14 sept 2008

Los Bin Laden de Steve Coll


Ser un Bin Laden/STEVE COLL
Publicado en El País Semanal (http://www.elpais.com/), 14/09/2008;
Este texto pertenece a dos capítulos del libro 'Los Bin Laden. Una familia árabe en un mundo sin fronteras', de Steve Coll, que acaba de ser editado en España por RBA; 600 pags. Barcelona, 2008;
Steve Coll es periodista y escritor norteamericano, ganador de dos premios Pulitzer,
En la foto miembros de la familia Bin Laden de vacaciones en Suecia en 1971. Según varias fuentes cercanas a la familia, Osama no acudió a la cita; por eso no aparece en la foto.
Foto de Lauren Shay Lavin
¿Quiénes son los Bin Laden?
Osama Bin Laden tiene 53 hermanos por parte de padre. ¿Quiénes son? ¿A qué se dedican? forman una familia con negocios multimillonarios con los Gobiernos de Arabia Saudí y EE UU, y con decenas de miles de trabajadores. ¿Dónde viven? ¿Cómo superaron el 11-S?
Hubo un cuidadoso plan para sacarlos en secreto de EE UU. El libro 'Los Bin Laden' lo explica con detalle. Cuando se cumplen siete años del atentado, desvelamos qué hizo 'la familia' aquel fatídico septiembre.
1. La escapadaz
El 13 de septiembre de 2001, Jason Blum, un antiguo agente de policía que había pasado a trabajar para una empresa de seguridad privada, recibió una llamada de Airworks Inc., un intermediario de Bolsa de Nueva Jersey de operaciones de vuelos chárter. La empresa estaba organizando un vuelo para sacar a miembros de la familia Bin Laden de Estados Unidos, según dijo su representante. Dados los acontecimientos de las 48 horas anteriores, Airworks había decidido contratar a un guardia de seguridad para proteger a la tripulación del avión: el piloto, el copiloto y varios auxiliares de vuelo. No obstante, Blum no tendría permiso para llevar un arma a bordo, debería confiar en su ingenio y su formación en artes marciales.
Blum preguntó qué llevarían consigo los miembros de la familia Bin Laden. ¿Armas, dinero? ¿Los había obligado a marcharse el FBI? El representante del vuelo chárter le aseguró que esas cuestiones estarían resueltas. Blum aceptó el trabajo. Más adelante le dijeron que llegara a una terminal de aviación privada del aeropuerto internacional de Los Ángeles a las siete de la mañana del 19 de septiembre.
Cuando llegó el día, Blum se vistió con traje y corbata y se dirigió en coche al aeropuerto. Allí lo recibieron varios agentes del FBI que lo cachearon y revisaron su bolsa de mano, y luego lo escoltaron a bordo de un Boeing 727. El avión pertenecía a Ryan International, una compañía de vuelos chárter con base en el medio oeste. Anteriormente, el equipo de béisbol Baltimore Orioles y, más recientemente, el equipo de baloncesto Chicago Bulls habían utilizado ese avión en concreto para desplazarse. La cabina era lo bastante grande para que cupieran unos 180 asientos si el avión estuviera destinado a una línea comercial, pero, para adaptarse a los equipos de deportes, estaba equipada con más lujo. Había unos treinta asientos de piel azul muy cómodos y una barra de bar en forma de semicírculo donde los pasajeros podían estar de pie y charlar.
Al entrar, Blum vio que sólo había dos personas a bordo, ambas mujeres. Una se presentó como una agente del FBI. La otra, una mujer de cuarenta y tantos años, vestida con el estilo elegante pero profesional de una empresaria estadounidense, era Najia Bin Laden.
Todos los agentes del FBI se fueron, las puertas del avión se cerraron y Blum se sentó a hablar con Najia. Estaba "visiblemente disgustada" y "temblorosa", según recuerda Blum. Describió la experiencia novedosa de ser cacheada por una agente del FBI antes de subir a bordo, Blum le contó que acababa de pasar por el mismo procedimiento, y se rieron de la situación.
Najia dijo que había vivido durante años en Los Ángeles, en el barrio de Westwood, y que le encantaba California del Sur. Montaba a caballo, jugaba al polo y tomaba clases de vuelo, y no quería volver a Arabia Saudí. Habló de "lo terrible que era aquella situación y lo horrible que era para el nombre de su familia", relata Blum.
Unos días después de los atentados de Nueva York y Washington, siguió Najia, fue a un gran centro comercial en el oeste de Los Ángeles a comprar ropa. La cajera miró su tarjeta de crédito e hizo un comentario despectivo. Más adelante empezó a temer por su vida. Los agentes del FBI habían visitado su casa el 17 de septiembre, y ella les dijo que estaba muy afectada por los atentados suicidas porque "la violencia no es propia del islam".
Najia le dijo a Blum que llevaba treinta años sin hablar con Osama. No podía creer que un miembro de su familia hubiera hecho algo semejante.
Blum le dijo que tal vez al final el culpable resultaba ser otra persona. Le comentó que tras el atentado terrorista de Oklahoma City en 1995, gran parte de las especulaciones iniciales se habían centrado en los extremistas musulmanes, y luego resultó ser una conspiración terrorista local.
Najia le contestó que no, que aquello era obra de Osama.
Tenía un Corán en las manos. Mientras el avión aceleraba por la pista y se elevaba, ella abrió las páginas del libro y se puso a leer.
En algún lugar por encima de Arizona, Blum se asomó a la cabina de mandos para hablar con el piloto, que tenía unos cuarenta y muchos o cincuenta y pocos años. El copiloto era una mujer que dijo haber volado antes con Southwest Airlines. El capitán le preguntó a Blum quién era, para quién trabajaba y por qué estaba en el vuelo.
Blum explicó que antes era policía, pero que en esos momentos trabajaba de guardia de seguridad para proteger a la tripulación.
El piloto preguntó por qué iba a necesitar él seguridad. Sólo iban a recoger a algunos estudiantes universitarios a Florida y a otros a Washington, para luego llevarlos a Boston. Luego preguntó si tenía una lista de los pasajeros.
Blum se detuvo. Sí la tenía, pero estaba llena de nombres Bin Laden, y era obvio que el capitán no había sido informado. No obstante, no le parecía bien mentir a un piloto de avión, sobre todo estando en el aire, así que le entregó el papel.
"El tipo se puso blanco, blanco como la pared", recuerda Blum. Estaba muy enfadado cuando entregó los datos a la copiloto. Se los pasaron unos a otros. Luego sacaron cigarrillos y empezaron a fumar como carreteros. Blum encontró sus Marlboro y se unió a ellos.
El piloto y la copiloto se pusieron en contacto con su compañía de vuelos chárter y le transmitieron una serie de quejas irreverentes. La tripulación le dijo a Blum que no se ofendiera, pero que les preocupaba un poco su capacidad de controlar la situación cuando el resto de los Bin Laden subiera a bordo, en caso de que algo fuera mal.
(...) Luego, los auxiliares de vuelo se dieron cuenta de quién figuraba en la lista de pasajeros. "Se pusieron hechos una furia", relata Blum.
Finalmente aterrizaron en Orlando, a última hora de la tarde según el horario de la costa este. La tripulación del chárter había decidido sus exigencias: como les preocupaba su seguridad y se sentían engañados, no iban a volar más allá de Orlando a menos que les pagaran 10.000 dólares más.
Blum se enteró de que un canal de televisión estaba informando de que un vuelo relacionado con el 11 de septiembre, la noticia no concretaba qué tipo de relación, se estaba preparando para despegar en Orlando. "Genial", pensó Blum. Empezó a preocuparle que algún chiflado apareciera con un rifle a disparar al azar contra ellos en el asfalto o que intentara dispararles desde el cielo.
Salió del 727 para controlar quién y qué subía a bordo. Su plan de vuelo se encontraba en espera indefinida debido a las exigencias de la tripulación. Tres agentes del FBI patrullaban por el asfalto y la terminal.
Blum habló por el teléfono móvil con un jefe de Ryan Air: cuanto más tiempo pasaran en el asfalto, más peligro corrían de convertirse en un objetivo, argumentaba Blum.
Blum vio a un hombre alto, tal vez midiera un metro ochenta, guapo. Lucía un bigote fino. Era igual que Osama Bin Laden, pensó Blum, excepto que llevaba gafas de sol de diseñador y un traje de Bijan de 5.000 dólares.
Jalil Bin Laden se presentó y se disculpó ante Blum, dijo que sentía que fuera necesaria su presencia.
Najia salió y le preguntó a Jalil a qué se debía aquel retraso. Blum se lo explicó: la tripulación de vuelo no estaba informada de su identidad. Uno de los problemas era que les daba pánico volar con ellos; el otro, que querían más dinero. Jalil, exasperado, dijo que les dieran lo que quisieran. "Salgamos de aquí de una vez".
La tarde del 13 de septiembre, el mismo día que habían llamado a Jason Blum por el vuelo de los Bin Laden, el príncipe Bandar Bin Sultan, embajador saudí en Washington, se reunió con el presidente George W. Bush en la Casa Blanca. Fumaron puros en el balcón Truman, con vistas al South Lawn. El número de fallecidos aún no estaba confirmado, pero se sabía con certeza que eran miles. Las imágenes televisivas de los atentados y sus consecuencias, los oficinistas impotentes que saltaban hacia la muerte desde las Torres Gemelas, las caras desencajadas por las lágrimas y cubiertas de polvo de los heridos, los fragmentos de papel y escombros, los improvisados tablones de anuncios repletos de fotos de los desaparecidos... todo estaba aún latente en el país como una corriente chispeante. Era difícil prever lo que significarían aquellos acontecimientos en última instancia para la alianza entre los Gobiernos de EE UU y Arabia Saudí, pero era obvio que se produciría un replanteamiento por ambas partes.
Bandar insistió más tarde en que aquella noche no molestó a Bush con los planes en los que había estado trabajando en la Embajada saudí para evacuar a la familia Bin Laden, así como a las varias docenas de miembros de la familia real saudí y su séquito que vivían en EE UU. (Un grupo de miembros de la familia real había llegado al país antes del 11 de septiembre para comprar caballos purasangre en Kentucky, otros habían ido de vacaciones a California y Las Vegas). Según Bandar, llamó directamente al FBI para obtener permiso para los vuelos chárter que había organizado, y asegurarse de que los ciudadanos saudíes recibían la protección adecuada ante posibles ataques vengativos. "Esas personas estaban repartidas por todo el país, y con el ambiente caldeado de aquel momento nos preocupaba que alguien se dejara llevar por las emociones y les hiciera daño", dijo Bandar. No dijo a quién había llamado del FBI, pero mantenía una excelente relación con el director, Louis Freeh. Tras arreglar las cosas con la oficina, Bandar llamó a Richard Clarke, el director del departamento de antiterrorismo de la Casa Blanca, que le dijo: "No tengo ningún problema si el FBI no ve ningún inconveniente".
Pasados unos tres o cuatro días del 11 de septiembre, Bandar también llamó a Fred Dutton, un abogado de Washington que había ejercido de asesor legal y político para la familia real saudí durante muchos años. Bandar le explicó que algunos hermanos de Osama estaban en Estados Unidos y querían recibir consejo legal. "Hable con ellos para ver si puede ayudarles", le dijo Bandar. Dutton se mostró remiso, pero aceptó.
Dutton era un abogado decano de Washington de pelo canoso, tenía setenta y tantos años, un hombre que cuidaba su reputación y que hablaba con precisión y cautela. Se dirigió al hotel Four Seasons, en el borde de Georgetown, y subió en ascensor a una suite de dos habitaciones. Allí se presentó a Shafiq Bin Laden y Abdullah Bin Laden, el licenciado en derecho por Harvard. Los dos hermanos llevaban traje. Los tres se sentaron a hablar en la zona del salón de la suite.
Shafiq Bin Laden asistía a un congreso de inversores del Carlyle Group en el hotel Ritz-Carlton de Washington, cerca del Círculo Dupont, cuando el vuelo 77 de American Airlines se estrelló contra el Pentágono al otro lado del río Potomac. Abdullah Bin Laden estaba comprando un café con leche en un Starbucks de Cambridge (Massachusetts), cuando las noticias de los atentados aparecieron en la televisión. Luego se dirigió a Washington para encontrarse con su hermanastro, colaborar en los esfuerzos por evacuar a su familia y asesorar en cómo manejar su situación legal.
Los hermanos pidieron consejo a Dutton sobre "qué hacer, cómo actuar en lo que obviamente era una situación muy embarazosa y caótica para la mayor parte del resto de la familia Bin Laden", según recuerda Dutton. Dijeron que no tenían contacto con Osama, no lo habían visto en mucho tiempo y lo consideraban la "oveja negra", según Dutton.
Los hermanos no solicitaron los servicios del mismo Dutton, pero le preguntaron si podía recomendarles letrados que estuvieran dispuestos a aceptar a los Bin Laden como clientes. Querían un despacho de abogados que les asesorara en términos generales, pero que también pudiera ayudarles en cuestiones legales concretas que pudieran surgirle a la familia en EE UU como consecuencia de los atentados suicidas. Las causas civiles presentadas en nombre de las víctimas eran una posibilidad evidente. El Gobierno estadounidense reanudaría sus investigaciones sobre la situación financiera de la familia y otros temas relacionados. Dutton sabía que la familia Bin Laden había trabajado antes con Sullivan & Cromwell, pero los hermanos no dijeron si se habían puesto en contacto con el despacho, cuya sede en Nueva York estaba cerca del World Trade Center, ni qué había sucedido con su consulta si la habían realizado.
Dutton recuerda que "intentó arrojarles un jarro de agua fría" diciéndoles que no creía que en aquel momento una representación legal sirviera de ayuda real a la familia Bin Laden, ya que era demasiado pronto y los sentimientos estaban a flor de piel, pero aceptó investigar el tema.
Los días siguientes, Dutton llamó a algunos abogados de prestigio de Washington para sondearlos. No iba a implicar a gente que no conociera con llamadas en frío. Por las conversaciones que mantuvo dedujo: "No es el momento, no se puede hacer".
Llamó a los Bin Laden y se lo contó. Les dijo que no creía siquiera que tuviera sentido organizar reuniones de sondeos. Les insinuó que retrocedieran y "dejaran pasar un tiempo de respiro". Asimismo, les aconsejó que evitaran trabajar con los abogados que estuvieran dispuestos a aceptar su caso en aquel ambiente, al final resultarían ser jactanciosos y no ayudarían a la familia. Dutton tenía la sensación de que la propuesta "no tenía la más mínima posibilidad".
Shafiq y Abdullah también se reunieron en Washington durante aquellos primeros días después del 11 de septiembre con Chas Freeman, el anterior embajador estadounidense en Arabia Saudí que había entablado relación con Bakr. Tras abandonar el Gobierno, Freeman era presidente del Consejo para la Política de Oriente Próximo de Washington, al que los Bin Laden hicieron aportaciones económicas durante muchos años. También negociaba tratos comerciales en Arabia Saudí y otros lugares del extranjero. Los hermanos le contaron a Freeman que estaban recibiendo una serie de amenazas terribles. La respuesta del FBI había sido "solícita y amable", y ellos habían intentado ser útiles al contestar a sus preguntas sobre la historia familiar y la situación de Osama en ella, pero, dadas las circunstancias en Estados Unidos, los Bin Laden que aún permanecían en el país tenían la sensación de estar bajo la protección del FBI.
Hablaron con Freeman sobre el problema de las relaciones públicas de la familia. Después de que Osama declarara la guerra a Estados Unidos, los Bin Laden habían contratado a un antiguo periodista de The Wall Street Journal, Timothy Metz, que había creado su propia agencia de comunicación en Nueva York, pero era sobre todo un mero canal de contacto con los medios estadounidenses; les transmitía las preguntas de los periodistas y les pasaba recortes sobre los Bin Laden de la prensa. Freeman aconsejó a Shafiq y Abdullah que contrataran a alguien con experiencia concreta en gestión de comunicación de crisis. Consideraba que los despachos de abogados no eran los asesores ideales en una situación así porque tenían una orientación distinta. Los hermanos Bin Laden dijeron que reflexionarían sobre la idea de Freeman. (...)
Cuando el primer avión se estrelló en el World Trade Center, Yeslam Bin Laden se dirigía al aeropuerto de Ginebra con un amigo. Su teléfono móvil sonó: otro amigo, un banquero de inversiones norteamericano de Nueva York, le contó la noticia. Al principio, Yeslam pensó que era un accidente, que un avión había perdido la ruta de alguna forma. Su amigo volvió a llamarle pasados unos minutos para informarle del segundo choque. Yeslam declaró más adelante que entonces supo que no se trataba de un accidente, pero que aun así no se le ocurrió pensar que su hermanastro estuviera implicado. Le parecía "demasiado sofisticado" para ser obra de Osama. "Nunca pensó ni por un segundo" que Osama "pudiera estar solo en aquel asunto".
Yeslam fue al hotel de Ginebra donde se alojaban su madre y su hermano Ibrahim, que estaban de visita. Vieron las noticias y oyeron mencionar a Osama como sospechoso de ser el cerebro de los atentados. Su madre cayó enferma de la tensión y tuvieron que llamar a un médico.
Al día siguiente por la mañana, la policía suiza llamó por teléfono. Le pidieron a Yeslam que acudiera para una entrevista. En su día, cuando Yeslam había solicitado la nacionalidad suiza, los investigadores suizos ya le habían interrogado sobre la historia familiar y su relación con Osama. En aquel momento querían formularle las mismas preguntas en mayor profundidad. La sesión duró varias horas, según Yeslam. Ese día decidió enviar un comunicado por escrito desde Ginebra: "Estoy impactado por el atentado terrorista criminal que mató a gente inocente ayer. Me gustaría expresar mi más sentido pésame. Toda vida es sagrada y condeno todos los ataques contra la libertad y los valores humanos. Mis pensamientos y mi profunda compasión están con las víctimas, sus familiares y el pueblo estadounidense".
Era la primera y más extensa expresión de condolencia de un miembro de la familia Bin Laden sobre el 11 de septiembre. (...)
Yeslam voló a Cannes (Francia) para encontrarse con Bakr y otro hermano Bin Laden el primer fin de semana después de los atentados. Comentaron "la posibilidad de llevar a todo el mundo de vuelta a Arabia Saudí" para reagruparlos.
La reacción de Bakr a los atentados parecía cautelosa. No realizó ninguna declaración en nombre de la familia, ni concedió entrevistas a los medios ni hizo ningún comentario público durante toda una semana. En aquel momento, la oficina de Bakr emitió un breve comunicado por escrito en nombre de la familia Bin Laden, firmado por su tío, Abdullah, el hermano anciano de Mohamed. El comunicado expresaba "la firme denuncia y condena de aquel desgraciado incidente, que causó la pérdida de muchos hombres, mujeres y niños inocentes, y que contradice la fe islámica".
En privado, Bakr era más franco. Sabry Ghoneim, el asesor de comunicación de la familia en Egipto, recuerda que Bakr le dijo: "Es un acto criminal. Si Estados Unidos busca venganza, está en su derecho, porque es el precio a pagar por la gente que ha muerto". No era una forma de expresarse nueva cuando Bakr hablaba de Al Qaeda en privado. (...)
En cambio, el tardío comunicado autorizado por Bakr siguió lo que se había convertido en la política del Gobierno saudí. Durante los primeros días y semanas después del 11 de septiembre, los príncipes y portavoces saudíes denunciaron la terrible violencia de aquel día, expresaron su compasión por las víctimas y dijeron que los atentados contradecían los principios del islam. No obstante, los manifiestos saudíes por lo general no hacían referencias concretas a Osama, a Al Qaeda ni a la nacionalidad saudí de 19 de los secuestradores del 11 de septiembre. De hecho, en diciembre de 2002, el príncipe Nayef, ministro de Interior, que había tenido una larga relación con Osama y los Bin Laden, aún se negaba a reconocer que los secuestradores fueran saudíes e insinuó que el 11 de septiembre había sido una conspiración sionista destinada a desacreditar a los musulmanes. (...) Las palabras de Nayef corrieron en los círculos políticos y en los medios de comunicación estadounidenses como un gas tóxico lanzado desde una cueva sellada hace tiempo.
Algunos saudíes celebraron los atentados del 11 de septiembre. Saad al Faqih, el disidente exiliado, a?rmó que corrían mensajes de texto en los móviles por todo el reino diciendo "Felicidades" y "Oremos por Bin Laden", y que se mataron ovejas y camellos para los banquetes de celebración. Se puede cuestionar la credibilidad de Faqih porque no se encontraba en el reino saudí, pero otros que sí estuvieron allí reconocen que la celebración era por lo menos un elemento de la reacción popular inicial. La alegría se mezclaba con el miedo a las represalias contra los árabes y musulmanes, además de la confusión sobre cómo podía haber llevado a cabo una conspiración tan ambiciosa un grupo suelto de individuos con base en Afganistán. La inverosimilitud de los atentados era interpretada por mucha gente como una prueba empírica de la implicación sionista. En el fondo de esa reacción se encontraba el sentimiento de agravio hacia Estados Unidos e Israel alimentado por muchos árabes, aunque la mayoría no tuviera un contacto significativo con ninguno de esos países. Los medios y Gobiernos árabes cultivaban ese discurso en parte porque desviaba la rabia por los fracasos locales. El 11 de septiembre exacerbaba todas esas percepciones. (...)
Bassim Alim, un abogado de Yedda relacionado por su matrimonio con la familia Bin Laden, resumía la típica actitud saudí: "Aunque no apruebo lo que ha hecho Osama, no voy a llorar por los corazones rotos de las madres, las hijas y los padres estadounidenses [...] Tal vez lo que hizo estuvo mal, pero es la justicia divina, la manera que tiene Dios de ayudarnos. A veces ocurre que un criminal mata a otro criminal: es la manera que tiene Dios de impartir su propia justicia". Tras los atentados de Nueva York y Washington, dijo Alim, asistió "a muchos eventos y reuniones sociales con gente de distintas clases sociales, fueran extremistas liberales o extremistas religiosos, y se compartía esta idea: 'Osama ha destruido nuestra imagen. [... ] Pero, al fin y al cabo, los estadounidenses se lo merecen". (...)
El 19 de septiembre, mientras el avión que llevaba a Najia y Jason Blum volaba hacia Orlando desde Los Ángeles, agentes del FBI escoltaron a Jalil y su familia al aeropuerto internacional de Orlando. Entre los viajeros se encontraba Isabel, la esposa de Jalil, y su hijo Sultan. Los agentes del FBI interrogaron a los pasajeros que embarcaban y examinaron su equipaje.
Jalil salió a la pista, allí se encontró con Jason Blum y se enteró de la revuelta de la tripulación del vuelo (...)
Blum gastó la batería de su móvil hablando con Bob Bernstein, el ejecutivo de Ryan Air a cargo del vuelo chárter, intentando resolver con él las exigencias monetarias de la tripulación. Blum y Bernstein bromearon por teléfono con que ellos sólo eran dos judíos que intentaban sacar a la familia Bin Laden del país. Al final solucionaron la cuestión económica, básicamente cediendo a las peticiones de la tripulación, según Blum.
El piloto y la copiloto volvieron a subir a bordo, los Bin Laden ocuparon sus asientos y despegaron hacia el aeropuerto internacional Dulles de Washington. En una terminal de aviación privada se encontraron con Sha?q y su ejecutivo financiero afincado en Londres, Akber Moawalla, que le había acompañado a EE UU para asistir a la reunión del Carlyle Group el 11 de septiembre.
También embarcó en el avión de Washington Omar Awad Bin Laden. Al parecer, una vez había compartido un discurso con el Abdullah Bin Laden que dirigía la oficina local de la Asamblea Mundial de Jóvenes Musulmanes. (...) De todos los pasajeros del vuelo Bin Laden, Omar es el único que se sepa que podría haber tenido relación con las prédicas o la organización islamista. Sin embargo, por extraño que parezca, Omar fue uno de los pocos pasajeros del chárter a los que el FBI no interrogó.
A medida que con cada parada el número de miembros de los Bin Laden a bordo del 727 aumentaba, en la cabina cada vez se respiraba más un ambiente de reunión familiar triste, recuerda Blum. Algunos de los Bin Laden a bordo hacía mucho tiempo que no se veían y se saludaban exaltados. Otros lloraban y se mostraban visiblemente disgustados. Unos tomaban té o refrescos en la barra. Casi todos fumaban nerviosos. (...)
Mientras el avión volaba hacia su salida definitiva del espacio aéreo estadounidense, daba la sensación de que los Bin Laden podrían estar abandonando EE UU para siempre, o como mínimo por mucho tiempo. Najia y Jalil comentaron a Blum que tal vez tendrían que cambiarse el nombre si regresaban algún día.
En Boston embarcó un grupo de estudiantes universitarios de la tercera generación de la familia. Uno era Nawaf, el primogénito de Bakr; otro, Salman, el hijo de Salem, estudiante en la Universidad de Tufts. Unos doce miembros más jóvenes de los Bin Laden subieron al avión en Boston, y muchos tenían un aspecto y un acento muy estadounidenses. Uno de los estudiantes varones comentó que acababa de empezar el segundo curso en la universidad y que por fin había conseguido un documento de identidad falso de cierta calidad para poder salir a discotecas y bares con sus amigos, y que no le iba a servir de mucho en Arabia Saudí. (...)
El FBI realizó su última inspección en el avión en el aeropuerto internacional Logan de Boston, comprobó el equipaje y habló con los pasajeros. El piloto y la copiloto desembarcaron y subió una nueva tripulación. En teoría, Blum debía abandonar el avión en Boston, pero Najia y Jalil le pidieron que se quedara todo el viaje hasta París, y él aceptó. Al final despegaron y abandonaron el espacio aéreo estadounidense. Debido a la limitada autonomía del 727, iban a reponer combustible en Nueva Escocia, y luego en Islandia, antes de llegar a Francia, pero al fin EE UU quedaba atrás.
2. El refugio
Egipto se convirtió en un centro de recuperación y santuario para los Bin Laden tras el 11 de septiembre. Estaba la granja de Jaled y sus otras propiedades en El Cairo y los alrededores, así como otras casas unifamiliares y fincas propiedad de otros hermanos de Bakr. Allí se encontraba la isla Bin Laden y el complejo turístico independiente propiedad de Bakr en Sharm el Sheikh, en el mar Rojo. Como Beirut, Egipto ofrecía un respiro de la humedad puritana de Yedda, pero sin las complicaciones que surgían al cruzar fronteras o utilizar tarjetas de crédito en Europa o EE UU. Era un país activo y acogedor, un lugar donde tanto el sector de la familia de la mezquita como el del Hard Rock Cafe podían relajarse.
También ofrecía la distracción del trabajo. La filial Bin Laden en Egipto empleaba unas mil personas y había logrado varios contratos de obras en el aeropuerto de El Cairo y Sharm el Sheikh después de 2002. Dichos proyectos contaban con el apoyo parcial del Banco Mundial, que ofrecía una aprobación visible de la legitimidad de las empresas familiares. La violencia de Osama obligó a realizar un ajuste: el Gobierno egipcio pensaba que si las señales de construcción repartidas por dos de sus aeropuertos internacionales más importantes llevaban el nombre Bin Laden, los turistas extranjeros podrían sentirse confusos y preocupados, así que la filial local cambió el nombre por Al Murasim.
A finales de 2005 estaba claro que los Bin Laden no sólo iban a sobrevivir a Osama, sino que tal vez prosperarían como nunca. La familia real saudí permaneció a su lado y garantizó la continuidad de su prestigio como los constructores de edificios más importantes de La Meca y Medina. El rey Fahd murió en el verano de 2005, pero Bakr ya había cultivado las relaciones con su sucesor, Abdullah. Los Bin Laden se apresuraron a reunirse en Riad ese verano para jurar lealtad al nuevo rey. En vez del inicio de un nuevo periodo de incertidumbre para los Bin Laden, el ascenso de Abdullah prometía nuevas oportunidades. Los Bin Laden no sufrían reacciones violentas políticas en Arabia Saudí. Como gran familia con su oveja negra correspondiente, los Al Saud actuaron según sus principios apoyándoles, pero Abdullah también lanzó un mensaje subliminal al mundo islámico: la familia real saudí no aprobaba la conducta de Osama, pero no iban a clamar venganza contra él ni su familia, como a veces ocurría con las familias de disidentes en el mundo árabe. Como siempre, los Al Saud necesitaban los conocimientos de los Bin Laden. Entretanto, la guerra de Irak degeneraba, los precios del petróleo subían por encima de los 70 dólares el barril y la construcción vivía un momento de auge en el reino saudí y el vecino Dubai. Se anunciaban nuevos rascacielos de apartamentos y oficinas, centros comerciales, autopistas, mezquitas y aeropuertos; hasta una constructora inexperta y mal organizada prosperaría en ese ambiente. (...) Los Bin Laden gozaban de una excelente posición para lucrarse.
El impulso de modernizar e internacionalizar las empresas familiares, supervisadas por Bakr y Yahya, había cosechado un gran éxito. Tal vez los hermanos ingenieros no fueran tan glamurosos ni divertidos como Salem, pero, tras muchos años de arduo trabajo, habían situado a los Bin Laden en posición de disfrutar de una riqueza constante y segura, y habían conseguido traspasar la fortuna familiar intacta a través de varias generaciones. (...)
Yahya Bin Laden dijo a finales de 2005 que esperaba que el número de empleados de las empresas Bin Laden aumentara de 35.000 a unos 75.000 durante la década siguiente mientras la riqueza del petróleo siguiera repercutiendo en la región del Golfo. Esperaba seguir diversi?cando las empresas familiares para que los contratos de construcción tradicionales pudieran generar en última instancia sólo un cuarto de los ingresos de los Bin Laden. Citó un dicho árabe: "La primera generación gana dinero, la segunda intenta conservarlo y la tercera lo derrocha". (...)
Cuanto más tiempo pasaba tras el 11 de septiembre, menos importancia parecían tener los atentados para el futuro de la familia. En Estados Unidos, las familias de las víctimas presentaban demandas, unificadas bajo el título In Re Terrorist Attacks On September 11 [Sobre los atentados terroristas del 11 de septiembre], donde se mencionaba el Saudi Bin Laden Group, y a cuatro hermanos Bin Laden (Bakr, Omar, Tariq y Yeslam) como acusados. Una de las demandas alegaba que, "bajo el control de Bakr Bin Laden", el Saudi Bin Laden Group había "proporcionado importante material de apoyo y ayuda a Al Qaeda". Los Bin Laden contrataron a Jones Day, un gran despacho de abogados estadounidense cuyas oficinas en Washington ocupaban un edifcio de granito frente al Capitolio, para que llevara la defensa de la familia. Las facturas en servicios legales que pagaron los Bin Laden en ésta y otras cuestiones relacionadas enseguida superaron los 10 millones de dólares, según lo que Bakr le dijo al Gobierno saudí, pero fue un dinero bien invertido: a principios de 2005, el juez de distrito Richard Casey de Nueva York desestimó la acusación contra los Bin Laden como demandados según fundamentos jurídicos. Permitió que se siguiera investigando si el Saudi Bin Laden Group podría haber tenido una actividad importante en Estados Unidos para justificar su inclusión en la demanda, pero como mínimo pasarían años hasta que la demanda considerara la relación de la empresa con Osama, si es que había alguna.
Desert Bear salió a la venta hacia 2004 por unos cuatro millones de dólares, más de veinte años después de que Salem comprara la finca y aterrizara con sus helicópteros en el césped. Como la propiedad y titularidad la tenía en Florida una corporación liberiana, el comprador no podía adquirir el terreno o la casa directamente, sino que debía hacerse con acciones al portador transferibles en la empresa liberiana y luego intentar demostrar la titularidad a las autoridades de registro de propiedad de Florida, según varias personas que preguntaron sobre la cotización de la propiedad. A los compradores potenciales se les dijo que tendrían que transferir o entregar dinero en el extranjero para comprar el control de la empresa liberiana, ya que los Bin Laden no querían ir a EE UU a cerrar la transacción. Los interesados que resistieron en esas negociaciones pensaban subdividir la propiedad y construir casas residenciales. Era un final triste para la excepcional historia de la finca. (...)
A medida que se reducía la presión sobre la familia, Bakr prosperaba. Tomó como tercera esposa a una mujer mucho más joven, menor de 20 años cuando él la conoció, y se casó con ella hacia 2004. Bakú introdujo más ocio en su agenda: pasaba las vacaciones en una isla privada de las Maldivas, visitaba un complejo turístico en Bali, se relacionaba con otros hombres de negocios ricos de Arabia Saudí, propietarios de yates, en Beirut; asistía a espectáculos aéreos en Dubai, y charlaba durante horas con colegas sobre los últimos modelos de jets privados. La seguridad de Bakr parecía ser un reflejo de la de Arabia Saudí: el torturador del reino, Sadam Husein, estaba condenado a la horca, Osama estaba escondido y los atentados de Al Qaeda dentro de Arabia Saudí, aunque en ocasiones resultaban inquietantes, eran poco más que un fastidio; los precios del petróleo estaban por las nubes, los planes políticos y de sucesión de Arabia Saudí eran estables, y seguro que EE UU tendría cuidado con formular amenazas desde Irán. ¿Qué tenían que temer?
En La Meca, el corazón del islam y centro de la fortuna Bin Laden, la York International Corporation de Pensilvania instaló durante 2005 un complejo de unidades de aire acondicionado industriales, o refrigeradores de agua, en una colina de roca volcánica llamada Jabal Qala, o Montaña del Castillo. Era el proyecto de instalación de aire acondicionado industrial más grande realizado por York desde el proyecto de la mezquita del Profeta en Medina que habían emprendido en asociación con los Bin Laden. En aquella ocasión no se trataba de un santuario religioso refrigerado en el desierto, sino de un proyecto de apartamentos y un hotel de siete torres que daba a la Gran Mezquita de La Meca. Según un ejecutivo de York, cuando se terminó, el proyecto de La Meca superaba al de la mezquita del Profeta como el sistema de aire acondicionado más grande del mundo.
Durante el último boom del petróleo, todos los hombres de negocios del Golfo con beneficios en propiedades o un bono empresarial que gastar codiciaban un apartamento con vistas a La Meca. En 2005, la fiebre de las propiedades en la ciudad santa rivalizaba con la de South Beach en Miami. Al principio, los Bin Laden pensaron que no se iban a molestar con el tiempo y los gastos que suponía vender unidades individuales de apartamentos en la Montaña del Castillo, así que vendieron una torre entera a inversores de Kuwait. Cuando supieron los precios de venta que estaban alcanzando los apartamentos del edificio, los Bin Laden (...) decidieron que en un futuro "venderían ellos mismos al detalle todos los apartamentos" para potenciar al máximo los beneficios.
Con la familia Faqih, otro grupo empresarial saudí con una oveja negra que vivía en el exilio, los Bin Laden planearon un proyecto de una torre de apartamentos todavía más ambicioso en la montaña Omar, con vistas a La Meca, un proyecto que requería eliminar la cima volcánica de la montaña para poder construir. Este desarrollo contemplaba la construcción de cuatro torres, cada una de unas treinta plantas, con cien ascensores y un total de más de 4.600 apartamentos. Habría un hotel de cinco estrellas, un centro comercial y aparcamiento para 2.000 coches. La evolución comercial, en expansión y rentable, de los lugares santos del islam había llegado a su punto culminante, y los Bin Laden participaban en todos los proyectos más ambiciosos.
También eran socios en el proyecto Ciudad Económica Rey Abdullah, anunciado a finales de 2005, cuando los precios del petróleo subieron por encima de los 50 dólares el barril. El nuevo rey se apropió de terreno sin explotar a lo largo de toda la zona norte del mar Rojo en Yedda y anunció una ciudad diseñada para rivalizar con Dubai. Abdullah declaró que el proyecto costaría unos 27.000 millones de dólares. Tenía pensado crear el puerto Millenium, que haría la competencia a los puertos comerciales más grandes del mundo; vías ferroviarias de alta velocidad y aéreas que conectaran el resto del país; un distrito industrial de plantas petroquímicas y de otro tipo; un complejo turístico junto al mar que atrajera a los turistas, coronado por el primer campo de golf de 18 hoyos de primera clase en el reino saudí; una isla financiera con dos torres de oficinas que se elevaran con 60 o más plantas hacia el cielo, una zona educativa llena de universidades modernas y, por supuesto, más apartamentos. (...) Para las empresas Bin Laden, sólo la construcción tendría "un alcance absolutamente colosal".
"Para las carreteras que quedan por delante" era el titular de un anuncio de autopromoción del Saudi Bin Laden Group en The Washington Post a finales de 2005. "Puede que la construcción sea el centro de nuestra actividad, pero nuestros intereses también se extienden al mundo de los medios de comunicación, la venta al por menor, los proyectos industriales y las telecomunicaciones. Todo forma parte de nuestro proyecto para garantizar que Arabia Saudí siga siendo un centro moderno y dinámico de su región en el siglo XXI".
Al parecer no había ningún aspecto de la segunda ola de proyectos de modernización de Arabia Saudí del que los Bin Laden no sacaran un gran beneficio. Incluso el inestable ambiente de seguridad del reino les ofrecía oportunidades. En mayo de 2003, las células de Al Qaeda dentro de Arabia Saudí perpetraron una serie de atentados, la mayoría poco efectivos, contra el Ministerio de Interior, propiedades estadounidenses en las zonas petrolíferas y el consulado de EE UU en Yedda. Saad, hijo de Osama Bin Laden, exiliado en Irán, fue acusado de haber participado en la organización de los atentados. Las fuerzas de seguridad saudíes (...) lanzaron ofensivas violentas contra los sospechosos de ser simpatizantes de Al Qaeda. Cientos de islamistas cayeron en redadas (...). En abril de 2006, el Gobierno saudí anunció un proyecto urgente de construir nueve cárceles nuevas en todo el país en doce meses. El contrato de construcción se concedió al Saudi Bin Laden Group por un valor estimado de 16.000 millones de dólares.
Este texto pertenece a dos capítulos del libro 'Los Bin Laden. Una familia árabe en un mundo sin fronteras', que acaba de ser editado en España por RBA.

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