro de protesta permanente en una isla de tráfico situada frente a la Sección. Hoy, el Tribunal antiimperialista (nombre que recibe el lugar) está formado por un estrado elevado, lleno de focos, sobre un centro de mando que es una especie de búnquer. Una gran pancarta muestra un montaje fotográfico de hombres armados, casas incendiadas, gente que llora y un torvo veredicto: "Vosotros hicisteis esto".

La concentración no estaba abierta al público en general. En las barricadas que protegían los accesos montaban guardia varias docenas de policías. Unos centenares de personas, sobre todo funcionarios deportivos, deportistas y familiares suyos, escuchaban mientras un jugador de béisbol decía a la multitud: "¡Pese al desvergonzado robo de nuestros jugadores, y los constantes ataques contra nuestra gente, todavía no han podido disminuir la calidad de nuestro equipo!". Un anciano negro subió al escenario para contar que, en su juventud, había jugado al béisbol en EE UU. "Conocí el racismo de aquel país personalmente, cuando me obligaban a sentarme en la parte trasera de los autobuses y a comer en la cocina". Tras él llegó la madre de uno de los jugadores. Después de denunciar la "provocación" de Puerto Rico, se despidió con un "¡Viva Fidel!".
Fidel no estaba presente, pese a que, como la mayoría de los cubanos, se toma el béisbol muy en serio (durante años, se corrió el mito de que, cuando era estudiante, un equipo de la liga profesional estadounidense se había interesado por él). Castro, que cumplirá 80 años el 13 de agosto, aparece cada vez con menos frecuencia en público, y muy pocas veces en actos en los que hay extranjeros. Durante varios decenios, su legendaria energía le fue muy útil. Tenía 32 años cuando derrocó al dictador cubano Fulgencio Batista en 1959, con una guerrilla de barbudos entre los que estaba Ernesto Che Guevara. Castro se presentó como un nacionalista decidido a erradicar de Cuba la cultura de casinos dirigidos por gángsteres y poner fin a su reputación de ser "el burdel del Caribe".
Una vez en el poder, dio un rápido giro hacia la izquierda, nacionalizó las grandes plantaciones (entre ellas, la de su madre) y empresas de propiedad extranjera, y se acercó a la URSS. En 1961, la CIA., con ayuda de exiliados cubanos, organizó la invasión de Bahía de Cochinos para apartar a Castro del poder. Sufrieron una derrota ignominiosa y, desde entonces, pese al embargo comercial aplicado por EE UU y numerosos intentos de asesinato, Fidel Castro ha sobrevivido a nueve presidentes estadounidenses. Es el gobernante más antiguo del mundo.
En junio de 2001, Castro se desmayó debido al calor mientras se dirigía a una muchedumbre, y en 2004, después de pronunciar un discurso, tropezó y se cayó, con el resultado de la rótula izquierda hecha pedazos y el brazo derecho roto. Aunque sigue pronunciando las largas peroratas por las que es famoso, a veces le tiembla la mano y anda de forma inestable; en ocasiones se le ve olvidadizo e incoherente; y de vez en cuando se duerme en público. En un informe presentado al Congreso en 2005, la CIA notificó que Castro sufría la enfermedad de Parkinson. Castro se burló del documento, dijo que, aunque fuera cierto, era capaz de permanecer en el cargo, y citó al papa Juan Pablo II como modelo.
Esta primavera, un amigo de Castro y veterano miembro del Partido me dijo que el líder cubano estaba angustiado por hacerse viejo y obsesionado por la idea de que el socialismo podría no sobrevivirle. Por eso, Castro ha lanzado su última gran lucha, la que denomina la Batalla de las Ideas.
Su objetivo es lograr que los cubanos vuelvan a comprometerse con los ideales de la revolución, sobre todo los jóvenes que alcanzaron la mayoría de edad durante el llamado Periodo Especial. En los primeros años noventa, la caída de la Unión Soviética precipitó el final de los subsidios a Cuba, y la economía se derrumbó. La crisis obligó a Castro a autorizar más apertura en la vida económica y civil de la isla, pero ahora parece empeñado en invertir esa tendencia. En un discurso pronunciado el pasado mes de noviembre, declaró: "Este país puede autodestruirse, esta revolución puede acabar consigo misma". Se refirió a Estados Unidos para decir: "No pueden destruirla, pero nosotros sí. Podemos destruirla, y sería culpa nuestra". Y en mayo, durante un airado debate televisivo de siete horas que convocó para protestar por su inclusión en la lista de los dirigentes más ricos del mundo según Forbes (la revista valoraba su fortuna en 900 millones de dólares), dijo: "Debemos seguir pulverizando las mentiras que se dicen en nuestra contra... Ésta es la batalla ideológica, todo es la Batalla de las Ideas".

Castro ha abordado la campaña como un mariscal de campo, con un Mando Central de leales ideólogos sacados de la Unión de Juventudes Comunistas, la U. J. C. Algunos cubanos les llaman, sarcásticamente, los talibanes. Quizá sería más apropiado compararles con la Guardia Roja: en cierto sentido, la Batalla de las Ideas ha pasado a ser la Revolución Cultural de Cuba, aunque sin la violenta intensidad de aquella. El Mando Central de Castro organiza manifestaciones y envía "batallones" especialmente reclutados de Trabajadores Sociales, que intervienen en casi todas las áreas de la vida diaria. A principios de este año, cuando Castro anunció que los cubanos debían empezar a usar más bombillas de ahorro, los batallones fueron de casa en casa por todo el país para repartir las bombillas y asegurarse de que las instalaban.

En privado, muchos cubanos consideran la Batalla de las Ideas como un espectáculo que tienen que tolerar pero que no cuenta nada en su vida. Pocos ganan suficiente para comer bien ni mucho menos vivir con desahogo. Como consecuencia de las carencias endémicas de la isla, casi todo el mundo tiene algún contacto con el mercado negro. La tensión entre la Cuba pública de concentraciones y tribunales y esta otra oculta es cada vez mayor, y varios funcionarios cubanos y estadounidenses con los que he hablado temen que el caos contenido hasta ahora estalle en claros disturbios cuando muera Castro: saqueos, motines y asesinatos por represalias. El senador Mel Martínez, de Florida, que salió de Cuba cuando tenía 15 años, en 1962, dice: "Mi esperanza es que haya una de esas maravillosas revoluciones europeas, como la Revolución de Terciopelo [la separación pacífica de la República Checa y Eslovaquia], sin violencia, pero, con todo lo que ha ocurrido -la represión y la mano de hierro de quienes llevan tanto tiempo en el poder-, podría crearse un vacío, y eso favorece la posibilidad de violencia".
A los cubanos les preocupa la reacción que puedan tener EE UU y el exilio de Miami, que lleva decenios preparada para la desaparición de Castro. Tanto para ellos como para los posibles sucesores de Castro, éstos son tiempos de enorme ansiedad.

Hubo un tiempo en el que los chistes sobre la supuesta inmortalidad de Fidel Castro constituían un canon en La Habana. En uno, le regalaban una tortuga, pero él la rechazaba cuando se enteraba de que podía vivir más de 100 años. "Eso es lo malo de los animales", decía Castro. "Uno les toma cariño, y luego se mueren". Ahora, casi todos los chistes se basan en la situación contraria. Por ejemplo: Castro se ha muerto y su cuerpo está en exposición. Los visitantes hacen cola para presentarle sus respetos. Encabeza la fila Felipe Pérez Roque, el ministro cubano de Exteriores, de 41 años, al que suelen llamar Felipito (también le llaman "talibán", a sus espaldas). Pérez Roque se detiene ante el ataúd de Castro e inclina la cabeza, mientras Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional cubana, aguarda su turno. Pasan los minutos; Alarcón se impacienta, da un toque en el hombro a Pérez Roque y murmura: "Felipito, ¿a qué esperas? Está muerto, lo sabes, ¿no?" Pérez Roque responde, también en un susurro: "Yo sé que está muerto; sólo que todavía no sé cómo voy a decírselo a él".

Son muy pocos los cubanos dispuestos a hablar abiertamente sobre "la sucesión". Hace poco, Castro confirmó que, tal como creían muchos, tiene previsto que su hermano Raúl, ministro de Defensa, herede la dirección del partido Comunista Cubano. En una entrevista concedida a un periodista europeo, dijo que no tenía "ninguna duda" de que, si muere, la Asamblea Nacional elegirá a Raúl. Ahora bien, dada la edad de Raúl -tiene 75 años-, lo que se piensa en La Habana es que compartirá el poder con un triunvirato civil compuesto por Pérez Roque, Alarcón, que tiene 69, y Carlos Lage, el zar económico del país, que tiene 54 años. Aurelio Alonso, sociólogo, editor y miembro del Partido Comunista, me explicó: "Éste solía ser un tema tabú, pero últimamente Fidel ha empezado a hablar de él. En cualquier caso, la salida de Fidel no me preocupa por quién le sucederá; ya se sabe que existe un equipo de recambio preparado", y mencionó a Alarcón, Pérez Roque y Lage. "Eso no significa que no haya problemas. Los habrá".

Una tarde de abril, me entrevisté con Alarcón en el barroco Salón Presidencial del venerable Hotel Nacional. El Nacional, cuyas habitaciones dan al Malecón, se construyó en 1930, y en su apogeo anterior a Castro era la residencia en La Habana de gángsteres como Meyer Lansky. Hoy es el hotel preferido de visitantes como Leonardo DiCaprio, Muhammad Alí y Naomi Campbell. Mientras examinábamos nuestros menús, el gerente me informó de que, en una ocasión, Al Capone había cenado en esa misma sala.
Al oírlo, Alarcón sonrió con cierto embarazo. Es un hombre delgado y hablador, de rostro juvenil y frente amplia, que llevaba, como siempre, una guayabera blanca. Empezó a hablar sobre la larga y complicada relación con Washington. "Cincuenta años de la misma política, que -hay que decirlo- ha fracasado", afirmó. "Por supuesto, ahora esperan a la próxima generación, convencidos de que este Gobierno está acabado. Pues bien, si es así, supongo que yo también estoy acabado, porque soy miembro de la generación saliente". Aquí, Alarcón hizo una pausa. "En Francia transcurrió medio siglo desde la época de la monarquía de Luis XVI, la gran revolución, la guillotina, toda la contrarrevolución posterior, el bonapartismo, la república burguesa de la década de 1830. Todos los giros y transformaciones que sufrió Francia se produjeron en el mismo plazo de tiempo durante el que hemos conseguido mantener la revolución cubana en el poder. Ni siquiera Robespierre pudo decir algo así; ni pudo decirlo Napoleón. ¡Hemos hecho mucho!".
Alarcón lleva muchos años tratando con los estadounidenses. Salió de la Universidad de La Habana para dirigir la oficina de EE UU del Ministerio de Exteriores en 1962, cuando tenía sólo 25 años, y fue nombrado embajador de Cuba ante la ONU en 1966. En 1992, Castro le designó ministro de Exteriores pero, menos de un año después, le trasladó al cargo relativamente discreto de presidente de la Asamblea Nacional. En su momento, se consideró un descenso, pero le proporcionó experiencia en política interior por primera vez desde su juventud. Además de eso, ha seguido siendo el principal asesor de Castro sobre EE UU (interrumpió nuestra cena en el Hotel Nacional para atender una llamada de Castro en su teléfono móvil). Alarcón estuvo estrechamente relacionado con el caso de Elián González y fue el principal consejero del padre del niño, Juan Miguel González, que viajó a EE UU para disputar a los familiares la custodia de su hijo. Dos meses y medio después, cuando Elián volvió finalmente a casa, Alarcón le recibió en el aeropuerto. Para Castro, el regreso de Elián fue una gran victoria simbólica sobre sus adversarios de la comunidad en el exilio.
La última causa de Alarcón está relacionada con los Cinco Héroes, como se les conoce en Cuba, cinco espías cubanos que cumplen condenas en EE UU. En enero de 1996, Alarcón, en plenas negociaciones secretas con la Administración de Clinton para mejorar las relaciones, notificó a los estadounidenses que Cuba había recibido informaciones de que Hermanos al Rescate, un grupo de exiliados de Miami, estaba preparando vuelos ilegales para lanzar panfletos sobre La Habana. Ya habían realizado vuelos de ese tipo, y la administración se había ofrecido a hacer todo lo posible para detenerlos. La Casa Blanca transmitió los datos de Alarcón al cuartel general del FBI en Florida, pero no se hizo nada para impedir que los aviones despegaran. La Fuerza Aérea Cubana derribó dos de ellos y mató a cuatro estadounidenses de origen cubano.
Como represalia, el presidente Clinton firmó la Ley Helms-Burton, que reforzaba el embargo contra Cuba. Asimismo, el FBI intensificó la búsqueda de las fuentes cubanas y, en 1998, detuvo a los Cinco. En 2001, un jurado de Miami les declaró culpables de varios cargos, entre ellos "conspiración para el espionaje", y a uno de ellos, del asesinato de los pilotos de Hermanos al Rescate. Les condenaron a penas entre 15 años y dos cadenas perpetuas consecutivas. (En agosto del año pasado, un tribunal de apelaciones ordenó un nuevo proceso y declaró que los hombres no había tenido un juicio justo debido a los "prejuicios generalizados en la comunidad").
Alarcón reconoce que los Cinco eran espías, pero afirma que no pretendía causar perjuicio a EE UU, y que su propósito era prevenir el terrorismo. "Mire, eran cinco personas que llevaban a cabo una misión. Igual que EE UU cree que debe tener más capacidad de saber y predecir, Cuba tiene desde hace mucho tiempo la necesidad de defenderse, con la diferencia de que el terrorismo contra Cuba lo ha patrocinado Estados Unidos".
Alarcón se ha propuesto llevar a los Cinco a casa como cruzada personal; cualquier conversación con él acaba hablando de ellos. Le pregunté si no había algo de conciencia culpable. ¿No había traicionado Cuba, indirectamente, la presencia de los cinco hombres en Miami? Alarcón respondió: "No piense ni por un instante que Cuba cometió el error de dar una información que ofreció pistas a los americanos para encontrarlos. Puede que seamos aficionados en el béisbol, pero en este asunto somos verdaderos profesionales".
Como la mayoría de los más estrechos colaboradores de Castro, Alarcón es decididamente discreto en público y nunca contradice a su jefe, pero su carácter afable y su larga experiencia con los estadounidenses -a los que, en general, cae bien- hacen que casi todos los cubanos le consideren un moderado. Representa una figura conocida y tranquilizadora para los extranjeros que visitan Cuba; durante mi estancia en La Habana, recibió a una delegación de Vietnam y a Louis Farrakhan. Alarcón es, desde hace mucho tiempo, uno de los principales candidatos al puesto de primer ministro en un gobierno de transición. Pero no hay nada seguro; Castro tiene la costumbre de cambiar a la gente de repente de un puesto a otro. Alarcón puede tener seria competencia por parte de Pérez Roque, al que se considera portavoz fundamental de la Batalla de las Ideas de Castro.

Pérez Roque es un hombre bajo y fornido, con un aspecto semejante al de un bull terrier. Fue secretario personal de Castro a los 21 años, y permaneció en el puesto otros siete. Nadie duda de que está dedicado en cuerpo y alma a Castro, cuyas opiniones y políticas adopta con un fervor que no tiene equivalente, ni siquiera en Cuba. En 1999, Castro le nombró ministro de Exteriores. Pérez Roque tenía sólo 34 años, y parecía torpe y poco preparado; le apodaron Fax, en el sentido de que era un mero transmisor de las opiniones de Castro. Desde entonces ha madurado y se ha ganado cierto respeto, aunque no popularidad. El viejo fiel al Partido me decía que, desde luego, Castro ha "escogido" a Pérez Roque para encabezar el equipo de sucesión bajo la supervisión temporal de Raúl, pero que Pérez Roque es "demasiado estrecho de miras" para la siguiente generación de cubanos. Otros con los que hablé estaban de acuerdo. Todos recuerdan que, cuando Castro se desmayó en 2001, fue Pérez Roque quien se acercó al micrófono y, en una muestra de celo, animó a la multitud con gritos de "¡Viva Fidel! ¡Viva Raúl!".

La última batalla de Castro 2/ (4/08/06)
Viví en La Habana durante el Periodo Especial. El Gobierno no tenía dinero para importar combustible; en las calles de la ciudad, las bicicletas sustituyeron a los coches, y había apagones diarios que podían durar hasta 12 horas. Mucha gente no tenía para comer y vivía del plato más básico de la cocina cubana, chícharo -papilla de guisantes majados- o de agua y azúcar. El crimen aumentó enormemente. Castro reaccionó permitiendo una cierta actividad de empresa privada y el uso legal del dólar, además de abrir la isla al turismo de masas; unas medidas que salvaron al régimen.
En el último año, Castro -fortalecido por las entregas de petróleo barato de Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, y por las inversiones chinas- ha gravado con un impuesto muy elevado las transacciones en dólares. Como consecuencia, Cuba es mucho más cara para los extranjeros, aunque los europeos que compran paquetes turísticos siguen descansando en hoteles de playa con todo incluido, en los que tienen escaso contacto con los cubanos. Eso es lo que parece querer Castro. "A Fidel siempre le ha asqueado el turismo, porque fomenta la prostitución y aumenta las desigualdades sociales", me dijo Aurelio Alonso. "El turismo es perjudicial porque crea un contraste entre una población que vive muy mal y otra que vive muy bien". En un discurso reciente, Castro habló de los restaurantes privados de propiedad familiar típicos de Cuba, los paladares -otra concesión del Periodo Especial-, y dijo: "Sé que a nuestros vecinos del norte les duele, pero es muy posible que de aquí a unos años no queden paladares en Cuba".

Las reformas del Periodo Especial las llevó a cabo Carlos Lage, el tercer miembro del equipo de relevo. Sin embargo, en los últimos tiempos, da la impresión de que Lage está marginado, al menos en la política económica; parece ser, según me contó una mujer perteneciente al Partido, que Castro la lleva personalmente. "Es algo que tiene a la gente preocupada, porque, como sabemos todos, la economía no es precisamente lo que se le da mejor a Fidel".

Un diplomático del Este de Europa me dijo: "Para mí, el rasgo que distingue a esta dictadura" -y añadió rápidamente: "¡Pero por favor, no emplee esa palabra!"- "es cómo está construyendo Fidel lo que vendrá después. Su problema era que, después de abrir la economía en los años noventa, apareció un nuevo estrato social, con opiniones políticas propias y del que han salido dirigentes que sostienen esas opiniones. Después de cierta estabilización de la situación económica, los líderes cubanos empezaron a pensar en cómo deshacerse de esos estratos sociales". Y concluyó: "Creo que todo esto lo están haciendo para prepararse para los problemas sociales que serán inevitables cuando muera Fidel".
Las contradicciones de la sociedad cubana son evidentes e inquietantes. Las antenas parabólicas están prohibidas, pero muchos las instalan en secreto y, con frecuencia, sintonizan emisoras anticastristas de Miami. Las prostitutas que se congregaban en las calles de La Habana en los peores momentos de los años noventa son hoy menos visibles, pero, a pesar de las duras acciones policiales, siguen existiendo. Una tarde, fui a un popular local nocturno de La Habana que se encuentra enfrente de la sede del Comité Central del Partido Comunista Cubano, al otro lado de la Plaza de la Revolución. Estaba lleno de jóvenes jineteras -el nombre con el que se las conoce- con sus novios extranjeros, en general, italianos o españoles mucho mayores que ellas. Una chica que me preguntó si quería una "cita" parecía tener 15 años o menos.
Visité a una veterana militante del Partido y mientras tomábamos zumo de tamarindo en su terraza se quejó largamente del último empeño de Castro, una grandilocuente campaña de ahorro de energía que, entre otras cosas, pretende suministrar a todos los hogares cubanos ollas a presión fabricadas en China. "Después de 47 años de revolución, ¿nos dan ollas a presión?", dijo con amargura. Y ni siquiera eran gratis. "La energía es su obsesión más reciente, y, como en todas las demás obsesiones que ha tenido" -y enumeró algunas de las más quijotescas, como el fracasado esfuerzo de criar una "supervaca" en los años ochenta-, "no tenemos más remedio que seguirle la corriente".

Me dijo que ya es hora de que Castro se retire. "Cuando veo a Fidel hablando hoy día, es como si estuviera viendo a mi abuelo que habla y habla sin ningún motivo concreto. Ya no tiene nada que decir. Y es una pena inmensa", siguió. "La gente sigue respetándole, aunque ya no le escucha. Después de él no hay nadie más. Así que sus sucesores serán más abiertos, porque tendrán que hacerlo, no son estúpidos".

Un domingo por la tarde fui al Parque Lenin, a las afueras de La Habana. Actuaba un grupo de salsa para un público de 400 o 500, sobre todo jóvenes, que bailaban y bebían cerveza en vasos de papel. Al terminar el concierto, unos 200 chicos emprendieron a pie el camino de vuelta a la ciudad.
Había una furgoneta de la policía aparcada en mitad del camino, con una docena de agentes de uniforme azul alrededor. De pronto, uno de ellos golpeó a un adolescente con la porra. Otros agentes se le unieron y empezaron a patear y golpear al chico. Le arrastraron hasta el furgón y le arrojaron a la parte trasera. Varios jóvenes se tapaban el rostro y se alejaban a trompicones, y me di cuenta de que los agentes les habían echado spray de pimienta a los ojos.

En cinco minutos, los policías golpearon y detuvieron a ocho o nueve jóvenes, ninguno de los cuales había hecho -que yo hubiera visto- nada para provocarlos. La gente se limitaba a mirar o se alejaba para apartarse de los agentes. Pregunté a un hombre qué habían hecho los jóvenes y me dijo, en voz baja: "Nada. Seguramente, alguien delató a uno de ellos. Los policías están tratando de demostrar quién manda. Siempre hacen lo mismo".
Los espectadores podrían estar mucho menos contenidos cuando falte Castro. Durante el verano de 1994, en pleno apogeo del Periodo Especial, después de unos choques entre las autoridades y gente que intentaba emigrar, cientos de hombres y chicos causaron disturbios en el Malecón. Castro acudió al lugar y se adentró en la melée, rodeado por sus numerosos guardaespaldas. Los manifestantes tenían piedras y ladrillos, pero cuando vieron a Castro los dejaron caer y aplaudieron. El tumulto, que había ido peligrosamente en aumento, empezó a disiparse. Después de que Castro se fuera llegó la policía antidisturbios, camiones enteros de hombres armados con porras, procedentes de una brigada selecta de trabajadores, que persiguieron, golpearon y detuvieron a los manifestantes que quedaban.
Resulta difícil imaginar a cualquiera de los posibles sucesores de Castro con la autoridad para dar un paso semejante, y un brote de ese tipo podría extenderse al resto de la isla si no se controlara o si las fuerzas de seguridad tuvieran una reacción desmesurada. Si está al mando Raúl, la moderación no será lo más habitual. A pesar de su fama de ser una persona cálida, Raúl puede ser impulsivo, dogmático y, en ocasiones, brutal. En 1959 supervisó la rendición de Santiago, la segunda ciudad de Cuba, mientras Castro avanzaba hacia La Habana. Allí, en la acción de represalia más destacada tras la victoria de la guerrilla, Raúl presidió la ejecución de más de 70 soldados y oficiales, que fueron ametrallados y arrojados a una fosa. Hace menos tiempo, en 1996, Raúl organizó una purga de intelectuales del Partido a los que acusó de estar contaminados por "ideas capitalistas".
En los últimos años, Castro ha aumentado el número de policías en La Habana y les ha ofrecido sueldos equivalentes a los que ganan los médicos. Muchos policías están sacados de las provincias rurales del Este de Cuba, en las que el gobierno cuenta con grandes apoyos, y sufren el desprecio de los habaneros, más cosmopolitas.
Tras los disturbios de 1994, Castro alivió en parte la presión sobre el régimen al permitir temporalmente que saliera gente por mar. Hasta 30.000 cubanos intentaron llegar a Florida en el plazo de tres semanas, en la que se denominó crisis de los balseros. Para impedir otro éxodo marítimo, EE UU incrementó considerablemente la cuota de inmigración legal para los cubanos e instituyó una política de pie seco, pie mojado, consistente en que se deporta a los que los guardacostas interceptan en el mar y se deja permanecer a los que consiguen llegar a tierra firme. Así se redujo durante un tiempo el número de emigrantes, pero, el año pasado, casi 3.000 cubanos fueron interceptados en el mar y repatriados; el doble que en 2004. Tanto en Cuba como en EE UU existen temores de que la inestabilidad social tras la muerte de Castro pueda provocar una inmensa oleada de emigración. Algunas hipótesis plantean que podría emplearse como excusa para justificar la intervención militar estadounidense.
Hoy son muchos los jóvenes cubanos que no sueñan más que con emigrar. En mi último viaje, un veterano miembro del Partido confesó que había ayudado a su propio hijo a marcharse. "Contamos con muchos jóvenes muy buenos, pero no les gusta que les manden", dijo. "Y me temo que la revolución no ha aprendido todavía que las conciencias de los demás no necesitan ser administradas".
Randy Alonso Falcón, de 36 años, es uno de los personajes más conocidos en la Batalla de las Ideas. Alonso, presentador de la tertulia política La Mesa Redonda Informativa, pertenece a la dirección nacional de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC) y es miembro del Mando Central de la Batalla de las Ideas. Todo el mundo le llama Randy.
Conocí a Alonso, un hombre bajo de aspecto afable y rostro lleno de marcas de viruela, una mañana del pasado mes de abril delante del Tribunal Antiimperialista. Me indicó la más reciente innovación del Tribunal, el Monte de las Banderas, un grupo de 138 mástiles de acero de 30 metros que se alzan sobre una serie de pedestales de cemento y en los que ondean banderas negras que impiden ver la Sección de Intereses desde la calle. El Monte de las Banderas fue la respuesta de Castro después de que el encargado de negocios estadounidense instalara, en enero, un letrero electrónico en las ventanas de la Sección que ofrecía informaciones sin censurar durante las 24 horas del día. Para hacer sitio para las banderas, los cubanos se apropiaron del aparcamiento de los estadounidenses. "Claro que sí, si nos van a joder, les joderemos nosotros también", explicó Alonso.

Salimos en coche de La Habana para ir a la Villa Panamericana, un complejo de instalaciones deportivas construido en 1991 para acoger los Juegos Panamericanos. Un edificio se había convertido en la Escuela de Trabajadores Sociales. Puesta en marcha en 2000 y destinada a jóvenes desfavorecidos -y con posibilidades de ser antisociales-, la escuela ha producido ya más de 10.000 graduados, y los alumnos salidos de ella constituyen el núcleo de los batallones de Trabajadores Sociales. Alonso explicó que los que dirigen la Batalla de las Ideas deciden dónde desplegar los batallones después de estudiar "sondeos de opinión" secretos. "Todos los días recibimos 5.000 opiniones de todo el país", me dijo. "No es una encuesta. Hay activistas que oyen lo que se dice y nos lo remiten con las palabras exactas". Estos sondeos, si es que se pueden llamar verdaderamente así, son una de las fuentes de información preferidas de Castro.
En la escuela, un edificio grande y prefabricado de hormigón, vimos a Enrique Cabezas Gómez, el director, que es uno de los protegidos de Castro. Nos invitó a un salón de recepciones con tres de sus estudiantes y empezó una disquisición sobre el papel de la escuela en la Batalla de las Ideas. Habló sin pausa durante tres horas.
Mientras hablaba, los estudiantes escuchaban en silencio. Era difícil juzgar su entusiasmo. Cabezas mencionó que hace poco, cuando Castro, dentro de una campaña contra la corrupción en la Batalla de las Ideas, sustituyó a los empleados en las gasolineras cubanas por trabajadores sociales, éstos descubrieron que habían existido sobornos y robos sistemáticos. Algunos cubanos con los que hablé pronosticaron que es cuestión de tiempo que los propios trabajadores sociales se corrompan también. En general, no creían que la campaña anti-corrupción fuera a funcionar, porque los numerosos ardides elaborados por los cubanos para sobrevivir están demasiado arraigados. Uno me dijo que, cuando el Gobierno logró una flota de camiones de carga equipados con GPS para impedir los desvíos, los conductores aprendieron a usar condones llenos de agua para inhabilitar los dispositivos. Un diplomático de Europa Occidental que me confirmó esta historia añadió que su mayor preocupación respecto al futuro de Cuba es la perspectiva de que surja una poderosa red de mafias criminales, como ocurrió en los antiguos Estados socialistas del Este de Europa.
En La Habana visité a una pareja de cubanos a los que conozco desde hace muchos años y me quedé sorprendido al ver cómo vivían. Habían vendido varios de sus muebles y estaban muy delgados. Tienen sesenta y tantos años y cobran el equivalente a unos 60 dólares mensuales; más de lo que ganan casi todos los cubanos. La mujer me dijo: "Ya sabes que para vivir en Cuba sólo tenemos tres alternativas, las tres R: robar, remar o rezingarse". Robar, remar -es decir, irse en barco a Florida- y rezingarse, que es un juego de palabras entre "resignarse" y "zingar", que en la jerga cubana es "joder", por lo que rezingarse significa literalmente "joderse uno mismo".
El 2 de junio, la víspera de que Raúl Castro cumpliera 75 años, Granma publicó un suplemento especial de ocho páginas titulado Raúl de cerca. El artículo incluía encabezados como El Jefe, Valores Patrióticos y Capaz, Responsable y Brillante. Uno de sus fragmentos describe a Raúl como alguien "afable, afectuoso, humano, comprensivo; que sabe ser serio y exigente pero es, al mismo tiempo, amistoso y capaz de escuchar una historia o disfrutar de un chiste; un ser profundamente humano". Al final del artículo, Fidel explica por qué debe sucederle Raúl: "Le escojo no porque sea mi hermano, porque el mundo entero sabe cuánto odiamos el nepotismo, sino porque palabra de honor que le considero con las cualidades necesarias para sustituirme mañana si muero en esta lucha".

Un par de días más tarde, recibí un correo electrónico de un amigo de La Habana en el que me hablaba del suplemento: "Aquí todos piensan que esto significa que ha comenzado la campaña electoral", es decir, la campaña para preparar a los cubanos para la llegada de Raúl al poder.
Raúl no suele aparecer en público con su hermano mayor. Nunca invita a los periodistas extranjeros a sus discursos, y nunca concede entrevistas. En mis visitas a Cuba a lo largo de los últimos 15 años, he visto a Raúl en persona una sola vez, durante la manifestación anual del Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución, en 1993. Había subido con el resto del Politburó al estrado y estaba cerca, pero no al lado, de Fidel. Mientras éste observaba los actos, Raúl conversaba con los demás.
En aquellos tiempos existía un manto de secretismo sobre el clan Castro. Casi ningún cubano conocía el nombre de la mujer de Fidel ni cuántos hijos tenía. Sin embargo, posteriormente, varios miembros de la primera familia cubana han iniciado una especie de salida gradual a la luz que parece querer prepararse para que asuman funciones más públicas.
Dalia Soto del Valle, esposa de Castro desde hace unos 40 años (no está claro si se casaron legalmente y cuándo), ha adquirido más visibilidad desde el caso de Elián González. Es madre de cinco de sus hijos: Alexis, Alexander, Alejandro (Castro está fascinado con Alejandro Magno), Antonio y Ángel. En el año 2000 almorcé con Antonio Castro, el mayor, en el hospital ortopédico de La Habana, donde estaba cumpliendo su periodo como residente antes de entrar a trabajar para la selección de béisbol; era un hombre educado pero reservado. Se decía que Alexis era el más problemático; pero hace un par de años empezó a aparecer en diversos actos como fotógrafo para Juventud Rebelde, el periódico de la UJC. Los hermanos menos conocidos son Alexander, que trabaja como cámara para la televisión cubana; Alejandro, que es programador de ordenadores; y Ángel, el menor, del que no se conoce profesión.

Castro se divorció de su primera esposa, Mirta Díaz-Balart -madre de su primer hijo, Fidel- en 1955. Ella volvió a casarse y lleva muchos años viviendo en Madrid, aunque viaja con frecuencia a Cuba a ver a su hijo. Nunca ha hablado públicamente sobre su ex marido, pero su sobrino, Lincoln Díaz-Balart, que es un congresista republicano por Florida, es uno de los más fervientes críticos de Castro. Fidel Castro Díaz-Balart, o Fidelito, es un físico nuclear educado en la URSS y dirigió la comisión de la energía nuclear de Cuba hasta principios de los noventa, cuando se le apartó de su puesto; durante un viaje a España, Castro dijo que había echado a su hijo por su "incompetencia". Sin embargo, en los últimos tiempos, Fidelito ha vuelto a aparecer, y ahora se dice que es uno de los asesores de su padre. En abril, una tarde, me encontraba en un restaurante de la Vieja Habana cuando llegó un Lada conducido por un chófer y entró en el local Fidelito. Llevaba barba y era muy parecido a su padre. Era como si fuera el propio Fidel Castro, con 30 años menos.

Castro tiene además una hija, Alina Fernández, producto de su relación amorosa con una mujer de la buena sociedad, Naty Revuelta, a finales de los cincuenta. En 1993, Alina, que llevaba mucho tiempo alejada de su padre, huyó a Europa disfrazada y luego se estableció en Miami, donde presenta un programa de radio, Simplemente Alina, dedicado a criticarle.

Raúl Castro y su mujer, Vilma Espín, que estudió en el MIT y dirige la Federación de Mujeres Cubanas, tienen cuatro hijos, y también a ellos se les ha visto más últimamente. Cuando cené con Ricardo Alarcón esta primavera, me dijo que la hija mayor de Raúl, Mariela Castro Espín, que es sexóloga, había estado presionando a la Asamblea Nacional para que se reformen las leyes cubanas sobre transexuales y travestidos. "Me ha vuelto loco", dijo Alarcón, entre risas.
Había oído hablar del papel de Mariela como madrina de los transexuales y travestidos cubanos cuando asistí a un espectáculo de travestidos en la parte occidental de La Habana. La ocasión era el cumpleaños de Imperio, uno de los transformistas más famosos de la isla, un mestizo delgado de treinta y tantos años. En una gran sala del piso de arriba había un bar en el que un centenar de gays aplaudían y tiraban besos mientras Imperio bailaba y hacía playback sobre canciones de Gloria Gaynor y Rocío Jurado. Me sorprendió que se hiciera tan abiertamente; había estado en un espectáculo de travestidos en La Habana a finales de los noventa, pero había sido clandestino. Hasta hace muy poco, los gays cubanos, y en especial los travestidos, sufrían el acoso de la policía. Los amigos de Imperio me dijeron que el cambio se había producido gracias a Mariela Castro.

La última batalla de Castro 3/ (5/08/06)
Fui a ver a Mariela Castro al Instituto Nacional de Educación Sexual, Cenesex, que se encuentra en una vieja mansión del siglo XIX con un amplio porche y un jardín lleno de árboles, en el barrio de Vedado. Mariela, una mujer atractiva y de aspecto relajado de treinta y tantos años, es directora de Cenesex desde el año 2000. Conversamos sentados en un pequeño despacho del piso superior.

"Mucha gente cree que hemos podido hacer lo que hemos hecho por las relaciones familiares", dijo. "Al contrario, a veces, las relaciones familiares son un obstáculo en la vida; no puedo hacer mis propuestas a través de mi padre o mi madre, porque ninguno de los dos lo permitiría. Cualquier cosa tengo que hacerla a través de los cauces oficiales. Lo que ocurre es que, cuando acudo a esos cauces oficiales, la gente no sabe cómo reaccionar, debido a mi familia. Preguntan: '¿Qué dice tu padre sobre esto?', y yo contesto: No importa lo que diga mi padre".
Hace tres años, me contó Mariela, varios travestis se le quejaron de que la policía les acosaba, y le pidieron ayuda. "Me dio verdadera lástima, porque pensé que la revolución tenía unas cuantas propuestas muy hermosas, pero cambiar la mentalidad de la gente lleva mucho más tiempo del que a veces nos gustaría". Cuando hay problemas con la policía, "vamos directamente a la comisaría", explicó. "La verdad sea dicha, el nivel cultural de los policías no siempre es bueno". Habló con el Ministerio de Defensa -que dirige su padre-, pero, según me dijo, al principio le costó convencerle de que era necesario un cambio.
En los años sesenta y setenta, el Ejército, controlado por Raúl, presidía unos campos de triste fama denominados con las siglas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), en los que se "rehabilitaba" a homosexuales, como Reinaldo Arenas, el difunto autor de Cae la noche -además de otros cubanos en paro y religiosos-, mediante trabajos forzados. Durante los años ochenta se imponía la cuarentena obligatoria a los hombres seropositivos en unos asilos médicos llamados coloquialmente sidatorios. En el último decenio, las políticas oficiales se han relajado, pero aún no existen leyes que protejan la libertad sexual. Mariela me dijo que su equipo legal estaba elaborando un informe que proponía cambios específicos en el código penal y civil; por ejemplo, que los transexuales que se hayan sometido a operaciones de cambio de sexo puedan casarse y tener los mismos derechos de herencia y pensiones que los cónyuges heterosexuales. Me contó que su próximo proyecto era garantizar esos mismos derechos para los gays, lesbianas y bisexuales.

Antes, sin embargo, Mariela quería incorporar a los travestis a la Batalla de las Ideas. "Me parece que sería positivo que tuvieran una misión social", explicó. Dijo que ya había dos grupos de travestidos que habían terminado su formación como trabajadores sociales de salud sexual. "Cada vez que tenemos una ceremonia de graduación, les dejamos que monten uno de sus espectáculos de travestismo, todo el espectáculo, tal como les gusta. Puede que no coincida con mis gustos estéticos", dijo sonriendo, "pero sí con los suyos, y eso lo respetamos".
Tanto Mariela Castro como Ricardo Alarcón dan a entender que la Batalla de las Ideas ha iniciado una especie de apertura social y cultural. Durante nuestra cena en el Nacional, Alarcón mencionó que se había ofrecido a inaugurar una exposición reciente de fotografías de Robert Mapplethorpe en La Habana. "A algunos les llamó la atención", dijo. Otra cosa es la apertura política: durante cuatro días de marzo de 2003, a partir de la víspera de que Estados Unidos invadiera Irak, las autoridades cubanas detuvieron a 78 disidentes, entre ellos sindicalistas, activistas de derechos humanos y periodistas; muchos siguen aún en la cárcel. No obstante, el Gobierno parece sincero en sus iniciativas relacionadas con las artes -por ejemplo, hay un montón de nuevas escuelas de arte y danza, así como programas de extensión educativa-, en parte como instrumento para apartar a los jóvenes cubanos de las calles.
Abel Prieto, ministro de Cultura, me explicó: "El deseo de cultura y el prestigio social del artista, el intelectual y el escritor han crecido enormemente. Hubo un tiempo en que los padres pensaban que las artes iban a volver homosexuales a sus hijos o putas a sus hijas, pero ahora todo el mundo quiere tener un artista en la familia".
Prieto mide más de 1,80 metros y, con sus patillas y su melena hasta el hombro, ofrece una imagen incongruente para un alto funcionario del Partido Comunista. Una de las cosas de las que más se enorgullece es haber dado a una de las plazas de la Vieja Habana el nombre de Parque Lennon, con una estatua del homenajeado (en los años sesenta, la música "decadente" de los Beatles estaba prohibida). Habla sin tapujos del uso de programas pirateados en la televisión estatal: "No pagamos derechos por el material televisivo, estamos sometidos a un bloqueo. Así que, por ejemplo, tomamos muchas cosas del Discovery Channel". Cuando visitamos el principal museo de arte de La Habana, un grupo de admiradores le siguió de galería en galería.

Prieto me había dicho que el mundillo artístico de La Habana era cada vez menos convencional y más "perturbador", aunque no vi muchas pruebas de ello en el museo. Sin embargo, un par de días después visité una exposición alternativa organizada por alumnos de la Escuela de Bellas Artes. Sus obras eran mucho más políticas que las que había visto en otros lugares de la ciudad. En una de ellas, una moneda de un peso con el lema oficial, "Patria Libre o Muerte", estaba manipulada de tal forma que decía "Patria Libre o Suerte". En una zona de la sala había un viejo magnetofón de cinta y un altavoz por el que sonaba sin cesar un extracto de un discurso patriótico de Castro; delante había un cartel que decía: "Háblame sólo de béisbol".
El mayor obstáculo de Castro para asegurarse de que su plan de sucesión le sobreviva es Estados Unidos, que lleva casi 50 años tratando de obligar a que Cuba lleve a cabo una transición. En todo ese tiempo, la relación entre Washington y la comunidad de exiliados de Miami ha sido, con mucha frecuencia, enfermizamente estrecha. Durante los primeros años de Gobierno de Castro, la política estadounidense se centró en derrocarle por la fuerza o asesinarle. La CIA estableció una oficina en Miami -la mayor de las que dedicó a operaciones clandestinas- y reclutó a miles de exiliados para formar una organización paramilitar que atacaba los intereses cubanos. En los años setenta, ese aspecto de las actividades de la CIA, en general, había dejado de existir, pero, para entonces, los anticastristas habían formado grupos propios. Grupos de exiliados cubanos vinculados a la CIA cometieron atentados y asesinatos contra Cuba y sus aliados, incluido el asesinato en Washington DC, en 1976, de Orlando Letelier, embajador de Chile en Estados Unidos.
Los más inflexibles dentro de la comunidad del exilio cubano en Miami son ya, casi todos, ancianos, pero siguen constituyendo un factor volátil. Castro ha utilizado el caso de Luis Posada Carriles para afirmar que Estados Unidos aplica una ley del embudo en su guerra contra el terrorismo. Posada Carriles, un cubano con pasaporte venezolano, ha dedicado los últimos 45 años a intentar matar o derrocar a Castro. En Venezuela se le busca como presunto cómplice en el atentado realizado en pleno vuelo, cerca de Barbados, contra un avión cubano de pasajeros en el que murieron las 73 personas a bordo, en octubre de 1976. (Los cubanos citan unos documentos de la CIA y el FBI, dados a conocer recientemente, que parecen darles la razón, y acusan a la agencia de que tenía conocimiento previo del atentado).
Desde su huida de una cárcel venezolana hasta -según reconoció al Times- la planificación de unos atentados contra hoteles en el verano de 1997, que causaron la muerte a un turista italiano, Posada Carriles trabajó en el programa de Oliver North para reabastecer a los contras en Nicaragua. El año pasado volvió a aparecer, convocó una rueda de prensa en Miami y Hugo Chávez exigió su extradición. Le detuvieron, pero, al cabo de unos meses, un juez federal dictó que, aunque había entrado en el país de forma ilegal, Estados Unidos no debía deportarle a Cuba ni Venezuela, dado que podía ser torturado. Ahora ha presentado un recurso para que le dejen permanecer en Estados Unidos, basándose en que trabajó clandestinamente para el país durante muchos años.
En Miami me entrevisté con Santiago Álvarez, un destacado exiliado cubano y estrecho aliado de Posada Carriles, en sus oficinas de Hialeah. Álvarez, que dirige una empresa de construcción, es un hombre tosco pero atractivo, de 64 años. "Mire, Posada Carriles no es un santo. Es un cubano que lucha por la libertad y ha cometido algunos errores", me explicó. "Pero lo que ocurrió es que Fidel Castro montó un gran espectáculo".
"Como anticastrista", prosiguió Álvarez, "el intento de Bush de endurecer el embargo me produce cierto placer. Por otro lado, comprendo que aligerarlo un poco podría ser la mejor arma contra Fidel. Por ejemplo, si se relajan las restricciones a las visitas a la isla, podríamos conspirar contra el régimen. No creo que Fidel vaya a caer nunca gracias a las actividades de unos cuantos disidentes. Siempre he dicho que habrá que derrocarlo mediante el uso de las armas".
Álvarez dijo que es preciso atacar mientras Castro esté todavía vivo. "Cuando muera Fidel, las reglas del juego cambiarán", explicó. "¿Y qué ocurre si dura otros 10 años? No podemos esperar tanto. Me daría vergüenza esperar a que se muera para poder regresar". (Poco después de nuestra entrevista, Álvarez fue detenido por posesión ilegal de ametralladoras y un lanzagranadas. Está a la espera de juicio).
El senador Mel Martínez no quiso comentar directamente sobre el caso de Posada Carriles, porque estaba en los tribunales. Pero negó que tuviera que ver con la guerra contra el terrorismo. "Cuba inició la costumbre de secuestrar aviones, y si Luis Posada Carriles hizo estallar un aparato" -aquí, Martínez hizo una pausa-, "sin aprobar ningún acto específico de violencia, lo cierto es que se produjo una situación hostil. No está ya en discusión, sólo que un régimen fracasado está utilizando este asunto para seguir agitando a la gente. Debemos hablar sobre el futuro, no el pasado".
En diciembre de 2003, el presidente Bush nombró al senador Martínez copresidente de la Comisión para la Ayuda a una Cuba Libre, junto con Colin Powell. Su mandato era encontrar maneras de "acelerar el fin de la tiranía de Castro" y desarrollar "una estrategia de conjunto para preparar una transición pacífica a la democracia en Cuba". El resultado de su trabajo fue un informe de 500 páginas, publicado en mayo de 2004, en el que se incluyen directrices para todo, desde cómo instaurar una economía de mercado hasta la celebración de elecciones. También recomienda "obstaculizar la estrategia de sucesión del régimen".
"Traté de aprender cosas de Irak, cosas que necesitaran los cubanos", me dijo Martínez. "Por ejemplo, debería seguir existiendo una estructura de gobierno. En Cuba, como ocurrió en Irak, hay quienes tienen las manos llenas de sangre, pero no todos. Y hay cuestiones como la red eléctrica, la vivienda y la nutrición. Lo que aprendimos en Irak es que esas cosas se interrumpen en un momento extraordinario".
El informe, que la Administración de Bush adoptó como estrategia, recomendaba la designación de un coordinador para la transición cubana. La persona nombrada para el nuevo puesto fue Caleb McCarry, que fue responsable del subcomité del hemisferio occidental en el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes. Cuando hablé con McCarry, dijo: "El encargo que me han dado es el de ser el máximo funcionario estadounidense a cargo de planificar y facilitar una transición verdaderamente democrática en Cuba, y trabajar en ese sentido desde ahora". Es, en la práctica, el Paul Bremer para Cuba. Ahora bien, como sucedía en Irak, Estados Unidos tiene el inconveniente de que no puede trabajar abiertamente en la isla y depende de la información de exiliados y disidentes. Y no parece que tenga un candidato para sustituir a Castro.
McCarry dijo que, aunque la transición estaría en manos de cubanos, "estaremos presentes para ofrecer nuestro apoyo de forma muy concreta". Estados Unidos ya está canalizando dinero y ayuda a la oposición. Dos importantes disidentes, Oswaldo Payá y Elizardo Sánchez, han asegurado que esta táctica es contraproducente y la han criticado por ser una intromisión excesiva. Muchos de los disidentes detenidos en 2003 fueron acusados de recibir ilegalmente fondos estadounidenses (en un discurso, Castro les llamó "mercenarios").
McCarry subrayó que, para el Gobierno, el acceso de Raúl Castro al poder no sería un resultado satisfactorio, aunque vaya acompañado de reformas económicas. "Seguiremos ofreciendo nuestro apoyo para una verdadera transición", dijo. "No es una imposición. Es una oferta, una oferta muy respetuosa, que respeta el sentimiento nacional cubano".
No todos los exiliados están de acuerdo con la política de Estados Unidos. Damián Fernández, un cubano-americano que dirige el Instituto de Investigaciones sobre Cuba en la Universidad Internacional de Florida, me dijo: "Hay ciertas lecciones que aprender de la experiencia de Irak. ¿Queremos verdaderamente una transición, una ruptura clara con el pasado, o queremos una sucesión, que significaría conservar parte del viejo Estado y el orden que supondría? La verdad es que no es probable que se haga tabla rasa cuando muera Fidel. Pero esta Administración tiene la idea de que 'si nos empeñamos, podemos lograr que suceda".
En La Habana, el llamado Plan Bush es objeto habitual de críticas en carteles chillones y por parte de los ayudantes de Castro. Felipe Pérez Roque decía que el plan estadounidense para la transición "quitará las tierras, las casas y las escuelas a los cubanos para devolverlas a sus viejos dueños de la época de Batista, que volverán de Estados Unidos".
Los cubanos son receptivos a este tipo de frases. Muchos viven en casas que se confiscaron a sus propietarios cuando huyeron del país, y la perspectiva de quedarse sin hogar por el regreso de los exiliados les asusta. "El día que los cubanos se alzaran sería cuando lleguen los caballeros de Miami a intentar apropiarse de sus hogares y a dar órdenes", me dijo un profesor cubano. (Martínez, cuyo hogar de infancia es hoy un centro juvenil, dice que podría elaborarse un "vehículo" para devolver las casas a los exiliados o compensarles, pero reconoce que los cubanos de la isla también tienen derecho a ellas. "Lo último que deseamos hacer es dar más inseguridad a gente que ya ha sufrido", me aseguró. "Creo que los exiliados deben tener algo que decir, y creo que será útil porque aportarán recursos e ideas. Pueden ayudar a impulsar a Cuba hacia el milagro económico, que, dadas las cualidades del pueblo cubano, debería producirse. También tienen su derecho -debería decir nuestro derecho- a desempeñar un papel").
En un discurso pronunciado en marzo, Ricardo Alarcón dijo que el Plan Bush era "anexionista y genocida". Posteriormente, en privado, fue sólo un poco menos categórico y me dijo que era "profundamente irresponsable, creado por personas que prefieren ignorar la realidad y que tratan de cambiarla a su capricho. Tal vez es una cosa mesiánica".
"Para nosotros", añadió, "nuestra relación con Estados Unidos es el gran tema, el gran problema. No existe ninguna otra cuestión que tenga tanta fuerza, que tenga una importancia tan permanente y universal para nosotros, que la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba". Bajo la Administración de Bush se han interrumpido todos los contactos, me dijo, con la única excepción de las reuniones de bajo nivel sobre la política de inmigración de pie mojado, pie seco. "No se hace nada", dijo. "Nada".
Cuba no ganó el Torneo Clásico de Béisbol, pero estuvo cerca. La noche del último partido, en el que jugó contra Japón en San Diego, el 20 de marzo, se instalaron grandes pantallas de vídeo en toda La Habana. Yo lo vi en el Parque Central, en la Vieja Habana, junto con cientos de cubanos. A poco de empezar el partido, cuando Cuba hizo una carrera, la plaza se llenó de ruidos y celebraciones. Pero la buena racha de los cubanos no se mantuvo y ganó Japón 10 a 6. Aun así, al día siguiente, las autoridades de La Habana prepararon una gran acogida para el equipo, con una procesión victoriosa por toda la ciudad, a lo largo de calles ocupadas por jóvenes pioneros que ondeaban banderas, para culminar en una concentración en el estadio deportivo que presidió el propio Fidel Castro.
Las gradas del estadio estaban ocupadas por miles de estudiantes y trabajadores sociales. Un enorme cartel mostraba el rostro de Che Guevara en una versión pop art de color azul, rojo y naranja. También vi a bastantes personas con camisetas rojas decoradas con una imagen de Hugo Chávez.
Estábamos esperando a Fidel. Yo estaba entre un grupo de periodistas cubanos. El primer miembro del Politburó que apareció fue el viejo general Guillermo García Frías, un antiguo campesino y guerrillero famoso por ser un apasionado de las peleas de gallos. Después llegó Ricardo Alarcón. A medida que pasaban los minutos, los estudiantes en el estadio empezaron a gritar: "¡Fi-del! ¡Fi-del!"; llegó Carlos Lage y luego el hermano de Chávez, Adán, embajador de Venezuela. De pronto, todo el mundo se puso de pie y, mientras surgía un nuevo rugido de los jóvenes espectadores, vi al guardaespaldas de Castro, José Delgado, un hombre calvo y fornido con ojos preocupados. Si Delgado estaba allí, eso significaba que Castro estaba a punto de llegar.
Castro salió de detrás de la tribuna y, entre más vítores, se sentó. Su secretario personal, Carlos Valenciaga, un hombre pálido con gafas y una gran cartera negra, se sentó detrás de él. La ceremonia comenzó inmediatamente. A unos bailarines vestidos con trajes de campesinos guajiros les siguieron otros bailarines modernos, vestidos con mallas amarillas de lycra. Por último, la selección de béisbol de Cuba salió para colocarse en formación; cada jugador daba la mano a un niño pequeño de uniforme, mientras un cantante les elogiaba por haber rechazado la oferta de "millones de dólares" por "traicionar a la patria". En los momentos adecuados, Castro, como todos los demás, ondeaba una banderita cubana.
Un periodista local señaló a un fotógrafo gordo y pálido y me dijo que era Alexis Castro. Como los demás fotógrafos, Alexis pasó más tiempo mirando las tribunas, observando a su padre, que viendo a los deportistas, y de vez en cuando levantaba su cámara, con su larga lente de zoom, para hacerle fotografías.
Uno a uno, los jugadores subieron a saludar a Castro. Él les dio una palmada en la espalda, sonriente, y les regaló unos bates nuevos, entregados por dos mujeres jóvenes vestidas con casacas militares. Cuando Antonio Castro, el médico del equipo, se acercó, su padre y él se dieron formalmente la mano. Y entonces llegó el momento de que hablara Castro.
Como si fuera un abuelo que impartiera una regañina, Castro dijo que habían visto el torneo tantos cubanos que "nuestra red eléctrica estuvo a punto de derrumbarse". Dijo que lo que había conseguido la selección era tremendo. "¡El hecho de que una modesta islita del Caribe haya logrado competir contra un país como Japón en un acontecimiento deportivo internacional, es un hecho de enorme magnitud!".
Después, Castro empezó a remover varios recortes que llevaba consigo: se quejó de que estaban desordenados. Tardó un par de minutos en encontrar lo que buscaba, un artículo de una de las agencias de noticias internacionales que elogiaba la actuación de Cuba en el Torneo Clásico, y lo leyó en voz alta. Tenía la voz temblorosa. Acabó de leer el recorte y luego leyó otro, y otro, y otro, durante más de media hora. Los estudiantes de las gradas empezaban a estar claramente aburridos.
Muchos se agitaban o hablaban. Algunos se quedaron dormidos. Mientras Castro leía comentarios del periódico de Miami El Nuevo Herald, la cadena ESPN y la BBC, me di cuenta de que estaba dando informaciones de fuentes a las que la mayoría de los cubanos no tiene acceso. Pero si era consciente de la paradoja, no lo demostró. Cuando terminó con los artículos, siguió hablando una hora más sobre los logros de Cuba en medicina y educación. La agitación en el estadio iba en aumento, pero Castro parecía ignorarla. Intenté leer las caras de los miembros del Politburó que estaban sentados al lado de él, pero sólo pude ver sus expresiones neutras y disciplinadas.
© 2006, Jon Lee Anderson.

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