Tomado de Reforma, 07/10/2006
Perogrullo: el Peje no va a la baja, va en picada. La amenaza que representaba en la víspera del 2 de julio se ha convertido en una opera bufa. El Rey de Cacahuate preside el Poder Ejecutivo de la República de las Manías en forma itinerante. Desde ese trono lanza rayos a diestra y siniestra. Nadie se salva, pero los más odiados son los amigos de antaño, tanto en el mundo del periodismo como del dinero, que lo han traicionado.
La descomposición es mayor y todo apunta a que lo que viene será peor. La probable derrota de César Raúl Ojeda, candidato del PRD en Tabasco, el próximo 15 de octubre se convertirá en la puntilla. De ese golpe no podrá levantarse. Andrés Manuel lame sus heridas y patalea, pero está fatalmente tocado. El prudente silencio que han guardado él y sus colaboradores cercanos ante las críticas de Cuauhtémoc Cárdenas es más que sintomático. El final se acerca ya y habrá de todo... menos serenidad.
Ha llegado, pues, la hora de emprender un balance inicial. ¿Por qué y cómo el Peje pudo llegar tan lejos? La pregunta es obligada porque el personaje tiene un lado grotesco, irracional, corrupto y cínico. Ahí están las historias de Ponce y Bejarano. Pero no sólo eso. Cada que enfrentaba una situación adversa -el fallo de la Suprema Corte sobre el Paraje San Juan o el proceso de desafuero- Andrés Manuel peló los dientes y enseñó el cobre. Sin embargo, el individuo siguió encumbrándose y estuvo a una nada de convertirse en presidente de la República.
Sería absurdo negar su astucia y olfato político. Hay incluso un componente carismático en su personalidad. La seducción que ejerció sobre un sector importante de la población es real. La gente que depositó su fe en él procedía de muchos estratos y no pocos de ellos eran cultos y letrados. Tocó incluso fibras en franjas de las clases medias y del ámbito empresarial, para no hablar de la clase política. El fenómeno López Obrador, en suma, no se puede explicar sólo por el personaje, ya que sin el concurso y el impulso de muchos otros jamás habría llegado tan lejos.
Hagamos, pues, una disección inicial.
El peor error del ingeniero se llama Andrés Manuel López Obrador. Cuauhtémoc Cárdenas se equivocó de cabo a rabo con él. Midió mal el temple de su personalidad, el tamaño de sus ambiciones, su capacidad de intriga y de traición. Pero sobre todo, no se percató de la enfermedad mental del personaje. Sólo así se explica que lo haya cobijado desde que lo conoció en Tabasco en 1988 hasta que lo promovió a la presidencia del PRD, para finalmente empujarlo a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Eso pasó mientras otros cuadros del PRD debieron abandonar el partido por no tener espacios para la crítica y la acción política. Sin embargo, hay que decir en descargo del ingeniero que él fue uno de los primeros en advertir los riesgos que representaba para el PRD y para la República su eventual victoria. Por eso decidió competir, sin éxito, contra él por la candidatura a la Presidencia de la República y por eso, también, se ha deslindado tajantemente del sainete poselectoral del Rey de Cacahuate.
El alineamiento de los intelectuales de izquierda con AMLO no fue menos impresionante. Varios de ellos habían abandonado el PRD por disentir de los modos de Cárdenas, "líder moral" del perredismo, y otros se preciaban de ser el producto más sofisticado de las universidades alemanas, inglesas y francesas. Su conocimiento de las tradiciones europeas y de las teorías críticas del capitalismo en su fase posimperialista los perfilaba como la vanguardia ilustrada de una izquierda moderna y democrática.Vana ilusión. Uno a uno, aunque por diferentes razones, fueron abdicando hasta que terminaron defendiendo la peor de las causas. La debacle inició con el famoso manifiesto de apoyo a López Obrador durante el proceso del desafuero. El contenido del mismo era la negación de la razón y de la historia. Entre otras barbaridades, establecía que a la fecha (año 2005) no se había celebrado en México ninguna elección democrática... lo más grave fue que entre los abajo firmantes se encontraban personalidades que habían jugado un papel fundamental en la construcción del IFE y en los comicios del 2000.
Lo que vino posteriormente fue aún más grotesco. La cargada a favor de López Obrador se volvió una marabunta. Ninguno quería quedar fuera. De ahí que valga la pena construir una pequeña tipología de las razones (y sinrazones) de esa epidemia:
a) El intelectual trepador. Suele ser un personaje de apellido compuesto (o casi), con grado de doctor (de preferencia en alguna universidad teutona), que se ha desempeñado como funcionario público en administraciones pasadas (lo mismo bajo el priismo que en el "gobierno del cambio"), que aspira a permanecer en la nómina y trepar en el escalafón (ya no basta una asesoría o una embajada, se busca una cancillería, como mínimo) y que, en consecuencia, está dispuesto a todo para mantenerse en la gracia del presunto y "seguro" ganador de la contienda.
b) El políticamente correcto. No es menos ambicioso que el trepador, pero es más calculador y racional. Su biografía no ha transcurrido en el mundo de la burocracia. Se considera independiente, aunque siempre está cerca del Príncipe en turno -más de uno que de otros-. Es eminentemente pragmático. Se puede sentar lo mismo con un tecnócrata que con un ranchero de Guanajuato y no tiene dificultades para entender la psicología tropical. Es capaz de admitir que un líder tiene defectos y veleidades, pero declara su fe absoluta en las instituciones. Desde su pequeño Olimpo desautoriza a aquellos que alertan sobre enormes peligros. Y sobre todo, es realista: la inminencia de la victoria de un candidato le resulta siempre una razón de peso para no confrontarse con él.
c) El carbonero con resentimiento social. No hace examen de conciencia ni tiene dudas. Su toma de partido, como su fe, es total. Con el líder hasta la muerte. No cuenta el hombre, importa que pueda ganar. Si Cárdenas en el 88 lo dejó sin habla, AMLO en el 2006 le robó el alma (y del cerebro mejor ni hablamos).
d) El intelectual Sol. No es un tipo ideal, es un ejemplar único. Cabecita blanca. Hombre de ocurrencias, que no de ideas. Monta piras en el Zócalo y patíbulos para apóstatas (se ensaña particularmente con las mujeres). Aunque de prosa profusa y difusa, es venerado y admirado. Su silencio ante la "traición" de Cuauhtémoc dice más que mil palabras. Por valiente no se le conoce.
En suma, de todos ellos no se podía ni se puede esperar más; como decía Marx citando a Dante, lasciate ogni speranza.
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