18 mar 2009

Entrevista a Rafael Rojas

Maite Rico entrevista a Rafael Rojas, historiador y ensayista cubano
Publicado en EL PAIS (www.elpais.com),
19/03/2009;
El historiador cubano Rafael Rojas siempre se mostró escéptico ante el "proceso de sucesión" encabezado por Raúl Castro. Las recientes destituciones del canciller Felipe Pérez Roque y del vicepresidente Carlos Lage le confirman que los hermanos Castro pretenden "retrasar la transición democrática".
Rojas, de 44 años, se exilió en México en 1991 y es profesor visitante en varias universidades estadounidenses. En 2006 ganó el Premio Anagrama de Ensayo, y en esa editorial acaba de publicar El estante vacío, un apasionante recorrido por la política cultural del régimen cubano, que ha suprimido el legado intelectual del exilio y buena parte del pensamiento occidental, en "una ingeniería sociológica" que ha producido una ciudadanía "mutilada".
Pregunta. -¿Cómo interpreta los recientes cambios en la cúpula cubana?
Respuesta. El objetivo de Raúl Castro, por un lado, es compactar el Gobierno, es decir, deshacerse de liderazgos ya constituidos, con redes dentro y fuera de Cuba. Es el caso de Pérez Roque y Lage, que circularon mucho por Latinoamérica y Europa. Salen porque representan un modelo de sucesión que incluía cierto pluralismo político y generacional dentro de las élites, eso que se llamó la "dirección colegiada".
-¿Los pilares son ahora el Ejército y el Partido Comunista?
-Sí, es una especie de cuerpo eficiente y coordinado, mixtura entre las jerarquías del PC y las Fuerzas Armadas. Pero las purgas son también un mensaje contra las expectativas de cambio que se despertaron a principios de 2008. El mensaje es que no va a haber una reforma económica que contemple la pequeña y mediana empresa privada y, por supuesto, no hay señales de que esta nueva élite vaya a flexibilizar la situación de los derechos civiles.
- ¿Y en política exterior?
-Hay un proceso de diversificación de las relaciones internacionales, pero sin grandes alianzas ni estrategias ideológicas: es una diplomacia puesta al servicio del desarrollo de las inversiones. Se quiere presentar la imagen de una dirección cohesionada, sin diferencias internas, con la cual es posible negociar. En ciertos aspectos, este Gobierno, a pesar de su autoritarismo, puede generar confianza. Pero a aquellos actores internacionales, como Estados Unidos, interesados en una apertura política, este Gobierno les está diciendo: estamos retrasando deliberadamente cualquier posibilidad de transición democrática.
-Sin embargo, Obama acaba de eliminar algunas de las sanciones impuestas en 2004, y hay presión para que levante el embargo.
-El proceso de levantamiento de las sanciones de 2004, lo que se llama el "embargo personal" (restricciones a viajes, remesas o intercambios académicos), se va a producir con independencia de lo que haga el Gobierno cubano, porque responde a la política doméstica norteamericana, fue un compromiso de Obama y genera mucho consenso en el exilio cubano en EE UU. Creo que es algo positivo, porque deja al régimen sin excusas para frenar la apertura. En cambio, el levantamiento del embargo comercial es más complicado, porque es la pieza clave de la normalización de las relaciones con Cuba. La Administración de Obama lo vincula a la negociación de un diferendo histórico, que incluye el capítulo de los derechos humanos y la democratización.
- España y la UE han levantado las sanciones, si bien Cuba no ha cumplido sus compromisos. ¿Cuál debería ser la actitud ante este nuevo escenario?
-El Gobierno cubano manda un mensaje difícil de asimilar para la UE y algunos países latinoamericanos. Parte de esa política de acercamiento estaba ligada a la expectativa de cambios que generó Raúl Castro en sus primeros meses, que ahora se han desvanecido. Estamos en un momento de desencanto. Fue Raúl el que habló de "cambios estructurales", de derogar los permisos
de entrada y salida y de apertura en derechos civiles. Y eso provocó un gran desplazamiento de las diplomacias europeas y latinoamericanas a favor de un diálogo.
- ¿Y ahora qué queda?
-Creo que los países europeos y latinoamericanos harían bien en observar críticamente lo que está sucediendo en Cuba y acompañar sus políticas de una visión sin tapujos de la situación de derechos humanos, que incluye la exigencia de la liberación de los presos políticos y la interlocución con la oposición y el exilio. No creo que haya contradicción entre una política no sancionadora y al mismo tiempo crítica, que es lo que yo siento que falta.
-Lo cierto es que se han intentado toda clase de fórmulas y ninguna ha funcionado. Algunos analistas creen que habrá que esperar a que se produzcan no uno, sino dos "desenlaces biológicos".
- Ésa, efectivamente, es la lectura inevitable a la que nos obliga ese Gobierno. Los recientes cambios muestran que esta sucesión no acepta la posibilidad de una renovación. Es una política que pretende retrasar el futuro.
-¿No es posible visualizar a corto plazo un surgimiento de disidentes dentro del propio aparato, que vaya haciendo tambalear el andamiaje desde dentro?
-Estas purgas, y el hermetismo que les rodea, van a hacer crecer la disidencia comunista. Pasó en los años noventa. Y eso a su vez genera un dilema para el exilio y la disidencia interna tradicionales, reticentes a aceptar a políticos e ideólogos que se inscriben en esa izquierda marxista. Eso crea un reto importante. Yo soy partidario de que haya una mayor comunicación entre todos los grupos. Esa oposición de comunistas frustrados hace más complejo el espectro de la disidencia, y eso es bueno.

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