18 oct 2008

Ante los desafios de Al Qaeda

Ante los desafios de Al Qaeda/ Fernando Reinares, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos e investigador Principal del Real Instituto Elcano
Publicado en ABC, 17/10/08;
España, al igual que otras democracias de nuestro inmediato entorno europeo, tiene ante sí los desafíos que el terrorismo relacionado con Al Qaida plantea tanto a la seguridad nacional como a la cohesión interna de una sociedad abierta cada vez más diversa, en buena medida debido a la inmigración procedente de países cuyas poblaciones son mayoritariamente musulmanas. Pese a los más de cuatro años y medio ya transcurridos desde los atentados del 11 de marzo en Madrid, los riesgos y amenazas que se asocian con la urdimbre del actual terrorismo global no se han visto aminorados. Algunos de los indicadores que pueden utilizarse para valorar esos riesgos y amenazas son aplicables al mundo occidental en su conjunto, pero otros adquieren un interés mucho más específico desde la perspectiva española.
En primer lugar, los propios dirigentes de Al Qaida, Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri más concretamente, se han venido refiriendo a nuestro país en términos decididamente agresivos desde al menos el año 2006. En esas alusiones hay una serie de contenidos recurrentes, entre los que destacan la pretendida obligación religiosa de recuperar Al Andalus, a fin de que forme parte de un renovado califato panislámico que se ambiciona instaurar mediante una estrategia terrorista, las reclamaciones sobre Ceuta y Melilla, o la presencia militar española en territorios de conflicto generalizado pero que se consideran de dominio musulmán. Además, los principales elementos de este discurso agresivo hacia España y lo español se ha consolidado en la retórica habitual de Al Qaida en el Magreb Islámico, como evidencian los numerosos comunicados que sus líderes han emitido desde inicios de 2007.
En segundo lugar, las operaciones policiales que se han venido sucediendo en nuestro país desde que ocurrieran los atentados del 11 de marzo ponen de manifiesto que el señalamiento de España como blanco del terrorismo relacionado con Al Qaida podía y puede materializarse en nuevos atentados. Quizá no sea ocioso recordar ahora que, durante la pasada legislatura, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado han conseguido desbaratar a tiempo planes para perpetrarlos, en al menos tres ciudades españolas, que se encontraban en distintos estadios de planeamiento. Como ocioso tampoco será recordar que son más de trescientos los individuos detenidos a lo largo de ese periodo de tiempo por su implicación en actividades del terrorismo global, la mayoría de los cuales fueron procesados y enviados a prisión por orden judicial.Estos individuos son fundamentalmente extranjeros que inmigraron a España en los últimos quince años, procedentes sobre todo, aunque no sólo, de Marruecos y Argelia, que es el epicentro de la actividad terrorista en el Norte de África. Sin embargo, no deja de ser significativo el monto de quienes tienen un origen surasiático, especialmente pakistaní, o incluso de quienes disfrutan de la nacionalidad española. Unas veces han hecho suya la ideología del salafismo yihadista, que es el marco de referencia común al conjunto de actores individuales y colectivos del actual terrorismo global, en los mismos países de que proceden y otras en el seno de las comunidades musulmanas que se han establecido en el nuestro.
Comunidades donde las actitudes positivas hacia Osama bin Laden como líder mundial, o hacia Al Qaida y la idea de yihad global que promueve esta estructura terrorista, aun siendo minoritarias, no son desdeñables.Ahora bien, ¿que los riesgos y amenazas del terrorismo global no hayan remitido tras el 11 de marzo, ni en España ni para ciudadanos e intereses españoles en otros países, significa que somos más vulnerables? No, no es así. Cuando ocurrieron los atentados de Madrid, España disponía de unas estructuras de seguridad interior muy desarrolladas y altamente eficaces en la lucha contra el terrorismo de ETA y otras bandas armadas de carácter endógeno. Ahora bien, esas estructuras nacionales de seguridad interior no estaban igualmente adaptadas para hacer frente a los desafíos del mucho más novedoso terrorismo relacionado directa o indirectamente con Al Qaida, un fenómeno que se configura y extiende por buena parte del mundo durante los pasados años noventa y que llegó a establecer en territorio español una de sus principales bases europeas.
No es que no hubiese funcionarios de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, para ser más precisos del Cuerpo Nacional de Policía, que conociesen bien el terrorismo de Al Qaida y sus avatares. Los había, pero eran muy pocos y sin lugar a dudas precarios los medios con que contaban para su labor. Porque no se trataba de un problema al que políticamente se hubiese concedido la relevancia que merecía desde mediada la década de los noventa, pero especialmente tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington o aún más si cabe tras los de Casablanca en 2003, uno de cuyos blancos fue precisamente español. En cualquier caso, ocurridos los trágicos sucesos del 11 de marzo en Madrid y del 3 de abril de 2004 en Leganés, de lo que se trataba era de evaluar si el terrorismo global continuaba siendo una preocupación para España y, caso de ser así, poner los medios necesarios para neutralizarlo.
En esos momentos, una porción nada despreciable de la opinión pública parecía convencida de que lo acontecido en los madrileños trenes de cercanías había sido consecuencia del alineamiento del Gobierno del Partido Popular con Estados Unidos respecto a Irak. Y de que la retirada de nuestras tropas en dicho país supondría la desaparición de los riesgos y amenazas terroristas relacionadas con Al Qaida. En el otro lado del espectro político, diríase que era igualmente considerable la proporción de españoles para quienes detrás de los atentados del 11 de marzo no estaba tanto el terrorismo yihadista como el ya conocido de ETA. Entre esas dos visiones erróneas, ambas de las cuales tendían explícita o implícitamente a minimizar los problemas inherentes al terrorismo global, las autoridades del Ministerio del Interior concluyeron lo que había que concluir: que los riesgos y amenazas que planteaba ese fenómeno persistirían.
Los atentados de ese día dejaron claro que las funciones de información e inteligencia policial no estaban a la altura de las necesidades, que los problemas de coordinación entre Policía y Guardia Civil eran serios, y que la cooperación internacional estaba bien por debajo del óptimo en materia de terrorismo global. A casi nadie extrañará que se procediese a una adaptación de las estructuras de seguridad interior para mejor hacer frente a los desafíos que implica dicho fenómeno. Adaptación que consistió en adecuar cuantitativa y cualitativamente las capacidades de inteligencia policial, crear el Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista, establecer planes tanto generales como específicos de prevención y protección, e impulsar la cooperación con otros países occidentales y del mundo islámico, entre otras iniciativas de relevancia. Iniciativas que gozan de gran aceptación social y añaden valor a la lucha contra ETA.
¿Quiere esto decir que está todo hecho? Claro que no. Quizá sea hora de plantearse, por ejemplo, si nuestra legislación antiterrorista adolece de limitaciones, ajenas a la imprescindible garantía de derechos y libertades, a la hora de tratar el terrorismo internacional. Por otra parte, las medidas tomadas para adaptar las estructuras de seguridad interior ante los desafíos del terrorismo relacionado con Al Qaida deberían imbricarse en una estrategia nacional contra el terrorismo de carácter multifacético e interministerial, que se formalice de manera consensuada y esté en consonancia con una estrategia de seguridad nacional más amplia. Aunque lo más urgente es, probablemente, elaborar y poner en marcha, más allá de las actuaciones de índole policial o penitenciaria al respecto, un plan integrado para prevenir los procesos de radicalización yihadista en determinados ámbitos de las comunidades musulmanas y muy especialmente entre la emergente segunda generación.

Obama y Mc Cain

Obama, Mc Cain y los dueños del fuego/Antonio Núñez es estratega de comunicación. Su último libro se titula ¡Será mejor que lo cuentes! Los relatos como herramientas de comunicación-Storytelling.
Publicado en El País (www.el pais.com) 17/10/08;
Tras la popularización de Internet, la mayoría de ciudadanos, agentes sociales y políticos celebramos el meteórico crecimiento de cuadernos de bitácora, videoblogs o fotoblogs con un eufórico ¡aleluya! Entendimos estas innovaciones como un auténtico soplo de libertad en el hasta la fecha oligopolístico mercado de la comunicación. Por fin no hacía falta poseer capital, ser un Estado, una gran empresa o partido para comunicar un mensaje político a escala planetaria. Dimos por seguro que el espectacular aumento de la oferta de contenidos gratuitos, ocio, educación, comunidades en línea y herramientas para compartir información nos ayudaría a ampliar nuestro círculo social. Dimos por hecho que serían un estímulo para el diálogo social. Estábamos seguros de que nos simplificarían la tarea de forjarnos una opinión propia más contrastada y debatida sobre cualquier aspecto de la realidad. Fenómenos como la retransmisión de la guerra de Irak por los propios soldados norteamericanos, blogueros capaces de poner en jaque a un Gobierno -como el norteamericano Matt Drudge o la cubana Yoani Sánchez- y periódicos creados por sus lectores -soytu.es, ohmynews.com- parecían confirmar las expectativas más optimistas.
Sin embargo, la cobertura mediática de estas elecciones presidenciales estadounidenses, atentamente seguidas por todo el planeta, y su impacto en la construcción social de la realidad nos están obligando a replantearnos nuestra euforia inicial. Puede que las nuevas tecnologías aporten rutilantes oportunidades de comunicación, debate político y cohesión social, pero el uso individualista que estamos haciendo de ellas quizá acabe por mermar las que teníamos antes de su aparición.
El primer virus nocivo que han diseminado las nuevas tecnologías es el fenómeno de la exposición selectiva de los ciudadanos a los medios. Tras la eclosión de Internet 2.0, la competencia de los millones de nuevos emisores, contenidos y medios por captar audiencias es tan feroz que se ven obligados a interrumpir y gritar a los ciudadanos para captar nuestro codiciado tiempo de atención. La jauría es tan ingente e invasiva que terminamos por ignorarla. Empezamos a no leer tanto correo electrónico, mensajes en el móvil, periódicos o blogs, y nos refugiamos en un pequeño círculo social, consultando solamente uno o dos medios afines a nuestras ideas políticas.
En consecuencia, votantes y políticos nos perdemos el enriquecimiento del debate que aportaría el incremento de la pluralidad de colectivos sociales y medios de comunicación. Y, lo peor, acabamos por vivir aún más aislados de la realidad que antes de la aparición de las nuevas tecnologías. Esta fragmentación de la percepción de la realidad explica por qué las tertulias y debates políticos emplean cada vez más tiempo en discutir cuál es la realidad del país en vez de debatir las mejores ideas para mejorarla. Lo que debía ser una democrática fiesta para contrastar ideas se convierte en una frustrante confrontación de cifras y estadísticas esgrimidas por candidatos que parecen vivir en planetas distintos.
El segundo virus producido por el uso de las nuevas tecnologías es la atención selectiva a los medios de comunicación. Soportar la riada de mensajes que inunda a los ciudadanos a lo largo del día supone tal cansancio que terminamos por prestar atención y recordar sólo aquellos aspectos parciales de las noticias u opiniones que refuercen las tesis que teníamos antes de entrar en contacto con los medios. Así se explica que en Estados Unidos sean miles los ciudadanos que aún opinan que el 11-S fue obra de la CIA o que en España todavía existan personas que no tengan clara la autoría del 11-M tras el dictamen del sistema judicial. Consumiendo los medios de esta manera selectiva, éstos dejan de tener la capacidad de provocar replanteamientos de posturas o intenciones de voto para simplemente reafirmar nuestras ideas previas.
El tercer virus nocivo es la credibilidad por identificación. Ante la desconfianza que nos produce la cantidad y diversidad de nuevos emisores y medios terminamos por confiar en aquellos que más se parecen a nosotros. El tirón electoral de la intocable candidata Sarah Palin debido a su capacidad para representar al norteamericano medio es buen ejemplo de ello. Acabamos por creer y confiar no en el político más preparado, con más experiencia o con las ideas más eficaces, sino en el que tiene un origen y biografía parecida a la nuestra, como si reconocerlo o percibirlo cercano fuese una garantía de su capacidad para gobernar.
En una sociedad fragmentada en silos autárquicos, cuyas tecnologías y medios de comunicación están perdiendo la capacidad de cohesionar y propiciar el debate político, donde es tan difícil que un mensaje llegue o, simplemente, hacer que los ciudadanos se interesen por la política, los partidos y candidatos estadounidenses están recuperando una prehistórica herramienta de comunicación: el relato.
El relato presenta múltiples ventajas como herramienta de comunicación política en esta sociedad saturada de mensajes. Un relato capta nuestra atención porque es lúdico, sensorial y emocional. Un relato viaja bien entre los distintos tipos de tecnologías y medios, al adaptarse fácilmente a sus diferentes posibilidades de comunicación. Es una unidad cargada de sentido en sí misma, es mnemotécnico a la hora de volverse a contar y, sobre todo, favorece la propagación del debate. En el lenguaje de los nuevos medios, un relato es viral al ofrecer uno o varios conflictos que deben interpretar sus usuarios.
Como consecuencia del redescubrimiento del arte del relato, o storytelling, Obama y McCain se esmeran en la construcción del que mejor explique el cambio que la sociedad norteamericana demanda. Abren sus discursos con relatos personales que sirven como contexto de lo que quieren explicar. Se apoyan en mitos, como “la ciudad luminosa en la montaña” de McCain o la fuerza transformadora de la “igualdad de oportunidades” de Obama. Intentan encarnar personajes arquetípicos, como el “guerrero” McCain, la “mujer normal” Palin o el “inocente” Obama. Y miman sus ritos, sus brazaletes y estrellas o los de sus seguidores, como las barras de labios en alto de las de Palin.
El tiempo nos dirá si el uso del relato como herramienta de comunicación política servirá para implicar a personas y medios de comunicación cada día más heterogéneos. Si favorecerá el proceso de construcción social de la realidad. Si contribuirá a crear mayor debate y cohesión social o si, por el contrario, los ciudadanos acabaremos hartos de que las campañas electorales se parezcan cada vez más a películas o novelas, cansados de votar a candidatos por su capacidad para encarnar determinado relato y no por su capacidad para gobernar.
Lo que no deja de ser curioso es que las refulgentes nuevas tecnologías de comunicación hayan acabado por arrojarnos de bruces alrededor de la hoguera, alrededor de la cual se vuelven a contar los relatos de las verdades de la tribu. La novedad histórica no es una sociedad con miles de hogueras, de mayor o menor fuego y capacidad de convocatoria, sino que ahora todos sabemos y podemos hacer fuego. Y el que cuente el mejor relato alrededor de él, gana.

A 30 años del nombramiento de Wojtyla

Trigésimo aniversario de la elección de Juan Pablo IIPor Giovanni Maria Vian
La agencia ZENIT.org, distribuye el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de L'Osservatore Romano, en Trigésimo aniversario de la elección de Juan Pablo II.
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La tarde del 16 de octubre de 1978, hace treinta años, la elección del cardenal Karol Wojtyla marcó realmente un viraje en la historia de las sucesiones en la cátedra romana. Después de casi medio milenio -es decir, desde el tiempo de Adriano VI (1522-1523)- el colegio cardenalicio volvió a elegir como Obispo de Roma a un prelado que no era originario de la península italiana. Y por primera vez llegó a ser Pontífice romano un eslavo.
Vino de un país lejano, como dijo inmediatamente Juan Pablo II a la ciudad que amaba ya desde el tiempo de sus estudios y al mundo que pronto comenzaría a recorrer como Papa. Con la pasión de un místico inmerso en su tiempo y con el vigor de una edad relativamente joven (a la que los cónclaves no estaban acostumbrados desde 1846, cuando fue elegido el cardenal Giovanni Maria Mastai Ferretti, de cincuenta y cuatro años).
Así comenzó un pontificado que, después del de Pío ix precisamente, sería el más largo entre los de los sucesores de Pedro. Largo y, sobre todo, de una importancia históricamente decisiva en las vicisitudes del último tramo del siglo XX, hasta entrar en los primeros años del nuevo siglo. Según una visión de la historia que Juan Pablo II dejó trasparentar desde su primera encíclica, donde estaba esbozado el camino del catolicismo encaminado ya a cumplir su segundo milenio.
Karol Wojtyla, nacido el 18 de mayo de 1920 y ordenado sacerdote inmediatamente tras la tragedia bélica desencadenada por totalitarismos que conoció de cerca, fue en 1958 uno de los últimos obispos nombrados por Pío xii y durante el Vaticano ii fue promovido a arzobispo de Cracovia por Pablo VI, que lo creó cardenal a los cuarenta y siete años. En ese tiempo el joven prelado polaco fue un protagonista destacado, aunque no muy conocido, de la Iglesia católica.
Elegido Papa en el segundo cónclave de 1978, después de la muerte repentina de su predecesor, confirmó sin vacilaciones, al asumir los dos nombres, la opción de continuidad con Juan XXIII y con Pablo VI -ya desde hacía tiempo indebidamente contrapuestos- e inmediatamente volvió a dar voz a la así llamada "Iglesia del silencio", ahogada por los regímenes comunistas. El primer Papa eslavo contribuyó a resquebrajar ese mundo hasta el punto de que esta actuación suya es el contexto más probable del atentado, aún no aclarado del todo, que estuvo a punto de acabar con su vida el 13 de mayo de 1981.
Juan Pablo II, aunque quedó seriamente mermado en su fortaleza física, no murió. Vivió y vio el 1989, pero también el 11 de septiembre de 2001, acompañando las vicisitudes de nuestra época con una valentía y una determinación vividas y testimoniadas hasta el último día de su existencia terrena, el 2 de abril de 2005, hasta su último respiro. Así, en la memoria del mundo queda la imagen de aquel Papa que hace treinta años se presentó como venido de un país lejano y que inmediatamente dio visibilidad a la Iglesia católica, sobre todo gracias a sus numerosos viajes internacionales, que lo convirtieron en figura familiar en todas las partes del mundo, pero también con una enseñanza imponente, arraigada en el amor a Cristo y en la defensa del ser humano: una enseñanza escuchada también por muchísimos no creyentes y que no quedará sin fruto. g. m. v.

Explosiones en el penal de Culiacan

Atrae PGR investigación sobre granadas en Culiacán
La delegación de la Procuraduría General de la República en Sinloa asumió las investigaciones, sobre la detonación de dos granadas de fragmentación, en una pugna entre dos grupos de reos antagónicos, en el penal de Culiacan, que dejo un saldo de 10 lesionados.
En el enfrentamiento a balazos, registrado el pasado lunes, los reos, Bernardo Sarabia Quevedo, de 31 años de edad y Gabriel Sanchez Galindo, de 56 años, resultaron muertos por lesiones de arma de fuego y siete más, tuvieron que ser hospitalizados.
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Explosiones en penal de Culiacán por riña; 1 muerto
Javier Cabrera Corresponsal
El Universal, Sábado 18 de octubre de 2008
CULIACÁN, Sin.— Un reo muerto y 10 más lesionados con disparos y detonaciones es el saldo preliminar de un nuevo enfrentamiento entre grupos antagónicos en el penal local.
Grupos del Ejército, la Federal Preventiva y agentes locales volvieron al Centro de Ejecuciones de las Consecuencias Jurídicas del Delito, donde el lunes pasado dos reos murieron a tiros y siete salieron lesionados en una riña.
A raíz de este hecho, en el que perdieron la vida Bernardo Sarabia Quevedo y Gabriel Sánchez Galindo se realizó un revisión y se hallaron cuatro armas.
Dos días después, grupos de la Policía Federal Preventiva y de la Estatal Preventiva localizaron otra arma nueve milímetros.
Ricardo Serrano Alonso, subsecretario de Seguridad Pública del estado, había solicitado a la novena zona militar otra inspección al reclusorio de Culiacán con pistolas moleculares para ubicar rifles automáticos que se presumen en manos de los reos.
El reporte penitenciario indica que cinco reos con lesiones de esquirlas fueron llevados de emergencia al Hospital General e igual número de presos son atendidos en el penal.
Jaime Orlando Rendón, José Carlos Quintero, Juan Manuel Beltrán Olguín y Arsenio Félix Félix son los internos trasladados ayer en la tarde al Hospital General de la ciudad con lesiones de esquirlas y de disparos.
Los datos que se conocen es que al filo de las cinco de la tarde, en el módulo cinco, minutos después de concluida la comida, se oyeron dos detonaciones y luego varios tiros de arma, por lo que se solicitó el auxilio del Ejército y las fuerzas federales.
Genaro Hernández, nuevo director del Centro de Ejecuciones de las Consecuencias Jurídicas del Delito, quien el 2 de octubre tomó el cargo, se mantiene hermético sobre el hecho.

Puedo morir mañana, ya te he besado


Puedo morir mañana ya te he besado/ Armando Manzanero

/
Puedo morir mañana
después de amarte
de haberte conocido y de abrazarte
por mirar tu figura
por sentir tu ternura
por vivir tu dulzura
puedo morir mañana
/
Puedo morir mañana ya te he besado
me distes las caricias que
había deseado
he ganado la gloria
de estar en tu memoria
hicimos una historia
puedo morir mañana
/
Puedo morir mañana
ya nada quiero
a la hora que tu quieras por ti yo muero
ya me has dicho mil veces que
eres mía
no hay nada que supere
esta alegría
La la la lara lara ra
/
Puedo morir mañana ya nada quiero
a la hora que tu
quiera por ti yo muero
ya me has dicho mil veces que tu eres mía
(la verdad) no hay nada que
supere esta alegría

Obama Presidente

Obama, ¿el último cartucho?/Diego Hidalgo Demeusois, master en Relaciones Internacionales por Sciences Po, París, y master en Sociología por la Universidad de Cambridge
Publicado en EL PAÍS, 09/10/08;
Durante el último siglo, Estados Unidos ha dispuesto en el plano internacional de más capital económico y militar (lo que Joseph Nye llama el poder duro) que ningún otro país. Sin embargo, desde Pierre Bourdieu sabemos que, además del económico, el cultural y el social, existe otro tipo de capital más particular y menos sencillo de cuantificar: el simbólico, el prestigio del que un actor dispone en los distintos campos de la sociedad.
No cabe duda de que la superioridad americana se ha apoyado en una fuerte ventaja en la esfera simbólica: Estados Unidos ha sido un país admirado en el resto del mundo, y en cierta medida, lo sigue siendo. Para adquirir esta ventaja simbólica, ha ejercido, sin duda, su superioridad en los planos económico y militar, pero la fascinación por ese país también se ha desarrollado independientemente de éstos.
La primera potencia mundial ha conseguido seducir a través de su cultura, sus valores y sus políticas. A su vez, este proceso ha reforzado los otros tipos de poder de los que dispone: cuanto mejor se atrae a los demás, menos se tiene que gastar en la política del palo y la zanahoria: es la conocida noción de poder blando. Ha sido en parte el capital simbólico el que, por ejemplo, ha permitido a los americanos atraer a talentos del resto del mundo en el campo de la educación, la investigación o la industria, y reafirmarse así periódicamente como líder en casi todos ellos.
En los últimos años -en particular desde 2001-, Estados Unidos ha conocido una crisis de su poder simbólico. Su política exterior, culminada por la desastrosa decisión de invadir Irak, ha prescindido crecientemente de sus aliados y, en consecuencia, ha sido percibida como menos legítima por parte de éstos. Para el resto del mundo ha resultado cada vez más difícil sentirse atraído por los valores predicados por la primera potencia mundial. La promoción a la carta de la democracia y de los derechos humanos se ha interpretado como una hipocresía: Guantánamo y Abu Ghraib son los ejemplos más conspicuos.
Tampoco el hecho de ignorar temas globales tan importantes como el cambio climático ha contribuido a un mayor aprecio. El poder de atracción del modelo socio-económico americano también ha disminuido de forma acusada, minado por un sistema cada vez menos solidario cuyas fallas quedaron al descubierto durante la desastrosa gestión de las consecuencias del huracán Katrina. La cultura norteamericana sigue atrayendo; pero se encuentra en creciente competencia con otras.
A pesar de la dificultad de cuantificar una noción como la del poder simbólico, existen indicadores que ayudan a medir su descenso. Una indicación (insuficiente para cubrir esta amplia noción) la aportan los sondeos de opinión, que muestran el desplome en casi todo el mundo de las opiniones favorables a Estados Unidos: desde 2002, han pasado del 78% al 37% en Alemania; del 52% al 12% en Turquía; del 75% al 30% en Indonesia. Y no son los únicos.
No sólo entre las poblaciones disminuye el aprecio por Estados Unidos. También Estados y Gobiernos le dan la espalda. Washington encuentra cada vez más dificultades para forjar alianzas incluso entre sus aliados tradicionales. En los 10 últimos años, los países que votan sistemáticamente con Estados Unidos en la Asamblea General de la ONU, de media, han pasado del 77% al 30%.
Otro indicador más específico, pero igualmente relevante, tiene que ver con el estancamiento de las solicitudes en las universidades americanas desde el curso 2002-2003, tras décadas de constante aumento. Los extranjeros representan un 15% menos del total de estudiantes en Estados Unidos que hace seis años. En realidad, esta cifra está inflada por el aumento de estudiantes coreanos e indios, lo que suaviza una caída general aún más significativa (un 27% menos de paquistaníes por ejemplo, y un 37% de indonesios desde 2002). Las universidades americanas son un paradigma perfecto del círculo virtuoso que se establece entre formas materiales y simbólicas de capital. Disponen del prestigio del liderazgo mundial en educación e investigación; por tanto, atraen a los mejores alumnos y profesores. A su vez, la presencia de los mejores docentes y estudiantes del mundo contribuye a reforzar su posición en los rankings mundiales, y a mantenerse en la cima. Con todo, es posible que la decadencia simbólica americana haya comenzado a afectar también a sus universidades.
En el plano económico, la caída del dólar en los mercados de divisas no se puede explicar exclusivamente por causas simbólicas, y hay que recurrir a los graves desequilibrios financieros. Sin embargo, el deterioro de su valor y de su posición sí se encuadra en este marco: la supremacía del dólar respecto a las demás monedas, incuestionable hace pocos años, no sólo se apoyaba en instituciones financieras supuestamente sanas y fuertes, sino también en elementos psicológicos en parte derivados del dominio simbólico americano. A su vez, la potencia del dólar contribuía a reforzar su poder simbólico financiero, y la imagen de Estados Unidos como superpotencia. Con el deterioro del dólar desde principios de siglo (más de un 60% contra el euro), los estadounidenses han perdido parte de la renta que les aseguraba su moneda. Estos ejemplos demuestran que el poder simbólico no es una mera noción desconectada del mundo real, ni de las demás formas de capital.
¿Es cíclico este fenómeno o se trata de un desmoronamiento imparable? Es probable que el capital simbólico, cemento del liderazgo americano en el siglo XX, encuentre en las próximas elecciones presidenciales la última oportunidad de remozarse; pero sólo tendrá éxito si el país consigue contrarrestar suficientemente la carga simbólica negativa que ha acumulado de los últimos años.
Mientras al resto del mundo todavía le cuesta perdonar la reelección del presidente George W. Bush en 2004, el candidato John McCain aparece, visto desde fuera, como su continuación. El programa electoral del senador de Arizona, reforzado por su propio pasado en el Ejército, insiste en las formas duras de poder, especialmente en lo militar. En el candidato republicano tampoco se perciben elementos suficientes de autocrítica respecto a la política de los últimos años.
Barack Obama, en cambio, enfatiza una serie de calidades y elementos en los que se ha apoyado el poder simbólico americano, y en particular, su capacidad para renovarse. De convertirse en el máximo representante de Estados Unidos, Obama inauguraría una lista larga de novedades: además, por supuesto, de ser el primer presidente de color, sería también el primer hijo de extranjero en convertirse en primer mandatario, y encarnaría un nuevo “sueño americano” global, al alcance hasta del hijo de un ovejero africano. Al haberse criado en parte en un país musulmán, Indonesia (la nación en la que la popularidad de Estados Unidos más ha caído), Obama rompe radicalmente con un presidente saliente que casi no había viajado fuera de su país antes de su elección. Al haber optado de joven por ayudar a desfavorecidos en vez de enriquecerse como abogado de negocios, Obama ofrece al mundo una cara más solidaria de Estados Unidos que la actual. Al haber estado en contra de la guerra de Irak en 2003, Obama corrige el mayor de los muchos errores cometidos por Bush -seguramente el mayor responsable de la pérdida de poder simbólico americano-.
El hecho de que las encuestas muestren que un 80% de los ciudadanos en el resto del mundo prefiere a Obama ante McCain no significa necesariamente que el primero sea mejor; pero sí indica que su elección renovaría el capital simbólico de EE UU antes de que esta erosión sea tal vez irreversible. Lamentablemente, esto no tiene valor de argumento para los muchos ciudadanos americanos que no perciben su propio interés en el hecho de que su país vuelva a ejercer un poder simbólico fuerte en el resto del mundo.

Obama Presidente

Dudas sobre la imagen mesiánica de Barack Obama/Por Henry Kamen, historiador y su último libro es Imagining Spain: Historical Myth & National Identity, Yale University Press, 2008
Publicado en EL MUNDO (www.elmundo.es), 09/10/08;
Cuando falta menos de un mes para que se celebren las elecciones presidenciales de Estados Unidos, es oportuno preguntarse por qué existe la tendencia en sectores de la prensa europea de presentar al senador de Illinois, Barack Obama, como un nuevo salvador del Occidente. El presidente del Gobierno español ha declarado que le gustaría que éste ganara, pero sería interesante saber por qué él, como antiamericano convencido, expresa de repente interés en los candidatos que se presentan al público americano. ¿Por qué tantos europeos, antes hostiles a América, ponen ahora sus esperanzas en Obama? Una reciente encuesta Gallup de los cuatro principales países europeos -Reino Unido, Francia, Alemania e Italia- revelaba que si se les permitiera sólo a los europeos votar en las elecciones de Estados Unidos, Obama las ganaría por una gran mayoría.
La verdad es que estas opiniones pro-Obama nada tienen que ver con lo que en realidad está pasando en Estados Unidos. Algunos europeos son fuertemente anti-Bush y, por tanto, creen que un candidato, cualquier candidato, del partido opuesto corregirá la política americana. Otros piensan que ya es hora de que un hombre de color tome el liderazgo en América. Otros opinan que la retórica de Obama producirá una nueva América que será la sucesora de la que JF Kennedy pudo haber conseguido. La lista de razones en favor de Obama es larga. Pero está claro que cada una de las razones que los europeos citan se basa más en esperanzas que en la realidad.
Obama no ha conseguido nada significativo en su muy corta carrera política, y tal vez sea ese el motivo de su atractivo. La encuesta de opinión Gallup de esta semana muestra que tiene una ligera ventaja en intención de voto, y es posible que gane las elecciones. El propósito de este artículo -escrito desde un Estado donde la intención de los votantes esta dividido casi por un igual entre los dos principales candidatos- es el de sugerir que Obama probablemente no sea el salvador que aparece en la prensa europea (y, por supuesto, la española). En la práctica, casi nada diferencia a Obama de McCain.
¿Favorecen los europeos al candidato demócrata porque creen que la política exterior en Irak cambiará de pronto? Obama ha sugerido que las tropas americanas serán retiradas de Irak hacia el año 2010, pero sin ningún compromiso claro. En realidad, como acaba de publicar el New York Post, ha pedido al ministro de exteriores iraquí, Hoshyar Zebari, que demore cualquier retirada hasta que su propio Gobierno esté en el poder. Esto significa que no se iniciaría ninguna retirada hasta 2009, lo cual convierte la fecha de 2010 en un mero ejercicio de propaganda, imposible de cumplir. De hecho, los dos candidatos presidenciales están de acuerdo en una retirada de Irak, y sólo disienten sobre cuándo debe producirse. Sin embargo, Obama ha dejado claro que cuando ésta tenga lugar, deberá quedarse en territorio iraquí un gran número de efectivos (un consejero de Obama ha indicado la cifra de 80.000, una cantidad impresionante), estacionados en el país por «seguridad». Cada semana, Obama cambia su posición y especifica menos. Su última declaración es: «Debemos ser tan cuidadosos al salir de Irak como descuidados fuimos al entrar». Nada más preciso que eso. Efectivamente, uno de sus más prominentes consejeros dijo hace algún tiempo que Obama no tenía intención de cumplir ninguna promesa. Y aseguró a la BBC: «El, por supuesto, no confiará en ningún plan que haya elaborado como candidato presidencial o como senador americano. Confiará en un plan que decidirá consultando con los militares de allí». La ventaja de tener a Obama en lugar de a McCain en términos de política exterior es casi cero. Porque en todos los asuntos principales, tienen ideas muy parecidas.
El mismo problema surge cuando intentamos ver en qué difieren McCain y Obama respecto a los temas domésticos. Y lo hacen claramente en las políticas que siempre han separado a los demócratas de los republicanos, tales como la seguridad social. Pero no hay diferencia alguna en cuanto a los problemas que en estos momentos son la prioridad del ciudadano, como la economía y el precio de la gasolina. La enorme crisis financiera que se está produciendo en Estados Unidos es la prueba, si ésta fuera necesaria, de los inmensos recursos de este país, porque la economía de cualquier otro país se habría colapsado bajo el peso de tanta deuda. Esta habría sido la ocasión para Obama de demostrar que él es más radical que McCain, de exhibirse como un héroe de la izquierda socialista. Sin embargo, los dos candidatos han hecho casi las mismas declaraciones, dando su apoyo al regalo financiero de 700.000 millones de dólares que el presidente Bush ha hecho a los grandes bancos, y que el Congreso aprobó finalmente el viernes pasado.
Sólo McCain tuvo el coraje de declarar que la crisis la había causado la avaricia de los bancos, y que no era obligación del país rescatarles. Obama, por su parte, hizo discursos vacíos. Evidentemente, ambos confían en los votos y en el dinero de las empresas capitalistas, y ambos tienen que cantar la misma canción.
La imagen favorable de Obama se basa hasta cierto punto en la creencia de que procede de orígenes humildes y que no representa a los ricos. Es cierto que sus padres no lo eran, pero él ha ascendido en el mundo. Si nos fijamos en las cifras oficiales que el propio candidato ha dado, veremos que Obama ha comunicado propiedades de alrededor de un millón de dólares. En 2006, él y su esposa tenían, además, un ingreso anual total de 984.000 dólares. Eso es más dinero del que algunos de nosotros ganamos en toda nuestra vida. Por supuesto, la fortuna personal de Obama es bastante más pequeña que la del candidato republicano, McCain, quien ha comunicado propiedades de alrededor de 30 millones de dólares. El hecho cierto es que nadie puede llegar a ser candidato presidencial en América sin tener mucho dinero.
Es evidente que muchos españoles creen que Obama es el mejor candidato porque una mayoría de la población hispana de Estados Unidos ha expresado su preferencia por él. Hay al menos 10 millones de votantes latinos en este país y su voto podría afectar el resultado en algunos estados cruciales, como Florida, Colorado y Nuevo México. Según las encuestas Gallup, más del 60% de votantes hispanos dicen que votarán por Obama. Sin embargo, el voto hispano no es igual en todas partes, y debemos recordar que la votación es de circunscripción estatal, no nacional. En Florida, tal vez el Estado latino más crucial, una mayoría de hispanos están en favor de McCain. Lo mismo se puede decir de Arizona. Y no debemos asumir que los hispanos necesariamente apoyan a Obama. En la contienda entre Hillary Clinton y él, por cada dos hispanos que apoyaban a Clinton, sólo uno lo hacía por Obama. Asimismo, en las últimas elecciones presidenciales, el 40% del voto hispano fue a Bush.
La imagen del sueño Obama no se limita sólo a España o Europa. No seamos injustos con los europeos porque hayan creado una imagen ficticia del aspirante afroamericano. Dentro de Estados Unidos, también su atractivo procede de tres razones principales que nada tienen que ver con temas políticos reales. Primero, ha conseguido casi con solidez el voto de los afroamericanos. El 90% de ellos dicen que le apoyarán, y muchos le consideran un salvador. Ha habido una polarización radical según el color de la piel, y muchos afroamericanos han desertado del candidato republicano. Pero es válido preguntarse si el color de la piel, blanco o negro, tiene algo que ver con la capacidad política. Segundo, muchos le apoyan porque es joven, y el 60% de los votantes menores de 30 años expresan su preferencia por él. Pero, ¿acaso los políticos jóvenes no pueden cometer los mismos errores que los viejos? Uno puede inclinarse a pensar que tal vez estén más expuestos a ello.
Tercero, a muchos les gusta su retórica, porque promete cambiarlo todo y crear una mejor América. Esta es quizás la razón más peligrosa, ya que traiciona la conmovedora fe en la habilidad de un hombre para cambiar una nación, un escenario que jamás se ha dado en la historia humana. La experiencia más común es que los políticos hacen promesas que saben que no cumplirán. Cualquier duda que uno pueda tener sobre Obama es, por supuesto, igualmente válida para McCain. Y gane uno u otro, la situación no cambiará. Muchos votantes estadounidenses saben esto, y por ello no se comprometen con ninguno.
Es uno de los grandes misterios de Estados Unidos, la nación más democrática del mundo, pero con un sistema político que con frecuencia produce líderes desastrosos, como George W. Bush. A priori, están abiertas todas las posibilidades de que Obama o McCain sean tan desastre como Bush. Muy pronto lo veremos, tal vez cuando ya sea demasiado tarde.

Tengo hambre de ti

TENGO HAMBRE DE TU BOCA.../Pablo Neruda, poeta chileno 1904-1973.
/
Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo
y por las calles voy sin nutrirme, callado,
no me sostiene el pan, el alba me desquicia,
busco el sonido líquido de tus pies en el día.
/
Estoy hambriento de tu risa resbalada,
de tus manos color de furioso granero,
tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas,
quiero comer tu piel como una intacta almendra.
/
Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura,
la nariz soberana del arrogante rostro,
quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas
/
y hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo
buscándote, buscando tu corazón caliente
como un puma en la soledad de Quitatrúe.

Marcel Proust


Marcel Proust: así hila el gusano la seda/MANUEL VICENT
Publicado en Babelia El País (www.elpais.com) 18/10/2008;
El niño mimado monta un drama porque su madre, que atendía a unos invitados, no ha subido a darle el beso de buenas noches. El adolescente enfermizo, lleno de melindres, incómodo con su corbata tan ancha como la cofia de su nodriza alsaciana juega por las tardes en los jardines de los Campos Elíseos con niñas de la burguesía dorada, se enamora perdidamente de una de ellas, Marie de Bérnardaky, hija de un aristócrata ruso, pero su belleza lo deja paralizado. El estudiante del Liceo Condorcet, afectado y ceremonioso, se retuerce en una neurosis compulsiva porque algunos condiscípulos, de los que también se ha enamorado, no le devuelven el afecto que él está dispuesto a darles. Entre todos el más guapo e indiferente es Daniel Halévy, quien soportará innumerables cartas doloridas de amor y despecho. Otros compañeros forman parte de esta galería de deseos contrariados, Jacques Bizet, Reynaldo Hahn, Lucien Daudet, Charles Hass, a los que trata de introducir con zalamerías en el mundo de los placeres ambiguos donde la belleza se libra de toda carga moral. El desprecio a sus requerimientos, sin dejar de admirar su ingenio por conseguirlos, será la ofrenda que reciba de sus amigos, si bien alguno será conducido de la mano a la oscuridad del jardín de las Tullerías y luego a realizar el doctorado en los prostíbulos masculinos de la plaza de Clichy.
Marcel Proust es un joven macilento, con ojos febriles de hindú, pelo negro partido por una raya en medio, bigote dibujado sobre unos labios mórbidos, que acude a la universidad con botines charolados, guantes blancos, levita entallada, corbata de plafón y un lirio salvaje en el ojal. Se matricula en Leyes, pero realmente no es sino un cazador de mariposas que aspira a ser recibido en los salones de París abiertos por algunas condesas en el faubourg de Saint Germain donde reina Zola, entre otros figurones enlevitados. Humillarse ante una aristocracia ya carcomida, adular a los petimetres del gran mundo y divertirlos con réplicas mordaces, malgastar el talento en besar la mano a las princesas fue un ejercicio que le permitió convivir con unas criaturas que luego serían personajes de ficción. Robert de Montesquiou, madame Straus, el conde y la condesa Greffulhe, Antoine Bibesco, los criados Celeste y Odilón Albaret, el mecánico Agostinelli, la princesa de Polignac, la condesa de Chevigné fueron parcial o enteramente transformados en Charles Swann, en Odette de Crecy, en Robert de Saint-Loup, en el barón de Charlus, en los duques de Guermantes, en madame Verdurin, arquetipos de una saga que se agitaba en un mundo que estaba a punto de esfumarse.
Esta gente tenía a Marcel Proust por un cronista amanerado de las fiestas de la alta sociedad. Había publicado una novela autobiográfica, Jean Santeuil, poco valorada mientras luchaba contra el asma y por mantener en secreto su doble vida de secreto visitador de burdeles masculinos, de cazador nocturno en los trasmontes. En los salones de la aristocracia era tenido por un zascandil escalador de los favores mediante la adulación más descarada y por ese motivo era objeto de bromas que Marcel soportaba a cambio de alguna sonrisa complaciente que se desprendiera de los labios de alguna princesa, de algún joven encantador que además fuera proclive al vicio nefando. Pero Proust iba hilando poco a poco su capullo de oro como un gusano hasta que al final se convirtió en la crisálida más evanescente de la historia de la literatura. Y todo por una magdalena.
La taza de camomila humeaba bajo su nariz y este hombre ya maduro un día mojó en ella una magdalena que se disolvió en varias migas dentro de la cucharilla. La elevó a los labios y no sucedió nada la primera vez. Tampoco la segunda. Pero a la tercera aquellas migas produjeron un efecto extraño. El sabor de la magdalena le abrió un alveolo del subconsciente donde la esencia del tiempo se hallaba sumergida. De pronto su sabor le trasportó a otra magdalena lejana que, de niño, su tía Leontie le daba en Combrey y a partir de ese perfume comenzaron a abrirse espacios de la vieja casa con sus voces, rostros, muebles, paisajes, todo un tiempo que se había perdido en la memoria.
De pronto recordó la escena en que su madre le rechazó el beso de buenas noches, las conversaciones en el jardín, los paseos de media tarde cuando, al salir por la puerta de casa, decidían si ir por el camino donde tenían la mansión los señores de Swann o por el lado de los marqueses de Guermantes. El humo de la camomila le trasportó también a los jardines de los Campos Elíseos y ahora aquella niña rubia que le había enamorado, Marie de Bérnardaky, se transformaría en Gilberte Swann. El tiempo era esa misma sensación que te acoge a veces entre el sueño y la vigilia, en que, al despertar, uno no se halla despierto del todo y por un momento ignora si está en la ciudad o en el campo, confunde su propia existencia y los objetos que le rodean. En ese estado de somnolencia emergió de su subconsciente la región de Balbec, sus vacaciones de adolescente en Normandía, con su abuela y la criada Françoise en el Gran Hotel de Cabourg, y sus excursiones a Deauville, a Trouville y a las casas de campo de sus amigos de París. En el Gran Hotel estaban aquellas muchachas en flor que jugueteaban con el adolescente Marcel en las praderas. Se llamaban Albertine, Adrée, Gisele, Rosemunde. Eran rubias, de mejillas doradas, con ojos de mar y bajo las sombrillas de colores movían sus cuerpos elásticos y hacían brotar risas claras mientras sonaba la orquestina de pistones en el paseo del malecón. Tal vez Albertine Simonet en sus coqueteos de aproximación y despego no era sino el trasunto de Daniel Hálevy, tan guapo y esquivo, y las otras niñas eran también las figuras masculinas de Jacques Bizet, Reynaldo Hahn, Lucien Daudet, los compañeros del Liceo a los que suplicaba un poco de amor furtivo sin conseguirlo. El arte nace siempre de la frustración.
Marcel Proust había nacido en 1871. Después de una vida neurótica y disipada, a los 37 años abandonó el mundo, se encerró en una habitación forrada de corcho siempre cerrada y humedecida con sahumerios para aliviar el asma y vestido con abrigo dentro de la cama, con tres bufandas y mitones como un gusano comenzó a hilar su capullo de oro durante una década en miles de cuartillas en las que toda una época se iba deslizando por el sumidero. Aquellos personajes de la aristocracia, aquellos jóvenes y niñas doradas estaban ahora a su merced. Con ellos creó un mundo de vicios y ensoñaciones, de fascinantes fiestas y cenagosas almas, pero la crítica tardó mucho en comprender que aquel primer libro de En busca del tiempo perdido no era una crónica frívola más de los salones, sino una creación pérfida en la que la memoria y la melancolía pueden reducir a la unidad todos los días de la existencia. El primer libro fue rechazado por André Gide, asesor de Gallimard, que nunca se arrepentiría bastante. Luego le dieron el Goncourt y la fama, pero hasta el momento de su muerte luchó frente al editor con una neurótica obsesión por extraer hasta el último hilo de seda de las vísceras más intimas de sus criaturas antes de cerrar la edición. Al final su legado fue éste: aquellos seres petulantes de la alta sociedad de París, vacíos, mediocres e inconsistentes que rodearon la vida del escritor han pasado a ser paradigmas de un mundo fascinante que llena nuestro espíritu de belleza al recordarlo y que sólo es bello porque se ha esfumado.

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