6 abr 2010

Sherer- El Mayo, opinión de Granados Chapa

Columna PLAZA PÚBLICA
El narco y la prensa
Miguel Ángel Granados Chapa
Reforma, 6 de abril de 2010;
Ismael Zambada, El Mayo, propuso esta fantasía a Julio Scherer: "Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de unos días vamos sabiendo que nada cambió... El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí".
Es, ciertamente, un alegato en causa propia, que miles de personas han expuesto, sin interés mezquino, pues saben o suponen que no es sólo mediante la guerra a balazos destinada a aprehender o matar a los jefes de las mafias del narcotráfico como se puede controlar ese fenómeno global que en nuestro país ha provocado más de 16 mil muertos en los tres años recientes, más que en ningún otro país por igual motivo. Pero es también una opinión, un punto de vista que emitido por un partícipe central de ese ruin mercado en México debe ser conocido públicamente para una comprensión cabal de ese flagelo, tan costoso en tantos términos sin que difundirlo signifique en modo alguno hacerlo propio.
¿Es válido, ética y periodísticamente, dar voz a los jefes del narcotráfico, como lo han hecho la revista semanal Proceso y su fundador Julio Scherer García, que aceptó ser trasladado hasta un lugar secreto en cualquier punto del país, donde el periodista lo entrevistó? Notoriamente, esa publicación y quien la dirigió durante 20 años contestan afirmativamente a esa pregunta. No lo hacen sólo ahora. En sus páginas el propio Scherer ha publicado entrevistas (que después se convirtieron en libros exitosos) con Zulema Hernández, mujer de El Chapo Guzmán durante su estancia en el penal de alta seguridad de Occidente; y con Sandra Ávila, la Reina del Pacífico, prisioneras ambas por delitos "contra la salud" como todavía, pudibunda y ambiguamente, se llama a los relacionados con la producción, distribución y venta de drogas ilegales.
Al aceptar encontrarse con Zambada, cuyo hijo Vicente (uno de sus primogénitos, condición que no es rigurosamente errónea y en cambio adquiere sentido porque tiene seis familias), Scherer no titubeó. Ni consideró que pudiera tratarse de una trampa, tendida para causarle daño al mismo periodista ("me sé vulnerable y así he vivido"). Parece que tampoco resolvió para el efecto otros dilemas que atosigan a la prensa, sobre todo en el norte de México, algunos de cuyos miembros, por épocas, han optado por el silencio generado por el temor, y otras han resuelto publicar sólo la información oficial, que no siempre coincide con la realidad, tal como lo mostró de modo paradigmático pero no único la ofrecida sobre los dos ingenieros que cursaban posgrado en el Tec de Monterrey y presentados como sicarios, es decir como combatientes contra el Ejército.
El viaje de Scherer y la publicación de sus resultados se inserta en un contexto cuyos componentes han sido enfrentados con valor por el reportero que no ha dejado ser desde que se inició en ese oficio hace 60 años. Aunque no lo pensara, pudo haber sido una celada que le tendiera algún beneficiario de intereses creados exhibidos por su trabajo (el personal o el que ha prohijado). Pudo haberse convertido también en el localizador de su convocante, su delator involuntario, si los servicios de inteligencia gubernamentales, que se dicen tan eficaces, hubieran descubierto la causa y el destino de su viaje, extremo a que también podrían llegar si en su texto ofreciera indicaciones útiles a tales servicios y a sus brazos armados.
"Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje -reflexionó antes de emprenderlo- pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator".
Habrá quien quiera actualizar esas posibles consecuencias. Al publicar en la portada (que los lectores de Reforma conocieron ayer) una foto de Zambada con el periodista, podría ocurrir que la Procuraduría General de la República citara a Scherer para demandarle información que las policías federales ni el Ejército han conseguido. De ese intento el periodista puede resguardarse por el secreto profesional. Pero dado que la PGR ejerce funciones políticas sectarias (además de las del Ministerio Público, definidas como de buena fe), alguna conciencia torcida podría ordenar una averiguación previa por apología del delito como no faltó quién sugiriera hacer respecto de la revista Forbes cuando, más conocedora de los circuitos del dinero que las autoridades mexicanas, incluyó a El Chapo entre los hombres más ricos del mundo.
No es extravagante suponerlo. Proceso es poco grata al gobierno. Eso no importaría pues el periodismo no se ejerce para ganar simpatías. El hecho es significante porque el gobierno federal ha retirado al semanario toda publicidad oficial a diferencia de su trato a otras revistas. Su dimensión se abulta por un ánimo ostensible de vincular a Proceso con el narcotráfico. Lo mostró inequívocamente el burdo montaje con que en julio pasado, con el despliegue propagandístico que es la marca de Genaro García Luna, se exhibió a los medios de información a miembros de La Familia Michoacana. Se les hizo posar frente a paquetes de cartuchos, armas cortas y largas y ejemplares de Proceso, hallados en su guarida, como si fueran parte de su arsenal.
Cajón de Sastre
El gobierno hidalguense es firme partidario de José Guadarrama en su contienda interna con Xóchitl Gálvez, a quien teme como al demonio. El domingo 28 de marzo le ofreció amplio espacio en la televisión gubernamental, y se lo negó a la otra precandidata. Con la compañía de un notario, ella se apersonó ayer lunes por la mañana a hacer valer un derecho propio de la aspirante a la candidatura de partidos registrados, que cursa por un proceso interno reconocido por la ley electoral. Vencida por las circunstancias la conductora no tuvo más remedio que abrirle cámaras y micrófonos pero al hacerlo le avisó con sequedad que no la entrevistaría, y de súbito la colocó en la necesidad de improvisar durante media hora. La conductora cerró la emisión pretendiendo que se había usurpado su espacio, que no es suyo sino de un medio público.

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