Del anarquismo al terrorismo/Lluís Foix
Tomado de La Vanguardia, 07/09/2007M
El anarquismo asesinó a reyes, presidentes y jefes de gobierno desde finales del siglo XIX hasta 1914. Fue una etapa de magnicidios muy sonados. Un hermano de Lenin intentó asesinar al zar Alejandro III en 1887. Humberto I de Saboya fue asesinado en Monza en 1900 por el anarquista Gaetano Bresci.
El presidente Lincoln cayó bajo los disparos de un actor y simpatizante del Sur de Virginia mientras asistía a una función en el teatro Ford de Washington. El líder socialista francés, Jean Jaurès, era víctima de un atentado en 1914, el mismo año que caía asesinado en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando y se declaraba la Primera Guerra Mundial.
La siniestra cosecha de magnicidios segó la vida en España a cinco presidentes o jefes de gobierno: el general Prim, Cánovas del Castillo, Canalejas, Dato y Carrero Blanco. Kennedy cayó asesinado y también fueron víctimas de conspiraciones Anuar el Sadat en Egipto, Isaac Rabin en Israel, Indira Gandhi en la India y Olor Palme en Suecia.
Ronald Reagan y Juan Pablo II sobrevivieron a las balas de los asesinos. El magnicidio en la Antigua Grecia y en Roma era frecuente. Julio César es seguramente uno de los más célebres. Los atentados contra los dirigentes se pueden repetir. Han sido constantes en la historia de la Humanidad.
Lo nuevo de nuestros días es el terrorismo nacional o internacional que no alcanza a dar muerte a los dirigentes, porque no tienen posibilidades, pero se ensaña con los ciudadanos anónimos personal o masivamente.
Se acerca el 11 de septiembre, aniversario del mayor atentado, el más precisamente ejecutado, de la era moderna. Una matanza que cambió el curso de la historia porque Estados Unidos era atacado por primera vez en su propio territorio causando miles de muertos.
La reacción es conocida. El supuesto cerebro de aquella sanguinaria acción, Bin Laden, dicen que va a aparecer en televisión anunciando nuevas acciones de violencia política mortífera.
El peligro más serio del terrorismo no es el daño que puede causar por la amenaza real de un anónimo puñado de fanáticos. El peligro es el miedo irracional que sus actividades provocan en la sociedad.
Lo que pretende este movimiento sin estado, sin ejércitos, sin caras visibles, sin jefes conocidos, es crear una situación de pánico. Su objetivo político no consiste tanto en producir la matanza en sí como en conseguir que la opinión pública mundial se desmoralice y claudique en alguna de sus peticiones.
La guerra contra el terrorismo no se va a ganar del todo. Existirán atentados personales y colectivos. Hay que tener la convicción de que un pequeño grupo de activistas asesinos no conseguirá desestabilizar ni destruir las sociedades democráticas.
No se les puede combatir con aviones ni artillería pesada como se está demostrando en Iraq. Hay que hacerlo con inteligencia, con información sobre sus actividades, con la fuerza pero siempre con la ley.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
8 sept 2007
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