26 may 2007

Al Qaeda en Siria

Al Qaeda en Siria/Florentino Portero, analista del Grupo de Estudios Estratégicos GEES
Tomado de ABC, 24/05/2007;
La historia del Líbano ha sido trágica y su futuro inmediato puede mantenerse en la misma tónica. Tras un inicio esplendoroso, que le hizo merecedor de ser considerado la Suiza del Mediterráneo, resultó evidente que los presupuestos sobre los que se había creado este hermoso estado eran inconsistentes. Tras la caída del Imperio Turco, Francia se convirtió en la potencia administradora. Llegado el momento de la independencia, Líbano, con mayoría cristiana y volcado al Mediterráneo, adoptó una política pro-occidental, apoyada en las extraordinarias condiciones para el comercio de sus habitantes, demostradas a lo largo del tiempo, desde sus antepasados fenicios a los muchos grandes empresarios de origen libanés presentes en los mercados de todo el mundo. Cristianos maronitas y, en menor medida, árabes sunitas formarían la elite político-económica del joven país, con un proyecto común y una cultura política predemocrática que alentaba grandes esperanzas de futuro.
La convivencia entre unos y otros sufrió una serie crisis en julio de 1951 y finalmente estalló a partir de 1975 por culpa de un intruso: los refugiados palestinos. Arafat hizo del Líbano su cuartel general y la plataforma desde donde atacar a Israel. La respuesta israelí junto con las tensiones internas producidas por la autonomía con que actuaban las milicias palestinas hizo inviable la convivencia y dio paso a la guerra civil.
Siria, que nunca aceptó la «segregación» del territorio libanés y ha hecho de su recuperación un objetivo estratégico, e Irán, que aspira al liderazgo dentro del Islam, encontraron su gran oportunidad en la guerra civil libanesa. Para el gobierno de Damasco el conflicto era la prueba de que el Líbano no tenía sentido como estado y que las comunidades que lo conformaban sólo podrían convivir bajo su autoridad. Fue entonces cuando el ejército sirio ocupó Líbano, poniendo fin a la guerra. A los ayatolás iraníes, el auge de la comunidad chiíta les permitió infiltrarse, provocar una escisión del tradicional partido Amal y crear desde su embajada Hizbolá: un partido que al mismo tiempo es una organización terrorista, una milicia, un grupo multimedia, un sistema de asistencia…, que representa el programa islamista de los ayatolás y que se ha trasformado en una ONG capaz de actuar en cualquier parte del mundo. Su ejército privado, formado por la Fuerza al-Quds, la división internacional de la Guardia Revolucionaria iraní, es un ejemplo de adiestramiento, moral de combate y capacidad técnica. No sólo es muy superior al ejército libanés, es que éste último está compuesto mayoritariamente por chiítas que difícilmente aceptarían luchar contra sus hermanos.
La vida es cambio y una de sus formas más expresivas es la demografía. Cristianos y sunitas tienen menos descendencia que los chiítas, hoy el sector mayoritario y, no por casualidad, el menos desarrollado cultural y económicamente. En conjunto, los musulmanes son muchos más que los cristianos y, dentro de los primeros, los chiítas reivindican su liderazgo. Sus demandas cuentan con el apoyo concertado e interesado de sirios e iraníes, que han utilizado el asesinato político como un instrumento habitual. Sin embargo, la muerte violenta del dirigente sunita Hariri despertó tal reacción internacional que el Consejo de Seguridad forzó a Siria a retirarse del Líbano y avaló la vuelta a un sistema representativo.
Damasco fue humillada pero no derrotada. Las labores para desestabilizar el régimen comenzaron de inmediato, al tiempo que Hizbolá provocaba un nuevo conflicto con Israel, que le ha deparado un gran éxito político y un incremento de su influencia interna.
Líbano tiene problemas propios junto con otros compartidos con el resto del mundo árabe. Allí, como en otros muchos países, los islamistas han crecido en número, tanto entre los sunitas como entre los chiítas. Si Hizbolá representa el radicalismo en su versión chiíta, los hermanos musulmanes y al-Qaeda son su contrapartida sunita. Todos ellos tienen en común el rechazo a lo que entienden como valores occidentales y la reivindicación de una interpretación fundamentalista del Corán. Pero sus estrategias políticas son, a menudo, muy distintas. Como fundamentalistas ven al «otro» como un hereje que debe ser exterminado lo antes posible. En su rechazo a los «valores occidentales» unos asumen más que otros la realidad del estado frente a la Umma y el Califato. Tampoco los intereses de sus padrinos coinciden en el largo plazo. Mientras Irán busca la formación de estados con gobiernos chiítas islamistas, Siria trata de utilizar a unos y otros para justificar una nueva invasión, imponer su autoridad y, llegado el momento, aplastar a todos estos movimientos con la bendición de Occidente (incluido Israel).
Los estados árabes han impedido la integración de los refugiados palestinos y mantenido sus «campos», bajo financiación internacional, como medida de presión sobre Israel. El resultado ha sido nefasto para los palestinos y para el Líbano. Trescientas cincuenta mil personas malviven hacinadas y sin expectativa de futuro. Son el caldo de cultivo ideal para el fanatismo. El viejo nacionalismo de Fatah ha quedado arrumbado ante el islamismo de los Hermanos Musulmanes, primero, y de al-Qaeda más recientemente. Su ira no va dirigida sólo hacia Israel y Occidente. Su enemigo primero e inmediato son las autoridades árabes «corruptas» que han permitido esa situación. Las nuevas cadenas de televisión árabes, cuya penetración es sencillamente extraordinaria, han servido de medio para que los nuevos mitos radicales se difundan. Las loadas heroicidades de ben-Laden o al-Zarqawui han despertado la ilusión entre muchos jóvenes sin esperanza tanto en Palestina como en Líbano.
El hombre del momento es Shaker al-Abssi, máximo dirigente de Fatah al-Islam. Un conocido terrorista, responsable del asesinato de un diplomático norteamericano en Jordania y colaborador del difunto al-Zarqawui. Un terrorista profesional que ha sido capaz de establecer una estructura, compuesta por unos pocos cientos de fieles, con preparación suficiente para enfrentarse al Ejército libanés. Él representa en Líbano un programa de transformación global, contrario al de todos los restantes grupos políticos.
Desde el Gobierno de Beirut se ha acusado a Siria de estar tras él. Damasco ha perseguido a al-Qaeda, pero también le ha permitido el paso de terroristas hacia Iraq. Puede haber un acuerdo táctico, pero en el plano estratégico son enemigos. Los enfrentamientos en torno a Trípoli benefician al gobierno de Damasco -al dificultar el juicio por el asesinato de Hariri y crear las condiciones para una futura invasión- pero al final, si penetran de nuevo en Líbano, tendrán que aplastarlos si no quieren sufrir sus ataques.
El gobierno del moderado sunita Siniora tiene que acabar con este nuevo tumor antes de que sea demasiado tarde. Su ejército no está en condiciones de derrotar a su principal enemigo, Hizbolá, ni de parar el tráfico de armas a través de la frontera con Siria, pero sí de poner fin a esta nueva amenaza. Los hombres de Fatah al-Islam, como los de Hamas en Gaza o los de al-Fatah en Cisjordania, no tienen escrúpulos en utilizar a sus propias familias como escudos humanos. Penetrar en susenclaves supondrá asumir un alto número de bajas propias y de inocentes, pero no hay opción. Israel lo aprendió hace mucho tiempo y gracias a ello continúa existiendo, a pesar de las lecciones éticas de Europa. El gobierno es débil, la opinión pública árabe en breve manifestará su escándalo, pero por ahora cuenta con apoyo parlamentario, incluyendo el de Hizbolá, que quiere quitarse de en medio a un incómodo rival.

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