22 nov 2009

Shakira también llora

Shakira también llora/Soledad Gallego-Díaz
Publicado en EL PAÍS, 21/11/09;
Es falso que Shakira no llore. La pobre cantante colombiana pasa una verdadera tortura (de ahí el nombre de la última canción que canta con Alejandro Sanz) porque su amor la ha dejado. Es más, el caballero se marcha “sin decir palabra” y encima vuelve hablando “de ella”. Así que Shakira cree que las disculpas sobran y que “a otro perro con ese hueso”. Y no digamos Julieta Venegas. Ella llora y llora porque su amor no supo “entender su corazón”. Es cierto que las canciones de Shakira y de Julieta tienen un aire distinto de las coplas de Concha Piquer y que, aburridas de tanto llorar, terminan por dejar a sus parejas, pero hay que tener en cuenta que los tiempos han cambiado. Llegó el pop.
Todo esto, que puede parecer un poco loco, viene a cuento de un artículo publicado en estas mismas páginas, titulado Revanchismo de género y firmado por Enrique Lynch. Es disculpable que el autor del texto no conozca bien la letra de las canciones, que cita. Se trata de un profesor titular de Estética de la Universidad de Barcelona y es posible que no haya cantado mucho últimamente los ritmos de Shakira. Aun así, en su calidad de profesor debería confiar más en sus dotes para buscar la verdad.
No sería tan importante dejar claramente establecido qué es lo que cantan estas dos estupendas artistas si no fuera porque el profesor Lynch cree que “con tres canciones más de esta guisa (revanchistas de género, anoto yo), la tasa mensual de asesinatos acabará por triplicarse”. Así que para evitar que algún otro “bárbaro islámico” o “macho ignorante y brutal” mate a pedradas o arroje ácido a alguna mujer, parece que hay que aclarar que no son sólo los hombres los que lloran y piden perdón, se emborrachan para mitigar sus penas y se autoflagelan, como afirma el artículo, sino que la mayoría de las mujeres sigue llorando y autoflagelándose por la pérdida del amor. Eso sí, por motivos que quizás alguien se anime algún día a estudiar, no se deciden a asesinar a sus parejas, digan lo que digan seis canciones o seis discos completos.
La cosa tendría gracia si no fuera porque el artículo saca algunas conclusiones de canciones y de campañas de igualdad promovidas por el ministerio del ramo que no son graciosas, sino peligrosas y, pese a una cierta apariencia provocadora, nada originales.
No es nada original, por ejemplo, advertir a las mujeres que no se echen en brazos de un “feminismo resentido” porque pueden acabar alimentando al monstruo de la violencia, asesinadas a manos de unos hombres brutales que actúan en legítima defensa. Eso es directamente peligroso. Se supone que el autor suscribe otro tipo de feminismo (aunque no se explica en qué consiste), con menos riesgos para las propias mujeres. Francamente, resulta triste ver cómo vuelven al espacio público argumentos que ya habían sido olvidados, por su desidia intelectual, desde la época de La Cabaña del Tío Tom.
La idea de que las mujeres provocan la violencia de la que son objeto con su actitud, con su independencia o con su ropa (”mujeres que se calzan botas de caña alta”, “se atizan un atuendo de perdularia al estilo Madonna”, que ni “lloran ni piden perdón”) produce a estas alturas casi tanta incredulidad como tristeza. Y la situación de las mujeres en el mundo islámico es lo suficientemente injusta, y en muchas ocasiones dramática, como para que se pueda insinuar que los “bárbaros islámicos” entierran vivas a sus mujeres, “temerosos ante el revanchismo resentido que ven venir”. Es posible que la lectura de algunos libros como el recientemente publicado Half the Sky, de Nicholas Kristoff y Sheryl WuDum o el ensayo de Amartya Sen sobre la situación de las mujeres en el mundo, ayudará a acabar para siempre con interpretaciones tan agotadoramente simples.
Es cierto, como dice el artículo, que la relación entre hombres y mujeres es de una enorme complejidad. Por eso, precisamente, sorprende que el lema de la campaña publicitaria promovida por el Ministerio de Igualdad (”De todos los hombres que haya en mi vida, ninguno será más que yo”) sea objeto de una interpretación tan curiosa y restrictiva, considerada como una consigna “cargada de insinuaciones y connotaciones”. Entre otras, se señala, que las mujeres españolas tienen o han de tener muchos hombres, “afirmación que cuanto menos, resulta discutible”.
Lo que se debe discutir no es si las mujeres tienen, o deben tener, varios compañeros sentimentales a lo largo de su vida, sino, sobre todo, la tonta creencia de que la única relación posible entre hombres y mujeres pasa por las relaciones sexuales. En la vida de toda mujer hay, necesaria y afortunadamente, muchos hombres: padres, hermanos, compañeros, jefes, amigos, y de lo que se trata es que “ninguno de ellos sea más que yo”, como ningún ser humano es más que otro ser humano.
Y conste que el primer significado de la palabra revancha es reintegrarse de lo perdido, restaurar una pérdida. Y en último sentido, tomar satisfacción de una ofensa o daño. El revanchismo de género, tan denostado, sería así la exigencia de media parte de la humanidad de que se le restaure lo perdido y se dé satisfacción a la ofensa y al daño percibido como ser humano

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