13 jun 2009

Vicios privados

Vicios privados, ¿virtudes públicas?/José Antonio Martín Pallín, magistrado. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas
Publicado en EL PERIÓDICO, 13/06/09;
Las fotos de las fiestas privadas de Silvio Berlusconi en su mansión de Cerdeña, obtenidas sin su consentimiento, han reabierto el debate sobre los límites de la vida privada de los personajes públicos. La intimidad es un componente inseparable de la libertad y la dignidad de la persona. No es solo un valor individual, se extiende también a su vida familiar y puede afectar a su honor y al derecho a su propia imagen. Invadir los recintos que toda persona se ha marcado para el ejercicio y disfrute de su vida privada no puede ser permitido sin una reacción del derecho que exija responsabilidades al que se inmiscuye en ámbitos reservados a la curiosidad ajena. Los ingleses, adelantados en algunas cosas y excesivamente conservadores en otras, supieron socializar el valor de la intimidad, en otro tiempo reservado a las élites, acuñando una metáfora expresiva: «Mi casa es mi castillo».
Vivimos tiempos en los que la intimidad es un valor de mercado que se vende al mejor postor y en los que el Estado pretende extender la malla del control de la vida de los ciudadanos para reforzar su poder, ofreciendo a cambio una seguridad nunca alcanzada. En una sociedad intensamente relacionada y con medios de captación de imágenes inimaginables en otros tiempos, los espacios de lo público y lo privado tienden a difuminarse. Todos los tribunales de justicia del mundo se han enfrentado a este dilema, esbozando pautas que, en mi opinión, no logran establecer lindes o barreras perfectamente definidas. Las fotografías tomadas, en Villa Certosa, sin consentimiento de su morador, son algo más que una imagen neutra. Contienen una crítica implícita a determinados comportamientos que más allá del derecho a la intimidad y la imagen deben ser valoradas en el contexto en que se mueve el personaje central del reportaje. No se trata de una información errónea, sino del reflejo de una realidad. ¿Puede o debe ser difundida en los medios de comunicación al tratarse de un personaje relevante de la vida política? Las opiniones pueden ser divergentes, pero las imágenes que se contienen en las fotografías y su veracidad están fuera de toda duda. La jurisprudencia del Tribunal Supremo norteamericano ha reiterado, en tiempos distantes entre sí, que el presidente de Estados Unidos es inviolable en cuanto a sus actuaciones públicas, salvo que el Senado levante la inmunidad, pero debe equipararse a cualquier otro ciudadano respecto de su conducta estrictamente privada. La sentencia del 27 de mayo de 1997, correspondiente al caso de Bill Cinton y Paula Jones, que nada tiene que ver con el caso Lewinsky, sirve a los jueces para recordar, en numerosas citas, este pacto no escrito entre el poder y los ciudadanos en una sociedad democrática. El gobernante se ajusta en su vida pública a sus creencias y valores. En principio debe mantenerse fiel a los compromisos adquiridos en su oferta electoral. No es exigible un pacto escrito, pero sí un compromiso ético. Sus decisiones afectan a la sociedad e inciden sobre aspectos ideológicos sensibles a la conciencia de los ciudadanos.
El primer ministro Berlusconi ha sido beligerante en sus actuaciones políticas. No ha escatimado pronunciamientos sobre sus criterios morales y éticos. La vida pública no exige ser trasladada miméticamente a los comportamientos privados, pero los ciudadanos tienen derecho a conocer la incoherencia de las posiciones morales cuando chocan brutalmente con la forma de comportarse en privado. Una sociedad democrática no se fractura por la incongruencia y la dualidad de las acciones públicas y los comportamientos privados, pero tiene todo el derecho a conocer verazmente cuál es el comportamiento privado de quien mantiene una doble actividad. No se trata de rasgarse las vestiduras; simplemente, valorar la moralidad pública y la ostentación sin tapujos de sus debilidades privadas.
La actitud de Il Cavaliere en el caso de Eluana Englaro ha roto todas las reglas permisibles en el funcionamiento de una sociedad democrática. Las leyes amparaban al padre de Eluana para proporcionarle la oportunidad de acabar de morir. No vivía, y su padre, con inmenso dolor y cariño, estaba seguro de que la ley y la razón le amparaban. Il Cavaliere, ensoberbecido por la masiva aprobación de sus gestos, quiso demostrar que se trataba de la única persona capaz de decidir sobre la vida y la muerte digna. Se enfrentó al presidente de la República, Giorgio Napolitano. Como un dictador, puso a la Cámara legislativa a su servicio para que en un plazo urgente eliminase, por decisión imperial, el derecho de un padre a cumplir con la voluntad de su hija. Para reforzar lo que algunos llamaron golpe dictatorial, utilizó sus medios de comunicación para agredir de forma inmisericorde al padre de Eluana. Dio un puñetazo en la mesa y abandonó el intento cuando ya Eluana había acabado de morir. Poniendo en una balanza estas actitudes, creo que la sociedad italiana, y todos los demócratas, tenemos derecho a conocer que ese señor organiza fiestas eróticas en su mansión y, según algunos, utiliza aviones públicos para reunir a su harén. Respetemos la intimidad, pero no el exhibicionismo.

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