25 sept 2008

Recuerdos

Se me borró el casete/Leticia Huijara
Publicado en El Centro, 20 de septiembre de 2008:
Con mi cambio de casa, el pasado se me ha venido encima. Pensaba que una vez que terminara de sacar y guardar los vestidos y las botas pasadísimos de moda, que ya nunca me voy a poner pero que voy a seguir guardando, y los libros que evidentemente ya no aguantan otra lectura, porque están a punto de deslomarse, las cajas sin abrir ya sólo podían contener cosas útiles y, en todo caso, fotos que no ocuparan demasiado espacio y fueran susceptibles de guardarse en un cajón a la espera de un nuevo cambio o al zarpazo inminente de la vejez (siempre pienso que serán el refugio con el cual sonreiré con nostalgia recordando a los amigos y los momentos gratos compartidos con ellos).
Sintiéndome a salvo de las horas perdidas calibrando la importancia sentimental y ornamental de los objetos, abro una de las últimas cajas para encontrarme con mi muy remoto y añorado pasado musical. Grabaciones en casete, comerciales y caseras, que me remiten a los momentos en los que gastaba horas, a solas o acompañada, armando casetes con mis canciones preferidas (cómo diría un grupo inglés: el soundtrack de mi vida). Es música traída de otros países, cuando la globalización no existía siquiera como palabra y hacía mis recopilaciones robando música de los discos de los amigos. Me entra una tristeza de las buenas al comprender que en esos rectángulos plásticos se quedaron encerradas mis maneras de pensar y de sentir, ya no sé si me acompañan. Lo peor de todo es que no hay un argumento razonable que me haga quedarme con ellos.
¿Para qué guardarlos, si ya ni existen aparatos para tocarlos? Los títulos y los autores a los que me he conservado fiel ya tienen su réplica en disco compacto y si un día me ataca la necesidad de escuchar algo que no haya sido reeditado podré acudir al iTunes, que tiene solución hasta para los pasados imperfectos. Los cuadros de la sala y el comedor esperan pacientes recargados contra la pared desde hace cuatro semanas, el nuevo orden para los libros sigue sin convencerme, la mesa del escritorio es un muestrario de pequeños objetos que no alcanzan todavía un nivel adecuado de clasificación y yo me siento en el suelo a recordar tonadas y momentos en los que grabé las canciones de mis casetes (para este momento ya le puse una cinta adhesiva a un viejo estéreo y logré que las cintas se reproduzcan como en sus viejos y gloriosos tiempos). Pienso en los años transcurridos desde entonces, me acuerdo de mi walkman, aquel armatoste que me acompañó en las calles y en el metro. Me acuerdo de las grabaciones caseras de los cuates que querían dedicarse a la música, del lápiz que servía para enrollar las cintas cuando les daba por atorarse. El caos de mi estudio amenaza con venírseme encima y yo no puedo más que pensar en la manera en que el ritmo del avance de la tecnología nos vuelve arcaicos. Ya nadie dice por ejemplo: “se me borró el casete” como a mí, que ya no recuerdo qué andaba haciendo.

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