18 may 2007

Medio Oriente

Una solución para Jerusalén/John V. Whitbeck, experto en Derecho Internacional, exasesor jurídico en las negociaciones del conflicto palestino-israelí.
Tomado de La Vanguardia, 18/05/2007;
No habrá paz duradera en Oriente Medio sin un acuerdo del conflicto palestino-israelí aceptable para la mayoría de israelíes así como para la mayoría de palestinos. Es un hecho. Tampoco habrá acuerdo perdurable de ese conflicto sin una solución al estatuto de Jerusalén aceptable para la mayoría de israelíes y palestinos. Es otro hecho.
Si bien suele suponerse que semejante solución no existe, lo cierto es que hay una solución con una posibilidad real de ser aceptable para la mayoría de israelíes y palestinos.
Cuando israelíes y palestinos hablan de Jerusalén, no sólo establecen posiciones negociadoras. Jerusalén también tiene una fuerte influencia en mentes y corazones. Las reiteradas y casi unánimes posturas de los interlocutores deben tomarse en serio. Si concedemos que ningún Gobierno israelí aceptará nunca una redivisión de la ciudad y que ninguna dirección palestina aceptará nunca una solución sobre el estatuto permanente que no otorgue una parte de su soberanía al Estado palestino (y, por medio de él, al mundo árabe y musulmán), sólo es concebible una única solución: la soberanía compartida sobre una ciudad sin dividir.
En el contexto de una solución con dos estados, Jerusalén podría ser una parte indivisa de ambos, constituir su capital y estar administrada por ayuntamientos de barrio, a los cuales se transferirían tantos aspectos del gobierno municipal como fuera posible, y por un ayuntamiento aglutinador que coordinaría los asuntos principales que sólo cabe manejar de modo eficaz en un plano urbano general.
Según la terminología del derecho internacional, Jerusalén sería un condominio de Israel y Palestina. Aunque escasos, los condominios no carecen de precedentes. Chandigarh es la capital indivisa y compartida de dos estados indios vecinos. Durante medio siglo antes de su independencia, Sudán fue un condominio de Gran Bretaña y Egipto, con el nombre oficial de Sudán angloegipcio.Durante más de 70 años, Vanuatu (con anterioridad, el Condominio de las Nuevas Hébridas) se encontró bajo la soberanía común e indivisa de Gran Bretaña y Francia. Durante más de 700 años, hasta la revisión constitucional de 1993, el principado de Andorra se encontró bajo la soberanía común e indivisa de copríncipes españoles y franceses. En 1999, el árbitro nombrado por el Tribunal Penal Internacional falló que el disputado municipio bosnio de Brcko debía ser un condominio compartido por la República Serbia y la Federación Croatomusulmana, con su propia administración local.
Al buscar una solución al estatuto de Jerusalén, resulta esencial distinguir entre soberanía y administración municipal. Si bien la administración municipal supone numerosas cuestiones prácticas, la soberanía sobre Jerusalén es ante todo una cuestión simbólica, psicológica y casi teológica. El simbolismo, la psicología y la teología tienen una importancia extraordinaria en relación con Jerusalén, y es crucial reconocer que tal es la naturaleza del problema.
La asignación a Israel y Palestina de la soberanía sobre una ciudad indivisa satisfaría en grado máximo las necesidades simbólicas y psicológicas de israelíes y palestinos. También generaría profundos beneficios psicológicos para la calidad de la vida después de la paz,puesto que ello exigiría que se compartiera la ciudad en la teoría y la práctica, exigiría la cooperación con el otro más que una nueva partición de la ciudad, la simple tolerancia de los demás o el dominio continuo de un pueblo sobre otro, con todas las perniciosas fricciones generadas de modo inexorable por semejante dominio.
Existe la extendida idea de que, bajo el actual statu quo, Israel posee la soberanía de Jerusalén Este ampliado. No es así. Posee control administrativo. Un país puede conseguir el control administrativo por la fuerza de las armas; la soberanía sólo se obtiene con el consentimiento de la comunidad internacional. Israel ha poseído y ejercido el control administrativo sobre el Jerusalén Este ampliado durante cuatro décadas. Hasta el día de hoy, ninguno de los otros 194 estados soberanos del mundo ha reconocido su reivindicación a la soberanía. Además, la pretendida anexión de un Jerusalén Este ampliado ha sido declarada nula y vacía, y Jerusalén se ha incluido de modo explícito entre los territorios ocupados en una larga serie de resoluciones unánimes o casi unánimes del Consejo de Seguridad y la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Israel podría retener de forma indefinida el control administrativo sobre ese Jerusalén Este ampliado. Se trata de una cuestión de fuerza militar y voluntad política. Sin embargo, no es nada probable que consiga nunca su soberanía a menos que acepte una solución permanente sobre la base de una soberanía común e indivisa sobre toda la ciudad. Es una cuestión legal. En realidad, sin que se discuta el derecho de un país a declarar como capital cualquier parte de su territorio, la universal negativa a reconocer siquiera Jerusalén Oeste como capital de Israel y la permanencia de todas las embajadas de Israel en Tel Aviv (Costa Rica y El Salvador han trasladado hace poco a esa ciudad las únicas embajadas de Jerusalén) constituyen pruebas palmarias del rechazo de la comunidad internacional, a la espera de una solución permanente consensuada al estatuto de Jerusalén, a aceptar como territorio soberano israelí cualquier parte de la ciudad.
Un mayor entendimiento de cuál es en realidad el statu quo legal de Jerusalén podría hacer que la opinión pública israelí se mostrara menos resistente a contemplar una modificación de ese statu quo, a cambio incluso de la paz. Los israelíes preocupados por su futuro podrían acudir a la visión de Jerusalén albergada por Theodor Herzl, el padre del sionismo: “Convertiremos Jerusalén en extraterritorial, así no pertenecerá a nadie y pertenecerá a todos, un lugar santo común para los seguidores de todos los credos, el gran condominio de la cultura y la moralidad”. El sueño de Herzl de un Estado judío careció en su momento de cualquier viso de realidad, pero lo cierto es que existía medio siglo más tarde. Que sus habitantes gocen alguna vez de paz y seguridad podría muy bien depender de su capacidad de captar la visionaria factibilidad del reconocimiento por parte de Herzl de que ningún pueblo renunciará a su Tierra Santa y que por lo tanto ésta tiene que ser compartida.
El presidente Yasir Arafat reconoció con claridad este principio cuando, en un discurso pronunciado en la Universidad Harvard el año 1995, preguntó: “¿Por qué no es Jerusalén la capital de dos estados, sin muro de Berlín? Una ciudad unida, abierta, entregada a la coexistencia, a la convivencia”. El público se puso en pie y prorrumpió en una prolongada ovación.
Si Herzl y Arafat pudieron coincidir en el potencial contenido en la solución del condominio, ¿no deberían explorar y desarrollar esa posible clave para la paz quienes aún creen que ésta es posible y reconocen su urgencia?

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