21 jun 2007

Palestina

El conflicto interno socava la credibilidad palestina/Ahmad Samih Khalidi, profesor de la Universidad de Oxford y ha ejercido como negociador de Palestina en el conflicto israelí-palestino
Tomado de EL MUNDO, 20/06/2007;
Ha habido un detalle que ha sido, a la vez, profundamente entristecedor y dolorosamente previsible en las escenas de violencia intestina renovada en las calles de Gaza a lo largo de los últimos días. Para los palestinos -estén donde estén- no hay nada peor que el fantasma de una guerra civil, no sólo porque sea abominable en sí misma, sino también porque este supuesto echa por tierra el fundamento moral de la causa palestina; es decir, si los palestinos están dispuestos a matarse unos a otros, inevitablemente se plantea la cuestión de por qué habría que sentir simpatía hacia ellos en su lucha contra Israel.
El estallido de violencia de estas semanas no se circunscribe sólo a los territorios palestinos. En el campamento de refugiados de Nahr al-Bared, al norte del Líbano, el Ejército de este país ha desarrollado duros combates contra la facción islamista renegada de Fatah al-Islam. Tras sufrir bajas inesperadas en un ataque sorpresa de esta facción, el Ejército respondió con un bombardeo indiscriminado sobre el campamento. Éstas y otras acciones han sido como un eco de las de Israel en Gaza, lo que plantea otra cuestión aún más perniciosa, si cabe: si a un Ejército árabe se le permite que, en la persecución de unos terroristas, ataque a palestinos no combatientes, ¿quién puede censurar a los israelíes por hacer eso mismo?
Las acciones militares en Gaza y en el norte del Líbano representan uno de los momentos más bajos de la causa palestina, que se ha acostumbrado a los reveses, los retrocesos y las derrotas. Apenas unos días antes del 40º aniversario de la Guerra de los Seis Días -junio de 1967-, ver a palestinos no combatientes huir de Nahr al-Bared, con niños aterrorizados agarrados a las faldas de mujeres que llevaban en la cabeza sus escasas pertenencias, ha rememorado las imágenes más desgraciadas de la reciente historia de Palestina.
No cabe la menor duda de que Israel y sus 40 años de ocupación son los máximos responsables de lo que ocurre en la actualidad. Veamos algunos datos: desde 1967, el Estado judío se ha anexionado la parte oriental de Jerusalén (incluidos los santos lugares de la Ciudad Vieja), ha ampliado unilateralmente sus fronteras hasta docenas de kilómetros en el interior de Cisjordania y ha instalado en ellos a unos 250.000 judíos israelíes. Se han construido decenas de miles de viviendas en Jerusalén oriental para ellos y poquísimas para los palestinos árabes, en su propio territorio.
Han trasladado a otros 250.000 israelíes a docenas de asentamientos exclusivamente judíos en Cisjordania, comunicados en la actualidad mediante carreteras exclusivas para ellos. Han encajonado Cisjordania dentro de un muro y una valla de separación de 700 kilómetros de longitud que suponen, de hecho, la anexión del 12% del territorio cisjordano. Y otro 60% a lo largo del valle del Jordán resulta inaccesible a los palestinos por razones de seguridad. A pesar de que Israel se retirara de la Franja de Gaza en el 2005, sigue siendo un territorio sitiado y aislado y no hay prácticamente movimiento normal alguno de mercancías ni de personas, ni de entrada ni de salida de la Franja, ni entre ésta y Cisjordania.
Desde 1967, entre 650.000 y 700.000 palestinos han sido detenidos o encarcelados por Israel sobre una población total en los territorios ocupados que en la actualidad es de 3,8 millones de personas. Desde la primera intifada, en 1987, 80.000 palestinos han resultado muertos o heridos, en su inmensa mayoría, civiles desarmados.
No obstante, a pesar del lastre brutal e ininterrumpido de la más prolongada ocupación que se haya visto en los tiempos modernos, nada de esto es suficiente para echar la culpa de todo a Israel. Hay otros factores en juego. Lo que en otros tiempos fue un movimiento nacional palestino totalmente entregado y vibrante se encuentra en la actualidad carente, prácticamente, de una dirección eficaz. Sus negociadores parecen incapaces de estar a la altura de los enormes retos que la nación tiene planteados. Las antiguas facciones nacionalistas de tendencia marxista han quedado marginadas. Fatah, que en su momento representó la encarnación de unas aspiraciones nacionales ambiciosas, está dividida en un millar de facciones y es incapaz de recuperar su gloria perdida ante la ausencia de su fundador, Yasir Arafat. Hamas es una organización políticamente inexperta y sufre, además, el boicot del resto del mundo. Su atractivo es excesivamente escaso para reemplazar a Fatah o para sustituir la abundante mística del nacionalismo palestino con un discurso y unos objetivos islamistas.
Fatah y Hamas se han enredado en una lucha por el poder con consecuencias fatales. Hay en ambos bandos elementos incapaces de dejar a un lado este enfrentamiento y reacios a considerar cualquier reclamación de cohabitación o de coexistencia política. Pero incluso en el supuesto de que no fuera así, es evidente que Estados Unidos e Israel, con el apoyo del Reino Unido, han hecho lo posible por socavar el Gobierno de Haniya [líder de Hamas, fuerza más votada en las pasadas elecciones] con ese empeño suyo de montar una Guardia Presidencial de la Autoridad Palestina para intimidar a Hamas y, finalmente, someterla por la fuerza.
A pesar de este apoyo exterior, la Autoridad Palestina se sigue mostrando paralizada e incapaz. Lo más probable es que la Guardia Presidencial no suponga otra cosa más que una contribución a la proliferación de grupos armados en la escena palestina y que se disperse en cuanto tenga que someterse a la prueba de enfrentarse a sus compatriotas palestinos. La plaga del salafismo en la estela de Al Qaeda ha invadido ya Gaza y el embargo patrocinado por Estados Unidos, y apoyado por la Unión Europea, sobre el que pivotan la ocupación interminable y el fomento del conflicto interno entre palestinos, no hace sino alimentar estas tendencias de cara al futuro.
Parece que no hay ninguna solución inmediata a las consecuencias acumuladas de las múltiples presiones, tanto israelíes como exteriores, y a la desastrosa decadencia interna que afligen en la actualidad a los palestinos. Su situación, en franco deterioro, no inspira confianza alguna en que sean capaces de controlar de manera eficaz las zonas que Israel pudiera desalojar. Y, entretanto, el sistema político israelí está por su parte aquejado de problemas profundos y la debilidad de sus dirigentes los hace incapaces de tomar decisiones y de ponerlas en práctica.
Por su propio interés, los israelíes necesitan reflexionar detenidamente sobre las consecuencias de la ocupación, corrosivas a largo plazo, y sobre sus efectos en el propio futuro de Israel como lugar de acogida, supuestamente seguro, del pueblo judío. Los árabes no pueden seguir proclamando sus simpatías por los palestinos al mismo tiempo que someten a los más indefensos de ellos a una violencia sin sentido.
Los palestinos también tienen que reflexionar detenidamente sobre sus perspectivas de futuro. La prioridad ha de ser la recuperación de su movimiento político nacional dentro de un espíritu de auténtica unión colectiva y de objetivos comunes alcanzables. La alternativa no radica sólo en que, de no ser así, permitirían que se perpetuara la ocupación sino también en que darían pábulo a la idea de que, de aquí en muchas décadas, no serán, por así decirlo, merecedores de la libertad a la que legítimamente tienen derecho y que con tanto apasionamiento desean.

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