13 abr 2010

Sherer, opinión de Ricardo Alemán

Columna Itinerario Político/ Ricardo Alemán
El Universal, 13 de abril de 2010;
Los intocables
La crítica es la joya de la corona del periodismo. ¿A quién rinden cuentas los periodistas de ayer y hoy?
Además de un debate con rasgos aniñados —los amigos del periodista enseñan la lengua y lanzan escupitajos a los críticos del periodista—, el encuentro entre Julio Scherer e Ismael Zambada (El Mayo), arrancó el velo de hipocresía en el que se oculta buena parte del periodismo mexicano.
Como si viviéramos en el México de hace tres o cuatro décadas, algunos periodistas de hoy parecen aferrados a vivir bajo “reglas” de impunidad total, irresponsabilidad absoluta e impensable rendición de cuentas.
En los años de partido único, gobiernos despóticos y prensa vendida, nunca aparecieron voces periodísticas capaces de preguntar sobre la responsabilidad periodística ¿A quién rindieron cuentas los periodistas de los años 60, 70 y 80?, quienes tocados con la aureola de “independencia” —los menos—, y de “oficialistas” —los más—, se prestaban a todo tipo de triquiñuelas nada democráticos. ¡Rendir cuentas! ¿Qué es eso?
Hoy imperan democracia, pluralidad y cuesta arriba avanzan transparencia y rendición de cuentas en los gobiernos y en otros sectores sociales. Pero tampoco hoy los periodistas parecen listos a formular la gran pregunta: ¿A quién rinden cuentas los periodistas en el México del nuevo siglo; en el México de la democracia? ¿Dónde están los códigos de ética que impone al periodismo la cultura democrática?
Ese es el tema de fondo del encuentro social entre el periodista de los años 60 y 70, y el narcotraficante de 2010; encuentro cuyo único sello periodístico fue la exclusiva y reveladora gráfica. Vimos la imagen de los periodistas intocables del siglo pasado —y que reclama un lugar en el nuevo siglo —, y de los criminales intocables que hoy son el verdadero poder. Ayer eran intocables los gobiernos priístas y los periodistas; hoy son intocables los poderosos barones de la droga y lo quieren ser no pocos periodistas.
Como se sabe, la crítica es la joya de la corona del periodismo —sus reglas son claras en el género periodístico de opinión—, y el ejercicio de la crítica en una sociedad es lo más parecido al termómetro que permite medir el tamaño de su democracia. En el caso de la cordial reunión entre Scherer y El Mayo, la natural y saludable crítica de un puñado de periodistas al “santón” del periodismo mexicano, provocó berrinchudas reacciones de amigos y acólitos de Scherer, a quienes desnudó la intolerancia a la crítica. Los feroces críticos del vuelo de una mosca se enojaron porque otros periodistas, ilusos, criticaron el trabajo de Scherer.
Lo cierto es que nadie le escatima a don Julio su trayectoria, sus cualidades de antaño, su nombre y su paso a la historia. Pero también es cierto que con un milímetro del rigor que el propio Scherer ejerció en el viejo Excélsior —lo que por cierto recordó certero Joaquín López Dóriga—, resulta reprobado el texto que entregó sobre su encuentro con El Mayo. Y sí, un texto penoso. Pero ese tampoco es el corazón del problema, porque periodista que se diga infalible, que aviente la primera piedra.
El problema no está en acudir al encuentro con El Mayo, con Dios o con el diablo. Tampoco en intentar una entrevista. El problema aparece cuando se formulan las interrogantes básicas de todo trabajo periodístico; ¿Qué se va a preguntar? ¿Cómo se va a presentar la entrevista para su difusión? Y, más importante. ¿Qué se busca con su difusión? El resultado fue penoso. El periodista no preguntó lo básico —no lo dejaron preguntar o se guardó las respuestas—, su texto es una apología del criminal y, al final de cuentas, quedó como vocero del narcotraficante.
¿Conocerá don Julio todo lo que saben de periodismo los narcos; lo que hacen con los periodistas? Una probadita.
En estados como Chihuahua, Sonora, Sinaloa, Tamaulipas, Veracruz, Durango, Michoacán… los narcotraficantes y los criminales organizados tienen línea telefónica directa con editores, articulistas, columnistas y reporteros, a los que someten bajo las premisas de plata o plomo. Ordenan qué decir y qué callar. De tanto en tanto convocan a “conferencias de prensa”, para dictar coberturas especiales. El periodista que no acata las “órdenes de información”, es asesinado.
En algunos casos, los criminales son benévolos. Levantan al periodista incómodo y lo reprenden verbalmente. Nada amable, claro. Los castigos suben de tono y violencia, si se reincide en el pecado. La reincidencia se castiga con “tableadas” en la boca —a los de radio—, en las manos —los de prensa—, y en la cara, los de televisión. La tercera llamada es la muerte. Y lo novedoso. Los narcos tienen corresponsales dentro de algunos medios, en las redacciones. En su momento, esos corresponsales señalan a los que van a morir. ¿Por qué?... Sólo era cosa de preguntar.
El México del nuevo siglo y su nuevo periodismo.
Pero eso sí, que nadie se atreva a criticar a los intocables, porque es envidioso, malintencionado o ladrón.

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