20 mar 2007

IV Aniversario


"La invasión americana (apoyada por los británicos) de Irak comenzó hace cuatro años sobre una sarta de mentiras...El número de atentados yihadistas se ha multiplicado por siete tras la invasión con respecto a los ocurridos entre el 12 de septiembre de 2001 y el día de la invasión, según ha puesto de relieve un detallado estudio. Incluso sin contar lo que ocurre en Irak y Afganistán, estos ataques han aumentado un 35%. Tuvimos terribles experiencias de ello el 11-M en Madrid y el 7-J en Londres, además de Casablanca y otras ciudades. Irak se ha convertido así en vivero y faro de yihadistas.
Pero la guerra no sólo se libró desde las mentiras y violando la legalidad internacional, sino que los invasores y posteriores ocupantes cometieron errores de bulto, incluso desde su propia lógica bélica. Habían calculado que los iraquíes les recibieran con los brazos abiertos, pero no fue así, y todos se sienten bajo la ocupación. Se cometió el error colosal de desmantelar las estructuras del Estado -el Ejército y el partido baazista- sin tener otras que ocuparan su lugar. Nada se hizo para evitar que la pérdida de la hegemonía de los suníes en un país de mayoría chií desembocara en una guerra civil. Todo se hizo con una visión militar prepotente, con poco más de 150,000 soldados. Y se han cometido errores muy de fondo -incluso crímenes de guerra- que han dañado la propia imagen de Estados Unidos en el mundo, como algunas acciones contra poblaciones civiles o las torturas y vejaciones a presos en Abu Ghraib." Editorial, de El PAIS, 20/03/007;


  • Aniversario/Baltasar Garzón Real, magistrado de la Audiencia Nacional de España.

Publicado en El PAÍS; 20/03/2007);
Los aniversarios se celebran o se quieren olvidar. Es curiosa la costumbre de celebrar el cumplimiento de las efemérides. Para mí, carecen de sentido, como no sea para hacer una reflexión sobre el objeto que con ellas se pretende recordar.
El día de hoy, 20 de marzo, se cumplen cuatro años del inicio formal de la guerra de Irak. A instancias de Estados Unidos y Gran Bretaña y apoyado por España, entre otros países, dio comienzo uno de los episodios más sórdidos e injustificables de la historia de la humanidad recientes. Quebrantando todas las leyes internacionales, y, so pretexto de potenciar la lucha contra el terrorismo, se ha desarrollado, desde 2003, un ataque demoledor contra el Estado de derecho y la propia esencia de la Comunidad Internacional. En el camino, hechas jirones, quedaron instituciones como Naciones Unidas, que apenas se han recuperado todavía.
Si enfocáramos la celebración de los aniversarios en el sentido apuntado, ahora mucho más que entonces -en vez de conmemorar el de la guerra de Irak- tendríamos que aterrarnos, gritar y manifestarnos, más que en aquel momento, contra la masacre actual, consecuencia de esta guerra. Porque entonces no sabíamos, aunque intuíamos lo que había detrás. Los ciudadanos no conocíamos, sólo nos imaginábamos que todo era una burda mentira. Ahora, sin embargo, sí sabemos, "incluido" el señor presidente del Gobierno español de la época, que, según ha reconocido recientemente, no existía causa para la guerra, aunque con gran frivolidad añadió la excusa de su falta de listeza para saberlo.
Como ciudadano, se me representa fundamental que el señor presidente haya, por fin, asumido su equivocación y que no sabía lo suficiente, porque si esto era así habría que preguntarle por qué no actuó como aconsejaba la prudencia, dando más margen a los inspectores de Naciones Unidas en vez de hacer lo contrario, con una fidelidad y sumisión totales al presidente Bush, aceptando la tesis más inverosímil, como a la postre se ha demostrado, y defendiendo lo que de antemano tenía decidido la Administración norteamericana. Asimismo, debería explicar por qué se prestó, junto con unos cuantos líderes más, para dar cobertura y coartada a esta acción ilegal. Probablemente, sin esta cooperación o apoyo, o incluso con la acción en contra, la decisión podría haberse cambiado o retrasado. Nunca lo sabremos. Por ello, la acción de los que acompañaron en la guerra contra Irak al presidente de los Estados Unidos tienen tanta o más responsabilidad que éste, porque a pesar de las dudas y a pesar de tener información sesgada, se pusieron en las manos del agresor para consumar una innoble acción de muerte y destrucción que aún continúa.
Creo que ha llegado el momento de hacer una reflexión seria y detenida sobre lo sucedido y lo que está ocurriendo en Irak, en una doble dirección. Por una parte, debería profundizarse sobre la eventual responsabilidad penal de quienes son o fueron responsables de esta guerra y si existen indicios bastantes para exigirles dicha responsabilidad. Para muchos se tratará de una mera responsabilidad política, pero comienzan a aflorar acciones judiciales en EE UU, como se ha demostrado con la condena de uno de los colaboradores del vicepresidente Cheney, que apuntan en la otra dirección. Seiscientos cincuenta mil muertos son un argumento suficiente para que esa investigación o indagación se aborde sin más dilación.
Por otra parte, y sin incidir en las culpas pero sin olvidar quienes fueron los responsables del inicio de esta ceremonia de horror y terror, debemos centrar nuestro análisis en un hecho incontestable, reconocido hoy día a todos los niveles: la acción bélica norteamericana, y la de los que la siguieron, ha determinado o cuando menos ha contribuido a la creación, desarrollo y consolidación del mayor de los campos de entrenamiento de terroristas en el mundo, con espacio, tiempo y medios más que suficientes para preparar a los más avezados terroristas. Ahora, los terroristas de Al Qaeda tienen un escenario idóneo para prepararse hasta que llegue el momento en el que estratégicamente les interese ampliar el radio de operaciones hacia su enemigo ancestral en Occidente. De una u otra forma, con una inconsciencia terrible, hemos estado y estamos contribuyendo a que el monstruo crezca cada vez más y se haga a cada instante más fuerte y, probablemente, invencible.
La organización terrorista Al Qaeda, o las redes que como hidras han ido naciendo, creciendo y fortaleciéndose, a la vez que entretejiéndose en diferentes partes de mundo, nos acecha y espera a la vuelta de la esquina. Mientras tanto, ante nosotros nuestros líderes andan enzarzados en otras batallas o contiendas que, presumen, les pueden dar mejores réditos electorales.
Europa, y España en particular, se encuentran en la encrucijada de poner en práctica lo que han aprendido tan dolorosamente en estos últimos años, y no estoy seguro de que se esté haciendo todo lo necesario. Por de pronto, el consenso en materia de terrorismo es básico, algo que parece hoy inalcanzable, pero aún lo es más el convencimiento de que se pueden afrontar los retos pendientes como, de una vez por todas, disponer la dotación de medios modernos humanos y materiales, la preparación y especialización de los cuerpos de inteligencia y de seguridad, la coordinación de los mismos -generando un espacio común en el que la solidaridad y confianza reine-, el fortalecimiento de la coordinación judicial, y tantos otros que se podrían enumerar, para adelantarnos a las intenciones de aquellas redes que antes o después -quizás nunca dejaron de hacerlo- vuelvan a poner sus ojos sobre nosotros. Unos ojos que miran más próximos desde sus nuevas bases del Magreb y del Sahel, con objetivos cada vez más concretos y más cargados de odio y de rencor porque se consideran injustamente masacrados en Irak.
En este tiempo, no lejano, España y Europa estarán al alcance de cualquier bomba o acción terrorista, y entonces será demasiado tarde. Es ahora, pues, cuando se tienen que hacer las cosas y no luego, cuando ya no tengan remedio, otra vez.
La indiferencia puede convertirse, de nuevo, en la invitada inoportuna y adueñarse de las mentes para adormecer nuestras conciencias con cortinas de humo que nos alejan de los problemas y riesgos reales del terrorismo, de cualquier terrorismo.
Sólo la ley y el Estado de derecho nos hará combatir al monstruo antes de que nos devore y nos permitirá realizarlo sin ninguna concesión a los "espacios sin derecho" que nada bueno han aportado a la seguridad del mundo actual. Lo cierto es que se puede conseguir si nos esforzamos todos. Éstas serían unas buenas razones para celebrar el aniversario de la guerra de Irak.



  • La guerra de Irak es actual/Felipe González, ex presidente del Gobierno español

EL PAÍS, 19/03/07):
“Ya que no somos profundos, seamos al menos oscuros”, decía Alfonso de Cossío, citando a su maestro Felipe Clemente de Diego, cuando empezaba a explicarnos derecho hipotecario. Peor que la oscuridad que oculta la falta de profundidad, es la inconsistencia. Aunque no siempre las palabras inconsistentes pongan de manifiesto una inteligencia de la misma naturaleza, se convierten en síntoma si se pronuncian con solemnidad y pretendida ironía para desarmar a los críticos.
Ésa es la impresión que tuve cuando oí al señor Aznar reconocer que no sabía que no existían armas de destrucción masiva en Irak, añadiendo que nadie lo sabía entonces. No lo sabía él ni nadie en aquel momento decisivo de declarar la guerra, explicaba satisfecho de su penetrante argumento. Y recibía, como en el debate del Congreso que amparó su decisión, aplausos y risas de los suyos.
Hace cuatro años de aquella decisión del trío de las Azores y la guerra sigue en un crescendo sin fin. Es evidente que no sabían que había armas de destrucción masiva en Irak, porque no las había. Por eso los inspectores aseguraban que no las habían descubierto, pero como no podían afirmar que no las hubiera, pedían tiempo para continuar su trabajo.
Declararon esa guerra atroz por si acaso, o porque les olía a armas de destrucción masiva, o porque era impensable que no las hubiera. Intentaron desacreditar los informes negativos, como queda al descubierto en el caso judicial del hombre de confianza de Cheney. En definitiva, con estúpida arrogancia, nos embarcaron en un conflicto sin causa pretendiendo demostrar al mundo que ya se vería como ellos tenían razón y los demás se equivocaban.
En este cuarto aniversario, los dirigentes del PP y su complejo de apoyo neocon, insisten en que no interesa a nadie esta guerra. Que es inútil hablar de ella. Y pueden tener razón si se refieren a seguir hablando de las mentiras que nos llevaron al conflicto, pero es imposible eludir el debate, por responsabilidad, para contribuir a encontrar una salida al desastre en que se ha convertido para todos, no sólo para los iraquíes. La terrible actualidad del conflicto y sus consecuencias no permite despacharlo ni con banalidades, ni mirando para otro lado.
Ni en Irak, ni en la región, ni en Europa, ni en el mundo, se puede afirmar que el terrorismo que decían combatir haya disminuido. Sólo los irresponsables pretenden que no hablemos de un conflicto que amenaza con extenderse a todo el Oriente Medio y a la Europa a la que pertenecemos en forma de atentados terroristas como los que padecimos en España y en el Reino Unido. Y lo más dramático es que lo logran, en medio de este ruido crispado en el que nos introducen para colocar en la agenda las mentiras con las que quieren distraer y confundir.
Afirman que detrás del 11-M no estaba esta terrible decisión de declarar una guerra que se despacha ahora con un “no sabía”, al tiempo que basan una de sus teorías sobre el atentado en el deseo de los terroristas de cambiar al Gobierno y su política exterior. ¿En qué quedamos? Nadie niega a estas alturas que el riesgo de sufrir ataques terroristas internacionales fuera proporcional a la implicación en ese conflicto, tal como ponían de manifiesto los informes de inteligencia.
Es imposible e irresponsable dejar de hablar de esa guerra, porque en la agenda internacional de cualquier gobierno serio el conflicto es de dramática actualidad, como lo espara todos los medios de comunicación, aunque se hayan apagado los debates sobre las mentiras de su origen y la atención se centre en la desesperada búsqueda de salidas para las arenas movedizas en las que nos metieron.
También lo es porque el ruido de fondo que se creó para preparar el ambiente de aquella acción descabellada vuelve a sentirse ante la crisis de Irán, como si estuviéramos en los prolegómenos de otro ataque preventivo o por si acaso. Las mentiras de aquella guerra son del pasado, pero nuevas mentiras pueden llevarnos a otras confrontaciones con consecuencias imprevisibles.
La propia situación de Afganistán, cada día más grave y que sí les parece de actualidad a los dirigentes del PP porque desgraciadamente se ha producido una nueva muerte, tiene su origen en los lodos iraquíes. Aquella intervención fue avalada por la Comunidad Internacional, a través del Consejo de Seguridad de la ONU y su naturaleza es hoy la misma que cuando el Gobierno del PP aceptó la participación de España. Así que los que preguntan al presidente del Gobierno actual tienen la respuesta en su propia acción de gobierno, apoyada -esa sí- por la oposición de entonces.
El empeoramiento de Afganistán es consecuencia de la guerra de Irak, porque impidió que se concentrara el esfuerzo necesario para la culminación de la derrota de un gobierno que apoyaba al terrorismo internacional y se apoyaba en él. Si el esfuerzo se hubiera continuado, sin distraer fuerzas en el disparate iraquí, la situación sería radicalmente diferente. Pero las teorías de la llamada “justicia infinita” o de la guerra permanente, nos llevaron a objetivos que nada tenían que ver con lo que se decía. ¡Y pueden seguir llevando al mundo por ese camino!
Por desgracia, la guerra de Irak y sus efectos contaminantes son de rabiosa actualidad, hasta el punto de que los gobernantes iraquíes, con mejor criterio que los gobernantes que provocaron esta guerra, tratan de buscar una salida convocando a la cooperación a los vecinos y posibles actores en la estabilización de Irak. Así vemos a los gobiernos de Irán y de Siria -lo que queda del eje del mal- sentados con el de Irak para superar la crisis en que vive el país y la región. ¿Tendrá algo que ver el Gobierno iraquí actual con los gobiernos ocupantes de su territorio o empiezan a estar hartos de esta ceguera?
Ni la proliferación de armas de destrucción masiva ni el terrorismo internacional como amenazas para todos, han disminuido con esta estrategia, sino todo lo contrario. Todos tenemos menos seguridad y hemos pagado un alto precio en libertades ciudadanas. Es de urgente actualidad hacer todo lo posible para cambiar de dirección y dar argumentos para ello a la Comunidad internacional. Sin duda, la tarea más importante de la realidad mundial actual.
Cuatro años de una guerra insensata
Escúchelo
La invasión a Irak entró en su quinto año en medio de un enfrentamiento civil que amenaza con desestabilizar la región. Según los planes de la Administración Bush, el país árabe debía haber llegado ya a ser un ejemplo de democracia para el Medio Oriente y financiarse con el dinero de su propio petróleo.
Nada de eso sucedió, como tampoco se halló el armamento de destrucción masiva ni la conexión entre el régimen de Sadam Husein y los terroristas de Al Qaida. En cambio se cumplieron la mayoría de las predicciones que la Casa Blanca desechó por considerarlas pesimistas, como la radicalización religiosa, las divisiones étnicas y una guerra civil.
La guerra iniciada por el gobierno de George W. Bush y su vicepresidente Dick Cheney ha probado ser uno de los grandes fiascos de la historia estadounidense.
Un optimismo ignorante y la arrogancia para descartar la opinión de las voces más realistas, está costando un alto precio. Las cifras hablan por sí mismas. Más de 3,200 soldados estadounidenses murieron en Irak y cerca de 30 mil salieron heridos; la cantidad de civiles muertos es incierta pero se sabe que supera los 50 mil. Además, se llevan gastados más de 400,000 millones de dólares. ¡Cuánto se podría haber realizado con ese dinero!
La guerra de Irak da indignación y tristeza por las oportunidades perdidas debido a la incompetencia de la Administración actual. Estamos ante una guerra en que la salida será más difícil que la entrada, tal como ocurrió en Vietnam. Pero el Medio Oriente tiene un valor estratégico muy superior al sudeste asiático para resignarse a un resultado similar.
En este caso la meta es retirar las tropas dejando un mínimo de estabilidad en Irak y la región. Esperamos que continúen las pláticas regionales iniciadas y que la presión político-militar calme al menos los principales grupos insurgentes chiitas y sunitas. La solución no es militar sino política.
Por otra parte, lo impredecible de los hechos también dificulta poner una fecha arbitraria de retirada militar.
Los demócratas hacen bien en presionar a la Administración para obtener resultados. Si el Congreso anterior hubiera asumido una posición más crítica no se estaría en este atolladero. Sin embargo, la propuesta legislativa con su fecha final tiene más en cuenta el calendario electoral interno que la realidad iraquí. Con justa razón los demócratas no quieren que el conflicto sea responsabilidad de un hipotético presidente de su partido.
No hay palabras suficientes de consuelo para las víctimas de esta guerra, ni de condena para los que la iniciaron en forma tan irresponsable. Sadam ya está muerto, así que Irak debe encontrar su propio destino. Ésta no es una opción elegida por los iraquíes, sino que es fruto de la torpeza de la Administración republicana, que contra toda advertencia abrió hace cuatro años una caja de Pandora que ya no se puede cerrar.

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