13 jul 2008

Respuestas a John Pilger

Basta de mentiras (periodísticas)/ Raphael Schutz, embajador de Israel en España
Publicado en EL MUNDO, 12/07/08;
Hace semanas un grupo de jóvenes lanzó una iniciativa por internet, protestando por la actitud y el trato injusto de Israel por parte de los medios de comunicación españoles. El pasado 4 de julio, en este mismo diario, se publicaba el artículo de John Pilger Del Triunfo a la tortura, un ejemplo que pone claramente de manifiesto la validez de los planteamientos de quienes insisten en el sesgo informativo en lo relacionado con Israel.
La acusación más grave presentada por el autor aparece en el único destacado de la edición impresa: «Israel ocupa uno de los lugares más altos de la clasificación internacional en asesinatos de periodistas, sobre todo palestinos». La más grave pero también la más fácil de desmentir. El Comité de Protección de Periodistas, una ONG que mantiene un sitio en internet con información estadística actualizada, indica que en los últimos 16 años han muerto 693 periodistas en zonas de enfrentamiento. El conflicto palestino-israelí no figura en la lista de los 20 más sangrientos. La acusación de Pilger carece de cualquier fundamento basado en la realidad. Decidan ustedes si se trata de un error o de una mentira insidiosa. Más allá de la incorrección del dato, Pilger peca también en la elección de la terminología. Israel no «asesina» a civiles inocentes en general, ni a periodistas en particular. Las acciones militares israelíes van dirigidas contra los terroristas y hacia los puntos desde los cuales se originan los disparos y lanzamientos de cohetes palestinos. Como ocurre en cualquier guerra, a veces, lamentablemente también se producen víctimas inocentes. Así se produjo el caso del único periodista palestino muerto en 2008; estaba realizando su trabajo junto a un grupo de palestinos que lanzaban cohetes contra población civil israelí. El ejército de Israel respondió con fuego causando la muerte del periodista.
Sigamos. Pilger escribe que Gaza sufre de «olvido». Es una afirmación ridícula cuando casi no pasa un solo día sin que aparezca alguna noticia en los medios de comunicación sobre el sufrimiento en Gaza. De hecho, su sufrimiento es mucho más mediático que el de otras personas en otros lugares con conflictos y situaciones mucho más dramáticas. En Darfur, por ejemplo, siguen muriendo miles de personas, y ni siquiera hay una foto o un breve en los diarios. Por el contrario, cada apagón en Gaza genera portadas. Esto también tiene su explicación. En Darfur, unos musulmanes masacran a otros musulmanes, y esto no interesa a nadie. Pero Gaza da a la empresa de la mentira la oportunidad de pintar a Israel como el más consumado verdugo.
De hecho, en el contexto de lo que ocurre alrededor de Gaza sí hay olvido. Es el olvido del sufrimiento de la población israelí de las ciudades más próximas a la frontera, que llevan años viviendo bajo una lluvia diaria de cohetes. Introduzcan en Google o en cualquier otro buscador en Internet «Gaza» y «Sderot» (la ciudad israelí machacada por los cohetes palestinos) y vean quién está en el olvido.
La mayor parte del artículo de Pilger está dedicado a describir detalladamente un incidente del periodista Omer con la seguridad israelí. Dado el nivel de credibilidad del autor por lo dicho hasta el momento, podría limitarme a decir que lo que cuenta tiene el mismo nivel de fiabilidad que el resto. No lo voy a hacer. Estoy dispuesto a aceptar que cada palabra sobre este asunto es cierta. Aún en este supuesto he de hacer dos objeciones. Primera: el abuso de autoridad y el extralimitarse en la brutalidad por parte de las fuerzas de seguridad no es un invento israelí. Se da en todos los países, incluidos los democráticos, y obviamente deben ser castigados conforme a la ley. Segunda: y quizás la principal, Pilger no hace referencia alguna al contexto en que se produjo el hecho. Los agentes de seguridad que examinaron a Omer han sufrido muchas veces casos de suplantación (una persona haciéndose pasar por otra), o de gentes que han llegado a los puestos de control y se han hecho explotar causando terror y muerte a su alrededor. En otras palabras, Israel es un país que presenta valores occidentales frente a elementos que quieren poner fin a su existencia y ponen la muerte como valor supremo. Por supuesto, hay cosas de Israel merecedoras de crítica y, sin duda, lamentablemente, se dan casos de agentes de seguridad que se extralimitan en sus funciones. Sin embargo, la focalización exclusiva en un caso concreto y descontextualizado por parte de Pilger es otro síndrome característico del trato injusto a Israel en los medios de comunicación. Por cierto, cada vez que se produce el caso de un ciudadano (o periodista) que es tratado de forma ofensiva en un aeropuerto, frontera o comisaría, ¿el señor Pilger escribe un artículo? Lo dudo.
Fiel hasta el final a su falta de precisión, en los últimos párrafos del artículo afirma que el embajador de Israel en el Reino Unido «se quejaba públicamente de que hay muchos británicos que ya no aprecian como antes la singularidad de la democracia israelí». En realidad, lo esencial que dijo el embajador es que en la universidad y en el ámbito académico ingleses se está produciendo una campaña sistemática de deslegitimación de Israel como hogar nacional del pueblo judío.
Frente a todo lo anterior, lo que a mí me queda es la duda de si en su último libro (Basta de mentiras), Pilger hace autocrítica. Tengo la sensación de que vosotros conocéis la respuesta.
Del Triunfo a la tortura/John Pilger, reconocido periodista de investigación y director de documentales cinematográficos. Su último libro en castellano es Basta de mentiras, Editorial RBA
Publlicado en EL MUNDO / THE GUARDIAN, 04/07/08;
Hace dos semanas hice entrega del Premio de Periodismo Martha Gellhorn 2008 a un joven palestino, Mohammed Omer. Otorgado en memoria de la gran corresponsal de guerra estadounidense, el premio se destina a periodistas que pongan de manifiesto la labor propagandística de las instancias oficiales, «las chorradas oficiales», como las denominaba Gellhorn. Mohammed compartió los más de 6.250 euros del premio con Dahr Jamail. A sus 24 años, ha sido su ganador más joven. Como se lee en la exposición de motivos del premio, «informa cada día desde una zona en guerra en la que él es además un prisionero. Su tierra natal, Gaza, sufre un asedio, hambre, ataques y olvido. El es un testigo profundamente humano de una de las grandes injusticias de nuestro tiempo. Es la voz de los que no la tienen». Mohammed, el mayor de ocho hermanos, ha visto cómo la mayoría de ellos han caído muertos, heridos o han resultado mutilados. Una excavadora israelí arrasó su casa mientras su familia estaba dentro e hirió de gravedad a su madre. Aún así, según el ex embajador holandés Jan Wijenberg, «es una voz moderada que insta a los jóvenes palestinos no a cultivar el odio sino a buscar la paz con Israel».
Llevar a Mohammed a Londres para que recibiera el premio requirió una operación diplomática de gran envergadura. Israel ejerce un control insidioso sobre las fronteras de Gaza y sólo se le permitió salir con la escolta del embajador holandés. El 26 de junio, en su viaje de vuelta, tenía que encontrarse en el paso fronterizo del Puente de Allenby con un representante del Gobierno holandés, que esperaba a las puertas del edificio israelí, ignorante de que Mohammed había sido detenido por el Shin Bet, los servicios israelíes de seguridad, de triste fama. Mohammed fue conminado a desconectar su teléfono móvil y a quitarle la batería. Preguntó si podía hacer una llamada a su escolta de la embajada holandesa y, de manera brusca, se lo negaron. Un hombre empezó a curiosear en su equipaje, rebuscando minuciosamente entre sus documentos. «¿Dónde está el dinero?», preguntó. Mohammed sacó unos pocos dólares estadounidenses. «¿Dónde están esas libras inglesas que tienes?».
«Caí en la cuenta -ha manifestado Mohammed- de que iba detrás del importe del premio Martha Gellhorn. Le respondí que no lo llevaba conmigo. ‘¡Estás mintiendo!’, exclamó. Yo estaba rodeado por ocho agentes del Shin Bet, todos ellos armados. El hombre al que llamaban Avi me ordenó que me quitara toda la ropa. Ya me habían hecho pasar por una máquina de rayos X. Me quité toda la ropa menos los calzoncillos y me insistió en que tenía que quitarme absolutamente todo. Cuando me negué, Avi echó mano a su arma. Yo empecé a sollozar: ‘¿Por qué me tratan así ustedes? Yo soy un ser humano’. ‘Esto no es nada comparado con lo que vas a ver ahora’, dijo. Desenfundó su pistola, me apretó el cañón contra la cabeza y, dejando caer todo el peso de su corpachón sobre mí, me quitó los calzoncillos a la fuerza. A continuación, me obligó a bailar una especie de danza. Otro hombre, que se reía a carcajadas, me preguntó ‘¿Por qué has traído perfumes?’. Le contesté ‘Son regalos para personas que quiero’. ‘¡Vaya, vaya! ¿En vuestra cultura sabéis qué es el amor?’, replicó».
«Cuando se mofaban de mí -ha contado Mohammed-, con lo que más disfrutaban era burlándose de las cartas que había recibido de lectores en Inglaterra. En aquel momento llevaba 12 horas sin comer ni beber, y sin ir al retrete, y como me habían obligado a estar de pie, las piernas se me doblaban. Vomité y perdí el conocimiento. Sólo recuerdo a uno de ellos que me clavaba las uñas en las ojeras, debajo de los ojos, y me arañaba y me desgarraba. Me cogió la cabeza y me hundió los dedos con fuerza por detrás de las orejas, en el nervio auditivo, entre la cabeza y el tímpano. El dolor se volvió insoportable cuando me clavó dos dedos a la vez. Otro hombre me pisó en el cuello, presionando fuerte contra el suelo. Estuve así, tirado, más de una hora. La habitación me pareció un compendio de dolor, ruido y terror».
Llamaron a una ambulancia y encargaron que trasladaran a Mohammed al hospital, pero sólo después de que hubiera firmado una declaración que eximía a los israelíes de los padecimientos sufridos durante su detención. El médico palestino, en un alarde de valor, se negó y advirtió que iba a ponerse en contacto con el acompañante de la embajada holandesa. Alarmados, los israelíes permitieron que se marchara la ambulancia. La respuesta israelí ha sido la habitual en estos casos, que Mohammed era «sospechoso» de contrabando y que «perdió el equilibrio» en el curso de un interrogatorio realizado con todas las garantías, según informó el martes la agencia de noticias Reuters.
Grupos israelíes de defensa de los derechos humanos han documentado las torturas que sufren los palestinos por agentes del Shin Bet con «palizas, inmovilizaciones dolorosas, flexión de la espalda, potro y privación prolongada del sueño». Amnistía Internacional ha informado en numerosas ocasiones de que Israel recurre generalmente a la tortura, cuyas víctimas terminan saliendo de ella como meras sombras de lo que en su día fueron; algunas ni siquiera aparecen. Israel figura en uno de los lugares más altos de la clasificación internacional en asesinatos de periodistas, especialmente de periodistas palestinos, que no reciben más que una atención mínima en comparación con la información prestada al caso de Alan Johnston, de la BBC.
El Gobierno holandés ha manifestado su conmoción por el trato dado a Mohammed Omer. El ex embajador Jan Wijenberg ha declarado que «no se trata de un incidente aislado sino que forma parte de una estrategia a largo plazo para acabar con la vida social, económica y cultural de los palestinos. Soy consciente de la posibilidad de que en un futuro no lejano Mohammed Omer caiga asesinado a manos de cualquier francotirador israelí o por un bombardeo».
Mientras Mohammed recibía el premio en Londres, el nuevo embajador de Israel en Gran Bretaña, Ron Proser, se quejaba públicamente de que hay muchos británicos que ya no aprecian como antes la singularidad de la democracia israelí. Quizá ahora ya la aprecien.

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