13 jun 2010

Carlos Monsiváis

SOBREAVISO / Gracias, Carlos
René Delgado
Publicado en Reforma, 12 junio 2010.- No hay peor hora para estar ausente que aquella en la que se requiere de uno. En ese momento el vacío adquiere una dimensión superior a su medida, y se exige la presencia de aquel a quien ni siquiera se ha agradecido el tiempo que nos ha prestado. Estos días son de esos, días de guardar, días donde se extraña a quien sin importar las circunstancias ha desplegado lucidez, libertad y congruencia para describir sin ataduras cuanto ocurre y escribir lo que piensa sin tachar, en la crítica, el futuro.
Querido Carlos Monsiváis: es hora de agradecer tu presencia y reconocer cuánto se te echa de menos.
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El país atraviesa un túnel cuya extensión espanta o, cuando menos, presenta a la esperanza con ojeras.
Un túnel cuya oscuridad desata miedos y lastima expectativas. En su interior se oyen voces, gritos, reclamos, balazos, desahogos, spots, verdades a medias, mentiras completas, justificaciones, estruendo de fusiles, agravios y hasta burlas. No se escucha, sin embargo, tu argumento que desde la razón y la ironía, desde la libertad y la alegría, desde la independencia y el sentido del humor, desde la sabiduría profunda y la orientación popular explique qué rayos ocurre, qué diablos nos pasa.
Cada día algún cimiento de esta obra inconclusa que es el país se cimbra o cruje, o alguna trabe de esta República en permanente estado de remodelación se cuartea. Viejas instituciones no resisten más el peso y el paso de los años. Nuevas instituciones parecen haberse edificado en arenas movedizas y se tambalean.
Es menester reconstruirlas desde luego, pero su actual fragilidad podría paliarse si, al menos, las encabezaran quienes saben lo que hacen. La realidad es que muchas de ellas las llevan quienes no saben lo que deshacen. Llegan a ellas y las ocupan sin nunca descubrir dónde se encuentran, y luego- luego pierden piso. Es una obra de demolición, ejecutada por una banda de muy baja estatura, afecta a los jíbaros y los caníbales.
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Se entiende tu ausencia, Carlos, pero, quizá, por la gravedad o la ingravidez de los más recientes acontecimientos, el silencio derivado de ella resulta insoportable.
Es imposible recuperar ya para el elogio del desatino o la tertulia de los bohemios infinidad de dichos y hechos que sacuden, como un tapete a palos, la conciencia.
Se te acumulan las crónicas no escritas: la ingeniosa idea de irse a registrar uno de nuevo y obtener la cédula correspondiente, llevando para lo mismo el celular, la tarjeta de circulación, el comprobante del consumo de agua y de energía, más el nuevo sello electrónico fiscal para validarlo; la eliminación del sentido común en las averiguaciones previas y las sucesivas; la confusión de si, en territorio narco, se elige cártel o partido, capo o candidato; la graciosa renuncia del gobierno a indagar el secuestro de Diego Fernández de Cevallos, cuando jura tener arrinconado al crimen; el desfile de los huesos patrios, sobre los cuales hay ácido- desoxirribonucleicas sospechas; la tremenda injusticia de no escuchar al funcionario sobreviviente de la tragedia de la guardería, que no deja de cabildear su inocencia y su afán de permanecer en el puesto; la entrega en bolsa o por partes de los ejecutados; la posibilidad de reclamar la posesión de un inmueble, después de un arraigo prolongado; la indigerible alianza opositora para postular fresquísimos ex priistas; la novedad diplomática de establecer las Visitas de Estadio, aprovechando el medio tiempo para imponer condecoraciones y echar porras bilaterales. (A lo mejor esto deriva de la afición de esta administración no tanto por el balompié, como por las patadas y las zancadillas).
En este último par de meses, querido Carlos, te has perdido de un espectáculo que ojalá sea irrepetible. Te lo has perdido y nos has dejado huérfanos, sin la correspondiente reseña apocalíptica.
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No tú, Carlos, el país debería estar en terapia intensiva. La necesita, le urge.
No lo está porque, a pesar de los síntomas de enfermedad y malestar, el gobierno ha decidido "vivir mejor". Y, tú sabes, cuando esta administración decide algo, lo más probable es que no ocurra nada, o lo contrario de lo decidido. No se vive mejor, pero sí al doble o más. En muchos lugares se tributa al Estado y al crimen. Se tiene un ejército oficial y un extraoficial. Compiten boletines con cartulinas y múltiples versiones. Se cuenta ahora con dos generaciones: la del sí y la del no, aunque a veces se confunden. Hay dos Cámaras pero no un Congreso y, dentro de ellas, bien separados están los legisladores de un mismo grupo.
Lo único que se mantiene incólume es la división de poderes y la división de los partidos. Los partidos siguen partidos, y los poderes igual. Incluso, a veces un mismo poder está dividido. Si oyeras el pronóstico oficial sobre la duración del combate al crimen, te irías de espalda: es el "me late" elevado a rango de planeación estratégica. Se han perdido, si quieres, los chistoretes del sexenio anterior, pero no el espíritu de desgobierno. Quizá en esto se ha mejorado.
Sin duda, Carlos, no a ti, al país le falta oxígeno.
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Lo que en estos días se ha complicado, Carlos, es conseguir maestros. Desde luego la profesora sigue afiliando a quien se deje, pero ése es otro asunto.
En sentido real y figurado, hoy no se encuentran con facilidad referentes, guías, luces. Hay maestros, claro, pero faltan. Y es que algunos, en medio de la confusión, se fatigaron, se quitaron el disfraz o se torcieron a la hora de pasar al frente. Por eso, también se te echa de menos.
El punto, querido Carlos, es que en estos días no es fácil conseguir maestros, y por eso, simple y sencillamente, quiero agradecer tus enseñanzas fuera del aula, sin título, en distintas etapas, lecturas y circunstancias. Reconocer tu libertad e independencia de pensamiento, tu congruencia en la conducta, tu humildad ante la lisonja y el reconocimiento, tu inteligencia y frescura, tu firme anclaje y tu honradez intelectual. Desde luego, tu desarreglo y falta de vanidad.
Ha sido un enorme privilegio leerte y conocerte, aprender de la generosidad de tus ideas y poderte imaginar al final de este túnel que, sin duda, tiene salida. Ahí nos vemos. Procura no dejar de respirar.

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