dictador/Carlos Malamud, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano
Con 91 años moría Augusto Pinochet, como consecuencia de un agravamiento del infarto sufrido la semana anterior y del que se recuperaba en el Hospital Militar de Santiago de Chile. Esta noticia prácticamente coincidía en el tiempo con otra dada el fin de semana por el periódico británico The Independent, que informaba del cáncer de estómago que tendría Fidel Castro y de las remotas posibilidades de pasar del fin de año o, en su defecto, de durar sólo algunos meses. Más allá de la veracidad de la información, la venganza de la historia suele ser, a veces, retorcida y complicada. La posibilidad de que los dos mayores dictadores latinoamericanos del siglo XX murieran juntos hubiera sido algo digno de ser contemplado. No en vano, ambos sintetizan lo peor del totalitarismo y del autoritarismo criollo y retratan, mejor que muchos otros epígonos, los horrores de toda una época.
Como en la fábula del lobo y las ovejas, o en la historia del cántaro y la fuente, a la última fue la vencida. La golpeada salud del duro dictador terminó quebrándose por causa de la edad y, posiblemente, de los remordimientos. En este sentido no es casual que la última declaración pública de Pinochet se hiciera el día de su último cumpleaños, el 25 de noviembre pasado, cuando a través de su esposa admitió la «responsabilidad política» de los actos cometidos tras el golpe de Estado del 11 de septiembre 1973 que acabó con el gobierno constitucional de Salvador Allende. A partir de ese momento la noche se instaló durante largos años y los chilenos sufrieron algo hasta entonces desconocido para ellos. Tuvieron que esperar hasta el 11 de diciembre de 1989, con la elección de Patricio Aylwin, para que retornara la democracia.
Pese al deseo de las muchas de las víctimas, y sus familiares, de sus horribles crímenes contra los derechos humanos cometidos durante los largos años de dictadura, Pinochet nos dejó sin haber sido condenado por la justicia de su país. No es éste el fallo de la historia y de la opinión pública chilena, que ya han emitido su duro veredicto. Por eso, no llama la atención el resultado de una encuesta publicada el domingo por la mañana (antes de conocerse la noticia de su muerte), por La Tercera, de Santiago, según la cual el 55 por ciento de los chilenos considera que Pinochet no debe ser enterrado con honores de Jefe de Estado. Es más, un 72 por ciento se niega a declarar duelo oficial y sólo un 51 por ciento aprueba que las Fuerzas Armadas le rindan honores como Comandante en Jefe del Ejército.
Pese a la pérdida de peso que los pinochetistas han tenido en la vida política chilena, su nostalgia y su melancolía pueden provocar, todavía, más de un dolor de cabeza. Por eso, una de las mayores preocupaciones del gobierno de Michelle Bachellet, despejado el escenario sobre el tipo de honores, funeral y representación política en el mismo, es qué hacer con las cenizas de Pinochet. Difícil es que retornen en forma de una tragedia renovada. En este sentido, la mayoría de los chilenos y los políticos que los representan han sabido dar a su transición a la democracia una seriedad y una solidez que se echan en falta en muchas otras partes de América Latina.
SE FUE EL PENULTIMO/
Raúl Rivero, poeta y colaborador habitual de EL MUNDO. Acaba de publicar Vida y oficios: los poemas de la cárcelTomado de EL MUNDO, 11/12/2006
ste domingo, cuando se paralizó en Santiago de Chile el asediado corazón de Augusto Pinochet Ugarte, el gorila de capa y espada hizo su último gesto público en contra de Fidel Castro porque lo dejó solo en la pavorosa galería de dictadores autoritarios que gobernaron en aquel continente a punta de pistola.
Lo ha abandonado en la soledad del opresor de fondo. Le ha traspasado la escaramuza final y las negociaciones para entregar la plaza sin condiciones. Le ha cedido, con un rápido saludo militar a la visera, el ambiguo privilegio de clausurar una dinastía que tuvo sus más altos fulgores iniciales a mediados del siglo pasado con el medallero ensangrentado de Marcos Pérez Jiménez, Fulgencio Batista y Rafael Leónidas Trujillo.
Le pasó los despojos de la tropilla de oficiales, a quienes sus compatriotas les pagaron con generosidad sus ciclos de preparación profesional y cogieron el relevo, después, en el Cono Sur para atiborrar cada minuto de aquel tiempo de vergüenza hemisférica y de muertes violentas, torturas, desapariciones y de prácticas esquizofrénicas como la de lanzar al mar a los opositores desde aviones y helicópteros en vuelos nocturnos.
Claro, se va el más rimbombante y legítimo. Un hombre que quizás por la ruta de mediocridad y disimulo por la que transitó hacia sus estrellas de hojalata, necesitó, ya en el poder que consiguió a cañonazos, proyectar esa imagen de dureza, de amo y señor de los fusiles y de la geografía afilada de Chile. Puede explicarse, quizá, esa pasión por las escuadras, ese odio que llevaba en la charreteras junto a las insignias de sus rangos, por la rara noción que tenía (que tienen los dictadores) de la patria. Siempre han creído que la patria son ellos, su familia y sus amigos y los otros hombres y mujeres nacidos en la misma tierra, animales al margen o sirvientes. Cuando más, un hato que se puede poner en movimiento para provecho propio en fechas de peligro o en noches de festejos.
Yo no creo en cuentos de tiranos. Ni en filosofías o políticas económicas que justifiquen la muerte, el exilio, la prisión de miles de hombres y mujeres para avalar la actuación de Pinochet. Nadie me puede convencer tampoco de que el doctor Salvador Allende, con la asesoría de Castro y el Palacio de La Moneda invadido por policías y académicos cubanos, iba a sacar a su país de la pobreza y a ofrecerle un porvenir.
De modo que en aquella encrucijada de septiembre se eligió una vía que enlutó al país, lo dividió y le hizo dar un rodeo doloroso de casi dos décadas para reencontrar un ámbito de democracia y diálogo. Ningún manjar, ningún mantel se puede comparar con la vida de un hombre. No hay automóvil de lujo, ni puente de carretera, ni propiedad horizontal que pueda pagar la humillación y los sufrimientos de la tortura, los años de cárcel o la lejanía de los exilios.
El general murió en una cama después de bajarse del tigre que él mismo puso a galopar en su país. Descendió con cautela. Primero, con el revolver amartillado durante las maniobras de atraque. Peldaño a peldaño. Después, a toda velocidad, acosado por la Justicia, las demandas legales, las denuncias de los familiares de muertos y de los perseguidos. Encorvado y trastabillando. Con el pecho sin medallas, cubierto al final por certificados médicos y copias de electrocardiogramas.
Pienso que Chile, con esa preparación artillera y esas emboscadas legales, ha dado un recital de tolerancia con justicia. De energía sin ensañamiento. La ley inflexible como instrumento de la democracia. Una fuerza de tarea que dejó a Pinochet sin uniforme, sin espada, como un viejo ladrón avaricioso que escondía dineros ajenos. Un despliegue legal que lo bajó del tanque de guerra y lo puso en una silla de ruedas en el camino de la muerte y el olvido.
- ¿QUIEN MANDA AL EL EJERCITO CHILENO?/
TOMADO DE EL MUNDO, 11/12/2006
El gobierno de Michelle Bachelet ha dispuesto ser representado por la ministra de Defensa en el funeral de Pinochet, así como aceptó que el ejército le rinda honores a quien fue su comandante en jefe por veinticinco años. Como era de esperar, los chilenos haremos -como nación- algo que no podremos explicar ante la Historia. Y cuando digo Historia, hablo de nuestros hijos y nietos y todos los que vengan por delante.
Primera pregunta: ¿Es el Ejército un organismo privado que puede decidir por su cuenta y riesgo lo que le venga en gana? La respuesta: no, se trata de un organismo estatal y, por ende, pertenece a todos los chilenos. Es uno de los cuatro organismos de la defensa nacional, cuyos salarios, armas, pertrechos y costoso entrenamiento son pagados con los impuestos de todos los chilenos. A ellos les damos -por ley- el «monopolio en el uso de las armas», justamente porque nos pertenecen a todos.
Segunda pregunta: ¿Quién manda al Ejército? Como ocurre en toda democracia, el poder militar está bajo el mando del poder civil. Hasta hace muy poco no era así, ya que la negociación que dio paso a la transición dejó enclaves autoritarios que impedían al Presidente de la República cambiar a los jefes del ejército, la armada, la aviación y la policía en caso de ser necesario. Además, les confería un rol clave en el Consejo de Seguridad Nacional que coartaba al Jefe de Estado. El cambio se logró durante la administración del Presidente Lagos.
Tercera pregunta: Si el ejército es obediente al poder civil, expresión de la soberanía popular, ¿quién realmente rendirá honores a Pinochet en su funeral? Respuesta: todos los chilenos.
Cuarta pregunta: ¿Amerita el general Pinochet recibir honores militares? Respuesta: no, porque él mismo fue el mejor ejemplo de quien transgrede gravemente el honor militar.
Vamos por puntos.
Rendir honores al general Pinochet es homenajear a quien indultó a los asesinos del comandante en jefe, general René Schneider (crimen cometido en 1970).
Rendir honores a Pinochet es olvidar que su policía secreta asesinó, en Buenos Aires, al ex comandante en jefe Carlos Prats, su antecesor en el cargo. Y con él a su esposa.
Eso, para empezar a hablar.
Sigamos con lo que dijo el general Joaquín Lagos Osorio durante la dictadura, evocando las masacres ocurridas en 1973, mientras era comandante en jefe de la primera división del Ejército:
«Fue y es un dolor tan enorme, un dolor indescriptible. Ver frustrado lo que se ha venerado por toda una vida: el concepto de mando, el cumplimiento del deber, el respeto a los subalternos y el respeto a los ciudadanos que nos entregan las armas para defenderlos y no para matarlos».
El general Pinochet violó todas las leyes nacionales e internacionales, incluyendo la Convención de Ginebra, para perseguir a los disidentes a su dictadura. Ordenó asesinatos, desaparición de prisioneros, torturas. Todo ello está debidamente acreditado en los informes oficiales de las comisiones Rettig y Valech. Con aprobación del Congreso y con cargo a fondos del Estado, se han pagado y se pagan indemnizaciones a las víctimas y sus familias.
Quinta pregunta: Si el Estado ha reconocido las graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura de Pinochet, ¿cómo es que el Estado va a rendir homenaje, a través del Ejército, a quien fue el jefe máximo de los agentes del Estado que cometieron tales crímenes? Respuesta: no debería hacerlo.
No vamos a agregar el fraude al Fisco que investiga la justicia tras descubrirse la red de cuentas secretas y millonarias del general Pinochet.
Alguien podría decir que mientras no haya sentencia hay que darle al ex dictador el beneficio de la duda o la presunción de inocencia.
Pero tenemos que anotar, finalmente, que rendir honores militares al general Pinochet constituye un acto deleznable en el marco de lo que la propia justicia ya ha establecido. Y constituye un acto que atenta gravemente contra la misma democracia que nuestros legítimos representantes -en La Moneda y el Congreso- han jurado defender.
Ultima pregunta: ¿Qué cree usted que van a pensar los jóvenes cadetes de la Escuela Militar al participar en los honores militares para el general Pinochet? Respuesta: que todo lo que hizo quien está en el féretro estuvo bien hecho. Y que mañana, siendo generales, pueden repetir esas acciones.
Si todos los políticos -desde el oficialismo y la oposición- nos repiten «nunca más», si hasta el ex comandante en jefe Emilio Cheyre pronunció ese «nunca más» con solemnidad, ¿en qué quedamos?
1 comentario:
LA MUERTE DEL DICTADOR
Por Valeria Bustos
Vengo llegando de las afueras de La Moneda,
(temprano estuvimos en Plaza Italia)
la emoción me embarga,
eramos miles de chilenos festejando,
con cantos , consignas, bailes, abrazos, champaña,
cervezas, challas y globos...
El Pueblo en su conjunto celebrando la muerte de Pinochet.
rostros alegres, niños, mujeres, ancianos, punks,
los del Colo y la Chile,artesas y cuicos, universitarios y obreros
madres de Detenidos Desaparecidos
con sus fotos prendidas al pecho
y sus ojos enrojecidos por las lágrimas de felicidad.
Tanta rabia contenida por mas de 30 años,
generación tras generación,
dolor tras dolor, angustias, miedos, esperanzas...
En Chile no hubo Justicia...
espero que exista otra vida
y en ella se juzgue al Tirano que tanto daño nos hizo ,
de una u otra manera, en mayor o menor grado
todos fuimos afectados por la cruel dictadura:
Ejecutados Políticos, Detenidos Desaparecidos,
Presos Políticos, Exonerados, Torturados, Exiliados,
Marginados, Excluidos...Hijos de, Padres de,
Hermanos de, Amigos de, Parejas de...
Millones de chilenos "marcados" por los aparatos represivos,
Millones de chilenos amenazados,
durmiendo a saltos hasta el día de hoy,
Millones de chilenos nacidos en la Cultura del Terror...
Chile es un Pueblo herido que hoy festejaba en el Centro
con banderas Chilenas, Venezolanas, Socialistas,
Comunistas , de La Gran Gladys Marín,
de la histórica Izquierda Cristiana,
Sólo una bandera extrañé...
de "mi querido Pueblo PPD".
Pese a ello tengo la certeza que no eramos pocos los compañeros
que allí sin banderas partidarias
o con banderas chilenas, celebrábamos junto
al Pueblo el principio del resto de nuestras vidas.
Viva Chile,
Viva la Democracia,
Viva el Pueblo Alegre
Cantando en las Anchas Alamedas.
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