8 feb 2009

Tarcisio Bertone y su visita a México

Entrevista con el cardenal Bertone a la luz de su visita a México
Tarcisio Bertone, secretario de Estado, realizó un viaje a México del 15 a l 19 de enero.
A su regreso al Vaticano, ofreció una entrevista conjunta a la Radio Vaticana, L'Osservatore Romano y el Centro Televisivo Vaticano, en la cual expuso un balance de su visita. La entrevista fue realizada por Carlo Di Cicco, subdirector de L'Osservatore Romano, y Roberto Piermarini, responsable de los Servicio Informativos de la emisora pontificia.
Se publica por la agencia Zenit.
-Eminencia, su visita a México nos pareció muy diversa respecto a sus viajes precedentes: además del hecho de que su participación se realizó como legado papal, se tuvo la impresión de que marcó un nuevo inicio en las relaciones entre la Iglesia, la Santa Sede y la sociedad mexicana. ¿Qué sucedió realmente?
-Ha sido un viaje con un profundo carácter pastoral -como legado papal para el VI Encuentro Mundial de las Familias- y, naturalmente, también político, al sostener encuentros con el presidente de la República y otras autoridades. Hay que recordar que en tiempos recientes también monseñor Dominique Mamberti había ido a México, con ocasión del XV aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, lo que fue un gran cambio en México, una etapa marcada en 1993 por el Papa Juan Pablo II con ocasión de su viaje a la Jornada Mundial de la Juventud en Denver. El Secretario de Estado fue a México como legado papal, pero también como Secretario de Estado, lo que ha puesto el acento sobre estos aspectos positivos. No es que haya en México un laicismo positivo -un tema que se discutió luego en el encuentro de Querétaro-, pero sí encuentros y relaciones más positivos entre el Estado y la Iglesia. Hay una Iglesia que está reasumiéndose; una Iglesia mártir como lo es la mexicana. Se trató de una ocasión excepcional en la cual el Papa se hizo presente con dos mensajes: su bendición grabada y una transmisión en directa, durante los que resonó el palpitante y alegre grito mexicano: "El Papa está presente". Se trata de una convicción que expresa el gran deseo de la presencia del Papa, pero también del sentido de plena comunión y convivencia con el Papa, el Obispo de Roma.
-Familia y cultura fueron los dos polos más importantes en todas sus intervenciones. ¿Por qué les ha brindado tanta atención a estos dos temas?
-Porque en realidad, la familia es la primera instancia transmisora de valores y cultura para las nuevas generaciones, para los niños y los jóvenes que están creciendo: la familia es transmisora de valores. Éste es un dato comprobado en la experiencia de la vida familiar, a pesar de todas las dificultades que marcan el camino, no sólo en Europa, sino también en América Latina. Me acuerdo de una conferencia, de un debate, que tuvo lugar aquí en Roma, en la Basílica de San Juan de Letrán, con el profesor Barbiellini Amidei, acerca justamente de la familia, en cuanto a su capacidad o incapacidad para enfrentar otras instancias de socialización en la tarea de transmisión de los valores. Al final llegamos al acuerdo de que la familia es la primera instancia de transmisión de los valores -y ésta es también la convicción de los Papas: de Juan Pablo II y, particularmente, del Papa Benedicto, tal como se retomó en los dos mensajes dirigidos a México-, la familia es la primera instancia de formación humana y cristiana. Ella transmite la identidad: la identidad propia de la familia, la identidad cultural y espiritual de un pueblo. El Estado nace luego gracias al conjunto, a la comunión entre las familias, por ello el Estado debe tener la misión de consolidar la identidad de un pueblo fundado en sus propias raíces, en sus propios orígenes, que determinan luego el desarrollo, tanto de la comunidad política, como de la eclesial.
-De algún modo, usted pareció animar una refundación de la cultura católica mexicana, ¿con qué objetivo?
-En México hay grandes tradiciones culturales: existen muchas universidades y muchas instituciones educativas, y el riesgo consiste en que estas realidades, que renacieron luego de que se le restituyó a la Iglesia un espacio de libertad, se queden en un rincón. Hay un fuerte sabor a laicismo, hay fuerzas que se oponen a la Iglesia, que se oponen a la misión educativa y formadora de la Iglesia; a la función de la Iglesia de hacer cultura. Pero recordemos que la Iglesia ha sido la creadora de la universidad, las universidades nacieron en el seno de la Iglesia, y en México dicen que hay más de dos mil universidades, sumando las estatales y las privadas; muchas de ellas católicas, pertenecientes inclusive a institutos religiosos. Se trata de un recurso inmenso que hay que destrabar ­-por decirlo así-, que hay que hacer presente y activo, de modo que pueda incidir en la cultura del pueblo y demostrar -y en esto se encuentra el problema de la evangelización de la cultura- que también las universidades de matriz católica o de aspiración católica pueden hacer ciencia, que pueden hacerla progresar y crear por lo mismo nuevos ámbitos y formas de desarrollo cultural, precisamente a favor de la Nación mexicana. Por ello busqué animar e impulsar este tipo de desarrollo.
-En el encuentro con el mundo de la cultura y la educación, usted insistió en el éxito limitado que tuvo la cultura mexicana durante el último siglo. ¿No es un juicio demasiado duro para una Iglesia que sufrió una persecución incluso sangrienta?
-En realidad se trata de un juicio duro. Cité textualmente a un autor, Gabriel Zaid, quien recuerda su relación con un obispo europeo, que le preguntaba: "¿Es posible una cultura católica en México o que la Iglesia católica tenga algún influjo cultural en el país?". Cuando este obispo europeo, más exactamente un holandés, le preguntó que podía esperarse de México, Zaid -desolado- confesó: "No pude darle la menor esperanza. En México, más allá de los vestigios de mejores épocas y de la cultura popular, se acabó la cultura católica. -Dense cuenta de que nos encontrábamos en los años setenta- Se quedó al margen, en uno de los siglos más notables de la cultura mexicana: el siglo XX. ¿Cómo pudo ser? -Zaid responde- ¡Todavía me lo pregunto!". Este diagnóstico ciertamente es pesimista: lo he retomado justamente porque han habido impulsos, aspectos positivos sumamente significativos, por lo cual sería muy injusto subrayar lo negativo y suscribir íntegramente este diagnóstico. No obstante, la observación del escritor y la pregunta del obispo exigen una respuesta, son estimulantes. Que la cultura sea necesaria en la obra de la Iglesia y aún más en la de la misma humanidad, lo afirmó el Papa Juan Pablo II -en su gran discurso en la Unesco-, cuando gritó: "¡El futuro del hombre depende de la cultura! ¡La paz del mundo depende de la primacía del Espíritu! ¡El porvenir pacífico de la humanidad depende del amor!". Por tanto, puso en relación paz, cultura y amor. Para la Iglesia, la promoción cultural resulta una realidad connatural, inscrita en su ADN, en su historia: es una exigencia urgente y necesaria. Por el hecho mismo de que el Evangelio es por sí mismo creador de cultura, el anuncio del Evangelio es creación cultural.
La verdad es que la Iglesia mexicana fue perseguida y ofreció muchos mártires. Recibí y veneré la reliquia de un chico de 15 años, mucho más maduro de lo que parecería por su edad, José Sánchez del Río, que participaba en un círculo cultural de la Acción Católica. A pesar de su corta edad, fue apresado, y luego de su captura fue masacrado. Antes de morir, escribió: "Viva Cristo Rey", que era el grito de los mártires mexicanos. Por eso la Iglesia de México es ciertamente una Iglesia mártir, pero también por ello ha sido puesta al margen de la vida pública. Esta Iglesia ha practicado siempre una gran religión del culto, muy significativa, fuente de su fidelidad a Cristo y de su entusiasmo por la fe, pero un tanto resignada desde el punto de vista cultural. Por eso era y es necesario, relanzar a toda la promoción cultural que -como dije- es connatural a la misión de la Iglesia, particularmente en México.
-Otro punto en el que se insistió fue la necesaria apertura y recuperación del mestizaje: ¿no se trata de un concepto que hace falta no sólo en México sino además en los países occidentales, donde este concepto se acepta con dificultad y aún hay mucho camino por recorrer?
-El mestizaje es un modo de pensar, una realidad muy bella que indica la evolución de la cultura que se verifica a través del encuentro de las culturas, un encuentro que no debe ser exclusión. En México -pero lo mismo vale para otros países, por ejemplo, el Occidente-, el código de la cultura es el Evangelio y la Biblia. No obstante, en Europa y en Occidente, el código cultural que es el Evangelio y la Biblia, o mejor, sus raíces cristianas, en ocasiones es puesto de lado y descartado como código de vida, de experiencia y de evolución cultural. En México, el barroco mexicano y la entera inspiración mestiza de la Virgen de Guadalupe, están en riesgo de dividirse por causa de quienes defienden solamente la cultura indígena y por quienes propugnan en cambio por una superioridad -por decirlo así- de la cultura europea, que habría cancelado las raíces, la fuentes indígenas. Por ello, estamos en riesgo de que la contraposición entre cultura indígena y cultura europea, sin un diálogo verdadero y una sinergia de las dos culturas, y sin una síntesis que parta de ambas y forme esta nueva cultura, que es la característica de identidad del pueblo mexicano y de tanto pueblos de América Latina. Esta escisión, este enorme divorcio, es el gran divorcio que se dio entre la cultura popular y la cultura de las élites, tan influenciada por la cultura europea. Así que, ante este divorcio, la gran síntesis barroca y mestiza es el signo de la identidad del pueblo mexicano. Hay que evitar la escisión y retomar la síntesis entre las culturas mediante un diálogo efectivo, fecundo y fructífero. Este diálogo está representado en México por el arte, pero también por esa presencia misteriosa, extraordinaria, que el Papa Juan Pablo II subraya en la figura de la Virgen de Guadalupe, al decir que es un símbolo de la inculturación de la evangelización. El rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe desde el inicio de la historia del Nuevo Mundo, demostró que hay unidad de la persona, dentro de la variedad de las culturas y en el encuentro entre las culturas.
-¿Cómo juzga el encuentro sostenido con el presidente de la República?
-Ha sido un encuentro sumamente cordial, diría muy bello y muy rico, que duró poco más de una hora, una hora y diez. Fue el encuentro con un hombre católico, quien realizó un gran discurso en la asamblea del Encuentro Mundial de las Familias, un hombre que tiene la voluntad de recuperar las raíces cristianas de la cultura mexicana, pero que hace también preguntas precisas a la Iglesia. Él subrayó la relación entre religión y vida, la exigencia de coherencia en la pertenencia a la religión católica. Tengamos en cuenta que los mexicanos, de acuerdo a las estadísticas más recientes, se declaran católicos en un 87%, pero como en muchos lugares -por desgracia- el hecho de declararse católicos no significa que se viva en coherencia con el Evangelio y con las indicaciones de la Iglesia. Por eso hablamos con gran sinceridad y tocamos diversos temas, como el problema educativo en México, el tema de las escuelas católicas, que son -me parece- el 5% y, por tanto, un porcentaje muy bajo de todas las escuelas mexicanas, hablamos pues del problema de la instrucción. Hablamos también de la enseñanza de la religión católica para la formación integral de los niños y de los jóvenes, y para el desarrollo de su personalidad. Puse como ejemplo de ello el Acuerdo firmado entre la Santa Sede y Brasil, el cual contempla dicha materia. Se trata de un enorme país latinoamericano, de un país moderno. Saludé con gusto a todos los miembros de su familia, con tres hijos: uno se llama Juan Pablo, probablemente como recuerdo de las visitas de Juan Pablo II a México.
-¿A qué conclusiones ha llegado sobre la Iglesia en México luego de su encuentro en oración con los obispos, los seminaristas y los fieles?
-Creo que es una Iglesia muy viva. La Iglesia en México no es una institución en crisis; hay un bello episcopado. Me encontré con los obispos, como hago en todas las visitas y viajes internacionales que realizo. También con ellos tuve una discusión muy franca. Pude ver una Iglesia en crecimiento, desde diversos puntos de vista, obviamente con todas las dificultades de los tiempos modernos y de los países de América Latina: por ejemplo, el problema de la agresividad de las sectas. Pero se trata de una Iglesia en crecimiento, que le da protagonismo a los laicos y los laicos tienen un gran deseo de colaborar, tanto en el ámbito de la cultura, como en el de la economía, típicos de la actividad laical, lo mismo que en la política. Ellos piden orientación de parte de la Iglesia, estímulo y propuestas para participar juntos y compartir. Apenas en noviembre del año pasado, los obispos realizaron la reunión de la Conferencia Episcopal con la participación de 120 exponentes del laicado católico, bien preparados y bien intencionados y, por lo mismo, capaces de colaborar y revigorizar la presencia de la Iglesia en la sociedad mexicana. La vocaciones siguen siendo numerosas, los seminarios siguen abarrotados, aunque con números diversos de una diócesis a otra, pero habiendo diócesis con cientos de seminaristas. Está por resolverse todavía el problema formativo, pero se trata de una fuerza inmensa. Consideremos que México cuenta con 92 diócesis, así que México puede ser una fuente misionera para los países que le circundan.
-Sus intervenciones y las intervenciones de Benedicto XVI tuvieron una armonía singular, como dos momentos de una misma trama del coloquio con la Iglesia mexicana. ¿Qué significa y cuál es el objetivo de esta sintonía?
-Debo decir primero que el Santo Padre conoce bien a la Iglesia de México, puesto que la Conferencia Episcopal y por tanto todos los obispos de México, vinieron en visita ad Limina pocos meses después de la elección de Benedicto XVI, quien -como hace en todas las visitas de este tipo- se preparó a detalle, estudió las relaciones proporcionadas por las diócesis, por el nuncio y por la Conferencia Episcopal, teniendo un diálogo puntual con cada obispo. Esto permite, naturalmente, tomarle el pulso a la vida de la Iglesia en un país determinado. Por otro lado, el primer colaborador del Papa está en perfecta sintonía con él. Naturalmente los discursos del Papa los conoce el Secretario de Estado y éste se prepara en estos viajes en armonía con las intervenciones y temas que al Santo Padre y a la Santa Sede más les preocupan. Los temas de la familia y de la cultura, especialmente durante el encuentro de Querétaro con el mundo de la cultura, son temas que el Papa tiene muy cerca del corazón. Conocemos bastante la articulación del pensamiento del Santo Padre y por ello no es difícil sintonizarse con el pensamiento del Papa: sostener a los obispos, al mundo católico y a los laicos mexicanos en esta comunión plena y concreta, no sólo mediante la oración, sino con el afecto, también público y entusiasta del Santo Padre, al mismo tiempo que compartir los proyectos culturales y pastorales que le interesan. Trate de animar a este gran país católico -este era el objetivo- a que sea un país atractivo, un país modelo para América Latina y el Caribe, sobre todo por su fuerza, por sus recursos extraordinarios: pues posee una gran riqueza humana y amplios recursos materiales, morales y culturales. Por ello, México puede convertirse en punta de lanza para los demás países de América Latina. Este es el deseo que quisiera formular luego de mi viaje a México y que pongo a los pies de la Virgen de Guadalupe.

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