1 ene 2010

Los héroes

¿El final de los héroes?/Michel Wieviorka, sociólogo.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Publicado en LA VANGUARDIA, 31/12/09;
La antigüedad griega tenía sus héroes, esos semidioses que encontramos en Homero; figuraban Aquiles, Ulises y muchos otros. En las postrimerías de la edad media, el teatro, la novela, los grandes relatos (discursos con pretensiones de universalidad) aportaron, a su vez, los héroes que necesitaba la sociedad, esos personajes pertenecientes por lo general a la élite aristocrática aunque no necesariamente. Desde que se tiene noticia, también, los héroes han encarnado no tanto la ciudad en su conjunto – la nación-,a la par que el grupo dominante y sus atribuciones, cuanto, más bien, el mundo de la gente modesta, de los dominados y oprimidos y de su indignación e insumisión.
De Espartaco al Che, e incluso (para algunos) Bin Laden, numerosas figuras simbolizan, a ojos de sectores enteros de la población, el rechazo armado del ataque violento de la dominación y la represión.
Sin embargo, ¿es posible aún contar con héroes? La fuerza, la virilidad – propias de los héroes clásicos-ya no tienen tan buena prensa como en el pasado; la violencia, además, constituye un tabú. Las naciones como tales, que forman el marco clásico del heroísmo político desde hace siglos, se hallan debilitadas a causa de la globalización y el poder del dinero ha reemplazado el de las élites aristocráticas o religiosas, al menos en el mundo occidental. La grandeza, otra característica del héroe, ha dejado de ser tan valorada como en el pasado – “lo pequeño es hermoso”-y, debido a un auténtico movimiento de inversión histórica, el hecho de poder presentarse como una víctima – en el mundo occidental-se suele invocar como una suerte de virtud o grandeza. Nuestras sociedades parecen además salir de los términos de la historia, hasta el punto de que Francis Fukuyama ha podido hablar de “fin de la historia”, siendo así que el héroe es un personaje histórico. Es más, es incluso quien hace la historia donde la gente corriente presenta lagunas o defectos.
Indudablemente, numerosos sucedáneos se asemejan de manera superficial a la figura del héroe. Sin embargo, no hay por qué ver héroes en las estrellas de cine, en los ídolos del deporte, en las figuras de la televisión, en los grandes artistas del espectáculo, en los iconos con los que se identifica tal o cual sector de la población. Un héroe no es sólo una persona que triunfa en un ámbito cualquiera. Posee, necesariamente, cualidades que la aúpan por encima de la gente corriente, para entrar, por tanto, en la historia. Sin embargo, ¿quién actualmente – en nuestras sociedades-ansía entrar en la historia? ¿Quién se ve impulsado por fuerzas que le superan de suerte que sea capaz de llevar a cabo una misión de carácter histórico?
Nuestros hijos pasan mucho tiempo identificándose con héroes virtuales, juegan con consolas electrónicas y participan en combates donde son sus propios héroes; no obstante, los personajes con los que se identifican (como aquellos contra quienes luchan en la pantalla), y que son fuertes o hábiles, no poseen la grandeza del héroe ni la menor virtud.
El héroe, en el seno de las sociedades tradicionales, se identificaba con una totalidad; la ciudad, la nación o un amplio conjunto social. En nuestras sociedades individualistas, la novedad estriba – tal vez-en que él mismo debe ser un individuo, juzgado y valorado no según el rasero de su aportación a la colectividad que encarna, sino como individuo singular. El héroe contemporáneo – si existe-sólo puede ser, por consiguiente, un individuo que se trasciende a sí mismo: va en busca de aquello que (en relación consigo mismo) le permitirá efectivamente superarse. Lo que importa, por ende, no es que salve a la ciudad, o que ponga fin a la opresión, sino que realmente sea capaz de ir más allá de sus propios límites. La figura del héroe contemporáneo se convierte, de este modo, en la del aventurero solitario, el que surca el océano a solas, a remo, sobre una tabla o a bordo de un velero; o bien el que va coleccionado conquistas de cumbres en el Himalaya, una tras otra, él/ ella solo/ a. Él o ella, pues gracias a la lucha de las mujeres, actualmente el héroe no es necesariamente masculino, puede ser una mujer.
Ahora bien, el personaje en cuestión que demuestra que es posible realizar proezas inauditas a solas y con la única finalidad de superarse y node dar cumplida satisfacción a las expectativas depositadas en él por la colectividad, tal personaje no posee una existencia como tal (fuera de su misma persona y del pequeño círculo formado por su familia y sus amigos) más que si la opinión pública está informada sobre él. Suele precisar patrocinadores que financien su aventura, que se caracterizará de modo destacado por la atención mediática que suscite. Factor que constituye, precisamente, la negación de su heroísmo y que le sitúa en un macrocosmos donde paradójicamente no existe lugar para él: la hazaña mediatizada y de dominio público – posiblemente patrocinada-franquea a su autor el acceso al estrellato, a la prensa de famosos, a la televisión, lo que da fe del punto final de lo que significaba la hazaña en cuestión: la relación de uno/ a consigo mismo/ a, la superación de sí mismo/ a por sí mismo/ a. El auténtico héroe, para existir, no debería hallarse en el ámbito público. Pero, entonces, sería un desconocido, nadie sabría de su existencia y no sería un héroe.
Factor que señala, en último término, el marco donde puede hacer su aparición el héroe contemporáneo. Este no puede gozar de existencia real y auténtica, pues esta, al punto de conocerse, firma de hecho su término o negación. Sin embargo, puede abrigar una existencia imaginaria, la única – en definitiva-concebible. El héroe sólo puede existir en la literatura, el teatro, la poesía, la novela, tal vez también en el cine; en una palabra, sólo puede nacer de la imaginación, sólo puede ser una creación, una invención, aunque no cualquiera: una invención susceptible de recabar la adhesión de numerosas personas… El problema, a partir de este punto, adopta otro cariz: la literatura, la novela o el cine ¿están en condiciones de proponernos héroes, figuras simbólicas o imaginarias con las que identificarnos? ¿No suena ahora más bien la hora de los antihéroes, como aquel personaje estrella de una serie estadounidense, el inspector Colombo, detective de aspecto deplorable y estrafalariamente ataviado con un impermeable lastimoso que, no obstante, resulta ser a la postre – episodio tras episodio-singularmente eficaz?
¿No somos todos nosotros pseudohéroes o parodias de héroes, hombres sin atributos capaces como los demás de ganar millones en los concursos de televisión pero totalmente incapaces de identificarnos con cualquier factor de superación o de trascendencia, ya sea histórica como en el caso del pasado, o bien personal y pronunciadamente subjetiva?

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